La entrevista del OR

Padre Roy Bourgeois:
En la lucha contra la Escuela de la Américas

Obrero Revolucionario #1008, 30 de mayo, 1999

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El Padre Roy Bourgeois es un líder del grupo School of the Americas Watch (SOAW). La meta de SOAW es cerrar la Escuela de las Américas (SOA, por sus siglas en inglés) un centro de entrenamiento del ejército estadounidense para oficiales y soldados de gobiernos pro yanqui de toda Latinoamérica. Entre sus 60.000 egresados figuran dictadores infames, como Leopoldo Galtieri y Roberto Viola de Argentina, Guillermo Rodríguez de Ecuador y Hugo Bánzer Suárez de Bolivia, además de los autores de un sinnúmero de atrocidades, como la masacre de 900 personas en El Mozote, El Salvador.

El Obrero Revolucionario entrevistó a Roy Bourgeois en julio en el penal federal Estill, Carolina del Sur, donde purgaba una condena de seis meses; acababa de salir del calabozo. A 22 manifestantes los condenaron de entrada ilegal a Fort Benning, la base militar donde está la Escuela de las Américas (el SOAW llama esa forma de protesta "cruzar la línea"). Posteriormente, salió [en libertad] y, en noviembre, participó en la protesta anual de SOAW en Fort Benning y en una gira nacional.

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¿Cómo es ser preso político en Estados Unidos?

Roy Bourgeois: La cárcel es muy dura, muy solitaria. He pasado unos 14 meses ahí, seis meses en una ocasión, después otros seis meses, etc. Siempre es duro; sin embargo, en la cárcel me siento libre porque no se puede silenciar la verdad. Eso es lo que le dije al juez. Antes de que nos sentenciaran, nos dieron la oportunidad de hablar. Cada uno habló del corazón, y mi mensaje era muy sencillo. El juez Robert Elliot lleva muchos años sentenciándonos a lo máximo. Lo llaman "el verdugo"; es un racista empedernido que condenó a Martin Luther King y fregó al movimiento de derechos civiles. Le dije: "Nos condena porque cree que nos pueda amedrentar a nosotros y a nuestro movimiento, pero no es cierto. No se puede silenciar la verdad; hablaremos desde las mazmorras y cuando salimos, movilizaremos a más gente hasta que logremos cerrar esa Escuela de Asesinos". Así que aquí estoy; es una vida dura, y lo más duro fueron los 38 días que acabo de pasar en aislamiento.

¿Por qué te metieron en aislamiento?

RB: En la cárcel uno tiene que trabajar, pero les dije: "Esos soldados que asesinaron, violaron y torturaron, cuando los metan al bote, yo trabajaré". Inicié un paro; me esposaron y me llevaron al pabellón de máxima seguridad. Fue muy duro: me metieron en una celda de 2 x 3 metros; uno puede salir una hora al día, llevan la comida a la celda. Uno tiene mucho tiempo para pensar, mucha soledad. Mucha gente dice: "Bueno, me gusta la soledad". ¡No lo digas! Es lo más duro de todo. Pero, como dijo Martin Luther King, cuando uno está en la cárcel, ora mucho y piensa mucho.

Además escribí una cartas muy largas y un diario. Encontré la manera de lidiar con esa situación y la experiencia me fortaleció. Me permitió renovar mi esperanza y energía para la lucha, porque cuando salga tenemos mucho trabajo que hacer. Requiere mucha energía, mucho trabajo y mucha esperanza. Uno se cansa en este trabajo. Hay tanto que hacer, uno no tiene tiempo para dormir ni para descansar. Nos afecta muchas veces y eso afecta a los compañeros y compañeras. Nuestro trabajo a favor de la justicia y la paz debe llenarnos de alegría. Es difícil, muy difícil, pues uno confronta el sufrimiento y la muerte a cada paso. Pero tenemos que aferrarnos a la esperanza.

