Del Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar:

La ejecución política de Lula y la sombra del fascismo que cae sobre Brasil

30 de mayo de 2018 | Periódico Revolución | revcom.us

 

18 de abril de 2018. Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar. Lula (Luis Ignacio da Silva), el ex jefe de Estado brasileño al que el presidente estadounidense Obama una vez llamó “el político más popular sobre la Tierra”, ahora está en prisión cumpliendo una condena de 12 años por aceptar la renovación de un apartamento a orillas del mar puesta a su disposición por un contratista.

El centro federal donde Lula está sepultado tiene una placa que conmemora el día en que él lo inauguró cuando fue presidente durante 2003-2011. Como todo recluso, tiene acceso limitado a las visitas de familiares los días jueves y a consultas con sus abogados. Se esperaba que Lula ganara fácilmente las próximas elecciones presidenciales de octubre, como candidato del Partido de los Trabajadores (PT), que se define como “socialista democrático”1. En este momento, se considera que es muy improbable que le permitan siquiera postularse en la carrera presidencial.

Esta no es para nada la primera vez que un político brasileño ha sido encarcelado por corrupción. Sin embargo, estas no son las maniobras políticas agresivas y caóticas de siempre de Brasil. En cuanto a Lula, no solo es el político más popular del país hasta la fecha, especialmente entre las clases más bajas, sino que también simboliza las esperanzas del cambio de estas clases — y su encarcelamiento está ligado con esfuerzos agresivos de una amalgama de nacientes fuerzas fascistas que buscan aplastar estas esperanzas y augurar un nuevo orden mucho más reaccionario.

Se pueden sacar dos lecciones cruciales de este episodio: por un lado, puede decirse que Lula y el PT que él representa, fueron una muestra muy representativa de lo que la socialdemocracia militante puede lograr cuando forma un gobierno en el mundo de hoy. La marcha humillante de acontecimientos con el encarcelamiento de Lula después de 13 años de gobierno del PT durante los cuales, pese a cierto éxito limitado y temporal de la redistribución del ingreso, se presenció en general una continuación de las intolerables condiciones de vida para la gran mayoría de los oprimidos de Brasil, en particular en sus tristemente célebres barrios de miseria, las favelas, donde la policía asesina a la gente con una impunidad que no tiene precedentes — en 2016, asesinaron a 4.224 personas (según el 11.° Anuario Brasileño de Seguridad Pública), cuatro veces más la cantidad de personas asesinadas por la policía en Estados Unidos, aunque la población de Brasil es un tercio menor que en Estados Unidos. Toda una generación de gobernanza reaccionaria de la socialdemocracia ha sido uno de los principales ingredientes del auge de fuerzas fascistas que han venido estableciendo cada vez más los términos de la vida política del país.

Por otro lado, todos los que mantienen la esperanza de que los socialdemócratas tradicionales encabecen una lucha para detener el auge de los fascistas en sus países, tienen que examinar con detenimiento y tiempo este acontecimiento. Si Lula y el PT, pese a su popularidad importante y continua, aceptaron su encarcelamiento con estos términos, ¡¿de verdad creen que los socialdemócratas, de cualquier parte del mundo, harán algo mejor?! El problema no estriba en ningún defecto personal de Lula, sino en la naturaleza de la propia socialdemocracia. Este artículo examinará estas dos cuestiones en mayor profundidad.

La severidad de la condena de Lula, en comparación con la banalidad de su supuesto crimen, sorprende aún más en un país en el que el actual presidente, y su partido, han escapado de ser enjuiciados por acusaciones mucho más serias respaldadas por abundante evidencia. Esta ejecución política fue exigida por un amplio sector de la clase dominante, como se reflejó en los medios de comunicación que son propiedad de un puñado de familias de peso, y bajo su batuta, por un sector significativo de las clases medias tradicionales. Sin importar cuáles sean las diferentes agendas políticas que motivan esta situación, este paso abre el camino para el avance de un fascismo abierto y ha despertado espantosos recuerdos de la forma en que la junta militar gobernó en el país durante 1964-19852.

