Un pasaje de:

El comunismo y
la democracia jeffersoniana

Bob Avakian

Lea unos pasajes en español, o lea/escuche/descargue la obra completa en inglés

 

La esclavitud, la supremacía blanca y la democracia en Estados Unidos

Nota de la redacción: A continuación presentamos un pasaje de El comunismo y la democracia jeffersoniana, un discurso pronunciado por Bob Avakian en 2006 y publicado en inglés en forma de folleto en 2008. Instamos a nuestros lectores a leer unos pasajes en español y la obra completa en inglés, que están disponibles en línea aquí.

 

La democracia estadounidense:
“Ellos matan gente por decir lo que
usted está diciendo”

Para empezar —y para abordar inmediatamente la realidad básica de cómo es el gobierno en Estados Unidos y qué representa en realidad su democracia—, quiero volver a contar una historia que ya he contado varias veces, porque de una forma sencilla y directa concentra muchas cosas importantes. En 1979 estuve de gira para pronunciar discursos en varias ciudades importantes de Estados Unidos, y en relación con la gira hice una serie de entrevistas en los medios de comunicación. En una de esas ocasiones me grabaron para un programa de televisión en Cleveland, en el que me entrevistaron varios periodistas negros. Inmediatamente después de la grabación de ese programa, en el que había expresado claramente mi punto de vista revolucionario, la mujer que moderó el programa me dijo con toda naturalidad: “Vaya que usted es muy valiente”. Bueno, esto me tomó por sorpresa, y le pregunté “¿Por qué dice eso?” Y ella respondió, con el mismo tono: “Usted sabe, ellos matan gente por decir lo que usted está diciendo”.

Como lo he dicho en varias ocasiones al contar esta historia, lo verdaderamente importante de este intercambio, y en particular los comentarios de ella, es que ni siquiera dijo: “Usted sabe, ellos matan gente por tratar de hacer lo que usted está diciendo”. Dijo simplemente: ellos matan gente por decir lo que usted está diciendo. En esto, ella fue directamente al grano, y de hecho fue directamente a la esencia de la “democracia estadounidense”.

Y este no fue simplemente un comentario suelto de esta periodista negra en particular. No es poco común escuchar comentarios de este tipo, provenientes de gente negra y de otras personas que han tenido experiencia con la brutalidad y los asesinatos que comúnmente comete la policía, especialmente en las comunidades marginadas de las ciudades en todo Estados Unidos — o de gente que, en todo caso, tiene algún tipo de conocimiento de la verdadera historia de Estados Unidos y en particular de la forma en que ha lidiado con la gente que los de arriba consideran como una importante amenaza de un tipo u otro a su dominio. Entre muchas personas así hay quienes tienen, si no un profundo conocimiento científico, al menos tienen una percepción básica de cuál es la verdadera naturaleza de cómo funcionan las cosas en Estados Unidos — de la verdadera relación entre las personas que de hecho gobiernan esta sociedad (pese a lo que se piense de eso) y la gente sobre la que gobiernan en el proceso de manejar la sociedad (pese a la manera de entender de eso).

Por esto considero que es importante contar una y otra vez esta historia — no sólo porque el comentario de esa periodista me impactó fuertemente en ese momento y me pareció muy incisivo, sino porque capta de una forma muy concentrada algunas cosas esenciales de las que demasiadas personas, entre ellas mucha gente con una educación formal, de hecho no saben nada — o las que eligen ignorar.

Otra anécdota de la “vida cotidiana” también muestra este mismo punto básico de una forma muy aguda e inesperada. Hace poco, en la ESPN/The Magazine se publicó un artículo de Scoop Jackson, un escritor negro cuyos escritos también han aparecido en publicaciones como la revista Slam. Este artículo de la ESPN/The Magazine era sobre Etan Thomas, un jugador profesional de básquetbol de los Magos de Washington (que ya no se pueden llamar las Balas de Washington — ya no puede haber balas en Washington salvo las que maneja el gobierno). [risas]. Etan Thomas es lo que llaman un “jugador de relevo” de los Magos —comienza en el banco, anota unos cuantos puntos por juego— tiene talento pero no es un jugador prominente. Y es una rareza, desafortunadamente, hoy en día en el deporte profesional en Estados Unidos: un tipo progresista que expresa sin pelos en la lengua sus puntos de vista. Ha hablado en algunos de los mítines contra la guerra; ha escrito poesía que denuncia al gobierno de Bush y a los políticos en general, poemas en los que habla de la contradicción escandalosa entre la forma en que se habla de las cosas en la sociedad y la realidad de cómo son estas cosas. Ha dicho que quisiera arrastrar a estos políticos a las comunidades marginadas de las ciudades y obligarlos a ver cómo son las cosas allí realmente, lo que la gente tiene que sufrir. Así que este artículo de Scoop Jackson es principalmente sobre la política de Etan Thomas, pero en una parte del artículo Jackson comenta que si Thomas tuviera un promedio de 30 puntos por juego, podría estar muerto.

