La verdad sobre la revolución maoísta en Tibet

Los sueños terrenales del Dalai Lama

Obrero Revolucionario #769, 21 de agosto, 1994

En los últimos años de la década del 80 se dieron fuertes luchas en las ciudades de Tibet contra el gobierno chino. Este las reprimió con balas y arrestos en masa. Esas rebeliones rescataron al Dalai Lama de largos años de oscuridad al nivel internacional. De repente poderosas fuerzas del mundo lo trataban como a una celebridad y hasta le dieron el premio Nóbel de la Paz.

El público ve una imagen romántica del Dalai Lama: lo pintan como un santo moderno que está librando una lucha no violenta contra fuerzas abrumadoras. Lo presentan como el líder y centro espiritual de un movimiento de independencia que lucha para "liberar a Tibet" del poderoso gobierno central de China dirigido por Deng Xiaoping.

Es una imagen falsa.

La verdad es que durante casi 20 años el Dalai Lama ha querido llegar a un acuerdo con Deng Xiaoping. Espera restaurar en la medida posible los viejos privilegios y el poder de la aristrocracia, a cambio de estabilizar la región para los actuales dirigentes de China.

En 1987 el Dalai Lama retiró sus previas demandas de independencia y el retiro de las tropas chinas de Tibet. En 1994 hasta apoyó la posición del gobierno chino en el debate en Estados Unidos sobre la restauración de su posición como "Nación más favorecida" (NMF) en el comercio, lo que escandalizó a muchos de sus partidarios en Estados Unidos que querían negárselo para presionar al gobierno chino a cambiar su política en torno a Tibet.

O sea, a medida que la opresión y la resistencia popular crecían en Tibet en los años 80, el Dalai Lama se ponía cada vez más servicial hacia el gobierno chino, traficando con la lucha tibetana.

Los motivos de un dios-rey destronado

¨El Dalai Lama ofreciéndose a Deng Xiaoping, buscando un arreglo con el gobierno que masacró a manifestantes en Lhasa y en la plaza Tienanmen, y que inundó las ciudades de Tibet con tropas e inmigrantes jan?

Unos no lo creerán, pero la verdad es que desde que se exilió en 1959, la política del Dalai Lama y su séquito ha sido maniobrar para recuperar su estado privilegiado sobre el pueblo tibetano. Eso se debe a su naturaleza de clase como el núcleo en el exilio de una clase dominante feudal.

Antes de la revolución, los monasterios de Tibet adiestraban a una élite de monjes que se pasaban la vida en soledad salmodiando y debatiendo dogmas religiosos. Con su intenso misticismo y su meditación introspectiva, el lamaísmo budista presentaba su vida monástica como una red de oasis espirituales separados de la mundana vida cotidiana. A los simpatizantes del Dalai Lama a veces les atrae la "calma" de los monjes. Pero en realidad, los monjes y sus monasterios nunca viven aislados de la sociedad de clases: la cultura religiosa-aristocrática de Tibet no puede existir aparte de su fundación económica feudal y esclavista.

En una discusión sobre la India, el Presidente Avakian demuestra que las prácticas monásticas al parecer espirituales están profundamente vinculadas con el sufrimiento de las masas populares: "Había monjes budistas altamente educados y en los monasterios budistas de la antigua India había concentrado mucho conocimiento; esos monjes no vivían copiosamente (de hecho algunos eran ascetas y vivían sencillamente); sin embargo, toda su vida y, lo que es más, todo lo que aprendían y sus privilegiados conocimientos se basaban en la cruel y extrema explotación y esclavitud de las masas básicas. Además, hay que cuestionar el contenido y el valor del conocimiento y la `sabiduría' adquiridos por los monjes, los eruditos, etc., divorciados de las masas básicas, que solo pueden vivir así debido a la explotación y esclavitud de esas masas" (revista Revolución, otoño de 1990, p. 34).

En pocas palabras, el budismo lamaísta consta de una red de instituciones sociales que surgieron de la propiedad feudal y la esclavitud de los siervos. La doctrina lamaísta justificaba esa explotación declarando que los virtuosos nacen para gobernar y los pecadores nacen para sufrir.