El plan del “Trump tropical”Bolsonaro de combinar la dictadura fascista con la imposición de “valores tradicionales” cristianos

Después de mantener un perfil bajo durante décadas desde la junta, hace poco los generales han venido aumentando sus intervenciones públicas. El comandante de las reservas del ejército advirtió que el ejército intervendría en caso de que se dejara que Lula permaneciera libre y ganara las elecciones. Esta intervención aumentada del ejército guarda relación con el auge de fuerzas fascistas más amplias en Brasil. Uno de sus representantes políticos más destacados es Jair Bolsonaro, un ex oficial del ejército que se cree el heredero de la junta militar, bautizado hace poco en el río Jordán y ahora un renacido en alianza con los evangélicos de Brasil. Los pentecostales y otros fundamentalistas cristianos que creen en una interpretación textual de la Biblia, han cautivado a un cuarto de los 210 millones de brasileños. Su proselitismo y énfasis en la conversión personal los han hecho más capaces de movilizar políticamente a millones de personas al nivel de base, que la igualmente reaccionaria Iglesia Católica, que hasta hace unas cuantas décadas se adjudicaba la hegemonía sobre las mentes de los brasileños.

Bolsonaro, llamado “el Trump tropical” por el diario Guardian, dista mucho de ser el único político prominente de ese pelaje, pero con Lula fuera del camino, pregonan a Bolsonaro como el favorito de las próximas elecciones. Él encarna la extremadamente peligrosa convergencia de generales y pastores con una masa de seguidores organizados que ansían una guerra contra lo que consideran la permisividad que se ha apoderado de Brasil durante las últimas décadas. Y aunque él no gane las elecciones en seis meses, su repentino e inesperado avance, en el que ha ganado respetabilidad y un respaldo mucho más amplio que otros políticos reaccionarios más tradicionales hoy día, es señal de trastornos en el panorama político.

Bolsonaro alardea que, después de décadas en el desierto político, él les ha devuelto la respetabilidad a las ideas de ultraderecha, sin vocero durante muchos años por estar asociadas con la junta. Flagrantemente declara su admiración por un general, considerado como el más sanguinario de todos los miembros de la junta, que asesinó a cientos de personas, forzó a muchos miles al exilio y extinguió la escena cultural e intelectual que era un obsequio de Brasil para el mundo.

Lo que Bolsonaro promueve va más allá del reemplazo de la democracia parlamentaria por una forma de gobierno basada en un abierto terrorismo contra el pueblo. Él quiere que esta “revolución política”, como él la llama, genere una imposición igualmente radical de los valores tradicionales que han perdido algo de su dominio desde los últimos días de la junta militar. Esto ha sucedido en gran parte por los cambios en la estructura económica y social de la sociedad brasileña, que se dieron por el desarrollo del país desde ese entonces, como parte de la marcha de los acontecimientos en el mundo en su conjunto. Bolsonaro representa un aumento cualitativo de los valores ideológicos tradicionales que han mantenido la cohesión de la sociedad explotadora y opresiva brasileña y que son un elemento esencial de lo que les da a las clases dominantes de todas partes la legitimidad y autoridad sin las que ninguna forma de gobierno puede sobrevivir mucho tiempo.

Lo que Bolsonaro llama “valores de la familia” significa — la imposición de la opresión de las mujeres y otras formas de opresión asociadas, especialmente lo que los reaccionarios de todas partes llaman la “ideología de género” (la idea de que los roles sociales tradicionales masculinos y femeninos no son inherentes a la biología). Gran parte de este violento discurso va contra la gente LGBT — en un comentario tristemente célebre dijo que prefería que cualquiera de sus hijos muriera a que “regresara a casa con un tipo bigotudo”. Sin embargo, esto se extiende a todas las mujeres. En el parlamento se opuso a la adopción de castigos más serios contra la violación. Cuando una parlamentaria lo acusó de alentar la violación, le respondió que ella era “muy fea” como para “merecer” que él la violara.

La prohibición del aborto es un elemento central de la plataforma de Bolsonaro. Esta cuestión llegó al centro de la política brasileña hace unos años, cuando la Iglesia Católica excomulgó a personal médico por practicar un aborto a una niña de nueve años, embarazada con gemelos después de haber sido violada por su padrastro. (Su madre también fue excomulgada por complicidad en el aborto. Se consideró que el padrastro, encarcelado, había cometido un pecado menor y se le permitió permanecer en la Iglesia).

La actual legislación brasileña permite el aborto solo en casos de violación, incesto y cuando está en peligro la vida de la madre. Hasta hace poco, mucha gente esperaba que pronto se eliminaran esas restricciones. Los fundamentalistas cristianos como Bolsonaro consideran que incluso estas limitadas excepciones son una amenaza para el orden social basado en la voluntad de Dios, el cual se debe restaurar.