Ahora, para que quede claro, Jackson no quiere decir que sea peligroso anotar 30 puntos por juego, en el sentido de que el esfuerzo, la energía que le dedica, podría matarlo. No. La clara implicación es que si Etan Thomas fuera un jugador prominente al nivel de un Michael Jordan, que captara esa clase de atención de los medios informativos y la imaginación de las masas populares —y si, desde esa posición, estuviera diciendo las cosas que está diciendo—, probablemente los de arriba lo matarían. Thomas no está llamando a una revolución, pero está denunciando ciertas atrocidades del sistema — y si él hiciera eso como un jugador muy prominente, ellos muy bien podrían matarlo, porque es demasiado peligroso tener a alguien con ese nivel de prominencia diciendo incluso las cosas como las que Thomas está diciendo.

Estas “viñetas de la vida” sí captan algo muy esencial, y nos proporcionan una especie de telón de fondo para una discusión más amplia sobre la tan cacareada “libertad y democracia estadounidenses”, del sistema que gobierna y configura esta sociedad y de la necesidad de tener una sociedad y un mundo radicalmente diferentes.

La “democracia jeffersoniana”:
Los ideales, las ilusiones y la realidad

Como lo sugiere el título, buena parte de esta discusión se desarrollará en relación con las ideas de Thomas Jefferson y el ideal de la “democracia jeffersoniana”, y el contraste entre eso y el punto de vista y programa del comunismo — el que en realidad representa una visión mucho más liberadora de la libertad humana.

Jefferson y su filosofía política representan en un sentido real un emblema de lo que de hecho es la democracia burguesa —y en realidad la dictadura burguesa— en la historia de los Estados Unidos de América. Y, como señalan Isaac Kramnick y R. Laurence Moore, si bien la “memoria histórica de Estados Unidos” sobre Jefferson “ha estado arraigada en distintos rasgos de su polifacética carrera”, para mucha gente Jefferson “sigue siendo el portavoz de una democracia popular y radical que nunca se ha logrado en Estados Unidos”1. En otras palabras, mucha gente —en particular mucha gente progresista— que reconoce que históricamente ha habido, y aún hoy hay, lo que ellos consideran como serios “defectos” en la forma en que en efecto se practica la democracia en Estados Unidos, sin embargo se aferran a la idea de que si de algún modo se pudiera hacer que este sistema realmente cumpliera sus ideales, en semejante caso en realidad sería el mejor de todos los sistemas posibles, no sólo como en su conceptualización, sino en la realidad. Y muchas personas así se aferran a Jefferson como la personificación de lo que Kramnick y Moore describen como “una democracia radical y popular” que “nunca se ha logrado en Estados Unidos”, pero que anhelan ver que se cumpla.

Para ponerlo en otros términos —más directos y científicos—, Jefferson se mantiene como una personificación y una concentración de muchas de las ilusiones de la gente de las capas medias en particular, y más específicamente de muchos de los intelectuales, que no han roto con una concepción del mundo democrático-burguesa, y de hecho se aferran tercamente a esa concepción. Y esto no sólo se da en amplios sectores de la sociedad, sino también, créase o no, ha sido cierto en la historia del movimiento comunista en Estados Unidos. Tenemos el fenómeno —a la vez sorprendente y deplorable, si se tiene una perspectiva auténticamente comunista— del viejo Partido Comunista de Estados Unidos, que defiende a Jefferson como modelo. Incluso en el apogeo del radicalismo de los años 1960, si uno se iba por el país en busca del PC, ¿en dónde se podría encontrar? ¡En sus Librerías Jefferson! Este es un ejemplo patente de cómo gente que dice oponerse al capitalismo y al imperialismo de Estados Unidos —e incluso algunos que se dicen comunistas— se arropa con el manto de la democracia burguesa, en particular tal como se personifica en Thomas Jefferson. En esos años, era muy divertido entrar en una discusión con la gente del PC acerca de por qué ellos tenían las Librerías Jefferson. A pesar del conocido hecho de que Jefferson era un amo de esclavos, estaba el hecho más general de que Jefferson es un representante del sistema el que el PC decía, al menos, que trabajaba para eliminar. Y eso es precisamente el quid del asunto: No se puede eliminar este sistema si se procede sobre la base de defender y alabar a uno de los principales representantes de ese mismo sistema, alguien que de hecho es un emblema de lo que es ese sistema. Y, en realidad, no se puede acabar con los terribles atropellos los que, como muchos sí reconocen, comete el gobierno de Estados Unidos, a menos que se acabe con todo el sistema, del que estos terribles atropellos son una expresión concentrada y del que este gobierno —y en particular su poder ejecutivo y sus fuerzas armadas— son instrumento y ejecutor armado. No se puede cambiar todo esto mientras al mismo tiempo se aferra a las ideas y los ideales que caracterizan este sistema y que dominan esta sociedad — las ideas y los ideales de los que Thomas Jefferson es de hecho un representante digno.

El ideal de Jefferson de una sociedad
buena y justa — y la realidad de la esclavitud

Adentrémonos más en esto examinando la idea de Jefferson de un modelo agrario como la concentración de la sociedad buena, justa y virtuosa2. Esta visión de Jefferson encierra varias ironías muy contundentes, que vale la pena explorar.

