Una imagen del horror de las empacadoras agravado por la Covid-19

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Nota de la redacción del 4 de mayo de 2020: La reciente orden ejecutiva de Trump que ordena que las plantas de procesamiento de carne y aves de corral sean “infraestructura crítica” que necesitan “continuar sus operaciones” —mientras la pandemia de la Covid-19 arrasa con la fuerza laboral— está arrojando luz sobre esta industria y su naturaleza superexplotadora. El régimen de Trump y Pence es despiadadamente racista y anti-inmigrante y, por lo tanto, hostil a las masas que trabajan en estas industrias, que ahora son más del 80% no blancas, con un gran número de inmigrantes.

Al leer esto, nos recuerda lo que dice Bob Avakian de que a pesar de “las grandilocuencias de los defensores y apologistas del sistema capitalista sobre los derechos del individuo… no obstante este sistema funciona y solo puede funcionar aplastando y triturando —literalmente, sin exageración ni hipérbole— la vida de millones, hasta miles de millones, de individuos, entre ellos cientos de millones de niños, cuya individualidad y aspiraciones individuales no cuentan para nada en el funcionamiento concreto de este sistema”. (De: CAVILACIONES Y FORCEJEOS, Sobre la importancia del materialismo marxista, el comunismo como una ciencia, el trabajo revolucionario con sentido y una vida con sentido, de Bob Avakian)

A continuación se presentan algunos apuntes de investigación en relación a este espectáculo de terror, empeorado por la pandemia.

***

El fascismo —y en particular el fascismo del Partido Republicano— está fanáticamente “a favor de los negocios” y en contra de la regulación. Antes de la pandemia, el régimen ya estaba impulsando la desregulación para permitir una explotación aún más brutal por parte de la industria empacadora de carne — incluida la concesión de “exenciones” en relación a los límites legales a la velocidad de línea en 14 plantas avícolas. El régimen es despiadadamente racista y anti-inmigrante, y por lo tanto, hostil a las masas que trabajan en estas industrias, que ahora son más del 80 por ciento no blancas, con un gran número de inmigrantes.

El coronavirus recorre arrasando la industria del procesamiento de carne...

Según el Centro del Medio Oeste para el Periodismo de Investigación (MCIJ), al 30 de abril, ha habido al menos 6.300 casos confirmados de la Covid-19 relacionados con 98 plantas empacadoras de carne en 28 estados, y los números han estado creciendo rápidamente. No han aplicado pruebas a la mayoría de los trabajadores, así que los números reales son ciertamente mucho más altos.

Hasta ahora, al menos 30 trabajadores de empacadoras de carne han muerto de la Covid-19 en 17 plantas en 12 estados.

Estos brotes galopantes han llevado a cerca de 22 cierres de plantas que duran de unos pocos días a dos semanas. Estos cierres son en parte impulsados por la presión de los trabajadores, los activistas comunitarios y los funcionarios locales que los ven como una forma de reducir la propagación del virus y salvar vidas. Y en parte son impulsados por el ausentismo de los trabajadores que hace difícil para las empresas mantenerlas en funcionamiento de todos modos.

En respuesta, Trump está tratando de reducir o detener estos cierres tanto como sea posible. El 28 de abril emitió una orden ejecutiva en la que declaraba que esos cierres están “socavando infraestructuras críticas durante la emergencia nacional” y ordenaba al secretario de Agricultura que “tomara todas las medidas apropiadas en virtud de esa sección para garantizar que los procesadores de carne y aves de corral continúen sus operaciones”.

¡Desde ese entonces el gobernador de Iowa declaró públicamente que si los trabajadores no regresan cuando sus plantas reabran, se les negará el seguro de desempleo! Así que estos fascistas, por un lado, están presionando para que las plantas afectadas por la epidemia permanezcan abiertas y por otro lado, amenazan con hambre a los trabajadores que no entran a las plantas.

