En La Costura de Los Angeles

Obrero Revolucionario #1075, 22 de octubre, 2000, rwor.org

Durante las protestas contra la Convención Nacional del Partido Demócrata, los compañeros de Libros Revolución organizaron giras de la industria textil del centro de Los Angeles, el sector también conocido como La Costura. En las giras participaron estudiantes miembros de MEChA, anarquistas, partidarios de Ralph Nader, activistas, universitarios, chavos rebeldes, etc., de todas partes del país. Por medio de las giras conocieron el verdadero Los Angeles y al verdadero proletariado que ahí trabaja. Los que no sabían de dónde viene la ropa llegaron a ver las relaciones económicas y sociales en que se produce, relaciones que los capitalistas ocultan.

Las giras siguieron después de la convención. Yo participé en una con un grupo de estudiantes de derecho. Nuestros guías, Olga, Ricardo, Diego (no son sus verdaderos nombres), nos hicieron ver bajo una nueva luz la ropa que nos ponemos.

Nos encontramos un sábado por la mañana en Libros Revolución. Un amigo de los estudiantes, que participó en una gira, les dijo que no se la perdieran. Ninguno sabía qué haríamos, solo que íbamos a caminar entre dos y tres horas.

Apenas llegaron los guías formamos un círculo en torno a ellos para escuchar el plan. Ricardo empezó con una breve orientación: "La gira tiene tres tramos. Cuando termine, veremos que los tres forman una cadena de opresión.

"El primer tramo es el distrito financiero, el segundo es California Mart, la capital estadounidense de la moda, y el tercero será el distrito de los talleres, La Costura. Vamos a ver muchas cosas; nuestro objetivo es hacer un análisis revolucionario, mostrar cómo actúa el imperialismo y darle una cara humana a la superexplotación".

La gira empezó apenas salimos de Libros Revolución. Cruzamos el distrito de las joyerías, que está entre las torres de cristal del capitalismo financiero y el trajín de La Costura.

Diego explicó que todas las joyas a la venta son saqueadas del tercer mundo, que los imperialistas muelen tierra y seres humanos para extraer las piedras preciosas. El brillo del oro, diamantes y relojes Rolex se desvaneció en mi mente con imágenes de mineros brasileños muertos de hambre y mineros enterrados en Sudáfrica.

Media cuadra adelante estaba un negro joven con pantalones que una vez fueron blancos. Le cubrían las piernas deformadas, que no lo sostenían. Rodeado de joyas, en el suelo, extendía las manos y pedía: "¿Me pueden dar una limosna, algo de comer?".

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El distrito financiero está en una loma, y los sábados por la mañana está casi desierto.

Salvo unos actores y un equipo tomándoles fotos, no vimos a nadie más. Era un bosque de rascacielos, cada uno estampado con el sello de su dueño: Arco, Citicorp, Bank of America, AT&T. Ricardo explicó que son las oficinas de la clase que "decide cuántos mexicanos pasarán hambre, cuántos tendrán que abandonar el campo y buscar trabajo en el Norte y a cuántos meterán en la cárcel de Twin Towers, que no está muy lejos de aquí".

Nos pidió que diéramos la vuelta. Se veía todo el centro. Diego señaló dónde quedaba Libros Revolución, el distrito de las joyerías, que acabábamos de pasar, y La Costura, "...el tercer y último tramo. Vamos a descender a donde está el proletariado, los explotados que están al fondo de todo esto". Al bajar vimos más gente en la calle, y nuestro interés aumentó.

Hablando sobre el segundo tramo, Ricardo dijo: "California Mart es la meca de la moda en Estados Unidos. Van a ver ropa carísima. No está abierto al público; allá van dueños de tiendas y distribuidores de alta calidad que buscan la última moda. Hay que gastar miles de dólares para entrar. Sin embargo, los que cosen la ropa no ganan para comprarse una prenda de las que hacen. Los que cosen esta ropa no están muy lejos de aquí, aunque es como estar en otro mundo".

El edificio de California Mart me pareció muy ordinario, un estilo de arquitectura comercial de los años 60. En la sala de espera vimos vitrinas llenas de bolsos de fiesta y suéteres finos. No esperaba ver algo tan lujoso cerca a La Costura, hasta que dimos la vuelta y los guías dijeron:

"Aquí están los talleres, donde los trabajadores hacen todo y son dueños de nada". Era el viejo centro de Los Angeles, ¡increíble! ¡La cantidad de gente!, vendedores ambulantes, costureras, etc. Tuvimos que serpentear por entre la multitud para seguir el camino. Es fácil tropezarse con otros o pisar las mercancías que se venden apiñadas en la acera".