La clase dominante del viejo Tibet sabe muy bien que existe esa conexión: para realizar sus sueños de restaurar la "libertad religiosa" y la "cultura tradicional" en Tibet, necesita algún tipo de sistema de propiedad y una forma de explotación del pueblo. En lo fundamental, el programa político de esa clase derrocada no tiene nada que ver con la liberación del pueblo.

Una vez que se reconozca su naturaleza de clase, es evidente por qué el Dalai Lama ha cambiado tantas veces su programa.

La primera gran decepción del Dalai Lama

Cuando la clase dominante de Tibet se exilió en 1959, tenía dos esperanzas: poder seguir su vida ociosa e introspectiva en el exilio, y que alguna gran potencia la ayudara a restaurar su dominio de Tibet.

Durante la década del 60, los lamaístas exilados pensaron que el imperialismo estadounidense sería su gran salvador. Los que se instalaron en Dharamsala, una ciudad de la India, se pintaban como un gobierno en exilio al estilo occidental: adoptaron una bandera nacional, un himno y hasta una "constitución" que combinaba el gobierno de los divinos lamas con un parlamento civil. Es el mismo tipo de farsa que presentaba la contra nicaragüense adiestrada por la CIA, que aprendió a alabar la "democracia y los derechos humanos" para ganarse el apoyo y dinero de sus partidarios estadounidenses.

Pero los consentidos exilados estaban divididos, no formaban una buena fuerza de combatientes y no tenían respaldo en Tibet. Para principios de los años 70, la CIA los dejó a su suerte.

Al imperialismo estadounidense nunca le interesó mucho Tibet sino como una plataforma para presionar a China. Nunca tuvo la intención de instalar en el Poder a los lamaístas en un futuro "Tibet independiente". Como los demás gobiernos del mundo, la posición oficial de Estados Unidos ha sido que Tibet era parte de China históricamente, y nunca reconoció a las fuerzas del Dalai Lama como un "gobierno-en-el-exilio".

La verdadera meta estratégica de Estados Unidos era contener la revolución maoísta y al fin y al cabo "volver a abrir" toda China a la explotación. Una vez que vio posibilidades para lograr esa meta dentro del gobierno chino, perdió interés en el corrupto y aislado ejército en el exilio.

En su autobiografía de 1990, el Dalai Lama describe los días de su conexión con la CIA a mediados de los años 60 como "un clímax en el programa de restablecimiento". Se queja amargamente de la manera en que sus patrones estadounidenses lo abandonaron.

Desde esa traición la única esperanza que ha tenido el Dalai Lama para restaurarse ha sido que algún día llegue al Poder en Pekín un gobierno dispuesto a compartir el Poder con él y lo que queda de la clase dominante del viejo Tibet.

Lo que esperaba el Dalai Lama de Deng Xiaoping

Desde el comienzo de su exilio, la vieja clase dominante de Tibet se dio cuenta de que las fuerzas derechistas asociadas con Deng Xiaoping representaban una línea muy diferente a la de las fuerzas revolucionarias asociadas con Mao Tsetung. Desde poderosas posiciones dentro del Partido Comunista de China, Deng y otros seguidores del camino capitalista se oponían a fomentar movimientos revolucionarios en Tibet. Decían que el PCCh debía compartir el Poder con la vieja clase dominante de Tibet hasta un futuro indefinido y dejar el feudalismo intacto.

Cuando Deng recuperó su posición de autoridad en abril de 1973, el Dalai Lama expresó abiertamente su deseo de regresar a Lhasa. Como decían los maoístas en ese entonces, Deng representaba el "retorno a los ritos". Al año siguiente, el Dalai Lama ordenó que los últimos de sus guerrilleros anticomunistas depusieran las armas.

El golpe de estado antimaoísta en que Deng Xiaoping tomó el poder en China alegró mucho a los lamaístas. Estaban tan contentos de la muerte de Mao y el arresto de sus seguidores que regaron el rumor de que eso se había logrado gracias a las oraciones del Dalai Lama en su ceremonia de Kalachakra de 1976.