La primera ironía: Jefferson alababa a los pequeños agricultores, es decir, a los pequeños agricultores independientes propietarios de tierras, como el emblema —y la existencia de muchos agricultores semejantes como la base— de la mejor forma de gobierno y de una sociedad virtuosa. Para citar de nuevo a Kramnick y Moore: “Para Jefferson las posibilidades morales de la democracia dependían de mantener a Estados Unidos como una nación agrícola. Es decir, él no creía que la democracia y la moral necesaria para mantener la democracia pudieran florecer bajo unas condiciones sociales que destruyeran la independencia económica de los individuos” (The Godless Constitution, p. 152). Sin embargo, Jefferson actuó de manera consecuente en favor de los intereses de la gran clase de dueños de esclavos y terratenientes aristocráticos en el Sur de Estados Unidos, en contraposición a los intereses de los pequeños agricultores — y, por supuesto, esto también se contraponía a los intereses de ese grupo de individuos los que, tal como se veía con tamaña claridad, no tenían independencia económica, ni ninguna otra forma de independencia: los esclavos, que realmente no contaban como individuos a los ojos de los amos de esclavos.

En realidad la sociedad agraria de Jefferson
resultó ser una sociedad basada en la esclavitud
y gobernada por los dueños de esclavos.

Un ejemplo llamativo que mucha gente ha señalado al respecto es la Compra de Luisiana (la compra del territorio de Luisiana en 1803 por el gobierno de Estados Unidos a los franceses). Por haber sufrido importantes reveses militares —especialmente reveses dramáticos en el intento de suprimir la rebelión armada de los esclavos en Haití que se había iniciado bajo la dirección de Toussaint L’Ouverture—, Napoleón Bonaparte, el emperador de Francia, reconoció que no podía conservar fácilmente este territorio en las Américas, y por lo tanto Jefferson, en ese entonces el presidente de Estados Unidos, intervino rápidamente para apropiárselo. En este caso, él actuó primero que todo en favor de los intereses de los dueños de esclavos y con el fin de expandir el sistema de esclavitud a los nuevos territorios que se habían adquirido con esta compra — y no para desarrollar una sociedad agraria basada en una multitud de pequeños agricultores. Éste es un solo ejemplo de los muchos que se pueden citar que muestran claramente que Jefferson actuó en forma consecuente en favor de los intereses de la clase de dueños de esclavos — en conflicto no sólo con los intereses de los esclavos sino también con los intereses de los pequeños agricultores del Sur, así como con los intereses de la clase capitalista naciente centrada en el Norte.

Todo el estilo de vida del Sur dependía de la esclavitud — esa era su base económica fundamental. Incluso los pequeños agricultores que no poseían esclavos se esforzaban por llegar a estar en una posición de poseer algunos esclavos. Y, con respecto al mismo Jefferson, no sólo su estatus económico sino también su capital político, incluida su elección a la presidencia, dependieron de la esclavitud, y en particular de la cláusula de los “tres quintos” en la Constitución de los Estados Unidos — el llamado “compromiso de los tres quintos”, que estipulaba que, con fines de pagar impuestos y también de votar y tener representación en el gobierno, cada esclavo se contaría como tres quintos de un ser humano. Como señalaron en ese entonces muchas personas del Norte, desde diversas posiciones y por diversos motivos, en esencia este “compromiso” permitía que los estados del Sur, donde se consideraba a los esclavos como propiedad, acumularan una representación más grande en el gobierno nacional, debido a la multiplicación de esta “propiedad humana”. En otras palabras, las personas del Norte que poseían propiedad —por ejemplo granjas o fábricas— no podían contar cada fábrica o granja como parte de una fórmula para determinar el tamaño de la representación que tendría un estado del Norte en el gobierno nacional (en particular en la Cámara de Representantes), pero los estados esclavistas podían contar tres quintos de todos los esclavos, en cualquier momento dado, en términos de esta representación. Esto inclinó la balanza a favor de los estados del Sur, en términos de la estructura política nacional, desde los meros comienzos de Estados Unidos. De hecho, esto fue algo en lo que insistieron los estados del Sur como condición para unirse con los estados del Norte para formar los Estados Unidos de América, como un país con un solo gobierno nacional. Incluso las personas en el Norte que, por convicciones morales y/o por intereses económicos, se oponían a la esclavitud, terminaron por capitular ante esta exigencia, ya que para ellas era más importante formar este nuevo país —ellas entendían que la formación de un nuevo país era más esencial para sus intereses— que abolir la esclavitud. Así que, si bien esta cláusula de los “tres quintos” en la Constitución era un compromiso, este compromiso le dio un cierto poder desproporcionado al Sur, a la clase de los dueños de esclavos del Sur; y esto les dio la capacidad, hasta la guerra de Secesión casi 100 años después, de bloquear y contrarrestar los pasos que hubieran inclinado las cosas por el camino de abolir la esclavitud.