Bolsonaro también ataca a los murmullos políticos en la población antes completamente marginada en las favelas y el campo. Como reacción a las nuevas exigencias para acabar con la discriminación basada en el color de la piel, dijo que la gente de las comunidades negras era demasiado perezosa como para “hacer algo, ni hablar de molestarse en procrear”. Al igual que su visión de la mujer, estos delirios tienen un programa político. Anteriormente este año, enviaron al ejército para hacerse cargo de la “seguridad” de São Paulo. La policía militar y los soldados han realizado operaciones para hacerse cargo de las favelas, una tras otra, que cubren las laderas de las montañas que rodean a la ciudad. Solo en enero, asesinaron al menos 154 personas, muchas de ellas eran negras. Los oficiales del ejército se han quejado de que no pueden hacer su trabajo sin que se les garantice que no serán procesados algún día por los civiles, como sucedió cuando terminó la junta militar. Bolsonaro propone legalizar el asesinato y la tortura a manos de las fuerzas de seguridad, cosas que ya están extremadamente comunes — pasar de encubrirlas a convertirlas en la orden oficial del día.

¿Cómo han reaccionado Lula y su partido?

Un juez ordenó que Lula se entregara a las autoridades inmediatamente, pese a que el proceso de apelación de su condena no se ha agotado del todo. Al contrario, él se refugió en la sede central del sindicato en São Paulo, donde inició su carrera como organizador antes de fundar el Partido de los Trabajadores (PT), que tiempo después llegó al poder bajo su liderato.

Si bien decenas de miles de partidarios se concentraron para proteger a Lula de las autoridades, terminaron jugando un papel diferente, le suplicaban a Lula que no se rindiera y hasta bloquearon su coche en dos ocasiones para evitar que se fuera. Al final, logró caminar entre la gente y abordar otro coche para viajar hacia Curitaba, donde la policía lanzó gas lacrimógeno y balas de caucho para dispersar a más manifestantes que formaban cordones a lo largo de las calles y en frente de la prisión. Hasta 1.500 personas al día se han unido a las vigilias en las calles contiguas. Muchos planean acampar allí a término indefinido.

¿Por qué Lula y su partido decidieron adoptar este curso de acción en lugar de desafiar a las fuerzas fascistas, denunciar su ilegitimidad incluso bajo las reglas de la legislación brasileña, desenmascarar sus horrorosos objetivos y desatar a sus partidarios con ganas de organizar una resistencia de masas en las calles y forzar a todos los sectores de la clase dominante a considerar seriamente las consecuencias de una explosiva situación política?

Lula explicó que quiere mostrar que nadie, ni siquiera él, está por encima del estado de derecho. Pero, el estado de derecho que el PT considera como sagrado nunca ha sido neutral. Refleja y perpetúa un sistema social y económico inherentemente explotador y opresivo. Al rendirse, Lula dirigió a la gente para alejarse de lo que se necesita hacer con mayor urgencia: ponerse de pie y derrotar las maniobras fascistas que buscan apoderarse del aparato estatal y blandirlo para operar un cambio catastrófico — reemplazar la forma de gobierno actual por un fascismo abierto, desenfrenado y basado en el terror.

Los defensores de Lula, con sus críticas o no, sostienen que al negarse a darle a las fuerzas armadas un pretexto para dar un golpe de estado, Lula salvó la democracia electoral en Brasil. Cabe resaltar que el funcionamiento de los tribunales y el parlamento sirvieron para derrocar a la sucesora del PT, Dilma Rousseff, presidenta desde 2011 a 2016, quien fue destituida, y ahora el encarcelamiento de Lula frustra las esperanzas del PT de un regreso por medio de un proceso electoral que, en lugar de eso, le está dando una plataforma a las ideas de Bolsonaro y gente de su pelaje y les está permitiendo afirmar que representan la voluntad del pueblo. La terrible ironía es que, cuando les conviene, los reaccionarios oponentes del PT no dudan en desafiar las resoluciones judiciales, y al mismo tiempo utilizan los tribunales y el sistema electoral como frentes en los que pueden luchar por sus objetivos fascistas.

El PT y sus defensores usan el término golpe de estado “blando” para describir la serie de acontecimientos que se iniciaron con la destitución política de la presidenta Rousseff y que condujeron al encarcelamiento de Lula. Si eso es cierto, ¿por qué el PT no le ha opuesto una resistencia más seria? El poder represivo del Estado no puede ser la única razón, ya que la clase dominante tiene que considerar las consecuencias políticas que podría traer el uso irrestricto de ese poder. Además, mientras un sector considerable de las clases dominantes de Brasil se ha puesto en contra del PT y muchos respaldan a Bolsonaro, en el pasado el PT había logrado ganar aceptación de amplios sectores de las fuerzas de clase dominantes. El punto de partida del proyecto del PT es trabajar dentro del sistema electoral de la democracia burguesa, que es en realidad una dictadura de la burguesía: la clase dominante que representa un sistema capitalista cuyo funcionamiento define lo que es posible en la vida de la gente y hasta de los mismos explotadores. Esto le exige al PT limitarse a lo que el sistema define como la política aceptable, aun cuando considerables partes de la clase dominante están avanzando hacia una abierta dictadura basada en el terror abierto, la abolición de los derechos establecidos, la etiquetación pública a sectores de la población como indeseables y el azuzamiento de soldados y fanáticos religiosos en su contra. Esto es fascismo, con todas las particularidades brasileñas, pero a fin de cuentas fascismo.