Una breve historia de la industria empacadora de carne: 100 años de explotación bárbara

En 1906, la novela de Upton Sinclair, La jungla, conmocionó a Estados Unidos al poner al descubierto el horrible tratamiento a los trabajadores inmigrantes, principalmente europeos, en las empacadoras en Chicago y en otras grandes ciudades. Eso llevó a algunas reformas modestas. Luego, en los años 1930, los sindicatos organizaron gran parte de la industria, las condiciones mejoraron un poco y los salarios aumentaron significativamente. Durante la Segunda Guerra Mundial y en las décadas siguientes la fuerza de trabajo cambió para incluir a más mujeres y negros.

De ahí a los años 1960 y 1970, el empacado de carne era un trabajo relativamente bien pagado, con salarios aproximadamente 15 por ciento más altos que en el sector manufacturero en su conjunto. Pero grandes transformaciones ocurrieron en los años 1980, según la PBS:

Factores como la mejora de los canales de distribución permitieron que las empresas empacadoras de carne salieran de los centros urbanos dominados por los sindicatos y se trasladaran a las zonas rurales más cercanas a los corrales de engorde. [Las empresas dominantes de la industria] trataron de socavar la competencia operando con márgenes de ganancias reducidos, aumentando la velocidad y la productividad de los trabajadores y reduciendo los costos de la mano de obra. Estas tácticas suscitaron la consolidación de la industria, mayores peligros para los trabajadores y una renovada resistencia a los esfuerzos de organizar a los empleados.

Así, la industria se transformó de urbana a rural, los sindicatos fueron debilitados o eliminados y se reclutó a una fuerza laboral más vulnerable. Redujeron los salarios y empeoraron las condiciones.

Las condiciones en la industria: “Cuando estemos muertos y enterrados, nuestros huesos seguirán doliendo”

Hay más de 400 mil trabajadores de producción en la industria del envasado de carne y aves de corral, y esos trabajadores sacrifican, procesan y envasan más de 45 mil millones de kilos de carne al año, lo que genera aproximadamente 185 mil millones de dólares en ventas, sobre todo para unos pocos gigantes de la industria como Perdue, Smithfield y Tyson. Tan sólo Tyson obtuvo 3 mil millones de dólares en ganancias en 2018.

Con cada vez más frecuencia, estos trabajadores son mujeres, inmigrantes y gente de color. Según el Centro de Investigación Económica y Política, las personas que hacen los trabajos más peligrosos de “primera línea” (como cortar, procesar y empacar la carne) son 44.4% latinos, 25.2% negros, 10% asiáticos y de las islas del Pacífico, y 19.1% blancos; 42% son mujeres; 51.5% son inmigrantes.

El salario medio de los mataderos y empacadores de carne en 2018 era de 13,38 dólares por hora. Esta cifra es un 44% inferior a la media de la industria manufacturera en su conjunto.

Las condiciones de trabajo son horrorosas. Un informe de la Oficina de Contabilidad del Gobierno federal de Estados Unidos (GAO) de 2017, citado por el USA Today, dice que la tasa de accidentes es cuatro veces más alta que para el sector manufacturero en su conjunto.

Human Rights Watch (HRW) —en un artículo titulado “Cuando estemos muertos y enterrados, nuestros huesos seguirán doliendo”— informa:

Los datos de la OSHA [Administración de Seguridad y Salud Ocupacional] muestran que un trabajador de la industria cárnica y avícola perdió una parte del cuerpo o fue enviado al hospital para tratamiento hospitalario cada tercer día entre 2015 y 2018. Entre 2013 y 2017, 8 trabajadores murieron, en promedio, cada año debido a un incidente en su planta.

HRW entrevistó a casi 50 trabajadores en cuatro estados e informó:

En su mayoría... compartieron experiencias de lesiones o enfermedades graves por su trabajo. Muchos mostraron las cicatrices, rasguños, dedos faltantes o articulaciones distendidas e hinchadas que reflejaban estas historias. Algunos comenzaron a llorar al describir el estrés, el dolor físico y la tensión emocional que sufren regularmente. Casi todos explicaron que su vida, tanto en la planta como en casa, había llegado a ocuparse del manejo del dolor crónico o la enfermedad. (énfasis añadido)

Además, Civil Eats informa que muchos trabajadores de las empacadoras “ya tienen problemas respiratorios, por la exposición al cloro y al ácido peracético, los productos químicos utilizados para la limpieza y desinfección de los pollos, y esas condiciones preexistentes los ponen en mayor riesgo” para la Covid-19.