Desde 1960, cuando los revolucionarios maoístas comenzaron a organizar las tomas de tierras en Tibet, los exilados no habían tenido contacto con Pekín. Pero en 1977, justo después del golpe, Deng Xiaoping mandó un emisario secreto para hablar con Gyalo Thondup, hermano del Dalai Lama y agente de la CIA. Varios altos funcionarios chinos se expresaron públicamente a favor de la restauración de costumbres feudales en Tibet así como del retorno de los exilados, especialmente el Dalai Lama.

En 1977, cuando el Congreso de la Juventud Tibetana en el exilio reafirmó su apoyo a las acciones armadas contra las fuerzas del gobierno chino, el cuartel del Dalai Lama ordenó desbandar el grupo.

Los lamaístas aplaudieron las "reformas" restauracionistas de fines de los años 70, cuando el gobierno de China comenzó a eliminar las comunas populares en el campo. A sus ojos, ese regreso a la propiedad privada de la tierra iba a preparar el terreno para reconstruir su vieja superestructura feudal.

Problemas con el acuerdo

Pero los años de negociaciones entre Pekín y Dharamsala no dieron fruto. Después de 1983, los revisionistas aparentemente decidieron que podían consolidar su nuevo orden en Tibet sin llegar a un acuerdo con el Dalai Lama y su grupo de exilados. Comenzaron a llenar las ciudades de Tibet con trabajadores, técnicos y comerciantes jan. (Los jan son la nacionalidad mayoritaria de China.) Comenzaron a restaurar ciertos monasterios para construir una red de clérigos controlados por el gobierno central, no por el Dalai Lama.

En 1987 el Dalai Lama se quejó de que los revisionistas chinos "querían reducir el problema de Tibet a una discusión de mi situación personal". Los lamaístas exilados querían el derecho feudal de elegir niños jovencitos para sus monasterios y de limitar el control gubernamental sobre sus instituciones. En el libro de entrevistas Tibet, China and the World, el Dalai Lama habla de un importante obstáculo en sus discusiones con el gobierno chino: "Piensan que simplemente recitar unas mantras, hacer visitas sucesivas a los templos, prostrarse y llevar una rueda de oraciones y un rosario es suficiente para practicar la religión. Así que superficialmente hay libertad de religión. Pero los chinos simplemente no entienden que es necesario tener un maestro adecuado, estudiar a fondo y practicar seriamente en el lugar apropiado".

El Dalai Lama no se contentaba con el derecho a volver sin problemas y una libertad de religión formal para los creyentes: quería "lugares apropiados" para restaurar el estilo de vida monástico.

En realidad, los lamaístas exilados querían que el gobierno central compartiera una gran parte del Poder y la riqueza de la sociedad tibetana con su vieja clase dominante feudal para poder reproducir el viejo sistema de grandes monasterios con que se cebaban de la mano de obra de las masas.

Las negociaciones no tenían nada que ver con mejorar la situación y los derechos del pueblo. Eran para restaurar el mundo privilegiado de la vieja asistocracia dominante: demandaban una tajada de la riqueza que el gobierno central le estaba extrayendo al pueblo trabajador.

Por lo visto, el gobierno chino pensó que eran demandas excesivas a cambio de muy poco. Por segunda vez se estrellaron las esperanzas de restauración del Dalai Lama.

Trafica con la lucha del pueblo para lograr un acuerdo

Cuando las negociaciones llegaron a un punto muerto, el Dalai Lama cambió urgentemente sus tácticas: decidió presionar al gobierno central manipulando las contradicciones internacionales y el creciente descontento popular en Tibet.

El 21 de septiembre de 1987, el Dalai Lama presentó un "Plan de Paz para Tibet de Cinco Puntos" a una audiencia del Congreso estadounidense. La idea central era que Tibet debía convertirse en un estado amortiguador desmilitarizado entre China e India. Se imaginaba el retiro de las tropas, bases militares y las centrales nucleares chinas de la Región Autónoma del Tibet y de la mayoría de las provincias de Qinghai y Sichuan. Uno de los cinco puntos demandaba que China parara la inmigración jan a Tibet.