Algunas veces se dice que Jefferson realmente se oponía a la esclavitud y quería ver que se terminara. Y se pueden encontrar declaraciones de Jefferson donde dice que la esclavitud de hecho es una plaga y que tendrá consecuencias negativas por algún tiempo por venir. También ha habido malinterpretaciones de lo que Jefferson escribió sobre la esclavitud. Para tomar un solo ejemplo importante, hay pasajes que escribió en los borradores de la Declaración de Independencia —algunos de los cuales no lograron ser parte, pero algunas que sí lograron ser parte, de la versión final de esa Declaración— en que se condena fuertemente al rey de Inglaterra y al gobierno británico por presuntamente haber impuesto el comercio de esclavos a Estados Unidos. Ahora, de hecho había maneras en que Jefferson y la clase de dueños de esclavos en Virginia en general se opusieron a algunos aspectos del comercio internacional de esclavos, aún cuando al mismo tiempo ellos mismos participaban en la venta de esclavos a otros estados y a los amos de esclavos en otros territorios. En esto, la motivación esencial de estos dueños de esclavos de Virginia era que no querían que se hiciera caer el precio de los esclavos, ya que ellos mismos se habían convertido en importantes vendedores de esclavos dentro de Estados Unidos. En lo fundamental, por esta razón, se opusieron a la continuación del comercio internacional de esclavos — una vez que sí llegaran a oponérsele. Esto lo veían sobre todo en términos de propiedad, y de oferta y demanda en relación con la venta de este tipo particular de propiedad — los seres humanos. Así, en este caso también, Jefferson actuó en favor de los intereses de la clase de dueños de esclavos, y su “sociedad agraria” resultó ser un sistema de plantaciones de los dueños de esclavos — y no una sociedad de pequeños agricultores independientes.

Esto por supuesto está relacionado con (y en sentido general es parte de) la contradicción más grande entre las declaraciones de tono excelso de Jefferson en la Declaración de Independencia acerca de la igualdad de todos los hombres (nótese: todos los hombres) y sus “derechos inalienables” y, por otra parte, la escandalosa realidad de que el propio Jefferson no sólo poseía esclavos sino que actuaba de manera consecuente en favor de los intereses de la clase de dueños de esclavos y de la institución de la esclavitud, aunque a la vez expresara ciertos escrúpulos morales sobre la esclavitud y elucubraciones sobre sus consecuencias largoplacistas para la nueva república estadounidense.

La esclavitud, la supremacía blanca
y la democracia en Estados Unidos

El historiador Edmund S. Morgan, en su libro Esclavitud y libertad en Estados Unidos, citado por David Brion Davis en su libro Inhuman Bondage, dice que para Jefferson y otros amos de esclavos de Virginia como George Washington (“el padre de nuestro país”) y James Madison (quien fue el autor principal de la Constitución estadounidense y que también llegó a ser presidente de Estados Unidos), había cierto tipo de unidad —una unidad de contrarios, como diríamos los comunistas— entre cómo veían a los blancos, y por otra parte a los africanos negros, a los mulatos y a los indígenas. Aquí, voy a citar a Morgan y hacer algunos comentarios sobre lo que dice, para destacar los puntos esenciales.

Morgan señala: “Así, en Virginia, el racismo concentró el temor y el desprecio que los hombres de Inglaterra, fueran Whig o Tory, monárquicos o republicanos, sentían por las inarticuladas clases bajas” de su propia “raza”. Lo que Morgan muestra es que en Europa, ya sea de parte de los “liberales” o de los “conservadores” (los Whig y los Tory), había un desprecio abierto, especialmente entre las clases dominantes altas y sus representantes políticos, por la “chusma ignorante” de las clases bajas, mientras que en Estados Unidos esto no se manifestó exactamente de la misma manera debido a que mucho de este desprecio se desviaba, por así decirlo, y se dirigía hacia las masas negras —que en su inmensa mayoría estaban esclavizadas, especialmente en el Sur— y hacia los mulatos y los indígenas.

Morgan prosigue — y esto es muy importante en términos del desarrollo general de la democracia burguesa en Estados Unidos: “El racismo hizo posible entre los blancos de Virginia el desarrollo de una devoción por la igualdad” —una igualdad para los blancos, hay que recalcar— “que los republicanos ingleses habían declarado que era el alma de la libertad”. Y Morgan señala que una de las cosas que lo hizo posible fue que en Virginia “Había muy pocos pobres como para que eso importara”. En otras palabras, debido al racismo y a que veían a los africanos, a los mulatos y a los indígenas como seres inferiores que realmente no merecían la libertad, los blancos de Virginia, sin ver ninguna aguda contradicción, podían pronunciar, como lo hizo Jefferson en la Declaración de la Independencia, nobles principios sobre la igualdad y los derechos inalienables de todas las personas. Se referían a la gente blanca —y más específicamente a los hombres blancos—, a la vez que excluían explícitamente a estos otros grupos de personas — muy especialmente a la gente de origen africano que habían esclavizado. Una cosa iba con la otra: la inclusión de algunos y la exclusión de otros, la idea de la igualdad entre los blancos (aunque ésta tampoco fuera realidad) y la subyugación y la esclavización de las personas negras, mulatas e indígenas. Aquí están la paradoja y la ironía, aquí está una profunda contradicción, incorporada en los Estados Unidos de América desde sus mismos inicios: Estos virginianos, cuyas ideas han ejercido una influencia muy grande en el concepto de la libertad en Estados Unidos —y la encarnación de esto en los documentos de fundación de Estados Unidos— representaban los intereses de la clase de dueños de esclavos entre los blancos, pero al mismo tiempo podían declarar que estaban hablando en términos universales acerca de la libertad para todas las personas. Podían proclamar una república, en oposición a una monarquía, podían exaltar los principios de un gobierno compuesto de representantes elegidos por el pueblo, y las libertades asociadas con el republicanismo —y podían creer en esto—, aun cuando al mismo tiempo practicaban y defendían la esclavitud, así como otras formas de explotación y opresión.