El tratamiento a los trabajadores puede ser increíblemente degradante. Se da prioridad a mantener la línea en marcha a la máxima velocidad; HRW informa que los trabajadores “describieron la presión constante de sus supervisores para mantener la línea en marcha, a veces con insultos y humillaciones. Para garantizar la velocidad de producción, algunos trabajadores dijeron que los supervisores incluso se niegan a dejarles usar el baño durante su turno o les exigen que esperen la llegada de los trabajadores relevos que tal vez nunca lleguen, y describieron que sus colegas usan pañales como resultado”.

Y en términos de “distanciamiento social”, cuanto más rápido marche la línea, más cerca los unos a los otros deben trabajar en el empacado — “codo a codo” es el término que se usa con frecuencia— para lograr cumplir el trabajo. El New York Times cita un ex funcionario de la OSHA (de la administración de Trump y la industria cárnica): “Ellos priorizan la velocidad y el tráfico de la línea de producción por encima de la salud de los trabajadores y la salud pública”.

Todo esto explica por qué estas empacadoras estaban propicias para los brotes de la Covid-19. El director de la Alianza de Trabajadores de la Cadena Alimentaria le dijo a Civil Eats: “La explotación de la mano de obra en la industria de alimentos no es algo que haya surgido [recientemente]... la explotación que están presenciando en este momento es posible porque es una condición preexistente”.

Las condiciones que conducen a los brotes: “Nos están sobornando para que trabajemos mientras estamos enfermos”...

A medida que la epidemia comenzó a desarrollarse en marzo y abril, las empresas empacadoras de carne tomaron algunas medidas indecisas para reducir la propagación, promoviendo el lavado de manos y/o proporcionando distanciamiento social en algunas partes de las plantas. Pero por lo general no pusieron el equipo protector a disposición de todos los trabajadores y, de mayor importancia, casi nunca redujeron voluntariamente la velocidad de las líneas, sin lo cual el distanciamiento social es imposible. (A veces tenían que reducir la velocidad de la línea debido al aumento del ausentismo, pero incluso con menos trabajadores, la mayoría de las plantas trataban de mantener el mismo ritmo).

Otra razón importante de la propagación de la epidemia es la falta general de pago por enfermedad, de modo que los trabajadores —que a menudo viven de pago semanal a pago semanal— pudieran permitirse quedarse en casa si se sentían enfermos. Según Civil Eats, algunas plantas ofrecían un “pago por incapacidad a corto plazo... Pero eso sólo representa una fracción de la paga de tiempo completo”.

Lo que es aún más escandaloso, muchas plantas ofrecían un “bono de responsabilidad” de $500 para las personas que trabajaban un mes sin faltar. En otras palabras, incentivaban a las personas para que acudieran a trabajar aunque se sintieran enfermas o inseguras y castigaban a los que se quedaban en casa. Al comentar esto, un trabajador de Smithfield le dijo al Argus Leader de Sioux Falls: “Siento como que nos están sobornando con dinero para que acudan a trabajar mientras estemos enfermos. Así sabes que a ellos no les importa, porque obligan a la gente a acudir a trabajar. Las personas se obligan a sí mismas a acudir a trabajar aun cuando están enfermas”.

