Ecos de la Rebelión del parque Moody

Travis Morales

Obrero Revolucionario #960, 7 de junio, 1998

El 7 de mayo fue el 20 aniversario de la Rebelión del parque Moody, cuando el barrio North Side de Houston, Texas, se alzó y exigió justicia por la muerte de José Campos Torres, un proletario mexicano asesinado por la policía en mayo de 1977. La rebelión es imborrable; tan es así que todos los noticieros de Houston cubrieron el aniversario y entrevistaron a Travis Morales, conocido por su franco apoyo a la rebelión.

Para celebrar el aniversario, se hizo una reunión en una biblioteca cerca del parque; asistieron jóvenes y gente de clase media, y muchos que participaron en la rebelión. Habló Travis Morales, uno de los tres del parque Moody (acusados a raíz de la rebelión) y partidario del PCR. Se inscribió el nombre de José Campos Torres en la lista del Proyecto Vidas Robadas. En víspera del aniversario, los vecinos del North Side platicaron con la nueva generación de cómo el pueblo se alzó contra la policía; un chavo contó con orgullo que su mamá luchó y le dio a un chota con un ladrillo esa noche.

A continuación, pasajes de la charla de Travis Morales.

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Hablar aquí esta noche significa mucho para mí porque esta biblioteca fue una "escuela de huelga" en 1970, cuando se establecieron docenas de esas escuelas a raíz de un paro estudiantil contra un plan chueco de desegregación. En ese entonces, tenía 18 años y estaba en el segundo año de la universidad. Dicté clases aquí en varias oportunidades.

En 1977 y 1978, la organización Gente Unida para Luchar contra la Brutalidad Policíaca se reunió en este mismo lugar. La fundó el Partido Comunista Revolucionario para exigir justicia por la muerte de José Campos Torres. Mucha gente del North Side y otros barrios se unió a la lucha y aquí nos reuníamos antes de la rebelión. En fin, este lugar aloja una gran historia de lucha popular.

La chota no se olvida de esa rebelión para nada, aún le da pavor. Cuando ando en una protesta, los rucos indican a los chavos que allí voy... A principios de los años 80 iba por la calle Main en el centro, tras vender el Obrero Revolucionario varias horas. Un carro enorme, un Lincoln Continental, me alcanzó y el ruco blanco que lo conducía casi se sale de la ventana gritando: "¡Chinga tu madre, Travis!" y haciéndome un gesto grosero. Era el ex jefe de policía, Harry Caldwell, el que fue jefe durante la rebelión. Pues, sentí una gran alegría. Me acuerdo que cuando se jubiló, lamentó tres cosas; dos de ellas eran la rebelión del parque Moody y lo que los comunistas hicimos allí.

¿Por qué tanto escándalo?

El 7 de mayo de 1978, miles de chicanos y mexicanos se rebelaron en el parque Moody. Lanzaron gritos de "¡Viva José Torres!", "¡Justicia para José Torres!". Volcaron patrullas y las incendiaron. La policía tuvo que batirse en retirada ante una lluvia de botellas y ladrillos. Un año después de que seis chotas le dieron una horrible paliza a José Campos Torres y lo echaron al río para ver, como dijo uno de ellos, "si el mojado sabía nadar", el pueblo logró un poco de justicia.

El 8 de mayo de 1978, el segundo día de la rebelión, estaba frente al edificio municipal durante una rueda de prensa. Los politiqueros se salían de la ropa para atacar a la rebelión: el jefe de policía, Harry Caldwell; el alcalde, Jim McConn; el senador estatal, Ben Reyes; y otros supuestos líderes chicanos lamentaban la "violencia sin sentido". Decían que alborotadores de afuera incitaron a los vecinos a atacar a la policía e incendiar su propia comunidad. Ante una docena de periodistas de todos los medios, declaré: "Fue un día glorioso en la historia de los pueblos chicano y mexicano. Los capitalistas y sus sabuesos chotas han saboreado una pizca de justicia popular".

Sacaron esa cita mía en todos los noticieros y causó tremendo escándalo. En la prensa y en reportajes especiales de televisión nos atacaban con saña a mí, a Gente Unida para Luchar contra la Brutalidad Policíaca y al Partido Comunista Revolucionario. El alcalde me hacía amenazas. Matar revolucionarios en esta ciudad no era nuevo; por ejemplo, en 1970, unos francotiradores mataron a Carl Hampton, un dirigente del Partido Pantera Negra (asociado con el Partido del Pueblo II), en la calle Dowling. El alcalde dijo: "Si fuera Travis Morales, me iría de aquí mientras pueda". ¡Ni madres! ¡No lo iba a hacer!

