Del desastre de la inundación de Misisipí de 1927 a la pandemia de la Covid-19 de hoy:
Ecos de desigualdades crueles a lo largo de las décadas
| revcom.us
De un lector:
Las imágenes de una crisis social causada por un desastre natural —las desigualdades “pre-existentes” que han sido puestas al descubierto— son algo que ha ocurrido antes, como durante el huracán Katrina con el cual mucha gente está familiarizada. Pero hubo otro desastre natural que tanto puso al descubierto como exacerbó esas desigualdades en un pasado no muy lejano en Estados Unidos: la gran inundación de 1927.
La inundación del río Misisipí de 1927 fue el mayor desastre natural que Estados Unidos jamás haya conocido. Se puede investigar: las inundaciones récord a lo largo de todo el valle del río Misisipí desde los estados de Minnesota hasta Misisipí y Luisiana en el Golfo de México, la cantidad de agua, la cantidad de devastación, la miseria humana y la muerte. Aprendí mucho de esto leyendo el libro Rising Tide: The Great Mississippi Flood of 1927 y How it Changed America [La marea en ascenso: La gran inundación del río Misisipí de 1927 y la forma en que cambió a Estados Unidos] de John M. Barry. Abarca mucho más que lo que le pasó a la gente, pero en eso quiero centrarme.
Y, de saber algo sobre Estados Unidos, su historia o su presente, no nos costará trabajo saber a cuáles personas “son objeto de los peores y más duros golpes de la sociedad”, como dice BA: los negros. Este libro se concentra en el delta del río Misisipí. Ahí ocurrieron algunas atrocidades durante esa inundación que fueron propias de la inundación, y ocurrieron otras atrocidades que fueron una continuación, o incluso un retroceso, de la historia particular de Estados Unidos y su fundación sobre la esclavitud. Y una cantidad demasiado grande de los tipos de cosas que sufrieron los negros durante esa inundación se están repitiendo hoy durante la pandemia de la Covid-19. Quizá sean un tanto diferentes, pero las relaciones que permiten, y sí, exigen, que los negros “permanezcan en su lugar”, cualesquiera que sean los detalles de ese “lugar” en un momento dado, reflejan las contradicciones subyacentes de la opresión del pueblo negro en Estados Unidos.
En 1927 en la sociedad, hubo un sentimiento que diferentes sectores de la población expresaban de maneras muy distintas, algo que será muy familiar para la gente hoy. Durante la inundación de 1927 fue así: “Los blancos querían creer que una lucha contra las inundaciones representaba lo mejor de la comunidad, de toda la comunidad unida. En cambio, simplemente reflejaba la naturaleza del poder en la comunidad, desprovista de pretensiones”. (páginas 192-193) La realidad que enfrentamos hoy desmiente el lema “Estamos todos juntos en esto”, que se repite constantemente entre figuras públicas y melancólicamente por los asediados servicios de salud y otros trabajadores en las líneas del frente. Es posible que todos enfrentemos la misma realidad de una inundación o una pandemia, pero la forma en que las personas lo experimentan, las formas en que las relaciones sociales y la fuerza de la ley obligan a las personas a actuar es muy, muy diferente.
Hay una imagen espantosa de este libro en que no puedo dejar de pensar y que es particularmente horrible, pero también concentra la citada “naturaleza del poder en la comunidad”. Este pasaje cita del New York Times en 1927: “un ingeniero que se quedó sin sacos de arena ‘ordenó... a varios cientos de negros... a que se acostaran en la parte superior del dique y lo más cerca posible entre sí. Los hombres negros obedecieron, y aunque el rocío frecuentemente los salpicaba, ellos impidieron el desbordamiento del río que podría haberse convertido en una fea grieta profunda. Esto duró hora y media, hasta que llegaron los sacos de arena adicionales’”. (páginas 130-131) Piense en esa escena por un minuto nada más: hacer más observaciones al respecto tiene el potencial de hacerla menos profundamente angustiante.