Dedica mucho tiempo a correspondencia: recibimos muchas cartas de solidaridad... de universitarios, ancianos, curas, monjas, estudiantes de prepa y de primaria; contestarlas es un trabajo de tiempo completo. No es simplemente cuestión de dar las gracias; hay que alentarlos. Tengo una lista de "lo que tú puedes hacer para cerrar la Escuela de las Américas": escribir cartas a los periódicos y a los congresistas; presentar nuestros excelentes videos a sus compañeros de trabajo, compañeros de clase, amigos y parientes. No es necesario hacerlo en una escala muy grande, lo que cuenta es el deseo de hacer algo y que corra la voz. Lo más importante es ir a Columbus, Georgia, el 22 de noviembre cada año y unirse con miles de manifestantes para "cruzar la línea". Necesitamos a más de mil personas dispuestas a hacerlo por primera vez. Además, varias personas entrarán ilegalmente a la base por segunda vez y están dispuestas a pasar seis meses en la cárcel. Martin Sheen y Jennifer Harbury estarán con nosotros y "cruzarán la línea" por primera vez.

¿Tú vas a entrar ilegalmente esta vez?

RB: Bueno, ahora no es el momento: tengo que quedarme fuera de la cárcel uno o dos años para viajar por todo el país educando, movilizando y llamando a la acción. Otra tarea importante que tenemos es formar capítulos de SOAW en todos los estados y las ciudades principales.

Cuando me enteré de la escuela en 1990, vivía en el centro Maryknoll de Minneapolis. Decidí ir a Georgia para investigar. Estuve cuatro o cinco días en Columbus y luego fui a Fort Benning. Hablé con los soldados y fui a la línea de tiro. Había muchos soldados de Bolivia, El Salvador, Guatemala, Colombia, México, de 17 países latinoamericanos. Cuando los vi ahí con sus fusiles M-16 y oí ese ruido espantoso, me puse a pensar: ¡Aquí hacen el tiro al blanco, aquí los entrenan a matar! Y para mí no cabía duda: ¡Nosotros tenemos que venir aquí! Regresé a Minneapolis, cancelé una serie de compromisos y empecé a llamar a mis amigos. Un grupo de 10 personas-unos activistas antibélicos, dos salvadoreños, unos veteranos de Vietnam y unos curas jesuitas y dominicanos--fuimos a la entrada principal de Fort Benning y, acampados ahí mismo, empezamos una huelga de hambre.

Levantamos la huelga después de 37 días. Se acercaba el primer aniversario de la masacre de los seis jesuitas y dos mujeres en El Salvador, que ocurrió el 16 de noviembre. Charlie Litecky, su hermano Patrick y yo entramos a la base de Fort Benning y nos dirigimos al cuartel general. Teníamos recipientes de sangre (nuestra propia sangre), una carta al comandante que exigía cerrar la escuela y fotos de la masacre. Fuimos a la Galería de la Fama de la Escuela, donde tienen fotos de los egresados y tiramos la sangre en las paredes. Dejamos las fotos y la carta al comandante. La sangre representaba la responsabilidad de la escuela para la sangre derramada por todo Latinoamérica. Nos arrestaron en un dos por tres; nos sentenciaron a un año y dos meses de cárcel.

En ese momento, ¿sabías que SOAW sería un compromiso de largo plazo?

RB: Al principio no tuvimos un plan de largo plazo. Nos motivó la indignación, la urgencia de cerrar la escuela, la barbaridad de que nadie sabía de ella, o sea, había que hacer algo dramático. Soy partidario de la desobediencia civil para educar a la gente, para despertar la conciencia.

Poco después, salió el informe de la Comisión de la Verdad de la ONU sobre El Salvador, según el cual el 73% de los soldados que cometieron violaciones de derechos humanos en ese país se graduaron de la SOA. Por ejemplo, en la masacre de los jesuitas, 19 de los 26 asesinos egresaron de la SOA, al igual que dos de los tres asesinos del arzobispo Romero, muerto a balazos en el altar. En la masacre más grande, en El Mozote, murieron 900 hombres, mujeres y niños; de los 12 oficiales responsables, 10 recibieron entrenamiento en la escuela. No solo se trataba de El Salvador; recibimos informes sobre los derechos humanos en Colombia, Guatemala, Honduras. Fue muy difícil conseguir esos informes; en todos y cada uno de esos países, las atrocidades, violaciones y torturas estaban vinculadas a la SOA. ¡De veras era una Escuela de Asesinos!