Como dice Morgan: “al agrupar a los indígenas, mulatos y negros en una sola clase paria” —es decir, al ponerlos en una categoría de seres que no iban a considerar realmente como humanos y no iban a otorgarles los derechos y libertades que los seres humanos deben tener—, “los virginianos habían allanado el camino para agrupar de forma similar en una sola clase de amos a los dueños de las plantaciones grandes y pequeñas”. Nuevamente aquí vemos la unidad dialéctica (contradictoria) entre la exclusión de una parte de la sociedad, y la idea de la unidad de las otras —identificadas como las blancas— incluso con las divisiones de clase entre sí.

Morgan indica una conclusión muy profunda: “El racismo se convirtió en un ingrediente esencial, aunque no reconocido, de la ideología republicana que facilitó que los virginianos” —como Washington y Madison, así como Jefferson— “dirigieran a la nación”3.

Esto se refiere a una muy importante particularidad, o peculiaridad, de la sociedad burguesa y los principios de la democracia burguesa tal como se desarrollaron desde los mismos comienzos de Estados Unidos y tal como se han desarrollado históricamente ahí. Como señala David Brion Davis, Morgan argumenta que con la esclavitud racial la clase de dueños de esclavos propietarios de plantaciones de Virginia pudo cooptar a los blancos más pobres y así perpetuar una sociedad sumamente explotadora y desigual bajo el estandarte de la libertad republicana. Como señala Davis: “La esclavitud y el racismo de Virginia se convirtieron, paradójicamente, en la base social e ideológica para el compromiso de Estados Unidos con la libertad y la igualdad” (Inhuman Bondage, p. 135).

Es muy importante entender esto, no sólo en relación con la fundación de Estados Unidos, sino también en relación con sus implicaciones y sus consecuencias a lo largo de la historia de Estados Unidos, hasta el día de hoy. La ideología republicana y las nociones de la libertad que han caracterizado la forma en que se ha concebido y gobernado a Estados Unidos de hecho han incluido, como elementos fundamentales, el racismo y la opresión del pueblo negro y de otra “gente de color”: la exclusión de estos grupos —de forma abierta y explícita, o al menos en la realidad y en la práctica— de la noción imperante y la aplicación de la libertad, y su subyugación desde los meros comienzos y en el funcionamiento esencial de Estados Unidos. Y ha habido una clara tendencia a que esto contribuya de diversas maneras a mellar los conflictos de clase en general en la sociedad estadounidense y la conciencia de clase del proletariado — particularmente entre los blancos, pero también de manera diferente en el pueblo negro y otras nacionalidades oprimidas.

Todo esto está relacionado con la primera ironía que mencioné: Jefferson hablaba de una sociedad agraria basada en los pequeños agricultores como la sociedad modelo, pero en realidad, y contrario a eso, de forma consecuente defendió y luchó por los intereses de la clase de dueños de esclavos; y la sociedad agraria de la que en realidad él era una encarnación, y de la que era un vocero, era un sistema de plantaciones de dueños de esclavos.

La democracia burguesa, el elitismo burgués

La segunda ironía es que, aunque Jefferson exaltaba a los pequeños agricultores y la noción de una sociedad basada en los pequeños agricultores, creía firmemente que era necesario dirigir a tales pequeños agricultores y que a éstos los encabezaran miembros de una capa más elite, en términos económicos e intelectuales — de la cual el Jefferson mismo era un representante. Y aquí hay una ironía dentro de esta ironía, por así decirlo: en lo que se refiere a los “demócratas jeffersonianos” —esto se aplica a los demócratas burgueses más en general, pero en particular a aquellos que defienden y exaltan a Jefferson y sus ideas e ideales como el modelo de una gran sociedad, aun cuando todavía no se haya logrado en toda su extensión—, ¡muchos de ellos figuran entre aquellos que están muy prestos a atacar, por un supuesto elitismo, a los comunistas, y en particular a Lenin y su obra ¿Qué hacer?! Con qué frecuencia les hemos escuchado decir cosas como: “¡Los comunistas como Lenin piensan que las masas son demasiado estúpidas como para poder saber lo que es bueno para sí mismas! Ellos piensan que estas masas tienen que tener a una elite de intelectuales para darles órdenes y decirles lo que es bueno para sí mismas, ya que son muy estúpidas para saber qué es lo que realmente quieren y necesitan — eso es lo que es el punto de vista de los comunistas, eso es lo que argumenta Lenin en el ¿Qué hacer?

