Del Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar

Túnez: La furia que brilla en medio de un ambiente desalentador

Sam Albert

29 de marzo de 2018 | Periódico Revolución | revcom.us

 

20 de enero de 2018. Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar. Por Sam Albert. Manifestaciones y luchas callejeras estallaron por todo Túnez durante diez días en enero en el brote de furia popular más importante desde que se desbancó al régimen de Ben Alí hace siete años. Estos sucesos son aún más significativos ya que representantes de Occidente y defensores del estado actual del mundo han presentado la situación política de Túnez como el resultado más exitoso de la “Primavera Árabe” de 2011 —“exitoso” desde el punto de vista de mantener el estatu quo. En realidad, lo que muestra este estallido de furia es que los factores subyacentes que impulsaron esa revuelta popular en múltiples países árabes siguen operando —factores también visibles en las últimas grandes manifestaciones en Irán.

Se dice que unas 800 personas fueron arrestadas. En los primeros juicios, dos jóvenes fueron enviados a la cárcel por quemar una bandera tunecina, y ocho más por armar una barricada e incendiarla durante una protesta. Las autoridades han descrito las manifestaciones como principalmente violentas, aunque durante los diez días de revuelta hubo marchas y concentraciones pacíficas, y combates callejeros con las fuerzas de seguridad. Un nuevo movimiento de jóvenes que se hace llamar Fech Nestannaw (¿Qué estamos esperando?) convocó las primeras protestas el 4 de enero contra los nuevos impuestos al valor agregado y el alza en los impuestos a las frutas y vegetales, al gas propano y al uso del teléfono e internet. En 48 horas el gobierno tenía a 50 presuntos organizadores detenidos y encarcelados, algunos por distribuir volantes. Una semana después, marchas en el centro de la capital, Túnez, y otras ciudades importantes convocadas por la izquierda parlamentaria y otras fuerzas tradicionales de oposición tuvieron que enfrentar a una masa policial. Entretanto, a partir del 8 de enero, especialmente en manifestaciones al anochecer, los jóvenes chocaron con la policía en pueblos y ciudades de las zonas interiores más empobrecidas país y en varios de los barrios más pobres en la periferia de la ciudad de Túnez, los epicentros de la revuelta de 2010-2011. Negocios y tiendas (en particular una cadena francesa de supermercados) fueron incendiados, estaciones de policía y otras instalaciones del régimen fueron atacadas. Se desplegaron tropas del ejército en varias ciudades intermedias y pequeñas.

Situación distinta al auge de lucha de 2010-2011

Esto no fue una repetición del levantamiento de diciembre 2010-enero 2011, y no solo porque ninguna de las protestas tuvo la magnitud de las de esos días. Parece que esta vez, los estudiantes y la gente de clase media de las ciudades costeras no han acogido, al mismo nivel, la ira desesperada de los jóvenes del interior, que parecían dispuestos a arriesgar la vida en vez de vivir un día más sin futuro (después de todo, el levantamiento de 2010-2011 se desencadenó con la protesta en la forma del suicidio público de un joven vendedor ambulante que se prendió fuego, Mohamed Bouazizi, cuando la policía confiscó su mercancía).

Hace siete años, en el período que llevó a la caída de Ben Alí, millones de tunecinos de todas las clases sociales parecían hablar al unísono exigiendo que los gobernantes “dégage!” (¡se larguen!). La ira de los más pisoteados les dio vida y agallas a muchos de las clases medias costeras, entre ellos (y quizás en especial) a profesionales e incluso a gente de arriba de la sociedad que no estaban contentos con Ben Alí o que éste excluía.

Informes de contactos en Túnez pintan un cuadro diferente de la situación hoy. Mucha gente siente que no entiende lo que está pasando, están inseguras, desconfían y son un tanto cínicas sobre qué hacer. Los bandos en la lucha son mucho menos claros. Algunas personas temen que las manifestaciones sean manipuladas por fuerzas rivales en el gobierno (una coalición entre los herederos de Ben Alí, tradicionalmente pro Francia, en varias facciones del partido Nidaa Tounes, y el partido más grande del país, el islamista Ennadha). Se dice que los primeros alientan a sus jóvenes seguidores a combatir junto con la policía, y los últimos alientan a destrozar y saquear. Hay rumores de que se ha visto a funcionarios del gobierno pagarles a jóvenes en barrios pobres para que ataquen a propiedades. Nadie parece estar seguro si fueron los islamistas o el gobierno los que activaron una pequeña bomba en una sinagoga en la isla de Djerba, último enclave de lo que alguna vez fue la comunidad judía más grande de Túnez.