Y entre ellos figuran unos muy famosos, como Noriega, Cédras, Bánzer...

RB: ¡El general Hugo Bánzer! Viví cinco años en Bolivia, donde trabajaba con la comisión de derechos humanos y con los pobres, construyendo escuelas, hospitales, clínicas y guarderías. El gobierno de Bánzer--un dictador muy cruel que recibió mucho apoyo de Estados Unidos--fue sumamente opresivo. Me arrestaron por mi trabajo con la comisión de derechos humanos.

¿Te arrestaron en Bolivia?

RB: Sí, estaban arrestando a muchos profesores y universitarios. Bánzer llegó al poder a través de un golpe de estado muy sangriento. En ese entonces, yo no tenía información sobre la SOA. Formamos una comisión de derechos humanos con participación de estudiantes, mineros de estaño, obreros. Por eso me arrestaron. Me echaron del país en 1976 y me prohibieron regresar. Regresé a Estados Unidos y me enteré de la situación en El Salvador. Poco después del asesinato del arzobispo Romero me enfoqué en El Salvador. Igual que mucha gente, me indignó lo que hacía Estados Unidos en América Latina. Me uní a CISPES pero todavía no sabíamos nada de la SOA, que tenía su centro de operaciones en la selva panameña.

En 1983, la trasladaron de Panamá a Fort Benning. Leí en el New York Times que estaban llegando centenares de soldados salvadoreños; entonces fui a Columbus y alquilé un pequeño apartamento que le puse "Casa Romero". Hablamos con religiosos y estudiantes. A los tres meses dijimos: "Manos a la obra. Hay que llegar a los soldados". Por eso nos lanzamos a la desobediencia civil. Con el apoyo del grupo, unas tres personas entramos a la base. Unos amigos de Chicago nos habían enviado una grabación del último sermón del arzobispo Romero, el que pronunció en la catedral la víspera de su asesinato. Hizo un llamado especial a los soldados--su "llamamiento al cuartel"--en que dijo: ¡Alto a la matanza! ¡Depongan las armas! ¡Desobedezcan las órdenes de matar a sus hermanos! ¡Qué cese la opresión!"

¡Decidimos llevar ese llamado a los soldados salvadoreños en Fort Benning! ¿Pero cómo? Nos cayó el veinte: vestirnos de soldados. Conseguimos uniformes de oficiales. Yo era coronel, pero ¡hubiera sido general! Entramos a la base de noche. Había policías militares y retenes por todas partes. Llevamos una grabadora. Entramos en la zona de alta seguridad cerca del cuartel. Teníamos equipo para escalar árboles--lo ensayamos antes--así que escalé un árbol de unos 10 metros con la grabadora atada con correa. Cuando apagaron las luces dijimos: "¡Obispo Romero, eso es para ti!", y tocamos la grabación. Era una grabadora muy poderosa; por todo el cuartel se oían las palabras: "¡Alto a la matanza! ¡Alto a la opresión!" Fue un momento especial, sagrado. Unos soldados jóvenes salieron del cuartel; no nos podían ver, hasta les dio miedo esa voz que parecía emanar del bosque! ¡Hicimos mucho escándalo, todo un problema para su programa de entrenamiento! Estaban furiosos; nos bajaron del árbol, nos dieron una paliza, nos esposaron y llamaron al FBI. Nos acusaron de entrada ilegal y de hacernos pasar por oficiales. Nos juzgó el juez Robert Elliot y nos sentenció a 18 meses de cárcel.

El mismo juez que indultó al teniente Calley, el que dirigió la masacre de My Lai en Vietnam.

RB: El mismo.

Estuviste en Vietnam. ¿Cómo te sientes al ser sentenciado por ese tipo?

