Socialismo visionario:

Sobre la anarquía del capitalismo y
la necesidad de la planificación social

Obrero Revolucionario #1076, 29 de octubre, 2000, rwor.org

En 1999 el Partido Comunista Revolucionario, EU, anunció un proyecto de un año: elaborar un nuevo Programa--un Programa marxista-leninista-maoísta--que trazará el camino hacia el triunfo de la revolución en Estados Unidos.

En ese anuncio invitamos a unirse a este proyecto y solicitamos la colaboración de mucha gente en el trabajo de investigación socioeconómica y de la estructura de clases de este país, así como la oportunidad de debatir nuestro análisis político y nuestra visión de la nueva sociedad y la estrategia para crearla. Pedimos comentarios y observaciones sobre el actual Programa (de 1981), así como sugerencias para el nuevo.

Para contribuir a este proceso, el Obrero Revolucionario está publicando una serie de artículos: pasajes del actual programa, escritos de Bob Avakian (Presidente del PCR,EU) y otros escritos de los órganos del Partido, con el fin de explicar ciertos principios marxista-leninista-maoístas, así como el análisis del Partido de la sociedad y el proceso revolucionario.

Continuamos la serie con "Sobre la anarquía del capitalismo y la necesidad de planificación social" de Raymond Lotta, publicado en la revista Revolution (primavera, 1992) como apéndice al artículo titulado "La teoría y la práctica de la planificación maoísta: En defensa de un socialismo visionario y viable".

La planificación económica socialista que se aplicó en la China revolucionaria supera la situación en que fuerzas económicas ciegas gobiernan la vida humana a costa de inmenso sufrimiento. A continuación, presentamos una breve discusión teórica sobre la anarquía inherente al capitalismo y su papel central en la dinámica interna del sistema.

La anarquía de la producción social es un rasgo fundamental del capitalismo y solo el auténtico socialismo la superará. Por anarquía nos referimos al hecho de que no hay un plan o propósito social que guíe el desarrollo económico capitalista. La sociedad no calcula de antemano los productos que necesita, la mejor manera de producirlos ni la maquinaria y tecnología requeridas. Ni mucho menos toma en cuenta los apremiantes problemas sociales, ya sea falta de vivienda en los barrios pobres o investigación sobre el SIDA, ni moviliza a la gente y los recursos necesarios para resolverlos.

En el capitalismo, eso jamás se hace ni se puede hacer por dos razones fundamentales. Primero, los distintos procesos de trabajo que componen la actividad productiva de la sociedad los organizan privadamente capitales independientes en competencia, que toman decisiones unilaterales sobre la producción. No existe una relación directa entre ellos y por eso no es posible manejar la producción social como un todo. Segundo, el afán de lucro domina esos procesos de trabajo y determina lo que se produce. Por eso se construyen condominios lujosos mientras las viviendas de los barrios pobres se desmoronan.

En el capitalismo, la sociedad produce la gran mayoría de los productos que necesita como mercancías. Una mercancía es algo que se produce no para el uso directo de su productor sino para el intercambio, para venderse en el mercado. Al productor no le interesa la utilidad de la mercancía sino su valor de intercambio, es decir, lo que se recibe a cambio de ella. Como precisó Henry Ford, el negocio de la Ford no era producir autos sino ganancias. Mejor dicho, en la sociedad capitalista, la producción de la gran mayoría de los productos no tiene una relación directa con las necesidades sociales, sino una relación indirecta a través de la búsqueda de ganancias.

La producción capitalista consta de muchos capitales distintos; cada uno controla directamente su proceso productivo y planea sus actividades. Sin embargo, ninguna autoridad social coordina el proceso social de conjunto. El capitalismo moderno requiere un alto grado de organización al nivel de la empresa: cada una planea la inversión, promoción e investigación; coordina la producción y compras entre sus departamentos; controla las fuentes de materia prima. Puede que se pongan de acuerdo por temporadas, pero cada unidad de capital (es decir, bancos, corporaciones trasnacionales, etc.) toma sus decisiones aparte. Repetimos, no existe ninguna autoridad social que coordine los procesos económicos de la sociedad. Los capitalistas individuales ignoran quién usará su producto, en qué cantidad e incluso si se necesitará o no. En la enconada batalla de ganarse la mejor parte de las ventas, fabrican millones de automóviles, construyen fábricas de acero e inventan nuevas tecnologías. Pero solo después sabrán si en realidad los automóviles se venden, si el acero satisface una demanda y si la nueva tecnología les da ventaja. En resumen, reina la anarquía al nivel de la sociedad. En última instancia, la planificación parcial y desincronizada de las unidades individuales de capital intensifica el desorden del conjunto. Incluso en casos de producción por pedido (por ejemplo, el gobierno manda a fabricar productos militares y estipula la cantidad y calidad), rige la misma situación, de que no se coordina la actividad económica de la sociedad. Las condiciones del capitalismo moderno requieren que el estado capitalista regule ciertos aspectos de la producción para proteger los intereses del capital nacional. Pero esto ocurre dentro del contexto de la producción de mercancías y la lucha competitiva por las ganancias. No se supera la anarquía; reaparece a niveles más altos.

