Del Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar:

Cataluña y los intereses de la humanidad

27 de octubre de 2017 | Periódico Revolución | revcom.us

 

8 de octubre de 2017. Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar. Cuando Cataluña, una región al nordeste de España, trató de celebrar el 1º de octubre un referendo sobre su independencia, el Estado central lo prohibió. Enviaron a miles de efectivos de la policía nacional y a la paramilitar Guardia Civil para impedir la votación.

Estrellaron sus cachiporras rellenas de plomo en la cabeza de las personas que hacían fila frente a los colegios para votar, molieron a golpes hasta a los ancianos. Arrastraron a las mujeres del cabello, golpeándolas y lanzándoles insultos sexuales patriarcales, y dispararon balas de goma para dispersar a los testigos. Derribaron puertas, maltrataron a estudiantes que organizaron sentadas durante la noche para proteger las urnas que al final confiscaron. Bomberos catalanes que se alinearon para proteger a la multitud fueron golpeados. Se registraron casi 900 personas heridas. Ahora los tribunales españoles han presentado cargos de sedición contra el jefe de la policía catalana y otros oficiales por no respaldar a la Guardia Civil, y el gobierno central ha amenazado con apoderarse del gobierno regional y arrestar a sus líderes.

Aunque España es una democracia parlamentaria, la Guardia Civil, un cuerpo paramilitar tristemente célebre por su brutalidad bravucona, fue por décadas la fuerza más odiada del régimen fascista del general Franco. En una insólita declaración política, el rey Felipe, cuyo padre fue entronizado por Franco, denunció la “deslealtad” catalana. Calificó el referendo de acto “inadmisible hacia los poderes del Estado” que él dirige y representa, y cínicamente no mencionó a los cientos de heridos. El establecimiento español cerró filas para proclamar que todo desafío a la unidad de España es ilegítimo y criminal.

Ya que quienes gobiernan el Estado español son ahora elegidos, ese Estado dice encarnar la voluntad del pueblo. Pero cuando la gente desafía a ese Estado y los intereses que representa, es golpeada, pisoteada y amenazada con cárcel, independientemente de si sus acciones son violentas o no. Empieza a ponerse de manifiesto que el Estado —como dictadura de la clase dominante capitalista— depende totalmente de la fuerza, y la unidad del país puede verse no como algo sagrado e incuestionable, o hasta producto de la voluntad del pueblo, sino como producto y origen de ese poder estatal. Pero, hay mucho más por ver: los intereses, las clases y el futuro que representan los principales actores de este complejo drama, y cómo se conecta con fenómenos más amplios que están moldeando la arena mundial hoy.

La “unidad de España” y su “estabilidad económica y social” que el rey califica como el bien más preciado no existirían sin el saqueo global y la esclavitud que impulsaron el surgimiento de los países capitalistas y del sistema en general. En España, las toneladas de oro saqueadas del Nuevo Mundo mediante el trabajo esclavo apuntalaron la aristocracia feudal y a su sirvienta, la Iglesia Católica. Como resultado, el capitalismo se desarrolló lenta y desigualmente, y el Estado central español subordinó a otros territorios con su propia historia, lengua, cultura y economía. Cataluña, donde el capitalismo temprano tuvo mayor éxito, fue un pilar de la primera y breve república española (1873-74) y de su segunda y última (1931-39), cuando una Cataluña autónoma fue un baluarte del levantamiento revolucionario que sacudió las ciudades y el campo españoles. Franco ganó la guerra civil de tres años contra la república gracias al apoyo de la Italia fascista y la Alemania nazi y con la complicidad de todas las grandes potencias del mundo — salvo la entonces socialista Unión Soviética. Cataluña fue ocupada, el liderato de su parlamento ejecutado y su lengua proscrita de la vida pública por dos generaciones.

En los años 1960 e inicios de los 1970, cuando el régimen fascista de Franco estaba bajo protección de Estados Unidos como contrapeso a Francia y otras potencias europeas, España experimentó un desarrollo capitalista muy rápido, volviéndose un país europeo más típico. Esas también fueron décadas de una cascada de levantamientos políticos, valientes actividades ilegales de organización, enormes protestas en las calles, huelgas y acciones armadas contra el fascismo. Este fermento político y el desarrollo capitalista también sirvieron para revivir movimientos nacionalistas, especialmente en Cataluña y la región vasca, donde se generó buena parte de la nueva riqueza industrial del país.

Pese a la fuerza de los movimientos populares y revolucionarios, el régimen de Franco llegó a su fin en 1975, no por derrocamiento sino mediante un pacto negociado por las clases dominantes del país, líderes del régimen, el ejército, la Iglesia y gran parte de la oposición tradicional. Desorientado y sin claridad en sus objetivos el auge de lucha revolucionaria colapsó.