Situación fuertemente contradictoria e inestable

La situación es agudamente contradictoria. Por un lado, hay profundadecepción y descontento por toda la sociedad tunecina tras “la revolución”, cuando el sentir generalizado era que el cambio político (el fin del régimen de Ben Alí) y la reforma (el fin del monopolio del poder y la represión del disentimiento por parte del régimen) conducirían a una vida mejor. No solo se han deteriorado las condiciones de vida, especialmente para los pobres y gran parte de las clases medias, en particular por el alza en los precios y la falta de empleo y servicios sociales, sino que ya no hay mucha esperanza. Una mujer comentó: “Estamos cansados de que las cosas siempre vayan hacia atrás, que no avancen”. La palabra clave aquí es “cansados”. A diferencia de la contagiosa euforia de 2010-2011, y los días siguientes, informes de Túnez señalan que hay mucho cinismo y depresión. Como lo indicó perspicazmente un periodista, mientras que las redes sociales jugaron un papel crucial en la difusión de la rebelión de 2010-2011, hoy “en Túnez, se puede estar conectado en Facebook y no saber en realidad qué es lo que está pasando en el país”.

Parece que algunos de las clases medias urbanas están inquietos por la ira de los de abajo, temerosos de adónde podría conducir una revuelta desenfrenada, que podría fortalecer a los islamistas, o hacer regresar un régimen abiertamente represivo como el de Ben Alí (lo cual es una clara posibilidad, según el último informe del Grupo de Crisis Internacional [ICG], un centro de investigaciones respaldado por gobiernos de Occidente). Ambos desenlaces significarían el fin de las libertades que disfrutan hoy estas capas en particular, como poder comprar diferentes libros y discutir de política libremente en los cafés y otros espacios públicos, participar en eventos culturales y sociales antes prohibidos (como el reciente festival de cine LGBT) y llevar su vida privada más o menos como les plazca).

Sin embargo, el estatus quo es muy inestable. Túnez ha pasado por nueve gobiernos durante los últimos siete años debido a rivalidades entre sus facciones electorales, cada una que busca supremacía en vez de coexistencia de largo plazo. Ninguna ha podido ganar un respaldo sólido o siquiera legitimidad entre amplios sectores del pueblo. Por el contrario, los dos principales partidos y la agrupación de “izquierdistas” tradicional Frente Popular (cuya meta más alta es más escaños y autoridad en el parlamento, y cuya función más importante es legitimar al parlamento) se han desacreditado cada vez más. A mucha gente no le interesa votar. Esta inestabilidad política, calificada como peligrosa por los defensores de Occidente como el ICG, es en sí avivada por la inestabilidad social del país y por una economía totalmente incapaz de satisfacer las demandas planteadas por la “revolución”: pan, dignidad y justicia.

Millones de jóvenes tunecinos sienten que no tienen un futuro aceptable. Lo muestra claramente la gran cantidad de jóvenes que intentan cruzar aguas peligrosas para llegar a la cercana Italia, y los muchos miles que se han ido a la vecina Libia u otros países para librar la guerra contra lo que ven como estilo de vida occidental, ávidos de venganza contra la dominación extranjera y los hipócritas valores de los opresores. Ya sean harraga, migrantes ilegales dispuestos a arriesgar la vida en el mar, o yihadistas ansiosos de dar la vida en una “guerra santa”, lo que esos dos caminos tienen en común es que muchos jóvenes tunecinos todavía no pueden aceptar la vida que les ha tocado. Un claro síntoma de una condición letal que ninguno de los partidos puede curar.

Medida del Fondo Monetario Internacional prende la furia de la gente

El alza en los impuestos, la causa inmediata que ha desatado la ira del pueblo, fue una decisión del Fondo Monetario Internacional. Esta institución financiera (y el Banco Mundial) se estableció al final de la II Guerra Mundial para estabilizar el sistema financiero global y promover el “desarrollo” en el contexto del sistema imperialista, donde la riqueza producida por el trabajo humano en todo el mundo sirve a la acumulación del capital basado en los países imperialistas que dominan el mundo. Ya que las potencias imperialistas estaban preocupadas por lo que pudiera suceder en Túnez tras la caída de Ben Alí, y querían reforzar su control de la región entera, el FMI concedió enormes préstamos a Túnez. Hoy es uno de los países más endeudados del mundo. Estos préstamos están por vencer, y su gobierno necesita más préstamos para pagar los anteriores, algunos de los cuales datan del tiempo en que los secuaces de Ben Alí malversaban considerables cantidades de dinero.

