Michael Slate
Revolución #1, 1° de mayo, 2005, posted at revcom.us
Regresé hace menos de 24 horas. Durante las últimas seis semanas he viajado por todo Sri Lanka y he conversado con mucha gente sobre el maremoto y la opresión y sufrimiento que persisten cuatro meses después de que la enorme ola azotó la costa y a cientos de miles de personas.
Para celebrar la presentación del periódico Revolución, quiero enviar unos párrafos de introducción a una nueva serie de artículos y fotos que tomó mi compañero de viaje, el fotógrafo Mukai.
Al norte del pueblo de Trincomalee, en la costa noreste de Sri Lanka, está una de las playas más hermosas del mundo: kilómetros de arena blanca y suave, el agua templada del océano Índico, palmeras y monos. Durante el bajamar uno puede caminar cientos de metros mar adentro y el agua apenas le llega al pecho.
Una noche calurosa hablé con Ramasamy, un barquero que vive en una aldea a unos 200 metros de un hotel de la costa. Ramasamy es tamil, una nacionalidad oprimida de Sri Lanka. Me contó lo que es ser barquero. A veces lleva carga o gente a otras aldeas y otras veces hace de guía de turistas. No es una vida muy próspera. Buena parte del noreste ha quedado devastado por la guerra entre el gobierno y los combatientes tamiles, que ya lleva 20 años. Durante el día, las tropas del gobierno buscan rebeldes y disparan desde barcos contra las aldeas. A la noche, los combatientes de Tigres Liberadores de Tamil Eelam salen a atacar puestos del ejército. En medio de todo eso, la gente busca la manera de ganarse la vida.
El... de diciembre del año pasado azotó el maremoto. Ramasamy cuenta lo que sucedió.
"Era la madrugada, yo caminaba por la costa buscando trabajo. Estaba mirando el mar. Tenía algo curioso, pero no sabía qué era. Estaba tranquilo. Dicen que el mar desapareció, aunque yo no vi eso. Pero jamás olvidaré lo que vi. Fue algo que ni yo ni nadie de la aldea jamás había visto. El mar se paró y corrió hacia la playa. Era de 10 a 15 metros de alto.
"Corrí mucho trecho hasta que el agua me alcanzó. Mi esposa e hijo estaban con su hermano tierra adentro y fuera de peligro. A mí me tragó el mar. Quedé abrazado a una palmera. Mi aldea quedó destruida. Era una aldea pequeña, pero después de eso no quedó nada. Ni siquiera hay tiendas de campaña. La aldea ya no existe y el gobierno dice que no podemos reconstruirla porque una ley prohíbe vivir tan cerca de la playa. Mi barco quedó destruido, así que no tengo trabajo".
Ramasamy nos mostró un enorme tronco de unos 7 metros de largo y más de 1 metro de diámetro. Apareció en la playa como un mes después del maremoto. "La gente vino a mirarlo; se dice que vino de Indonesia. Luego vino el cadáver de una niña, también de Indonesia. Luego llegaron cocos, cocos de Indonesia. Los cocos aparecieron a lo largo de la playa. El gobierno dijo que no los comiéramos, que eran peligrosos. Pero nosotros teníamos hambre, pues no había nada, así que los comimos".
Al anochecer se arrimaron a nosotros dos amigos de Ramasamy. Me mostraron fotos de su familia, la esposa de uno, un tío y un niño que murieron. Otro señaló la aldea y el hotel. Preguntó con indignación por qué nadie se preocupa de reconstruir la aldea o siquiera poner un albergue temporal, cuando el hotel fue reconstruido en menos de un mes. Piensa que los empresarios del turismo quieren borrar la aldea. Más que nada quiere que le den respuestas. "¿Qué fue? Yo todavía no sé qué fue el maremoto. ¿Regresará? Quién sabe. Yo quiero saber cómo voy a vivir. ¿Cómo va a vivir mi aldea? El maremoto vino y se fue, pero nosotros seguimos sufriendo. ¿Por qué?".
Estas son las preguntas y contradicciones que exploré en mi viaje y en las conversaciones que tuve con trabajadores de plantaciones de té, con pescadores, con médicos alemanes que llegaron a las operaciones de rescate, con ecologistas, con revolucionarios maoístas, con monjes budistas, con militantes de los Tigres Liberadores de Tamil Eelam, con académicos e ingenieros. Estoy muy entusiasmado con esta serie que publicará en las próximas semanas Revolución .