Cinco días después de la rebelión, salía de una rueda de prensa frente al edificio municipal. Convocamos una protesta para el día siguiente en el parque; las demandas: que anularan las acusaciones de más de cuarenta personas arrestadas en la rebelión y cadena perpetua para los chotas que asesinaron a José Campos Torres. Cuando salí, me siguió un detective a una distancia de tres metros. Más raro, a una distancia de 20 metros venía una bola de periodistas. Pues, sabía que algo pasaba. De repente llegó un auto a toda velocidad y paró con un gran chirrido. Alcé las manos; quería que todo el mundo viera que no tenía arma, pues pensé que muy posiblemente me iban a balear. Tres detectives se bajaron; me tiraron encima del auto, me esposaron y me llevaron.

Eran detectives de la División de Inteligencia Criminal (CID), es decir, la policía política que vigila, hostiga, inventa pruebas, y asesina a activistas y revolucionarios. Me llevaron, junto con Mara Youngdahl y Tom Hirschi, frente a un juez en las oficinas de la CID (no a un juzgado). Nos acusó de motín criminal, un delito grave, y nos leyó nuestros derechos. La sentencia sería de 140 años de prisión y una fianza de $500.000 cada uno. Pregunté: ¿Aceptan cheques?". Soltamos la carcajada, pero a ellos no les hizo gracia.

No dijeron que atacamos la policía ni que incendiamos patrullas ni nada de eso. Nada más dijeron que estuvimos allí. La ley de motín criminal se usa contra dirigentes revolucionarios y la lucha popular; según esa ley pueden meterlo a uno al bote por las acciones de otra gente. La usan para atacar a dirigentes por su actividad política; el verdadero "delito" era que durante un año habíamos organizado al pueblo, que exigíamos justicia para José Campos Torres y cadena perpetua para los asesinos de azul. Y, para colmo, cuando el pueblo se rebeló, cuando buscó justicia, nos unimos a la lucha y, lo que es más, defendimos en todas partes la rebelión.

Un año de lucha

En mayo de 1977, asesinaron a José Campos Torres y el pueblo de Houston se enfureció. Antes de ese incidente, hubo una serie de casos muy sonados de asesinato policial. Además, salió a luz la práctica de la policía de traer una pistola en la cajuela y colocársela al cadáver después de balear a una persona, para justificarlo. Persiguieron a Randall Webster, un joven blanco de 17 años, lo balearon en la carretera y le colocaron un arma. Asimismo, acribillaron a Bobby Joe Connors cuando iba a sacar una biblia del bolsillo. Como esos casos, había muchos más.

En ese tiempo, el KKK reclutaba policías abiertamente. A finales de los 60, un periodista sacó una fotografía de un miembro del KKK, con sus sábanas blancas, bajándose de una patrulla. Al ver la foto, el jefe de policía de Houston, Herman Short, hizo el comentario: "Para mí no se contraponen las dos cosas: ser miembro del KKK y ser policía".

Unos cuantos años antes, en Texas se veían letreros que decían: "No pasan perros ni mexicanos". Mi padre se crió en la ciudad de Galveston. Me contó que cuando viajaba con la familia a Houston, no podían parar para comer o cargar gasolina. Muchos chicanos y mexicanos tenían experiencias de brutalidad y asesinato a manos de los "pinches rinches" (Texas Rangers). Cuando mis padres vinieron a Houston en 1951, quisieron rentar un departamento en Fulton Village, a unas cuadras del parque Moody. A mi padre le dijeron: "No rentamos a mexicanos".

El bárbaro asesinato de José Campos Torres prendió la mecha. El pueblo tenía razones de sobra para protestar; al oír la noticia, salió a la calle; participaron centenares de personas en marchas y manifestaciones que tenían el apoyo de miles más. La estructura de poder corrió a apaciguar la lucha: dijo que se haría justicia en los tribunales, que esos policías eran unas cuantas manzanas podridas, que había que confiar en el sistema de justicia, que es lento pero seguro.

Pero en poco tiempo se vio que no era cierto. Solo acusaron a dos de los chotas matones. Además, trasladaron el juicio a Huntsville, donde todo el mundo trabaja para el sistema penitenciario.