El plan era parecido a ciertas propuestas que los soviéticos habían hecho para crear varias "zonas de paz" en regiones dominadas por el imperialismo estadounidense. Significativamente, el Dalai Lama usó la palabra hindi (un idioma de la India) ahimsa para describir el estado amortiguador. Había estado coqueteando con la URSS y su aliado, India, y con su Plan de Cinco Puntos pretendía presionar a Estados Unidos para que presionara a China para llegar a un acuerdo.

Una semana después de su discurso sobre los Cinco Puntos, comenzó una gran rebelión nacionalista de monjes en Lhasa. El momento del levantamiento parecía más que una coincidencia. Estallaron las tensiones de una década de inmigración jan. Los rebeldes tomaron por asalto una comisaría de policía. Las tropas del gobierno mataron a centenares. Hubo otros estallidos en 1988.

Para el Dalai Lama, esa lucha significaba que finalmente tenía una ficha de regateo para sus negociaciones: podía ofrecer contener el nuevo movimiento nacionalista a cambio de un buen lugarcito en el nuevo orden revisionista.

La atención internacional que atrajeron las rebeliones de Lhasa llevó a varias grandes potencias a presionar al gobierno chino para que reanudara las negociaciones con los exilados de Dharamsala. Según el historiador A. Tom Grunfeld, varios funcionarios nepaleses pensaron que el gobierno chino iba a llegar a un acuerdo con el Dalai Lama, con el fin de demostrarle a los gobiernos de Hong Kong y Taiwán que la reunificación no quería decir cederle todo el poder a Pekín.

Abandona la demanda de independencia

El Dalai Lama corrió a ponerse en posición para realizar nuevas negociaciones con Pekín: se distanció públicamente de la violencia en Lhasa y exhortó a los tibetanos dentro y fuera de Tibet a que aceptaran un arreglo con el gobierno central. Dejando boquiabiertos a sus partidarios, abandonó públicamente la demanda de independencia y del retiro de las tropas chinas, a pesar de que eso era la principal demanda de los manifestantes en Tibet y de su propio Plan de Cinco Puntos.

Ante la reunión del Parlamento Europeo en Estrasburgo, Francia, el 18 de junio de 1988, el Dalai Lama propuso que Tibet siguiera "asociado" con el gobierno de Pekín y que las tropas de este se quedaran en Tibet durante un tiempo indefinido. Según su plan, el gobierno central controlaría la política exterior y los asuntos militares de Tibet, pero la región tendría una vida económica y cultural autónoma dirigida por un gobierno regional secular. O sea, proponía reconstruir el sistema monástico pero que los clérigos no tomarían las riendas del gobierno. Ese era el acuerdo que el Dalai Lama había esperado tantos años para negociar.

En su libro de entrevistas, el Dalai Lama pidió a sus partidarios que aceptaran ese arreglo: "En realidad buscamos un camino intermedio.... En muchas ocasiones he dicho que los límites humanos siempre están cambiando. En ciertas circunstancias, he explicado que dos naciones pueden combinarse en una nación.... Así que teóricamente nosotros, los tibetanos, apenas unos seis millones de habitantes, podemos sacar más beneficio uniéndonos a los mil millones de chinos que convirtiéndonos en un país independiente".

Edward Lazar, un destacado activista a favor de los lamaístas, escribe en su libro The Anguish of Tibet: "La posición oficial del gobierno-en-el-exilio y del Dalai Lama, como se reafirmó en la Declaración de Estrasburgo del 15 de junio de 1988, es llegar a un arreglo con China. La mayoría de los escritos sobre Tibet ocultan el hecho de que la meta tibetana no se define como independencia.... Todos los pronunciamientos oficiales y las reuniones han evitado la palabra `independencia'. Esa palabra no se encuentra entre los centenares de entradas del índice de la nueva autobiografía del Dalai Lama. La idea de la independencia es tan peligrosa que en ciertos círculos tibetanos se refieren a ella como la palabra que empieza con `i' ".