Aquí no tengo tiempo de adentrarme en todas las maneras en que eso es una burda distorsión de lo que Lenin estaba argumentando realmente en ¿Qué hacer? Pero la realidad es que la esencia de lo que él argumenta en esa obra es todo lo contrario a estas acusaciones: Él insiste tanto en la capacidad como en la necesidad de que las masas entiendan las dinámicas básicas de la realidad objetiva, y de la sociedad humana en particular, para poder luchar conscientemente por transformar la sociedad, por hacer una revolución con el objetivo final de crear un mundo comunista. Lenin recalca que ésta es la única forma en que en realidad se puede hacer esa transformación tan radical de la sociedad. Y, sí, insiste en que las masas necesitan una vanguardia que las dirija en esta lucha — una vanguardia cuyo propósito precisamente es capacitar a las masas mismas para que hagan la revolución, y no sustituirlas (o tratar de sustituirlas) al hacerla.

Así que ésta es la “ironía dentro de la ironía”: Muchos de estos demócratas (burgueses) jeffersonianos nunca se cansan de acusar de “elitismo” al comunismo, y a Lenin en particular, y no obstante su héroe y modelo, el mismo Thomas Jefferson, era un firme creyente en la idea de que la gente del común necesitaba que una elite económica e intelectual la guiara hacia una sociedad virtuosa. Ésta es la lógica que Jefferson habría seguido, si realmente hubiera tratado de crear una sociedad así — algo que no hizo.

Las mercancías, la polarización,
la desigualdad y la explotación

Y la tercera ironía: Si la sociedad basada en los pequeños agricultores de Jefferson de hecho se hubiera creado —y existen muchas razones por las que no fue posible hacerlo, pero si se hubiera realizado—, en poco tiempo habría engendrado y habría sido suplantada por la polarización y la aparición de elites que gobernaran a la “gente del común”. Si se concibe una sociedad compuesta por una gran cantidad de agricultores, cada uno que posee una pequeña parcela de tierra y que la cultiva de forma independiente, bueno, primero que todo existen muchas “condiciones naturales”, por decirlo así, que tendrán diferencias entre estas tenencias de tierras —diferentes condiciones del suelo, de la topografía y de otros factores ambientales y geológicos— que favorecerán a unos y no a otros.

Por ejemplo, miremos a la misma Virginia. Señalé esto en la charla Revolución4. ¿Por qué hay una Virginia del Occidente? La razón básica es que el territorio de este estado —que antes de la Guerra Civil era la parte occidental de Virginia— tiene un terreno muy diferente que la mayoría del resto de Virginia: esta zona occidental es muy montañosa y rocosa, tiene mucho carbón, pero no es tan propicia para la agricultura en pequeño ni para la agricultura en general (hay algunos cultivos en pequeño, pero no es tan favorable para la agricultura como otras partes de Virginia, y otras partes del Sur, que tienen un suelo mucho más rico). Esa es la razón subyacente por la que, en la época de la Guerra Civil, esta parte occidental del estado se separó de Virginia y de la Confederación: ahí, las condiciones económicas y los intereses de la gente eran muy diferentes, en sentidos importantes.

También está la cuestión muy importante de cómo están ubicadas las diferentes parcelas de tierra con respecto al agua y otros factores que les dan ventajas (o desventajas) a aquellos que poseen la tierra. Estas diferencias, y sus efectos y consecuencias en términos del rendimiento agrícola y factores relacionados, se harían valer por sí mismos, aunque se comenzara con una situación en que todos tuvieran una granja de más o menos el mismo tamaño, y muchos pequeños agricultores independientes realizaran cultivos en pequeña escala, familiares — con todo el patriarcado y la supremacía masculina que acompaña eso. Hubiera habido desigualdades dentro de estas familias y granjas familiares, y hubiera habido el desarrollo de una polarización y unas desigualdades entre los diferentes agricultores, aunque si simplemente se tomara a una región de Estados Unidos como el Sur, por no decir nada del hecho de que se habían formado tierras de cultivo más hacia al Occidente, había granjas de otro tipo en el nororiente de Estados Unidos en sus comienzos, y además había agricultura en otros países y había comercio mundial, lo cual habría penetrado en todo esto y habría afectado e influenciado la polarización que ya se desarrollaba dentro de la sociedad de base agraria en Estados Unidos. E imaginemos que de alguna manera el gobierno dijera: “Muy bien, aplicaremos el ‘modelo jeffersoniano’: todos tienen que ser pequeños agricultores —o, si no todos tienen que ser pequeños agricultores, al menos la base de toda la economía y de toda la sociedad tiene que ser los pequeños agricultores— y si alguien comienza a crecer mucho más que los demás, en términos de tenencias de tierras, le quitaremos una parte de sus tierras y se las daremos a otros, para que de nuevo habrá distribución más igual de las tierras en pequeñas granjas en todo el país”. Pues bien, con el tiempo esto habría suscitado guerras y conflictos armados, porque aquellos a los que se les hubiera puesto trabas de esa manera (a los que les quitaran sus tierras para “equilibrar” las cosas) se hubieran resistido, y si se hubiera seguido haciendo esto, ellos se hubieran rebelado y tomado las armas.