La producción capitalista de mercancías contiene una contradicción intrínseca que tiene que resolver continuamente. Por un lado, los productores individuales organizan y realizan su producción independientemente; por otro lado, son mutuamente dependientes y son parte de una división social del trabajo. Los capitalistas individuales dependen de otros para obtener materia prima, energía y maquinaria, es decir, todo lo necesario para la producción. Además, suponen que venderán sus productos, sean de consumo o de producción. Entonces, ¿cómo se coordina la actividad económica de la sociedad capitalista? ¿Cómo encajan esas partes independientes de la producción?

Lo que une y regula esos procesos es el mercado. La producción (o consumo) solo se realiza si los productos necesarios pasan de un capitalista a otro, o al consumidor, por medio del intercambio, el cual tiene sus propias leyes. Las mercancías se compran y se venden al precio que refleja la cantidad de tiempo necesario para producirlas (en las condiciones sociales predominantes). Incluso la fuerza de trabajo es una mercancía que se compra y se vende. Esta ley del intercambio es un aspecto de la regulación que ejerce el mercado.

El mercado también forja una división social del trabajo a partir de los procesos de trabajo individuales, por medio del sube y baja de precios y ganancias. El capital migra hacia los sectores de producción más lucrativos y sale de los sectores menos lucrativos. Está obligado a expandirse o morir, aumentar ganancias y conquistar una mayor parte del mercado; esto lo impele a ser más eficaz, reducir gastos y vender más barato que la competencia. Los capitales individuales están sujetos a la ley del mercado. Si una inversión no rinde una ganancia adecuada o si una mercancía no se vende al precio que costeó, el capitalista tiene que producir con más eficacia o cambiar de rama de producción. De esa manera, el mercado impulsa y regula la reorganización del capital: la compañía U.S. Steel cierra fábricas de acero poco eficaces para invertir en bienes raíces; la industria automotriz equipa sus fábricas con nueva maquinaria que reemplaza mucha mano de obra; las empresas quiebran o las absorben; los trabajadores se van en busca de empleo. Las empresas estudian el sube y baja de precios y ganancias para ajustar la producción a la demanda. Solo así saben si el proceso de trabajo que controlan cumple las normas predominantes de competencia, e incluso si satisface una demanda o no. Así se moldea constantemente la división social del trabajo.

Pero esta regulación es ciega y anárquica. Es un sistema de tanteo, todo al azar. En tiempos de auge, expanden la inversión apresuradamente; nuevas tecnologías reemplazan las anteriores antes de que caduquen. En cambio, en tiempos de recesión, falta la inversión; muchos millones caen en el desempleo y no hay suficiente producción para satisfacer las necesidades más básicas. Este sistema de regulación por el mercado desperdicia muchos recursos y causa enorme sufrimiento. Causa crisis económicas periódicas. Es una batalla implacable de competencia que obliga al capital a expandirse o quedarse en la ruina, a aumentar al máximo las ganancias y reducir al mínimo las pérdidas, sin importar el impacto en la sociedad o la economía. Esta compulsión de expandirse o morir, inherente al sistema de producción anárquica, domina el mundo; causa rivalidad económica internacional; lleva a la más salvaje explotación y opresión de los pueblos del tercer mundo; da origen a la política de hegemonía y a la guerra.

El socialismo elimina el control privado de la producción social y la sociedad. Planea la utilización de la fuerza de trabajo, y la distribución del producto y de los medios de producción, de acuerdo con las necesidades sociales. Maneja las fuerzas productivas tal como son, es decir, fuerzas productivas sociales. Lo que regula el desarrollo social y económico es el control consciente y colectivo--en el sentido más profundo--de los seres humanos en asociación libre. Así el socialismo elimina la anarquía del capitalismo.


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