Entonces, el sistema nos dio a todos una lección muy importante: un jurado blanco declaró a los dos policías culpables del delito menor de homicidio culposo (por negligencia y sin intención de matar). La sentencia: ¡un año de libertad condicional y una multa de $1! ¡Eso es lo que valía la vida de un chicano! Nuevamente protestaron centenares de personas y el sistema buscó nuevas formas de engañar. Ahora dijeron que había que confiar en el gobierno federal, que iba a intervenir y dar justicia. Gente Unida para Luchar contra la Brutalidad Policíaca redobló los esfuerzos, nos juntamos con más gente y repartimos miles y miles de volantes, hicimos protestas, caravanas de coche, marchas. Nuestro mensaje: solo el pueblo puede conseguir justicia.

Hubo otro juicio, esta vez en un tribunal federal. Declararon culpables a tres policías (los dos de antes y uno más) de agresión y violación de derechos civiles. Pero el juez pospuso la sentencia seis semanas, ¡y con razón! Los sentenció a diez años (por violar los derechos civiles de José Torres) pero les conmutó la pena y los mandó un año a una prisión de lujo (por agresión).

Ya había pasado casi un año; durante ese tiempo mucha gente confió en las cortes y esperaba justicia. Pero, finalmente, el sistema dio su veredicto: la vida de un chicano valía $1 y no había justicia. La situación estaba sumamente tensa, los ojos de todos estaban en esa batalla. Durante meses, nos decían que si los chotas salían libres, se armaría un desmadre.

La rebelión del parque Moody

El domingo, 7 de mayo, se celebró el Cinco de Mayo en el parque. Cuando llegamos un grupo de compañeros de Gente Unida para Luchar contra la Brutalidad Policíaca, una docena de alguaciles nos cerraron el paso. Pero, de repente se acercó una bola de gente y los obligó a dejarnos pasar. Durante varias horas, repartimos centenares de volantes acerca de la lucha por justicia para José Campos Torres y la batalla de Puebla, donde el ejército mexicano derrotó a los invasores franceses. Muchísima gente se nos acercó para sacarse la foto de la familia frente a nuestra manta: "Justicia Para José Torres, Cadena Perpetua a los Asesinos". El pueblo sentía un gran orgullo de haber participado en esa lucha.

Por la tarde, fuimos a casa de un compañero a comer carne asada. Unas horas después, oímos las sirenas y vimos el humo. Otros compañeros de la organización que estaban en el parque nos dijeron que la chota fue a efectuar arrestos y propinar cachiporrazos, pero tuvo que batirse en retirada ante una lluvia de piedras y botellas; ardieron patrullas a gritos de "¡Viva José Torres!". Como los vecinos nos habían dicho, el pueblo no aceptaba el veredicto, no aceptaba que la vida de un chicano valía $1. Clamaba justicia. En palabras de un compañero: "Era como una fiesta. Uno se sentía bien de ser libre por un rato". Así fue. El asesinato de José Campos Torres concentró una vida de opresión y, por eso, el pueblo se rebeló. Los ancianos salían de la casa, levantaban el puño y gritaban a la chota: "¡Mejor los echamos a ustedes al río!". Ese día se le volteó la tortilla a la policía y el pueblo sintió un gran júbilo.

Esa misma noche, unos 15 compañeros marchamos por la calle Fulton, cerca del parque donde estaban reunidas centenares de personas. La chota no pudo entrar a la calle, pues le caía una lluvia de botellas y piedras cada vez que lo intentaba. ¡Qué gusto! Al rato ni lo intentó. De repente vi a un compañero, un chicano que trabajaba conmigo en la acería; estaba en plena calle ondeando una bandera mexicana. Al oír la noticia de la rebelión, él y sus amigos se salieron de una parrillada y vinieron desde el otro extremo de la ciudad. Centenares de personas coreaban: "¡José Torres muerto, la chota libre, eso es lo que los ricos llaman democracia!".

La rebelión fue un acto consciente del pueblo contra el asesinato de José Campos Torres y la chota que nos atormenta toda la vida. Pasamos el altoparlante y todo el mundo hizo sus comentarios. Alguna gente quería platicar de cómo seguir al día siguiente. De veras, fue un festival de los oprimidos, con mucho orgullo y alegría.