Y además, de nuevo, existe todo el mercado mundial y su influencia en todo esto. En los años de la fundación de Estados Unidos, si se examina la venta del algodón, tabaco y otros productos, como el azúcar, del Sur, ¿a dónde iban estos? En gran medida, iban al mercado mundial, a Europa y a otros lugares. Para mantener una situación más o menos de igualdad en la tenencia de tierras, se hubiera tenido que impedir que todos produjeran para el mercado mundial, porque si produjeran para el mercado mundial, se habría fomentado y reforzado la desigualdad: a algunos agricultores les hubiera ido mejor que a otros, hubieran encontrado un mercado más favorable en algún momento dado para lo que estaban cultivando. Y eso habría afectado e intensificado la polarización que ya se estaba dando. Hubiera sido necesario intervenir con el gobierno y el ejército para sacar al país del mercado mundial.

En resumen, esto para nada hubiera sido práctico y realizable. Aunque se partiera de esa base —de muchos agricultores con tenencias de tierras más o menos iguales—, no se podría mantener esto, fundamentalmente porque todo esto se daría —y en la verdadera historia de Estados Unidos todo se ha dado— dentro del contexto general de la producción y el intercambio de mercancías. Sobre esto, hay dos cosas para destacar: uno, como lo ilustra lo que ya he esbozado, la producción y el intercambio de mercancías conducen de forma inevitable a las desigualdades y a la polarización. El funcionamiento general del sistema de mercancías significa que habrá desigualdad; significa que a algunos les irá mucho mejor en la competencia que a otros; significa que se desarrollará una polarización. Y lo que acompaña esto —lo segundo a recalcar aquí— es que la misma fuerza de trabajo (la capacidad de trabajar en general) se convertirá en una mercancía. Se puede ver que esto ocurre incluso hoy: muchos agricultores ya no están en capacidad de sobrevivir como tales (o dedicarse a los cultivos y nada más); se ven impelidos a contratarse a otros a los que les ha ido mejor (a otros agricultores, o a gente que tiene otros negocios). En una sociedad agraria —y en particular en una que funciona dentro de un marco general de producción e intercambio capitalista de mercancías— se reducirá a cada vez más gente a una posición de trabajadores asalariados, que tienen que vender su capacidad de trabajar, su fuerza de trabajo, para poder vivir. También se tendrá esa polarización —entre los capitalistas y los trabajadores asalariados— junto con la situación con un carácter muy disparejo que se seguirá desarrollando incluso en la clase de terratenientes, hablando en un sentido amplio. Y cuando el mercado mundial entre a la ecuación, una vez más todo esto se acentuará muchísimo más.

Así, junto con la manifiesta contradicción entre lo que proclamaba Jefferson sobre que “todos los hombres son creados iguales” y están dotados de ciertos “derechos inalienables”, por un lado, y por el otro lado, no solamente el hecho de que él fuera un amo de esclavos sino que sus repetidas acciones, inclusive como presidente, en nombre de toda la clase de dueños de esclavos, estas otras ironías (o contradicciones — las ironías son contradicciones) que he identificado y de las que he hablado aquí, son a su vez una expresión de la naturaleza fundamental de la sociedad en que vivió y funcionó Jefferson y de la que él se yergue como un legítimo adalid: un sistema arraigado en las relaciones de explotación y opresión5.

Para resumir este punto: al examinar lo que Jefferson escribió (en sus “Notas sobre Virginia” y otras cosas) sobre el modelo de que una sociedad buena y virtuosa es la que se basa en una multitud de pequeños agricultores, y el conflicto entre esto y el tipo de sociedad que él realmente defendió y por el que luchó, podemos sacar algunas lecciones profundas sobre la naturaleza de un gobierno republicano moderno como una democracia burguesa —y sobre la naturaleza de la misma democracia burguesa en general, como una forma de gobierno y dominación de clase, una dictadura de la clase burguesa— así como, en forma más particular, las expresiones específicas que ésta ha asumido en la historia de Estados Unidos, con la peculiar institución de la esclavitud durante más de cien años antes de la fundación de este país, y por cerca de cien años más después de su fundación.

 

1. Isaac Kramnick y R. Laurence Moore, The Godless Constitution: A Moral Defense of the Secular State [La Constitución impía: Una defensa moral del estado laico], W.W. Norton & Company, Nueva York / Londres, 2005, pp. 106-07.  [volver]