Mantenerse dentro de los límites de la democracia burguesa conduce a la rendición al fascismo

La rendición de Lula ante las autoridades concentra el papel que él y su partido han jugado desde el principio, como leales participantes en el sistema político del país. El lema de sus partidarios, “las elecciones sin Lula son un fraude”, contiene cierta verdad, dado que sacar al único candidato realmente popular los pone en riesgo de dejar al descubierto ante millones de personas una verdad que por lo general se oculta: la clase dominante establece los términos y manipula el proceso electoral y decide qué es aceptable. ¿Y qué de las elecciones en las que Lula y el PT participaron, que arrastraron a la gente hacia la maquinaria del sistema al fomentar ilusiones las que nunca han sido nada salvo una ilusión?

Al encauzar el descontento popular hacia las elecciones, el PT jugó un papel importante en el apuntalamiento de la legitimidad del Estado brasileño, después de décadas de gobierno de una odiada junta militar. El número de partidarios del PT aumentó, hasta que incluyera a sectores de las clases medias urbanas y gente de las favelas de Río, São Paulo y otras ciudades, muchas de estas personas, como Lula, migrantes de las extremadamente empobrecidas, profundamente opresivas zonas interiores del país, cuya mano de obra barata ha sido parte esencial del “milagro” brasileño, del que han sido en gran parte excluidos — del auge de la riqueza producida por los enormes cultivos de soya y cañaverales, ambientalmente desastrosos, fincas ganaderas con frecuencia levantadas en tierra robada, y la manufactura en firmas y constructoras extranjeras.

Como lo explica un profesor brasileño de economía, cuando Lula se postuló por primera vez a la presidencia en 1989, hizo una promesa —una que sí mantuvo— de mantener “las principales orientaciones económicas de su predecesor: el objetivo de un déficit fiscal primario, la meta de una baja inflación y un flexible tipo de cambio”. Sin embargo, Lula aumentó de manera importante el gasto en transferencias fiscales para los relativamente pobres y amplió los anteriores programas sociales, ampliando su cobertura. El programa Bolsa Familia [en el que se les daba dinero en efectivo a las familias a cambio de mantener a sus hijos en la escuela y atender las visitas para el cuidado preventivo de la salud) se propagó como ejemplo para el mundo, pregonado por el Banco Mundial como una “‘revolución silenciosa’ que redujo significativamente la pobreza” (Matias Vernego, “Goodbye Lula?”, nacla.org). Estos pagos de programas sociales se hicieron gracias a un auge del mercado internacional de exportaciones, del que depende la economía de Brasil, especialmente las mercancías del petróleo y la agricultura.

Pero la independencia económica del país, una condición previa para la capacidad de la gente de liberarse, como parte de liberar a toda la humanidad, del sistema imperialista global y todas las formas de opresión, es imposible sin la trasformación revolucionaria de todos los aspectos de la vida en Brasil. Al contrario, las políticas del PT han hecho que Brasil sea más dependiente del mercado global y la inversión internacional. Eso lo hizo mucho más vulnerable a la crisis financiera global de 2008 y la subsecuente caída de los precios de mercancías. En 2013, extensas manifestaciones contra el precio del transporte público sacudieron al gobierno del PT, pues el alza era tan alta que muchas veces mantenía a la gente recluida en las favelas y otros vecindarios, y el propio PT tuvo que recurrir el uso de una severa represión.

La rendición de Lula es coherente con lo que él y su partido han representado todo el tiempo. Sin importar sus aparentes éxitos iniciales, esta conciliación con el ejército y la extrema derecha y su insistencia en mantener la lucha dentro de los límites de lo que la clase dominante permitirá, además de la decepción con la política electoral la que sus promesas rotas, política negociada y corrupción ayudaron a producir, han alimentado enormemente el auge de los fascistas que prometen ponerle fin a la “política de siempre” y reemplazarla con un gobierno abiertamente basado en la violencia.