Una vez más el FMI está ofreciendo una línea de crédito, con la condición de que Túnez aumente su capacidad de reducir las enormes deudas del gobierno con un aumento en impuestos, entre otras medidas. En otras palabras, el dinero destinado a estabilizar un gobierno servilmente dependiente del FMI lo ha hecho aún más inestable. Para las potencias imperialistas la “solución” no es ayudar al gobierno a satisfacer las necesidades de la población, sino respaldar y fortalecer las fuerzas represivas del profundamente endeudado gobierno. Ante todo, esto significa impulsar las fuerzas armadas, en especial por parte de Estados Unidos, de la mano con  Francia, el antiguo amo colonial de Túnez. Occidente ve a las fuerzas de seguridad y al ejército como la parte más confiable del Estado, y está discutiendo abiertamente la posibilidad de gobernar más directamente por medio de éstos.

El “desarrollo” de Túnez, distorsionado y dominado por el imperialismo

Los herederos de Ben Alí y el partido islamista Ennadha han respaldado totalmente las restricciones del FMI, diciendo que el desarrollo solucionará los problemas del país. También lo ha hecho la Unión General Tunecina del Trabajo (UGTT), la confederación sindical que sirvió como la oposición tolerada en los años de Ben Alí, que está dividida en las mismas facciones políticas del gobierno. Sin embargo, ha sido el desarrollo de Túnez, o con mayor precisión, la forma que ha tenido que tomar este desarrollo, lo que ha llevado a Túnez a donde está hoy. El país cuyo trigo y aceitunas exportados a Europa lo convirtieron en el granero del Imperio Romano, tiene que sostener a su población con alimentos importados. Paga por esas importaciones canalizando capital hacia los sectores económicos orientados a la exportación con lo que, bajo las condiciones del actual mercado mundial dominado por el imperialismo, solo puede aumentar la dependencia de Túnez de los mercados y el capital extranjeros, reducir su capacidad para autosostenerse, y aumentar constantemente las brechas sociales y económicas en el país, especialmente entre las ciudades costeras y el interior.

Los jóvenes de familias pobres del interior del país se sienten desconectados del mundo moderno que disfrutan algunos en la costa, y en general la gente de Occidente. Sus padres trabajan cuando pueden y donde pueden, en la construcción rompe-lomos, muchas veces a grandes distancias, y sus madres trabajan en campos, propiedad de inversionistas que producen cultivos para exportación bajo el control de inhumanos contratistas que actúan como amos. Los trabajadores de las fábricas de ensamblaje y los servicios de atención al cliente cerca a la costa están a merced de las fluctuantes necesidades del extranjero. El sistema educativo, especialmente en el campo tecnológico, llena a los estudiantes con un reducido “insumo” de limitadas técnicas a las que esperan dar como “producto” una carrera que prometa una vida diferente a la de sus padres, pero cuando al fin salen con título en mano caen en el abismo del desempleo o de los trabajos mecánicos sin perspectiva. Las cifras oficiales dan un desempleo del 30% entre jóvenes universitarios graduados, dos veces la tasa general. Para millones por todo el país, la educación superior es un fraude, una forma velada de desempleo. Además, como han sido educados y han tenido la oportunidad de ver en los medios digitales la vida de otros, la situación en la que están atrapados les es mucho más intolerable. Las esperanzas cruelmente frustradas que todo esto produce han sido y siguen siendo una de las grietas más pronunciadas de la sociedad tunecina.

En la región interior sureña, las minas de fosfato que producen gran parte de la riqueza del país generan graves problemas ambientales y pocos empleos para la gente que vive en sus alrededores. La “industria” del turismo en la zona costera promocionada como esperanza del país es impulsada por la especulación en bienes raíces y por la prostitución, y la enorme cantidad de personas atrapadas y torturadas en la prostitución revela los valores y el futuro que Occidente le ofrece a Túnez. La dependencia del turismo es tanto síntoma como producto de la subordinación del país al imperialismo, y ha impedido un desarrollo equilibrado de la industria y la agricultura en una economía principalmente autosuficiente que podría servir como base para una sociedad radicalmente diferente. Estas relaciones de producción siguen siendo lo que define la vida de los tunecinos.

La única salida real

La cuestión no es cómo hacer avanzar o al menos preservar la “democracia” en Túnez. La forma democrático burguesa de gobierno (democracia parlamentaria) y los gobiernos imperialistas de Occidente que históricamente han promovido esa forma de gobierno son responsables de los horrores que miles de millones de personas de todo el mundo sufren hoy en países oprimidos como Túnez. Además, inclusive en una situación hipotética en la que  Túnez no fuera gobernada por capitalistas tradicionales e islámicos cuyas fortunas están totalmente entrelazadas con los intereses del sistema imperialista, si de alguna manera la gente pudiera votar libremente para tomar decisiones básicas sobre el futuro del país, éstas serían anuladas por el funcionamiento del sistema imperialista y sus agentes armados, como sucedió en Grecia, donde las esperanzas que llevaron al partido Syriza al poder han sido brutalmente truncadas. No hay otra salida a esta situación salvo arrancar de raíz y reemplazar las existentes relaciones de producción, la forma en que la gente produce e intercambia las necesidades básicas para vivir, cómo la gente trabaja conjuntamente y para qué. Esto no se puede lograr tratando de utilizar las instituciones del Estado actual, como el parlamento, que sirven, refuerzan y son un reflejo de esas relaciones de producción. No, una verdadera revolución requiere el derrocamiento del Estado que representa estas relaciones y a las clases explotadoras, y, como el capitalismo es un sistema global, que tiene la meta de eliminar las clases a nivel global, junto con las relaciones de producción en que estas descansan y las relaciones sociales y las ideas que surgen de esas relaciones — un mundo comunista.