RB: Me da asco. Permíteme decir algo sobre Vietnam. Es parte de mi vida, desde luego. Me acerqué a la lucha paso por paso, a través de mis experiencias. Soy de un pueblito de Louisiana, de una familia de clase obrera muy conservadora y trabajadora. Estudié en la escuela pública y el deporte fue muy importante. De la prepa pasé enseguida a estudiar geología en la universidad estatal, con la esperanza de enriquecerme, de veras, quería hacerme rico. ¡Y qué mejor manera que con el petróleo! Los pobres, la lucha, la solidaridad... no eran parte de mi vocabulario. Me habían moldeado mi pueblito, mi universidad y los partidos de fútbol. Recibí mi título; era la época de la guerra de Vietnam, y como buen patriota, dije, "¡Mi país me necesita!"... y me metí de oficial naval. Pasé dos años a bordo de un buque; viajamos mucho, me encantó el mar; era navegador, una vida muy buena, pues salí de Louisiana y recorrí el mundo. Estuve un año en Atenas, Grecia. Me quedaba un año más. Lo pude haber pasado muy lindo en las playas de Grecia, pero empezaron a pedir voluntarios para Vietnam. ¡Te imaginas lo que hizo este loco de Louisiana! No lo vas a creer, pero como pensaba que el presidente y los generales lo sabían todo, y como no analizaba, me tragué ese cuento de que "si no paramos el comunismo en Vietnam ahora, vamos a tener que pararlo más tarde en California!" [Se ríe] ¡De veras!

Cuando llegué a Vietnam me pregunté: "¿Qué hice?" Fue un punto de viraje. Perdí a unos amigos, fui herido; quería regresar a mis país. Fue terrible ahí: tanto sufrimiento, tanta muerte. Pero fíjate como es la vida. Cerca de la base había un orfanato; el director era un cura canadiense que se encargaba de 300 niños. Como trabajaba ese señor, y con un mínimo de recursos. Empecé a ir al orfanato y a veces mis amigos me acompañaron. Recolectaba dinero, comida, ropa, o sea, cosas de primera necesidad. Con el tiempo iba con más frecuencia y me daba cuenta deque eso es lo que debería estar haciendo, pues ¿qué hacía de soldado?

Me metí en problemas; les pedía a mi familia y amigos en Estados Unidos que ayudaran al orfanato. La gente es muy generosa y en poco tiempo teníamos para dos orfanatos. Mandaban juguetes y todo. Organizamos una fiesta de Navidad para los niños. El comandante nos dijo: "Están pasando mucho tiempo en el orfanato". Pensé: ¿qué tiene este tipo contra los niños? Me interesaba la cultura del pueblo vietnamita, empecé a verlos como seres humanos. Nos mandaron ahí donde tienen una cultura mucho más antigua que la nuestra, una cultura muy compleja. Y nosotros sin saber nada de su historia, ni del pueblo. ¡Lo único que sabíamos era que estábamos ahí para matar a los comunistas! Pero ¿qué sucede? Veía cómo sufrían los niños; muchos de sus padres murieron, con bombardeos, con napalm y ellos mismos fueron heridos. Pues me metí en un lío, y era obvio que no era llamado a ser soldado.

Cuando regresé de Vietnam me trataron como a un héroe, pero me retiré de las fuerzas armadas e ingresé al orden religioso de los Maryknoll, que trabajaba mucho en el extranjero, en el tercer mundo. Pasé seis años en un seminario de la costa este, hasta que me ordenaron de cura y me mandaron a nuestra misión en Bolivia, donde de veras recibí una educación.

Cuando nos vamos a vivir en el tercer mundo, el pueblo es nuestro maestro. Eso es lo que me pasó. Me gradué de la escuela de idiomas, viajé a La Paz, Bolivia, donde alquilé un cuartito en un barrio pobre por $12 al mes. No tenía agua potable. Quería vivir con el pueblo, aprender de su cultura y de su lucha. Me enseñaron sobre la política exterior de mi país, del apoyo que le daba al general Bánzer, de lo que estaba haciendo la CIA en las universidades y las minas de estaño, de cómo las transnacionales explotan la mano de obra barata y los recursos, de una pequeña élite, la oligarquía, un puñado de familias que con el tiempo ha confiscado muchas tierras, y tiene el poder y la riqueza en sus manos. Sin embargo no puede mantenerse en el poder. Es rica pero débil y por eso necesita los militares. Los militares defienden a la oligarquía: cuando los pobres, los oprimidos reclaman vivienda, comida, medicinas, agua potable; cuando organizan sindicatos en las fábricas, etc.; cuando protestan, los ahogan en sangre.