Diego se detuvo en la esquina. Los demás formamos un semicírculo detrás de él. Nos dijo que miráramos hacia arriba. Rascacielos de mármol y concreto en todas los puntos cardinales. Luego nos dijo que volviéramos a mirar, "hacia arriba". Esta vez los vi, los talleres. El edificio de enfrente, de 20 pisos, era un gigantesco taller en un distrito lleno de talleres".

Diego explica que "en La Costura trabajan unas 100.000 costureras, sin contar las que trabajan en casa, que son alrededor de 140.000. Las últimas no son trabajadoras oficiales. A las costureras les pagan por pieza; por eso, hacen lo que pueden en el taller y el resto se lo llevan a casa. Son pobres y tienen que trabajar muchas horas para pagar techo y comida. Muchas tienen más de un hijo, así que tienen que trabajar en la casa.

"Así y todo, ellas tienen que pagarle al patrón para que les envíen la tela a la casa. En la casa las ayudan los hijos, ya sea cortando, cosiendo, haciendo paquetes o lo que sea. Por eso decimos que es trabajo de menores no pagado, explotación infantil. Si no ponen a trabajar a los niños, no acaban. Además, a las costureras las esperan los quehaceres del hogar. ¿Cuánto tiempo les queda para hablar con los hijos, para ayudarles en las tareas escolares...?".

Alguien preguntó: ¿Cómo pueden los dueños abusar tanto de las costureras y por qué ellas se dejan? Ricardo nos relató lo que le contó una costurera desempleada que conoció en una gira anterior. "La echaron porque se legalizó y a los que tienen papeles les tienen que pagar más. Por eso la despidieron. Claro, le dieron otro pretexto, pero ella no es boba. Nos dijo que la mayoría de las costureras están aquí sin papeles y que por eso abusan de ellas. Saben que no pueden protestar y que tienen que aguantar muchos abusos, trabajar en pésimas condiciones, largas horas, a la carrera y demás.

"Esa es la realidad para los que no tienen papeles, no pueden quejarse. Mira, por ejemplo, hay formularios para quejas, pero piden el seguro social. Como dijo la costurera: `Te puedes quejar, pero corres un gran riesgo'".

*****

Era hora de descansar. Nuestros guías nos llevaron a una esquina donde hay una banca de ladrillo en un edificio, y donde hay muchos vendedores ambulantes. Me puse a recordar lo que acabábamos de ver y alcé la vista. De nuevo vi un sinnúmero de rollos de tela en las ventanas y siluetas de costureras jorobadas sobre máquinas de coser.

Una salvadoreña, con un vestido de un color brillante y un delantal bordado a mano, vendía frutas y verduras en bolsitas de plástico sobre una caja de cartón. A su lado, otra señora salvadoreña vendía hot dogs envueltos en tocino, preparados en una hornilla montada sobre un carrito con ruedas. En la acera, un señor mexicano desplegaba una selección de casetes en una sábana, y al frente una mexicana joven y su hija vendían churros.

Estábamos a la sombra del edificio disfrutando de mangos y pepinos con jugo de limón y chile, cuando de repente todos los vendedores ambulantes echaron a correr. El viejito de los casetes los envolvió como pudo en la sábana, pero unos se le cayeron. En cuestión de segundos la repleta acera quedó vacía, salvo una caja de cartón tumbada, el carrito con la hornilla y los hot dogs que seguían chisporreteando. En eso vimos dar la vuelta la esquina a policías en bicicletas.

Diego nos dijo que a los vendedores ambulantes les ponen multas de $500, les decomisan todo y los arrestan. A los que no tienen papeles los entregan a la Migra. Relató un incidente que sucedió durante una de las giras, con un resultado muy diferente a este.

"Esto sucedió después de la Convención Demócrata. Cuando terminaba la gira y estábamos regresando a Libros Revolución, vimos que al otro lado de la calle un paletero estaba completamente rodeado de policías. Tenía unos 20 años, medía 1,50 metros y pesaba unos 50 kilos. Se veía chiquitico en medio de los policías.