En su discurso el rey Felipe declaró que su principal deber es defender la constitución española de 1978. Esa constitución sí concentra asuntos de la actual crisis. Trajo la democracia parlamentaria, pero también convirtió al monarca en jefe del Estado e hizo que las fuerzas armadas garantizaran la continuidad del Estado imperialista. Esa constitución les hizo concesiones a las minorías nacionales (cierto nivel de autonomía) y puso límites estrictos a sus derechos. Puso también límites estrictos a los derechos de toda la población, entre estos prohibió toda persecución jurídica a los líderes franquistas y toda denuncia de los crímenes del régimen. Incluso hoy, a nombre de la unidad y estabilidad del país, se prohíbe ubicar las tumbas de las personas ejecutadas en secreto durante y después de la guerra civil, como la del más famoso poeta español, Federico García Lorca.

Pero el desarrollo del sistema capitalista-imperialista global está minando la unidad social e ideológica encarnada en esa constitución. La crisis española está inseparablemente ligada a los crecientes trastornos en un mundo en que las antiguas alianzas internacionales vienen debilitándose, y los sistemas nacionales de gobernanza y sus correspondientes consensos ideológicos tambalean. Esto es lo que tiene en común con fenómenos globales que son muy diferentes e incluso incomparables cuando se analizan individualmente, entre ellos el auge de movimientos nacionalistas (los incitados por la dominación así como las expresiones reaccionarias del chovinismo de nación dominante como el trumpismo o el Brexit) y el auge casi universal del fundamentalismo religioso.

En el contexto de una competencia internacional aún más globalizada y aguda, España, tanto como en todas partes, está viviendo el desmoronamiento del modelo socialdemócrata que acompañó las largas y horribles tinieblas de la reaccionaria estabilidad política pos II Guerra Mundial en Europa y que hizo posible el pacto con el franquismo. Ese consenso social se sacudió severamente cuando España rompió filas con Europa y se unió a Estados Unidos y Reino Unido en su invasión a Irak en 2001, en flagrante oposición a la opinión pública y al más poderoso movimiento antibélico en Occidente. Se resquebrajó más cuando décadas de auge económico llegaron a un abrupto final con la crisis financiera mundial de 2008, que golpeó con particular fuerza a España. Desempleo en masa, desalojos generalizados y brutalidad estatal contra antiguos y nuevos pobres han impulsado el cuestionamiento y la resistencia. Los dos partidos que se han alternado el poder desde la época de Franco, el Partido Popular del actual primer ministro Rajoy (fundado por políticos franquistas) y el Partido Socialista (opuesto a Franco), han perdido mucha de la legitimidad que alguna vez gozaron entre diferentes clases, en líneas generales igual que la “derecha” y la “izquierda” tradicionales de la mayoría de países imperialistas.

En este contexto, hay otros factores crecientes a favor y en contra de la independencia. El capital catalana ha sido especialmente exitoso en sus relaciones con otros capitales europeos y en su saqueo a Latinoamérica y África mediante la inversión, aunque el gobierno central ha tomado medidas legales para controlar las organizaciones financieras regionales. La principal asociación de empresarios catalanes, la asociación de pequeñas y medianas empresas y los representantes políticos tradicionales del capital catalán ahora ven con mejores ojos la independencia catalana, pese a que ha menguado el respaldo popular. Políticamente, el reclamo de independencia ha sido alentado por las hostiles medidas contra las autoridades regionales catalanas.

El rey Felipe necesitó imitar a Franco al plantear la indivisibilidad de España como el bien supremo ya que el país se divide cada vez más de maneras adversas para sus gobernantes. El desafío a esta unidad también ha preparado el camino para que muchos jóvenes ondeen banderas españolas en revancha al “ultraje” del nacionalismo catalán. Se ha podido ver a muchos haciendo el saludo fascista franquista. El resurgimiento del nacionalismo español, bendecido por gran parte del espectro político, les ha dado mucho más espacio político a los fascistas confesos. Al mismo tiempo, no se puede propagar indolentemente ese nacionalismo en un país en el que muchos millones recuerdan o saben del papel que jugó esa ideología inherentemente reaccionaria en la justificación y mantenimiento del régimen de Franco y su asfixiante control sobre la sociedad española. Esto se ve en los despliegues contendientes de banderas españolas y catalanas en los balcones de Barcelona, Madrid y otras partes. Alguna gente que no puede aceptar la bandera española ondea a cambio la bandera arcoíris de la liberación LGBT en desafío a la homofobia, el patriarcado y la doctrina católica que prosperaron en el atraso del país y definieron la cultura oficial española. Al mismo tiempo, muchas de las fuerzas reunidas en torno a la indivisibilidad de España están también decididas a revertir la legalidad del control de la natalidad, el aborto, los derechos de los gays y los derechos básicos de las minorías nacionales. La sombra del fascismo persiste no solo en el pasado franquista sino mucho más en las necesidades del momento que enfrenta el imperialismo español.