Sin perder tiempo, el Dalai Lama nominó a un equipo de negociadores para las charlas que debían realizarse en enero de 1989 en Ginebra. Pero en la primavera de 1989 estallaron fuertes rebeliones en Lhasa y en la plaza Tienanmen y el gobierno las reprimió sanguinariamente. Tibet quedó bajo ley marcial y las charlas de Ginebra no se realizaron.

Alabando al cabecilla del nuevo gobierno genocida

El Dalai Lama no iba a dejar de apoyar a Deng Xiaoping, el cabecilla antimaoísta del actual gobierno chino, por unas simples masacres. En su reciente autobiografía, el Dalai Lama dice que ha sido un gran admirador de Deng durante muchos años: "Hacia fines de 1978, cuando Deng Xiaoping surgió como el máximo dirigente en Pekín, el gobierno comenzó a fomentar más el desarrollo. Como líder de una facción más moderada, su ascenso parecía señalar verdadera esperanza para el futuro. Siempre pensé que un día Deng haría grandes cosas para su país. Cuando estuve en China en 1954-5, me reuní varias veces con él y me hizo muy buena impresión. Nunca celebramos largas conversaciones pero oí decir muchas cosas buenas de él, especialmente de que era un hombre de gran capacidad y muy decisivo también. La última vez que lo vi... me dio la impresión de que era un hombre muy poderoso. Ahora empezaba a parecer que además de esas cualidades era también muy sabio".

El Dalai Lama escribió eso en 1990, después de la sangrienta represión, arrestos en masa y ley marcial en Tibet y en Pekín.

Los abiertos intentos del Dalai Lama de llegar a un acuerdo con el gobierno chino agrandó las divisiones dentro de su movimiento de exilados. Lodi Gyaltsen Gyari, uno de sus principales enviados internacionales, habla de "críticos internos" que dicen que "el Dalai Lama se propone vender a Tibet". Unos tibetanos de la clase alta nacidos en el exilio y agrupados en torno al Congreso de la Juventud Tibetana se han quejado rotundamente de sus métodos. Ellos quieren separarse de China y establecer un Tibet independiente al estilo de los países neocoloniales de Occidente.

Por todo el mundo pintan a los lamaístas como verdaderos creyentes en la no violencia. Pero en sus apelaciones a los "críticos internos", el representante Gyari dice que no se opone a la violencia de por sí. En Anguish of Tibet escribe: "Se han presentado momentos en que yo también hubiera preferido luchar, pero debemos ser realistas. Hemos tenido malas experiencias y hemos sido abandonados. No quiero hablar de esto ahora; es cosa del pasado. Pero sigue viva en nuestra memoria".

Es decir, Gyari hace recordar a sus compañeros exilados la traición de la CIA en los años 60 y dice que la lección de las "malas experiencias" es que tarde o temprano los exilados deben llegar a un acuerdo con el gobierno revisionista.

El Dalai Lama defiende la idea de un arreglo con un pragmatismo similar. En su entrevista de Dharamsala dice: "En nuestro caso, la violencia es más bien suicida. No tiene nada de práctico.... Aunque 10.000 jóvenes exilados y cientos de miles de jóvenes en Tibet se alzaran en armas juntos, seguiría siendo muy difícil. Los chinos nos pueden aplastar fácilmente. Hasta la guerra de guerrillas es muy difícil.... Pienso que podemos llegar a una especie de acuerdo que nos beneficie mutuamente".

Puede que el método del Dalai Lama no sea popular entre los tibetanos exilados, pero les interesa a muchas potencias de Occidente. Desde la masacre de Tienanmen, a estas les ha preocupado la posibilidad de que el gobierno chino reprima a los elementos de su clase dominante más amigos de Occidente. Así que desde 1989, poderosas fuerzas de la clase dominante estadounidense han estado buscando un medio para presionar al gobierno de Deng. Se decidieron en apoyar al Dalai Lama y la causa de los "derechos humanos en Tibet".