No fue tan sólo este tipo de ejemplo horroroso el que caracterizó las diferencias en las experiencias de los negros y de los blancos. Las rutinas diarias para los blancos y para los negros durante la inundación fueron enormemente diferentes. Los blancos estaban alojados en los pisos más altos de los hoteles, “constantemente la gente tocaba el piano, cantaba y bailaba. [El hotel] no tuvo problemas para conseguir carne y suministros”. Mientras tanto, los vecindarios negros fueron inundados, arruinados, devastados.” Las carpas por fin llegaron para ofrecer albergue y el tiempo se había vuelto cálido, pero las carpas no tenían pisos y no habían llegado los catres, así que los damnificados aún dormían en el suelo húmedo. No había utensilios para comer ni comedor. Los negros tenían que comer con los dedos, de pie o de cuclillas como animales”. (páginas 311-312)
Los hombres negros fueron obligados a trabajar como prisioneros en cuadrillas de trabajos forzados. Las aguas corrían a raudales por el río Misisipí y era necesario reforzar los diques. Los hombres negros fueron obligados, a menudo a punta del barril de fusiles, a construir diques durante horas interminables, a menudo sin paga, con alimentos inadecuados, apaleados por los capataces blancos. Las compañías de la Guardia Nacional llamadas a ayudar por el estado durante las labores contra la inundación “apalearon a los damnificados negros, los apalearon por contestarles con desafío y los apalearon por tratar de abandonar el campamento. Acusaron de robo a los hombres de estas dos compañías —de entrar en carpas a voluntad, interrumpir juegos de cartas, tomar todo el dinero— de violación y de al menos un asesinato”. (p. 316)
Mientras que obligaron a los hombres negros a trabajar, también sometieron a las familias negras a condiciones peligrosas y deshumanizantes”. La comida que recibieron los negros fue muy inferior a la comida que se les daba a los blancos, y no eran mucho más de lo que se necesitaba para mantenerse con vida. Enviaron duraznos enlatados; ninguno llegó a los negros por temor a que ellos los “echara a perder”. (p. 313) “Distribuyeron los alimentos de acuerdo a criterios estrictos: 1. No se entregarán raciones a las mujeres y niños negros de Greenville a menos que no haya un hombre en la familia, hecho que debe ser certificado por una persona blanca. 2. Ningún hombre negro en Greenville ni sus familias recibirán raciones a menos que los hombres se unan a la cuadrilla de trabajo o estén empleados. 3. Los hombres negros... que obtienen un salario más alto (que $1 por día) no tienen derecho a raciones”. (páginas 316-317) A menudo, los negros tenían que pagar por la comida y la ropa que a los blancos se les daba gratis. Una vez más, todo ello se hace eco hoy con los políticos republicanos que afirman que darles a las personas suficiente dinero para sobrevivir erosionará su voluntad de trabajar, ¡y quienes siguen luchando para reducir el número de personas elegibles para cupones de alimentos durante esta pandemia!
“Pero la queja más grave penetró hasta el alma. Los negros ya no eran libres. La Guardia Nacional patrullaba el perímetro del campamento en los diques con rifles y bayonetas fijas. Para entrar o salir, uno necesitaba un pase. Fueron encarcelados”. (p. 313) Esto trae a la mente las escenas videograbadas de hoy en las que los puercos policías armados de Brooklyn apalean a los jóvenes hombres y mujeres negros por no “practicar el distanciamiento social”. O las imágenes en que unos justicieros vigilantes en Georgia matan a un corredor negro porque estaba en el “vecindario equivocado”. Ellos “cruzaron el perímetro”, ya no son libres.