Los trastornos actuales en España se dan en un momento en el que la unidad de la Unión Europea (UE) y los acuerdos tradicionales para la gobernanza de sus constituyentes están bajo una tensión sin precedentes. Luego de la crisis en Grecia, el Brexit y el auge de movimientos fascistas por toda la UE, el fantasma de una España que se está desmembrando ha enviado ondas de choque a Bruselas y las capitales de Europa. Y si bien los líderes del movimiento nacionalista catalán han puesto sus miras en ser parte de la UE, los líderes de la UE en lo principal o bien han mantenido un silencio impasible mientras brota sangre catalana de las cachiporras policiales, o se han limitado a decir que es un “asunto interno” de España.

De hecho, si bien el carácter contradictorio de los intereses de la burguesía catalana (ligada con el capital español, e incapaz de arreglárselas sin las instituciones financieras y políticas de un Estado fuerte) implica que su posición tiende a vacilar, hay pocas posibilidades de que el Estado español y la clase dominante vacilen. Eso no solo se debe a intereses económicos de vida o muerte sino aún más porque necesitan unirse, hasta por la fuerza si se requiere, unir a parte de la población y neutralizar o aislar a otros, y defender su gobierno a toda costa.

En Cataluña el movimiento nacionalista ha asimilado otras poderosas tendencias de protesta y odio contra el gobierno, común en gran parte de España, y que están impulsando el descontento por todo el continente. Esto ha dado lugar a un brebaje complejo y altamente contradictorio. Tras la supresión del voto por el Estado central, en la poderosa huelga regional contra la despiadada brutalidad de la Guardia Civil había muchos ondeando banderas españolas. Al cierre de esta edición, cientos de miles han desbordado las calles de Barcelona en una manifestación pro-unidad. Claramente al servicio del Estado español, la principal consigna de la protesta llamaba a “recuperar la razón” y la abundante cantidad de banderas españolas, catalanas y europeas fue un reflejo de una amplia gama de sentimientos contradictorios.

El nacionalismo catalán no puede ofrecer una salida a esta compleja mezcolanza de contradicciones, porque no corresponde a los intereses de la inmensa mayoría del pueblo catalán ni del pueblo de España y del mundo. Sus intereses son muy estrechos y sus horizontes muy limitados. Para nombrar un solo ejemplo, esta visión de una Cataluña independiente que se adhiere a la UE, ¿cómo dará respuesta a casi un 20% de habitantes de Cataluña que son inmigrantes de las zonas más pobres de Europa y Latinoamérica, Asia y África, y que por lo general se encuentran en las capas más bajas de la fuerza laboral? Y aunque se diera el improbable caso de una Cataluña independiente, un nuevo Estado capitalista imperialista perpetuaría, e impondría violentamente, las relaciones sociales explotadoras y opresivas que tanta gente allí y en el resto de España ya encuentra intolerables. Sería parte de encarcelar a la humanidad en un obsoleto sistema mundial de relaciones económicas y sociales antagónicas que aplastan el potencial humano y acaban con el planeta.

La agitación que está agobiando el orden social y político tradicional en España y Europa, en términos más generales, está debilitando a estos poderosos Estados imperialistas y sus alianzas tradicionales, y está despertando a la gente a la vida política, pero de maneras muy contradictorias. Respaldar y defender los derechos de las nacionalidades minoritarias españolas es esencial para unir a todos lo que se pueda unir, de manera voluntaria, para llevar a cabo una revolución que derroque al Estado imperialista español y establezca un Estado o estados socialistas en gran parte de España. Una de las tareas centrales de ese nuevo Estado radical sería lograr una justa y democrática solución a la opresión de los catalanes y demás pueblos oprimidos de España. Esta sería una parte indispensable de la construcción de una sociedad radicalmente nueva y de empezar a abolir todas las desigualdades y todas las formas de gobierno opresivo y represivo y todas las relaciones de dominación y explotación en todo el mundo. Ese tipo de revolución es la única salida.

 

El 17 de marzo de 2017, el Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar (SNUMQG) anunció su transformación en una herramienta más completa para la revolución basada en la nueva síntesis del comunismo de Bob Avakian. Lea el editorial del SNUMQG aquí: “Editorial: Introducción a un SNUMQG transformado”.

 

 

 

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