Defender a los revolucionarios
y la rebelión

A cada rato me arrestaban. Me arrestaron siete veces en el curso de un año, desde la rebelión hasta el juicio. En tres ocasiones me acusaron de delitos graves, la fianza sumó más de $80.000. Gastamos miles y miles de dólares en la defensa, las fianzas, etc. En el juicio, un agente de la CID dijo que nos estaban vigilando a los tres diez meses antes de la rebelión, es decir, desde el comienzo de la lucha.

En lo fundamental, estaban atacando el derecho de los oprimidos a rebelarse. Querían decir: esto es lo que pasa cuando uno alza la frente. Querían descabezar al movimiento, como dijo el fiscal, agarrar a los dirigentes revolucionarios que expresaban la voluntad popular de luchar por justicia para José Campos Torres.

Pensaban que iba a ser muy fácil meternos al bote de por vida, que todo el mundo se iba a tragar las mentiras de la prensa de que los comunistas incitaron a los borrachos a un motín. Jamás imaginaron que comunistas revolucionarios que declararon abiertamente que se necesita una revolución armada, serían capaces de seguir sus principios y unirse con gente de todas las capas sociales para triunfar y salir libres. Pero eso es precisamente lo que hicimos.

En esa época leíamos mucho la cita de Mao Tsetung que dice que es bueno ser atacado por el enemigo porque demuestra que uno va por buen camino. Si el enemigo no ataca, pues uno no está haciendo gran cosa. En cambio, si ataca con mucha saña, nos calumnia y nos pinta como unos malvados, es porque se está logrando mucho en la lucha. Esas palabras de Mao nos animaron mucho.

Por todo el país se exigía: "Libertad para los tres del parque Moody". El jefe de policía le dijo al Chronicle que recibió muchas peticiones de anular las acusaciones contra "los tres comunistas". Al final del juicio, la jueza Keegans enseñó una gran cantidad de telegramas a los abogados de la defensa. Dijo que iba a usarlos en su campaña electoral para demostrar que era enemiga del Partido Comunista Revolucionario.

Uno de los telegramas traía la firma de 40 obreros de la General Electric de San José, California: "Exigimos el retiro de las acusaciones a los tres del parque Moody, detenidos durante la rebelión del Cinco de Mayo en Houston".

El fiscal contestó en una carta: "Si bien tienen todo el derecho de expresarse libremente, no estoy de acuerdo con sus demandas caprichosas de anular las acusaciones contra los tres del parque Moody... Desde luego, respeto su derecho de expresar sus opiniones políticas, pero sus demandas son frívolas... Durante veinte años he recibido muchas cartas descabelladas con demandas ridículas, pero es la primera vez que recibo una demanda tan absurda y ofensiva de un grupo presuntamente racional e inteligente".

Tal como habíamos hecho en la lucha por justicia para José Campos Torres, organizamos al pueblo a luchar contra el enemigo. La rebelión fue una rebelión popular. Asimismo, la batalla por defenderla y lograr la libertad de los tres también contó con la plena participación de la comunidad. Una y otra vez nos atacaron, pero no nos rajamos ni abandonamos nuestros principios.

En diciembre de 1978, el jefe de policía tenía planeado vestirse de Santa Claus y repartir juguetes a niños en una fiesta navideña en la clínica Casa de Amigos, aquí en el North Side. Eso nos indignó muchísimo, pues pensaba venir a nuestra comunidad y hacerse el generoso con los niños aunque sus asesinos de azul estaban matando a los padres. Hicimos un piquete en la clínica con altoparlantes y después entramos a condenar a Santa Claus... pero Santa Claus jamás apareció esa noche.

Después, en nochebuena, me arrestaron por "desobedecer a la autoridad" cuando me iba de la iglesia St. Joseph después de hacer una colecta para la defensa a la salida de misa. El jefe de la policía estaba en la delegación; él mismo se encargó de los trámites. ¡Fue un honor! Le pregunté por qué no apareció en la Casa de Amigos esa noche. Le dio muchísima rabia y me gritó: "Aquí en este país jamás aceptarán el comunismo porque todo el mundo vive muy bien...".

La marcha de enero,
una confrontación

El 13 de enero de 1979, unos meses antes del juicio, 500 personas de todo el país participaron en una marcha en Houston. El Partido Comunista Revolucionario sacó artículos en la prensa revolucionaria y unió a gente de todo el país en la lucha por "Libertad para los tres del parque Moody".