Lo que está sucediendo en Brasil tendrá enormes repercusiones en el continente y más allá. El golpe de Estado militar de 1964 tuvo en la mira a un gobierno al que Washington temía que redujera la dependencia económica de Brasil y que Brasil buscara más independencia económica de Estados Unidos. Washington alentó y financió a los conspiradores golpistas y con el tiempo emplazó buques de guerra cerca de las costas de Brasil, en caso de que las fuerzas golpistas necesitaran apoyo. Luego Washington usó a la junta militar brasileña para ayudar a instalar regímenes militares dominados por Estados Unidos en Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay, y libraron horrendas guerras para salvar la dominación de Estados Unidos sobre América Central. Sin embargo, no se trata de una repetición de la historia. La marcha de los acontecimientos mundiales en el sistema imperialista y su interacción dinámica con las particularidades del lugar que ocupa Brasil en ese sistema y de sus particularidades nacionales e históricas, están impulsando los sucesos.

El imperialismo, en lugar de propagar ilustración y progreso como una vez lo sostenían sus defensores, hoy está engendrando diferentes tipos de fascismo de diferentes maneras, junto con nuevas variedades de oscurantismo religioso. Las crisis en las viejas estructuras del poder político, y en el pegamento ideológico que cohesiona las sociedades explotadoras y opresivas, son importantes factores que están operando en muchos países. Un rasgo común en el auge del fascismo en diferentes países es un maniobreo hacia la resolución de la contradicción entre la realidad y la falsa apariencia de libertad para la población bajo la democracia burguesa por medio de la instauración de un gobierno dictatorial abierto. Bolsonaro ha proclamado abiertamente: “Estoy a favor de una dictadura”.

Esto se aplica a lo que está pasando en Brasil. Gente como Lula y el PT, no solo en Brasil sino en todas partes, terca —y quizás fatalmente— se están aferrando a ideas preconcebidas que se hacen trizas cuando se prueban con la realidad (como la creencia en que el sistema capitalista puede hacerse tolerable para las amplias masas de gente si se hace uso de sus propias estructuras políticas). En todas partes, las clases y la gente cuyos intereses están arraigados en el funcionamiento global del sistema imperialista están haciendo todo a su alcance, por ese mismo hecho, para no enfrentar a estos fascistas, ya que esto pondría en peligro esos intereses y la estabilidad del orden imperialista.

Enfrentar a estas tendencias exige la teoría y el método más cabalmente científicos para identificar las verdaderas dinámicas que impulsan los acontecimientos y para determinar un adecuado curso de acción, no solo para vencer el auge de estas fuerzas fascistas sino para conducir a la humanidad a un mundo sin opresión y explotación en el que solo se podrá leer sobre monstruos como Bolsonaro en los cursos de historia antigua. El marco para lograr esto ha sido establecido en la obra de Bob Avakian. En particular, lea “Los fascistas y la destrucción de la ‘República de Weimar’... y qué la va a reemplazar” y “¿Por qué está creciendo el fundamentalismo religioso en el mundo actual?” del libro ¡Fuera con todos los dioses! Desencadenando la mente y cambiando radicalmente el mundo, JB-Books, 2009, especialmente pp. 103-107; y de manera más general en el libro en inglés El Nuevo Comunismo, La ciencia, la estrategia, la dirección para una revolución real, y una sociedad radicalmente nueva en el camino a la verdadera emancipación, Insight Press, 2016, del cual un pdf en español está disponible para descargas en revcom.us.

 

1. El “socialismo democrático”, o la socialdemocracia, se refiere a una tendencia política que concibe una forma de “socialismo” —en realidad, una variante de la propiedad estatal de algunas industrias y extensas medidas de bienestar— que llegaría al poder por medio de las elecciones burguesas. [volver]

2. El 1º de abril de 1964, el ejército brasileño, con el respaldo de la embajada y el Departamento de Estado de Estados Unidos, tomó el poder político al gobierno electo de João Goulart, un gobierno de izquierda que intentaba llevar a cabo reformas populares. Se estableció una dictadura militar reaccionaria que ocupó el poder durante más de veinte años. Durante esos años, se dieron 50.000 arrestos y cientos de asesinatos de personas que se consideraba como comunistas o subversivos; el amplio uso de la tortura (con la violación y la castración); y la supresión general de la libertad de expresión para todos, independientemente de las capas sociales o económicas respectivas. Todo esto contó con el respaldo del gobierno de Estados Unidos. [volver]

 

El 17 de marzo de 2017, el Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar (SNUMQG) anunció su transformación en una herramienta más completa para la revolución basada en la nueva síntesis del comunismo de Bob Avakian. Lea el editorial del SNUMQG aquí: “Editorial: Introducción a un SNUMQG transformado”.