Si bien los países de América Latina tienen sus rasgos distintos, son muy parecidos, pues en lo fundamental el sistema es lo mismo. Tienen una pequeña élite, la clase dominante, y los militares tienen mucho poder. Pero luego suceden cosas como en Nicaragua, cuando la familia Somoza ya no podía aferrarse al poder, los pobres se organizan y los llevan a triunfar. Justo cuando la clase dominante no puede mantenerse en el poder, cuando la lucha de los pobres cobra fuerza, se pide los servicios de la SOA. Mandan miles de soldados a ahí a entrenarse, por ejemplo, seis mil guardias nacionales de Somoza, soldados chilenos bajo el gobierno de Pinochet. Asimismo, en los tiempos más represivos del gobierno de Banzer, mandaban miles de soldados a adiestrarse en la SOA y regresaban muy bien pertrechados para defender el sistema.

¿Cuál es la relación entre la clase dominante de Estados Unidos y sus gobiernos lacayos de Sudamérica?

RB: Es una relación muy entrelazada, están muy ligados. La élite de América Latina está muy ligada a la élite de aquí.

Te refieres a quién financia a la SOA.

RB: Efectivamente. No es un asunto muy enredado. Estamos hablando de sufrimiento, de muerte, de represión y de cómo mantienen a la mayoría de los latinoamericanos en la miseria. Me parece muy importante señalar que lo fundamental no es la SOA sino la realidad que viven nuestros hermanos y hermanas latinoamericanos. ¿Cuál es la realidad? Si uno viaja a esos países con una delegación o como turista verá mucho sufrimiento, dolor y opresión. Basta con ver, no es necesario conversar, solo hay que observar. La gran mayoría de nuestros hermanos y hermanas viven en situaciones muy duras. Mueren prematuramente. Sus hijos pasan hambre, necesitan medicinas, escuelas, hospitales, viviendas adecuadas. Es una barbaridad que seres humanos viven así hoy en día. No hay que investigar mucho para captar el papel de los militares de América Latina. Cometen un sinnúmero de atrocidades y siempre han desempeñado un papel muy importante: defienden el sistema y su clase dominante que hunde a los pobres en la miseria. La SOA es parte de todo eso.

Estoy convencido de que la gran mayoría de gente es compasiva; que respondería positivamente si supiera lo que verdaderamente está causando el sufrimiento. En realidad, es muy sencillo; hay dos lados: el de los pobres, que reconoce que la causa de tanto sufrimiento es el sistema que los militares defienden, que no podría existir sin los militares. Por otro lado, está Estados Unidos, que suministra la ayuda, las armas y el entrenamiento. Hay que decidir a cuál lado colocarse: ¿estamos al lado de los pobres que ven a sus hijos morir, o del lado de los militares. Mientras los militares jueguen su papel, no existe ninguna esperanza de mejorar la situación de los pobres ni de aliviar su sufrimiento. Y el papel de la SOA es precisamente fortalecer su control.

Después de las dos Cumbres de las Américas, Estados Unidos habla mucho de la "democratización" de América Latina, como ahora no gobiernos militares, que las cosas han cambiado. ¿Qué opinas?

RB: ¿Cuáles cambios? ¡La gente está sufriendo más que nunca! No ha cambiado nada. La situación es más bien peor. Bueno, reconozco algunos avances, pero para los pobres, para la gran mayoría, nada ha cambiado. Están sufriendo como siempre. Algo no ha cambiado: la misma gente está en el poder! La oligarquía, los militares, ese puñado de gente. Por ejemplo, una corresponsal del periódico La Prensa, de Guatemala, pasó un día en las oficinas de la SOA antes de entrevistarme. Lo primero que le pregunté fue: ¿Cómo crees que van a publicar tu artículo sobre la relación entre la SOA y Guatemala, cuando gente como el ex ministro de Defensa, general Héctor Gamacho, es responsable del genocidio de miles de personas. Su respuesta fue: "El presidente es un civil, pero los militares siguen en el poder. Controlan la prensa y el sistema judicial. Nuestro periódico practica la autocensura". Mejor dicho, sabe lo que puede publicar. ¿Y sabes qué? Ese artículo no salió, y nunca saldrá.