2. En esta conexión, hay varias obras de particular relevancia: Garry Wills, Negro President: Jefferson and the Slave Power [Presidente negro: Jefferson y el poder de la esclavitud], Houghton Mifflin Company, 2003; Roger G. Kennedy, Jefferson’s Lost Cause: Land, Farmers, Slavery, and the Louisiana Purchase [La causa perdida de Jefferson: La tierra, los agricultores, la esclavitud y la Compra de Luisiana], Oxford University Press, 2003; y David Brion Davis, Inhuman Bondage: The Rise and Fall of Slavery in the New World [Servidumbre infrahumano: El auge y la caída de la esclavitud en el Nuevo Mundo], Oxford University Press, 2006 (en especial el capítulo 14, “La política de la esclavitud en Estados Unidos”). Aquí debo decir que Davis, al igual que demasiados otros hoy, repite a lo largo de este libro un anticomunismo tan conocido y aparentemente de rigor — un anticomunismo que no se basa en hechos reales, sino que francamente es más vacío, se traga y regurgita muchas de las burdas distorsiones y calumnias acerca de todo el proyecto comunista y de la experiencia de los países socialistas, incluso habla de esto como si fuera peor, de muchas formas, que la esclavitud clásica. Desafortunadamente, esto se da en medio de lo que no obstante son algunos discernimientos y análisis muy valiosos en este libro de Davis y los malogra — unos discernimientos y análisis de los que no obstante aún es importante aprender. Entre otras cosas, esto ilustra la gran importancia del proyecto Pongamos las Cosas en Claro (y su página web thisiscommunism.org) y la necesidad de luchar con gente como Davis, así como de forma más general, sobre cuál es la verdadera realidad de la experiencia histórica del movimiento comunista y de la sociedad socialista — y metodológicamente, la necesidad de aplicar de manera consecuente un enfoque de pensar de manera crítica, lo que incluye específicamente respecto a los ataques y la calumnias contra el comunismo, en vez de aceptar todo esto de manera acrítica.  [volver]

3. Estas citas son del libro de Edmund S. Morgan, Esclavitud y libertad en Estados Unidos: De la colonia a la independencia, citado por David Brion Davis en Inhuman Bondage, the Rise and Fall of Slavery in the New World, p. 135.  [volver]

4. El título completo de este discurso es Revolución: por qué es necesaria, por qué es posible, qué es.  [volver]

5. En un sentido más grande y más abarcador, el carácter específico de la sociedad estadounidense, y su desarrollo histórico, es una expresión particular de las contradicciones fundamentales en toda sociedad humana: las contradicciones entre las fuerzas de producción y las relaciones de producción y entre la base económica en cualquier momento dado y la superestructura de política (que incluye las instituciones, las estructuras y los procesos políticos) y de ideología. Las fuerzas de producción se refieren a la tierra, la materia prima, la maquinaria y otras tecnologías, junto con la gente y sus conocimientos y habilidades, que se pueden utilizar en la producción, mientras que las relaciones de producción se refieren a las relaciones en que entran las personas en el proceso de llevar a cabo la producción en una sociedad determinada. En un sentido fundamental, el carácter de las fuerzas de producción determina el carácter de las relaciones de producción. Como señaló Carlos Marx, para poder llevar a cabo la producción —para poder producir, y reproducir, los requisitos materiales para la vida— las personas entran en unas relaciones de producción muy definidas, y una economía no puede funcionar (y no se puede entender), aparte de estas relaciones entre las personas en la producción; pero en un sentido básico, estas relaciones de producción son independientes de la voluntad de los individuos — se determinan fundamentalmente por el carácter de las fuerzas de producción en un momento dado, y no por las ideas o los planes de las personas. Al mismo tiempo, es un fenómeno general que las fuerzas de producción continúan desarrollándose, y esto tiende a hacer surgir cambios en las relaciones de producción; por ejemplo, la creación y el desarrollo de los computadores y otras “tecnologías de la informática” han conducido a cambios significativos en la forma en que se lleva a cabo la producción, incluso en el sistema capitalista. Pero cuando las fuerzas de producción se han desarrollado de tal forma que las relaciones de producción existentes en su conjunto se han convertido, en un sentido cualitativo y profundo, en un obstáculo, en una traba, para las fuerzas de producción, en ese momento surge la necesidad objetiva de hacer una revolución en la sociedad, para poder crear nuevas relaciones de producción que puedan desencadenar más las fuerzas de producción de una manera cualitativa. La actual época en la historia es una época en la que semejante revolución es necesaria y se requiere — para derrocar el capitalismo y reemplazar sus relaciones de producción con relaciones socializadas de producción, que correspondan al carácter socializado de la forma en que se lleva a cabo la producción en el mundo de hoy (el hecho de que realizan, y sólo pueden realizar la producción en gran escala hoy grandes grupos de personas, organizadas en redes altamente desarrolladas, que trabajen en conjunto —y hoy esto ocurre cada vez más a una escala internacional— a diferencia de unos individuos aislados que trabajan cada quien por su lado para hacer sus propios productos). Semejante revolución —para transformar la base económica de la sociedad (las relaciones de producción) — únicamente puede y debe darse en la superestructura, es decir, por medio de una lucha política (e ideológica) que, siempre que la sociedad esté dividida entre explotados y explotadores, llega a concentrarse en una lucha total por el poder en la sociedad, tal como se encarne en las instituciones del poder político y se exprese en última instancia en el monopolio de la fuerza armada. Lo que es radicalmente nuevo y único en la revolución comunista es que su objetivo es el de derrocar el sistema capitalista de explotación y resolver la contradicción fundamental que caracteriza el capitalismo —entre el carácter socializado de la producción y la apropiación como capital poseído de manera privada de lo que se produce con estos medios socializados— y esta revolución no sólo pondrá fin a la explotación capitalista, sino a toda explotación, a la división de la sociedad en clases y a todas las relaciones sociales opresivas, y por lo tanto pondrá fin a la necesidad, y a la existencia, del estado, un aparato represivo utilizado por la clase dominante para ejercer su dominio sobre aquellos a los que explota y oprime.  [volver]