La estructura de poder estaba preocupadísima. El jefe de policía salió por televisión y dijo que la gente de afuera iba a acabar en el bote. Mandó a los dirigentes comunitarios y sacerdotes a procurar que nadie fuera a la marcha. Hizo alarde de que tenía suficientes armas para acabar con los descabellados de California antes de que entraran a la ciudad.

Soltaron a todos los presos de la cárcel municipal para que hubiera lugar para los centenares de manifestantes que pensaban arrestar. Montaron cortes especiales en el sótano para los papeleos. Cancelaron todos los permisos de la policía. Cuando la marcha llegó a la delegación, había más de mil policías antimotín con cachiporras, escopetas, M-16; rodeaban el edificio y estaban en el techo.

Pero tuvieron que cambiar de plan. A pesar de las amenazas e intimidaciones, más de 100 vecinos se sumaron a la marcha; una brigada de chavos en bicicleta la encabezaba. El Partido Comunista Revolucionario planteó la consigna: "¡Parque Moody--Semilla del futuro--De la rebelión a la revolución armada de las masas!". Por todo el rumbo de la marcha--desde el parque Moody por las calles Fulton, Quitman, North Main, Hogan y la avenida Houston--salían miles de personas, daban vivas y algunas se unían... Ese día el barrio North Side era territorio del pueblo.

Aunque no teníamos permiso oficial, marchamos en plena calle. La chota ni mostró la cara. Después nos dijeron que varios vecinos que acompañaban a la marcha en sus carros y camionetas tenían pistolas y escopetas para protegerla en caso de que fuera necesario. La policía y la estructura de poder vieron la gran unidad de los manifestantes y vecinos; por eso, decidieron replegarse ese día. Seguramente pensaban que les iba a salir muy caro si atacaban la marcha, aun cuando nos les plantamos en las narices frente a la delegación.

Regresamos al parque Moody y Eduardo Gallegos encabezó una marcha de la Brigada de la Juventud Comunista Revolucionaria por el proyecto Irvington Courts, donde él vivía. A Eduardo lo arrestaron cinco meses después de la rebelión, cuando iba saliendo de un mitin en el parque Moody que exigía: "Libertad para los tres del parque Moody y anular las acusaciones de todos los arrestados". Lo acusaron de incendio y tentativa de homicidio porque supuestamente apuñaló a un periodista en la cola durante la rebelión. La noche de la rebelión lo detuvieron frente a su departamento y lo acusaron de incendio porque le encontraron unos cerillos en el bolsillo. Después retiraron las acusaciones por falta de pruebas.

Después de la rebelión, Eduardo asistió a las reuniones de Gente Unida para Luchar contra la Brutalidad Policíaca y se unió a la Brigada. La chota lo hostigaba mucho. En una ocasión lo detuvieron frente a su departamento dizque por negarse a volver a casa. Le encontraron el libro rojo de Mao en el bolsillo y le dijeron: "¿Por qué dejas que los comunistas te llenen la cabeza de mierda?". Contestó: "Ustedes chotas matan a mi pueblo, hostigan a mis hermanas y hermanos, y luego se preguntan por qué los comunistas nos convencen de que necesitamos una revolución".

El juicio de los tres
del parque Moody

En abril, cuando estaba a punto de empezar el juicio, salió en el Houston Post un desplegado que exigía libertad para los tres del parque Moody y anular las acusaciones contra todos los arrestados. Lo firmaron más de 300 personas, entre ellas 100 abogados y estudiantes de derecho. Más de 100 tiendas y almacenes de las comunidades chicana y negra pusieron nuestros afiches en las ventanas, desmintiendo así el cuento de las autoridades de que ellos fueron los más perjudicados por la Rebelión.

Nos amenazaron con 140 años de cárcel. Ante el tribunal confesamos que por un año organizamos un movimiento de justicia para José Campos Torres; que todos los días íbamos a los barrios para movilizar a la gente, sin hacerles caso ni a las cortes ni a los politiqueros; y que cuando estalló la Rebelión nos unimos al pueblo. Con respecto a las heridas de la chota, dijimos que había que verlas como accidentes de trabajo, que eso les pasa por ser un ejército de ocupación.

Confesamos que el día después de la Rebelión convocamos una conferencia de prensa para decir que la apoyábamos y para exigir que retiraran todas las acusaciones contra los arrestados. Confesamos ser comunistas revolucionarios que nos dedicábamos a preparar la revolución para tumbar este sistema de opresión y miseria.