Este no es el punto de vista de la “izquierda” tradicional de Túnez, en particular el Frente Popular cuyo vocero es Hamma Hamami. La posición inicial de su grupo sobre el nuevo presupuesto antes de las protestas no era clara para mucha gente, pero luego de las protestas se ha opuesto claramente a éste y ha buscado ganar prestigio (y votos para las próximas elecciones municipales) convocando marchas legales, a la vez que condena lo que comúnmente se conoce como “protestas nocturnas”. Aunque se ha presentado como la continuación de la “revolución” de 2011, que al menos derribó un régimen, desde entonces el Frente Popular ha centrado su actividad en el parlamento, donde he llegado a estar estrechamente ligado a fuerzas pro-Occidente más abiertamente serviles al FMI, al tiempo que le hace concesiones al islamismo. También se ha distinguido por su respaldo a las fuerzas de seguridad bajo el Ministerio del Interior y el ejército. No han aprendido nada del desastroso final del periodo posterior a la salida de Mubarak en Egipto en 2011, cuando a nombre de oponerse a un islamismo, con cuya sed de poder ya no podían conciliar, los movimientos de la juventud y de la “izquierda” respaldaron un golpe de estado militar que terminó aplastándolos.

Todos los partidos parlamentarios son representantes de las relaciones de producción que definen la vida de los tunecinos y seguirá siendo así hasta que se derroque al Estado que impone esas relaciones y se establezca un nuevo tipo de Estado que haga posible el desarrollo de la industria y la agricultura del país en una economía principalmente autosuficiente que podría servir como base para una sociedad radicalmente diferente, y como base de apoyo para la revolución mundial contra el sistema imperialista.

Un camarada tunecino escribió: “Las manifestaciones son impulsadas por circunstancias socioeconómicas, sin importar cómo se hayan producido, y con el continuo deterioro de la situación seguramente continuarán las protestas. La gente ha saboreado el poder del pueblo en las calles y aún no está dispuesta a dejarlo ir”. Es cierto que millones han saboreado su capacidad de transformar la situación política y frustrar la voluntad de los gobernantes. Pero el legado de 2010-2011 es contradictorio. Millones hoy aun parecen decididos a no “dejarlo ir”, a continuar luchando, pero otros se han desmoralizado por los amargos resultados de una “revolución” que no cambió de forma decisiva al Estado ni las condiciones de la población y el país. La gente tiene razón en temer los peligros que enfrenta, pero aunque hay mucha manipulación en medio de la revuelta, las demandas de este movimiento han sido justas, y sus blancos correctos. Al mismo tiempo, hasta en el sentido más inmediato, los jóvenes rebeldes de Túnez enfrentan grandes problemas que hay que resolver.

El problema más central es que las causas de la miseria de la gente no se han entendido con claridad y no se ha presentado ninguna solución real. Sin eso, es imposible empezar a unir a la gente ampliamente y formar un núcleo de personas orientadas con la visión y el método más avanzado hoy, la ciencia del comunismo que Bob Avakian ha llevado a un nuevo nivel de desarrollo por medio de un profundo análisis de la experiencia positiva y negativa del movimiento comunista y su pensar. Será muy difícil llevar a cabo estas tareas, pero no hay otra manera de construir un movimiento radical que pueda contrarrestar la interferencia de los llamados “grupos de cabildeo” (las facciones de las clases dominantes y del parlamento), persistir en medio de dificultades y altibajos, y liderar una verdadera oportunidad de cambio radical. Las explosiones radicales de ira concentradas en las clases bajas y el insaciable descontento por toda la sociedad, siete años después del grandioso derrocamiento de Ben Alí que le planteó desafíos al estatu quo en toda la región, hacen que la posibilidad y necesidad urgente de un nuevo tipo de dirección revolucionaria sean más evidentes que nunca.

 

El 17 de marzo de 2017, el Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar (SNUMQG) anunció su transformación en una herramienta más completa para la revolución basada en la nueva síntesis del comunismo de Bob Avakian. Lea el editorial del SNUMQG aquí: “Editorial: Introducción a un SNUMQG transformado”.

 

 

 

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