Esta vez, las potencias occidentales no quieren que los exilados formen una fuerza armada. Desde la muerte de Mao, su relación con el gobierno chino ha sido demasiado buena para eso. En vez, Estados Unidos quiere que el Dalai Lama juegue un papel público destacado para presionar a Pekín a abandonar la excesiva centralización de la economía y la política.

Para que el Dalai Lama jugara mejor su papel, las potencias occidentales le presentaron el premio Nóbel de la Paz en diciembre de 1989, lo que lo elevaba a un nuevo nivel de prestigio y legitimidad.

Muchas veces cuando la gente honesta apoya el movimiento para "Tibet libre", se deja embaucar por una campaña de Washington que busca mercados rentables y mano de obra barata en China. Al gobierno estadounidense no le importa nada Tibet. Una vez más, se hace el que le importa el "problema de Tibet" y los "derechos humanos" para presionar al gobierno de China.

Está de moda, pero con pocas esperanzas

Estos días el Dalai Lama viaja por todo el planeta demostrando el oportunismo refinado de un camaleón político: por un lado predica el misticismo a la gente espiritual (New Age) de los países occidentales, y por otro lado se presenta como un científico escéptico ante los que se basan en la ciencia natural; por un lado se viste como un ambientalista antimilitarista cuando se reúne con los verdes de Europa occidental y por otro lado se postra cínicamente ante los sanguinarios seguidores del camino capitalista de Pekín. Por un lado busca el apoyo de las fuerzas religiosas conservadoras firmando declaraciones contra el aborto, pero por otro lado da a entender que el aborto podría justificarse en algunas circunstancias, para no perder su credibilidad entre los liberales.

En mayo de 1994, el Dalai Lama incluso permitió que el gobierno estadounidense usara su influencia para reducir la presión a China: primero se reunió tras bastidores con el presidente Clinton y luego anunció en una rueda de prensa en Alemania que estaba a favor de extenderle la condición de "Nación más favorecida" a China. Pocos días más tarde, Clinton anunció que iba a hacer eso. El Dalai Lama ayudó cínicamente a Washington y a Pekín a esquivar a las fuerzas que demandaban restricciones comerciales para presionar a China.

Tales maniobras e intrigas le han ganado fama sin precedentes al Dalai Lama. Hasta está de moda en ciertos círculos. Pero, irónicamente, se está ganando esa atención internacional al mismo tiempo que su base de apoyo en el exilio se va a pique.

La comunidad exilada está perdiendo su coherencia y el Dalai Lama está perdiendo su poder sobre ella. La mayoría de los exilados tibetanos se han establecido en sus nuevos países. Solo la vieja generación recuerda Tibet. La mayoría de los exilados no tienen ganas de volver. Muchos desdeñan abiertamente las viejas costumbres tibetanas.

Con el tiempo van quedando muy pocos fondos de apoyo internacional. Eso mina el poder político del Dalai Lama que siempre dependía de dinero del extranjero. Una de las actividades internacionales más importantes del Dalai Lama es pedir dinero para su séquito.

Además, las posibilidades de negociar una restauración lamaísta en Tibet siguen siendo casi nulas. Después del golpe de 1976 se restauró la explotación de clases, pero en una nueva forma que combina la agricultura semifeudal con el capitalismo de estado. Unos observadores dicen que el Dalai Lama goza de popularidad en Tibet como un símbolo contra el gobierno, pero no hay indicaciones de que las masas tibetanas apoyen su programa político.

La única verdadera esperanza del Dalai Lama es que China comience a desmoronarse con la muerte de Deng--como pasó en la URSS después de Gorbachov--y que los dirigentes de Pekín y Washington lleguen a decidir que les conviene restaurar al Dalai Lama para mantener su dominación sobre las partes más explotables de China. No hay mucho chance de eso.

Se acaba el tiempo para los sueños terrenales del Dalai Lama en Tibet. No es razón para llorar.