"De repente, una multitud rodeó a los policías y les gritó: `¡Suéltenlo!', `¡No es crimen trabajar!', `¡Brutalidad policial!'. ¡Eran las consignas de las protestas! Estas masas básicas, casi todos trabajadores de La Costura, oyeron esas consignas durante las protestas contra la convención y sabían que eran verdad porque lo viven a diario: brutalidad policial, persecución de la Migra.... ¡Por eso, les salieron del corazón cuando vieron a la policía jodiendo al paletero!

"Los chotas no sabían que hacer, tenían miedo. ¡No lo podían creer! La gente les estaba contestando, creo que eso no les había pasado antes. Salieron dueños de tiendas para confrontar a la chota. Fue increíble cómo apoyaron a ese joven. Las masas les gritaban a los policías, los señalaban, les mostraban el dedo. Muchas mujeres se pusieron en sus narices para gritarles. Todo lo que habíamos hablado durante la gira se estaba materializando ante nuestros ojos. ¡Fue increíble!".

Sin embargo, lo más común es lo que acabábamos de ver, el acoso de las masas por el "crimen" de ser pobres e inmigrantes. Los guías nos relataron otro incidente. Fue algo que sucedió a principios de la década pasada cuando el gobierno inició la Operación Guardapuerta (Gatekeeper). El Departamento de Trabajo llegó a La Costura con el pretexto de penalizar a los dueños por infracciones de las leyes de trabajo. Rodearon los edificios y después llegó la Migra y deportó a todos los que encontraron. Los trabajadores saltaron por las ventanas. Así se destruyeron familias; los niños regresaron de la escuela y no encontraron a sus padres porque los deportaron o murieron.

Los guías continuaron: "Una de las cosas que queremos recalcar es el costo de la explotación, el costo social y humano...

"Para llegar acá muchos arriesgaron la vida. Para empezar, cruzan ríos contaminados de desperdicios y químicos. Eso se debe a que la Operación Guardapuerta ha puesto muchos obstáculos a lo largo de la frontera y en la costa. Para cruzar hay que atravesar zonas peligrosas, ya sea por el mar o el desierto, donde uno puede morir ahogado o del extremo calor o del extremo frío.

"Cuesta entre $1000 y $3000 cruzar a México desde Guatemala, y otros $2000 para cruzar a Estados Unidos.

"Después de pasar las de Caín, aquí se ven ante otros peligros, trabajando en estos talleres. Los dueños violan las leyes de trabajo; los edificios no son a prueba de terremotos ni de incendios, y la ventilación es malísima. Las ventanas tienen barras de hierro donde no debieran... y donde debieran, en el piso 17, no las tienen. Las puertas están con llave, lo cual es un peligro en caso de incendio. Los baños también están cerrados con llave.

"Para colmo, tienen que aspirar los petroquímicos que tanto se usan en esta industria. Afectan los pulmones y la salud en general.

"La tela contaminada roza contra la ropa de ellos, penetra al cuerpo y deteriora los huesos.... El vaivén de la máquina de coser les afecta la espalda y la repetición del mismo movimiento les daña las muñecas. Muchos sufren de artritis.

"Los que se lesionan, tienen que aguantarse y seguir trabajando. Si te cortas el dedo tienes que ponerte una curita y seguir trabajando, no hay otra. Si le dices al patrón que tienes que ir al médico, te dejan ir pero no te vuelven a llamar, y no te pagan por el trabajo ya hecho. Eso es muy común. No toman en cuenta para nada la condición humana".

La gira terminó en la esquina de la calle 9 con Los Angeles, el corazón de La Costura. Nos quedamos pasmados cuando nuestros guías señalaron cada una de las esquinas: en una estaban las oficinas de las compañías manufactureras de la industria textil y de los bancos que las financian; en otra estaba California Mart con su ropa elegante; en la tercera estaban tiendas al por menor y, en la última, un edificio lleno de talleres.

Diego dijo: "Han visto de dónde viene la ropa, cómo la hacen, quién la produce, así como quién se apodera de las ganancias. Si bien las camisas se hacen colectivamente, no se distribuyen de esa manera. Ahí se ven las enormes desigualdades fundamentales del sistema.

"Nuestro propósito ha sido demostrar que el imperialismo no es apenas un conjunto de malas medidas ni un grupo de gente avariciosa. La verdad es que es un sistema económico que obedece a la ley de `crecer o morirse'; no le importan los seres humanos, la cantidad de personas que desplaza o mata. Y no solo aquí o en México, sino en todo el mundo. Esa es la naturaleza del monstruo".

Al regresar a la librería, uno de los participantes dijo: "Nunca volveré a ver al centro de Los Angeles de la misma manera".


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