El libro agrega que este encarcelamiento “era verdad en todos los campamentos del estado. Misisipí estaba decidido a mantener a sus trabajadores si requiriera la fuerza para hacerlo”. (p. 313) ¿Y cómo es esto cualitativamente distinto a ordenar a que los empacadores de carne trabajen en lugares donde abunda la infección por el coronavirus? La mentalidad que sostiene que las personas negras y otras personas de color en realidad no son seres humanos, sino simplemente “objetos” utilizados por aquellos que necesitan su trabajo, persiste en la declaración del juez en Wisconsin quien observó que el virus de la Covid-19 solamente se estaba propagando entre los trabajadores de las plantas empacadoras de carne, y “no entre las personas normales”. Nótese que, en su inmensa mayoría, estos empacadores de carne son negros y latinos, inmigrantes y en su mayoría mujeres.
Después de un descarado asesinato de un trabajador negro por un puerco policía blanco, y los rumores posteriores de disturbios, el político blanco más prominente y plantador local habló en una iglesia negra. ¡Él procedió a echarle la culpa a los negros por el asesinato! Afirmó que los blancos han hecho todo por ellos, con trabajo de día y noche. “Durante todo este tiempo, ustedes, los negros, no hicieron nada, ni para sí mismos ni para nosotros... Debido a su pereza pecaminosa y vergonzosa, debido a que se negaron a trabajar en su propio beneficio a menos que recibieran paga, alguien de su raza fue asesinado... ¡Los asesinos son ustedes! Sus manos están chorreando sangre. Mírense en los rostros los unos a los otros y vean la vergüenza y el temor infundido por Dios en ellos. Arrodíllense, asesinos, y supliquen a su Dios que no les castigue como se merecen”. (p. 334) Encontré este pasaje particularmente impactante en vista de que aporrea a los negros con la religión, con su Dios y con el privilegio exclusivo y rectitud farisaica propia de parte del político blanco, sin mencionar el contenido del pasaje, de echarle la culpa a los negros por el asesinato de un hombre negro. Todos estos mensajes, una vez más, se evidencian hoy — al decir que los negros no están agradecidos por lo que la sociedad blanca ha hecho por ellos, que los negros deberían reflexionar sobre su propio pecado, los negros deberían echarles la culpa a sí mismos por los negros asesinados. Esa línea directa entre la Confederación de la esclavitud y los fascistas de hoy pasa por períodos en la historia de Estados Unidos como el año 1927 en Misisipí.
Hay muchos ejemplos adicionales, y muchos paralelos, entre el Misisipí de Estados Unidos hace casi 100 años y todo Estados Unidos hoy. Es aleccionador que el libro también menciona que muchos de estos ejemplos aparecieron en los periódicos de circulación nacional en 1927, que algunos de ellos incluso sacudieron a los blancos, pero nada cambió de manera fundamental. Por ejemplo, a raíz de la inundación, languideció una propuesta de reforma agraria que habría hecho un nuevo reparto de las tierras a fin de devolverlas a los pequeños agricultores. Nótese que menos de 30 años antes de la inundación, dos tercios de las tierras eran propiedad de agricultores negros. Aunque se hubiera permitido que fueran aprobada, para nada habría resuelto la contradicción básica en la raíz, pero ni siquiera se habría permitido eso.
Generación tras generación de personas negras está sometidas a los horrores de esta sociedad pútrida y vil. Así que, ¡¿¡¿cuánto tiempo más tiene que durar esto?!?! BA ha escrito extensa, científica y elocuentemente de la naturaleza de esta contradicción, la centralidad de ella para hacer la revolución y forjar una nueva sociedad. Tenemos que cerciorarnos de que esta pandemia no sea tan sólo algo que los fascistas aprovechan para movilizar a sus fuerzas, para consolidar su poder, sino que sea un momento en que todas las personas que anhelan un mundo diferente, que anhelan que algo positivo resulte de esta crisis, quienes odian lo que la pandemia está revelando y exacerbando, exploran el análisis de BA, se conectan con el movimiento para la revolución, se preparan para una revolución real.