*****

Hace poco una revolucionaria vio a un amigo que no había visto en mucho tiempo. El amigo, que por lo general era progresista y se ocupaba de informarse bien, se había dejado influenciar por las acusaciones que hacen los lamaístas contra la revolución maoísta en China. Ella le explicó varios hechos básicos materialistas sobre el Dalai Lama. Habló de la gran opresión que habían sufrido las masas de siervos, esclavos y mujeres en la vieja sociedad tibetana. Mencionó las grandes rebeliones que sacudieron el mundo feudal del viejo Tibet durante la revolución maoísta entre 1950 y 1976. Y lo desafió a defender el programa político del Dalai Lama. Su amigo quedó perplejo y dijo: "O todo lo que me acabas de decir está equivocado o me he enmarañado en una farsa increíble".

Romantizar el lamaísmo tibetano requiere cierto descuido por el bienestar del pueblo.

El Presidente Bob Avakian escribió en la revista Revolución: "Es claro que esa orientación... a tales problemas contiene una buena dosis de chovinismo: consideran el tercer mundo y sus culturas, tradiciones y relaciones como algo `pintoresco'. Por tanto, es perfectamente correcto que las masas de esos países sean cometidas a `pintorescas' formas de opresión y explotación, como la opresión patriarcal y feudal de la mujer y de las masas en general. ¡Pero conmigo no se metan! ¡Esas costumbres no son para mí: yo vengo de una sociedad avanzada e ilustre! Así es el chovinismo de ese punto de vista" (Ibid., p. 34).

La historia de la vida de este Dalai Lama es la historia de un opresor: la historia de un figurante feudal y ambicioso agente del imperialismo estadounidense. Lo adiestraban desde niño para ser un dios-rey feudal, pero su carrera no duró mucho tiempo porque una tremenda revolución lo hizo a un lado. De 1959 a 1976, mientras en Tibet se estaban produciendo cambios radicales que liberaban a las masas, el Dalai Lama se ponía de por medio para parar el proceso revolucionario. Junto con sus hermanos organizó una guerra clandestina dirigida por la CIA contra la revolución maoísta y mandó a miles de exilados tibetanos a hacer trabajo forzado para el ejército de la India. Pero desde el golpe de 1976 que tumbó del Poder a los maoístas, desde que los campesinos de Tibet una vez más se ahogan en condiciones semifeudales, desde que ha surgido un viento de lucha justificado... ahora el Dalai Lama predica que los budistas deben buscar un "camino intermedio" y unirse con Deng Xiaoping y su opresivo gobierno de Pekín.

¨Qué es lo que tiene de bueno eso para apoyar? La gente honesta y progresista debe pensarlo bien.

El pueblo no ganará nada si el Dalai Lama regresa a Tibet para servir de figurante feudal al servicio del gobierno de Deng. No significará la liberación para el pueblo si unos exilados influidos por el Occidente llegan a establecer un estado "independiente" vinculado por miles de hilos neocoloniales a las corporaciones y el gobierno estadounidenses.

La verdadera liberación empieza con las masas y la lucha contra sus opresores. En Tibet hoy, eso significa los millones de campesinos pobres que se encuentran dispersados por el vasto campo. Hoy sus principales opresores son los seguidores del camino capitalista en China que han vendido el país al imperialismo y restaurado la explotación en el campo.

El futuro de Tibet depende de hacer un balance correcto de las lecciones de los años de Mao. La revolución maoísta en Tibet rompió las cadenas de hierro de la servidumbre y las cadenas mentales del karma. Hasta que la tumbaron del Poder, la revolución maoísta llevó organización armada popular, cooperación socialista y el comienzo de la verdadera liberación a uno de los pueblos más oprimidos del mundo.

En un artículo anterior de esta serie, una joven comunista afirmó que los pobres de Tibet pueden cruzar las grandes montañas si aprenden a volar en formación como las bandadas de gansos salvajes. Un nómada maoísta rebelde entró furtivamente en la carpa de un equipo de antropólogos estadounidenses para pedirles que llevaran el mensaje de que "los enemigos de clase" habían retomado su rincón de Tibet. Son los sueños y la política de los revolucionarios como estos que llevarán al pueblo tibetano a la libertad.


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