Dos “estudios de casos” sobre cómo el capitalismo “maneja” una epidemia mortal en el lugar de trabajo

Aquí va la manera en que todo esto se desenvolvió en dos grandes brotes:

  • La planta de Smithfield en Sioux Falls, Dakota del Sur, fue en cierto momento el mayor foco del coronavirus de Estados Unidos. El 8 de abril los funcionarios sanitarios del estado confirmaron que había 80 trabajadores que dieron positivo. La empresa respondió proponiendo un cierre de tres días (que se iniciaría el 11 de abril) para “hacer una limpieza a fondo” de la planta, y empezaron a tomar la temperatura de la gente al entrar y enviaron a casa a los trabajadores que estaban enfermos. (¡Pero luego insistieron en que los trabajadores que quedaban trabajaran turnos más largos para relevar a los trabajadores enfermos!). Establecieron un mayor distanciamiento social, pero no en la línea de procesamiento ni en los vestidores largos, estrechos y hacinados. Establecieron estaciones con desinfectante de manos.
  • El USA Today informó lo siguiente sobre las condiciones previas al cierre:
  • Un empleado de 50 años de edad llamado John en la planta de Sioux Falls de Smithfield le dijo a USA TODAY que no hay forma de mantenerse a 6 pies [dos metros] de sus compañeros en la línea de producción, en la cafetería o en los vestidores...
  • A medida que la gente a su alrededor en la planta se infectara con la Covid-19, John dijo, comenzó a sentirse enfermo y fue a que le tomaran la temperatura, pensando que tenía que irse a casa. Pero lo detuvieron, dijo. “Me dijeron que estaba bien y que necesitaba trabajar”, dijo John, que ha trabajado en la planta durante una década. “Dije que no, y volví a casa”.
  • A principios de abril, supo que había dado positivo en la prueba de la Covid-19. “Esa gente no se preocupa por nosotros”, dijo John. “Si mueres, simplemente te reemplazarán mañana”. [énfasis añadido]
  • Esta planta estaba sindicalizada, pero en lugar de denunciar el escandaloso desprecio por la salud de los trabajadores, el vocero del sindicato (UFCW) elogió a Smithfield, diciendo que “Cualquiera de esas precauciones puede tener un efecto importante. Incluso si 10 personas resultaran expuestas en un día en lugar de 11. Si se puede implementar un programa en el que incluso una o dos personas menos resulten expuestas durante un turno, eso significa que una o dos personas menos resultarán infectadas y lo propagarán a sus familias”. (Hubo una protesta importante en Smithfield (ver el recuadro) pero el sindicato no la organizó).
  • El 13 de abril, el gobierno del estado de Dakota del Sur reveló que el número de infectados ascendía a 238 con picos más altos a lo largo de tres días. (Para el 1º de mayo, más de 850 trabajadores dieron positivo.) Así que la compañía aceptó imponer un cierre “indefinido” después de que los trabajadores pusieron la demanda de un cierre de dos semanas y después de que el alcalde de Sioux Falls y el gobernador de Dakota del Sur (ambos republicanos) escribieron una carta que pedía un cierre de dos semanas.
  • Al mismo tiempo, los funcionarios de la empresa respondieron en el ámbito de la opinión pública, afirmando que el cierre, “está orillando a nuestro país peligrosamente cerca de los límites máximos en términos de nuestro suministro de carne”. Y que “hemos continuado operando nuestras instalaciones por una razón: para sostener el suministro de alimentos de nuestra nación durante esta pandemia......O vayamos a producir alimentos o no, incluso ante la Covid-19”.
  • Posteriormente, el New York Times informó que el régimen de Trump intentó intervenir para impedir el cierre:
  • Cuando la empacadora de carne de puerco de Smithfield en Sioux Falls, S.D. se convirtió en el mayor foco del virus de la nación a principios de abril, el alcalde de la ciudad, Paul TenHaken, tuvo una “acalorada” llamada telefónica con el director ejecutivo de Smithfield, Ken Sullivan, recordó el Sr. TenHaken.
  • En un momento dado, dijo el alcalde, el Sr. Sullivan tuvo que dejar la llamada para hablar con el secretario de Agricultura, Sonny Perdue, quien lo instó a que no cerrara la planta.
  • “La situación está tensa”, dijo el Sr. TenHaken en una conferencia de prensa en ese momento. “Los federales les están diciendo que sigan operando”.
  • En parte impulsado por la orden ejecutiva de Trump, la planta está programada para reabrir parcialmente el 4 de mayo.
  • La planta de JBS en Greeley, Colorado. Al 17 de abril, 100 trabajadores dieron positivo, de los cuales al menos tres murieron, entre ellos Saúl Sánchez, un mexicano de 78 años de edad que había trabajado ahí durante más de 30 años. La planta cerró el 15 de abril —el día del entierro de Saúl— y reabrió nueve días más tarde, el 24 de abril, sin llevar a cabo pruebas generalizadas, y prometieron en cambio pruebas “en el acto” a cualquiera que mostrara síntomas. El mismo día de la reapertura, JBS amenazó con emprender acciones legales contra el sindicato por alar la voz públicamente sobre sus preocupaciones de seguridad.
  • Como es bien sabido, las personas asintomáticas pueden propagar el coronavirus, y el virus se propaga rápidamente cuando las personas trabajan o viven en condiciones hacinadas. Además, nueve días no son siquiera suficientes para que se recuperen los trabajadores que ya están infectados. Así que, vaya gran sorpresa, el 29 de abril el sindicato informó que había 245 pruebas positivas — más del doble del número de antes del cierre.