¿De qué democracia hablan? La gran mentira es que en la SOA se enseña democracia y derechos humanos. Eso lo dicen Bill Clinton, unos congresistas y los directores de la SOA. Basta con darle un vistazo a los cursos que dan en la SOA; es fácil obtener una lista. El Columbus Ledger-Inquirer, sacó un artículo sobre el tema. Hizo una investigación sobre los cursos que se daban de 1990 a 1997. Todo el mundo tomó los cursos de combate; hay muy pocos cursos sobre "derechos humanos" y "defender la democracia".

Hay miles de cursos sobre contrainsurgencia, armas y combate. Enseñan a hacer su trabajo sucio.

Se habla de "derechos humanos", pero ha salido a luz que la SOA ha usado manuales de la CIA en sus cursos desde hace mucho tiempo.

RB: ¡Eso es muy importante! Siempre negaban que los manuales existían. ¡Pero nosotros sabíamos, se filtraba esa información! Documentamos casos de tortura en América Latina, pero siempre lo negaron. La primera vez que salió esa noticia fue en 1996, cuando estábamos presos en la prisión federal de Atlanta. Un artículo de primera plana informaba que los manuales enseñaban como torturar, desaparecer, espiar e infiltrar grupos cívicos, o sea grupos de oposición.

No hay modo de reformar a la SOA. ¿Cómo? ¡No queremos una SOA reformada! O sea, en la SOA hay tanto mal, tanto horror, tanto sufrimiento; es responsable de tantas violaciones y torturas. No es posible reformarla; ¡hay que cerrarla!

¡No quieres una SOA "más benévola"! ¿Crees que el cierre de la SOA cambiará la política exterior de Estados Unidos?

RB: La verdad es: ¡La SOA va a cerrar! Eso es seguro. Las autoridades sienten muchísima presión; buscan limpiar su imagen; por eso, hablan de la guerra contra la droga, de la democracia y del curso de cuatro horas sobre derechos humanos. Ni mencionan las atrocidades y torturas que han cometido centenares de egresados de la SOA. ¡Dicen: "Puede haber unas cuantas manzanas podridas"! Tienen una tarea bien difícil: defender a una bola de matones con las manos manchadas de sangre: ¡al defender a sus soldaditos ellos también se están manchando de sangre! ¿Cómo se atreven a defender a esos matones, a esos bravucones?

No podemos retroceder. El público es muy inteligente: no va a tragarse el cuento de que los militares de Estados Unidos y Latinoamérica son los buenos. Yo tengo mucha confianza en el público. ¡Mientras permanezca abierta la SOA, vamos a crear conciencia! El ejemplo de la SOA es muy concreto, nos da una oportunidad de educar al pueblo. Está aquí mismo y, lo que es muy importante, se financia con nuestro dinero. ¿Cómo se paga el pasaje de los soldados, su hospedaje y entrenamiento? Con nuestros impuestos. Eso es importante porque da coraje que gastan el dinero en eso, a la vez que aquí están recortando el presupuesto de las universidades, las guarderías, de programas para los ancianos y contra la SIDA, etc., etc.

Vamos a cerrar la SOA. Y cuando llegue ese día vamos a celebrar ahí en la puerta, con una gran fiesta, el hecho de que cuando el pueblo se une--los estudiantes, trabajadores, jubilados, feligreses, hombres y mujeres--cuando tanta gente, jóvenes y mayores, se une y se organiza, podemos cambiar las cosas. La lucha para cerrar la SOA nos enseñará que tenemos mucha fuerza; aprenderemos de eso para seguir luchando, porque la lucha continúa.

Lo ves como un paso hacia la abolición de toda la opresión.

RB: Efectivamente. Hay que verlo en el marco del militarismo, de la política exterior de Estados Unidos en América Latina y el tercer mundo, así como la política hacia los pobres de este país. Hay muchas conexiones; no es una cuestión aparte; no son causas separadas. Eso es algo muy importante. Repito, lo que aprenderemos es la batalla por cerrar a la SOA atizará la lucha popular.


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