De un lector:
¡La vida de los estadounidenses no es más importante que la de la gente de otros países!
Distribución de la vacuna COVID — Un mundo de obscenas desigualdades
| revcom.us
La humanidad enfrenta una colosal crisis global: 190 millones de casos de COVID-19 y más de cuatro millones de muertes en todo el mundo, y siguen contando. El virus no conoce fronteras y propaga miseria y sufrimiento a su paso. Después de devastar a Europa y Estados Unidos en 2020, comenzó un aumento brutal en India, Brasil y otros países.
Una crisis global de esta magnitud clamó por una respuesta global de todas las manos a la obra. En una asombrosa hazaña de avance científico, se desarrollaron y pusieron en producción vacunas altamente eficaces, que tienen el potencial de proteger a miles de millones de personas en el planeta de este flagelo mortal y reducir dramáticamente la capacidad del virus de propagarse por toda la población mundial. Y no obstante...
La pesadilla continúa y se profundiza. Bajo las brutales desigualdades del capitalismo-imperialismo, el sistema que domina el planeta, cientos de millones de dosis de la vacuna han sido comprados y acaparados en Estados Unidos y en otros países ricos mientras el virus brota en un país tras otro en el Sur global — de Túnez a Namibia a Haití e Indonesia y más allá. Y en muchos de estos países, mucho menos del 10% de la población ha sido vacunado.
Desde el mero comienzo de la campaña total para desarrollar vacunas, Estados Unidos y los países europeos ejercieron el poder económico y político que han obtenido mediante la explotación de miles de millones de personas en todo el mundo y han amarrado acuerdos directos con las compañías farmacéuticas. Muchos meses antes de que se aprobaran las vacunas, Estados Unidos ya había comprado 800 millones de dosis, suficientes para vacunar al 140% de su población, mientras que el Reino Unido compró lo suficiente para vacunar al 225% de su población. La mitad de todas las dosis de vacunas se han destinado a los países ricos los que representan solamente un 19% de la población mundial1.
Mientras tanto, se creó COVAX, una organización global, aparentemente para impedir exactamente este tipo de acaparamiento de la vacuna cuando está empezó a estar disponible para el mundo. Pero a pesar de su declarado “objetivo de asegurar un acceso equitativo mundial a las vacunas contra la COVID-19”, la propia COVAX se convirtió en el mismo vehículo por medio del cual el nefasto funcionamiento del imperialismo ha reforzado aún más estas desigualdades globales. COVAX dependía de las potencias imperialistas como principal fuente de financiación, la que tenía como objetivo proporcionar acceso gratuito a la vacuna a los países que no estaban en posibilidades de pagarla. Pero para incluso amarrar este acuerdo, Estados Unidos y los países europeos impusieron un trato que requiere que COVAX reserve una de cada cinco dosis para estos países ricos a medida que se pusieran a la disposición, antes de que pudieran ponerlas a la disposición de los países que no podían pagar por las vacunas. Esto se sumaba a las dosis que estos países ya habían comprado directamente por adelantado a las compañías farmacéuticas.
La producción de las vacunas ha permanecido en gran parte en manos de los países industrializados. Esto se debe a que los imperialistas han mantenido los “derechos de propiedad intelectual” de los fabricantes de vacunas basadas en los países imperialistas como condición del velocísimo desarrollo necesario para producir las vacunas. Esta forma de monopolización, junto con la dominación imperialista y la concesión de licencias de la tecnología necesaria para producir las vacunas, dejan inmensos sectores de la población mundial a merced de los países imperialistas, que repartirán la vacuna únicamente después de que hayan satisfecho sus propias necesidades.
El resultado es una escandalosa disparidad en las tasas de vacunación en todo el mundo. Por ejemplo, mientras que en Estados Unidos el 48% de los adultos ha sido completamente vacunado, según el New York Times, solamente alrededor de 1% de las personas en África han sido completamente vacunadas. Y COVAX proyecta que se tardará al octubre para administrar dosis suficientes para tan sólo el siete por ciento de la población de África. Muchos trabajadores de la salud en las líneas del frente ni siquiera han tenido la oportunidad de conseguir la vacuna. Las tasas de mortalidad están comenzando a dispararse en varios países de África.
Si bien Biden ha hecho un espectáculo de haber donado 500 millones de dosis a COVAX, esto es meramente una cantidad ingente de lo que el mundo necesita de urgencia. La Organización Mundial de la Salud ha estimado que se necesitan 11 mil millones de dosis en todo el mundo para erradicar la pandemia.
Esta es nada menos que una pena de muerte en marcha para cientos de miles de personas en los países oprimidos, quienes no cuentan para nada en los cálculos de los imperialistas. Y a medida que el virus continúa propagándose sin freno en docenas de países, crece el peligro de que surjan variantes aún más infecciosas de la enfermedad que podrían causar una devastación más grande en todo el mundo.
Estas obscenas desigualdades arrojan luz sobre la nefanda naturaleza de un mundo dominado por el imperialismo estadounidense. Es algo tremendo que exista el conocimiento científico para que la humanidad esté en posibilidades de enfrentarse a la amenaza global extrema que representa esta pandemia, no obstante, el control mortal que los imperialistas ejercen sobre el mundo impide un enfoque racional de realmente utilizar ese conocimiento científico para hacerle frente a este problema del modo que de hecho beneficie a la humanidad.
Para las masas de personas, para la humanidad en su conjunto, de veras no hay futuro que valga la pena vivir bajo este sistema.
1. Mientras tanto, en Estados Unidos hay un enorme excedente de dosis de vacunas, sin usar porque cientos de miles de estadounidenses están atrapados en un modo de pensar extremadamente anticientífico y teorías de conspiración y se niegan a vacunarse. Debido a esto, el virus continúa propagándose, poniendo en peligro la vida de muchos miles y abrumando el sistema de atención médica y a los trabajadores de la salud. Ésta es una expresión extrema del individualismo que Bob Avakian ha identificado como producto del parasitismo: el hecho de que toda la economía y el modo de vida en Estados Unidos se basan en la superexplotación de masas de personas, incluidos niños, en los países oprimidos. (Para leer más sobre esto, refiérase a Esperanza para la humanidad sobre una base científica: Romper con el individualismo, el parasitismo y el chovinismo pro estadounidense, de Bob Avakian). [volver]
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