Después de confesar todo eso, salimos libres. No pasamos ni un solo día en la cárcel. El pueblo se rebeló, nosotros tomamos partido con él, y cuando terminó la batalla en 1985, estábamos libres.

El enemigo no escatimó esfuerzos para atacarnos: la fiscalía eliminó del jurado a todos los negros; sus testigos fueron una bola de agentes y soplones. No consiguió a nadie de la comunidad que testificara en contra de nosotros; todos sus testigos fueron agentes o gente a su sueldo. Nuestros testigos eran 10 personas de la comunidad que estaban dispuestas a perder el trabajo o ir a la cárcel para defendernos.

A dos nos condenaron de motín criminal y nos sentenciaron a cinco años de libertad condicional. El día de la sentencia nos echamos unas cervezas con unos del jurado. En 1984 conseguimos que anularan las condenas. En el 85 no recusamos la acusación de delito menor de motín y así terminó el asunto. Fue una gran victoria para el pueblo.

En el tribunal, el fiscal atacó a uno de nuestros testigos, un soldador chicano. Le gritó: "¿Por qué llevas esa camiseta roja, qué representa, no es el color de la revolución comunista, por qué todos los partidarios tienen camisetas rojas, por qué tiene tu esposa una blusa roja, no es cierto que el carro de Mara Youngdahl es rojo?". El testigo miró su camiseta, luego al fiscal y con una media sonrisa le dijo: "A mí me gusta mi camiseta roja".

Lo que significa
el parque Moody

Hace poco, un periodista me preguntó si me arrepentía de algo. Le dije: "De no haber estado en el parque cuando estalló la Rebelión". Veamos esto. ¿Qué logró la Rebelión? ¿De qué sirvió? ¿Ha cambiado la cosa?

¿Ha dejado la policía de maltratar y matar? No. ¿Han mejorado las condiciones de vida de los chicanos y mexicanos? No. ¿Podemos transitar con toda tranquilidad, sin temor a que un día nos caigan encima y nos echen al pantano? No. Entonces, ¿de qué sirvió?

Bueno, sirvió para decir que no aceptamos que nuestra vida vale $1; para decir que no toleraremos que la chota nos dé una paliza y nos eche a un pantano; para demostrar que somos capaces de luchar y de defendernos y de no dejarnos aplastar. Esos son éxitos. Imagínense si el pueblo no se hubiera rebelado, si el sistema y la chota hubieran quedado impunes, si se sintieran como si nos pudieran tratar como les dé la gana sin tener que pagar las consecuencias.

El pueblo se siente orgulloso de lo que hizo en el parque Moody. Hasta hoy la gente me da la mano. Por mucho tiempo después de la Rebelión me compraban cervezas a donde iba. Es difícil encontrarme con un chicano de mi edad que no diga que estuvo en el parque el día de la Rebelión. El parque Moody ya es prácticamente un legado vivo de resistencia heroica.

Hoy necesitamos ese espíritu más que nunca. El año pasado un chota chicano mató a Oliver Rodríguez cuando estaba en su patio cortando costillas de res; otro agente mató a Uvaldo García Armendáriz dizque porque lo amenazó con una silla; a plena luz del día y en el mero centro, un juez baleó y mató a Ronnie Tucker, un destechado; hace un par de semanas vimos por la TV que balearon a un señora blanca obviamente alterada que intentó fugarse en un radiopatrulla. Desde 1990, la población carcelaria de Texas se ha triplicado a consecuencia de la guerra del gobierno contra el pueblo. El 20 de mayo de 1997 cuatro marines mataron a Esequiel Hernández cuando pastoreaba el rebaño familiar cerca a la frontera.

Como comunista revolucionario, pienso que el espíritu del parque Moody debe estar presente en todas nuestras luchas contra la brutalidad policial, en las jornadas para organizar al pueblo para que defienda a los inmigrantes y en la lucha contra los ataques al welfare y otros medios de vida. Necesitamos ese espíritu cuando, junto con millones de personas igual que nosotros, nos alistamos para barrer este sistema injusto de la faz de la Tierra. Las lecciones del parque Moody son: 1) Se justifica la rebelión contra la brutalidad y el terror policiales; 2) se justifica la rebelión contra la injusticia; 3) se justifica la defensa de la dirección revolucionaria.

Como dijo el Partido Comunista Revolucionario en 1979: "¡Parque Moody--Semilla del futuro! ¡De la rebelión a la revolución armada de las masas!".


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