Conclusión

La epidemia de la Covid-19 en la industria de la carne es un crimen encima de otro encima de otro que hay que sacar más a la luz pública y combatir. En primer lugar, la brutalidad y la explotación de estos trabajadores con el fin de obtener ganancias — antes de la Covid-19 (y antes de Trump). Luego las prácticas que condujeron a la rápida e innecesaria propagación de la enfermedad en todas estas plantas y las comunidades más amplias, lo que puso en peligro a decenas de miles de personas. Y ahora la insistencia en que estas plantas permanezcan abiertas sin importar las consecuencias para las personas que trabajan ahí o las que viven en las comunidades circundantes.

Este es un crimen, pero también es un crimen que se ha topado con una inicial condena y resistencia, y puede —y necesita— suscitar mucho más. Si hay algo que la pandemia de la Covid-19 nos está enseñando, es que el futuro no está escrito y no es totalmente predecible, pero que los seres humanos pueden tener algo que decir sobre la manera en que se desenvuelven las cosas en el futuro.


Los trabajadores de una empacadora en Texas cortan la carne de los huesos. Aunque probablemente se tomó esta foto antes de la Covid-19, este tipo de condiciones se mantuvieron típicas mucho después de que el coronavirus comenzó a propagarse en Estados Unidos. Y fue un factor importante en la epidemia de brotes en la industria.(Foto: Departamento de Agricultura)


Unas trabajadoras de Tyson procesan pollos. A raíz de docenas de muertes y miles de enfermedades, estas empresas empacadoras aún insisten en la producción a alta velocidad con personas que trabajan hombro con hombro, pero ahora afirman que las mejoras mínimas, como máscaras y tapiales separadores de plástico, brindan suficiente “protección” para los trabajadores.
(Foto: AP)

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Planta de la cía. Tyson Foods.


Nancy Reynoza del grupo ¿Qué Pasa? Sioux Falls, un grupo de la comunidad latina que organizó una protesta con caravana de autos el 9 de abril en apoyo a los trabajadores de la cía. Smithfield Food después de que se descubriera que 80 trabajadores dieron positivo por la Covid-19. El número pronto aumentó a 850. Participaron docenas de autos. (Foto: AP)


Beatriz Rangel pone una flor en el ataúd de su padre Saúl Sánchez, quien trabajó durante más de 30 años en la empacadora de carne de la cía. JBS en Greeley, Colorado. Ella les dijo a los periodistas que a medida que el temor por la enfermedad se extendía en la planta, él se sintió obligado a trabajar. “Mi papá te daba ánimos, era cariñoso, era un hombre trabajador. Ahora se ha ido y sé que a [JBS] no les importa. Es muy tarde para mi papá, pero no es muy tarde para los otros empleados”. (Foto:  AP)

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