Exclusivo para Revolución
Michael Slate
Revolución #002, 15 de mayo, 2005, posted at revcom.us
En marzo y abril, nuestro corresponsal Michael Slate recorrió Sri Lanka, uno de los países devastados por el maremoto de diciembre de 2004. Habló con una amplia gama de personas acerca del maremoto, y de la opresión y el sufrimiento que le siguieron. Esta es la primera parte de su informe, que saldrá en Revolución en las próximas semanas.
Es una locura tratar de salir de Colombo, la capital, rumbo al sur en la hora pico. Hay una sola regla para manejar en Sri Lanka, especialmente en las principales ciudades como Colombo, Kandy y Galle: llenar todo centímetro y seguir moviéndose cueste lo que cueste. Es un mar caótico de carros, camiones y buses. Los tuk tuks, taxis de tres ruedas, zigzaguean entre ellos como mosquitos, y compiten con las motocicletas y las bicicletas, a veces con familias enteras encima. Hombres flacos, el cuerpo agachado, empujan antiguas carretillas con enormes montones de materiales de construcción, arroz u otros productos, y buscan un hueco para meterse. De vez en cuando dos o tres vacas se meten a la calle y hacen estragos. Si la bocina no funciona, uno nunca avanzará.
Al borde de la ciudad, el tráfico y la confusión empiezan a disminuir. De aquí hasta la playa, unos kilómetros más allá, hay una mezcla de chozas al lado de la carretera.
No se ven señales del maremoto hasta que uno llega al mar. El agua destruyó muchas de las casas, tumbando muros y techos. Incluso ahora, varios meses después, hay restos de barcos pesqueros por todas partes. Al lado de la carretera hay grandes barcos con boquetes en el casco; los más pequeños no se pueden reparar. Los catamaranes son montones de palillos.
Unos viven en las casas medio destruidas. Pero más hacia al sur, la devastación es más completa. Por primera vez se puede ver la terrible fuerza de las olas que devastaron grandes extensiones de la costa. En vez de casas se ven muros, un segundo piso colocado encima de unas columnas, una escalera que no da a nada y fundaciones cubiertas de arena.
La mañana del... de diciembre, un enorme sismo frente a la costa de Sumatra (Indonesia) produjo el maremoto, que mató a aproximadamente 250,000 personas por todo el sur de Asia. La mayoría murió cuando las olas devastaron la provincia de Aceh (Sumatra) unos diez minutos después del sismo. Dos horas más tarde, otros 40,000 murieron y 800,000 quedaron damnificados cuando el maremoto, avanzando a unos 800 km por hora, llegó a Sri Lanka, al otro lado del océano Índico.
A dos horas al sur de Colombo, se han montado enormes ciudades de tiendas a lo largo de la carretera costera para los miles y miles de personas sin techo. Al lado de uno de estos campamentos, entre Peraliya y Telwatta, hay un monumento silencioso a la muerte y destrucción que causó el maremoto. Es extraño, pero estos pocos vagones de tren y vías ferroviarias torcidas y oxidadas son una concentración de uno de los peores desastres naturales de la historia. Son todo lo que queda de la Samudra Devi (la Reina del Mar), un tren que recorría la costa de Colombo a Galle.
El... de diciembre (al día siguiente de la navidad y un día festivo budista), el tren llevaba por lo menos 2,000 personas cuando paró en Telwatta. Unos pocos minutos después lo aplastaron dos enormes olas. Descarrilaron los vagones y los hicieron añicos. Dejaron una larga extensión de la vía torcida y desenterrada. Solo un puñado de pasajeros sobrevivió. Se calcula que murieron 2,000 pasajeros, pero con toda probabilidad murieron centenares más porque muchas personas que huyeron de la aldea y la carretera se treparon al techo del tren para salvarse de las olas. Tres meses después, estos vagones son un tributo silencioso a los muertos.
En una clínica provisional hablé con Chamila, una joven de la aldea de Peraliya, acerca del tren y de sus propias experiencias.
"Estaba en casa cuando llegó el maremoto. Como soy cristiana, para mí era una temporada especial. Tengo una niña pequeña, de un año y tres meses. Me preparaba para ir a la iglesia pero una vecina me dijo que no se podía por el maremoto. No lo creí porque no sabía nada de maremotos. Pensamos que era una simple ola y no sabíamos lo rápido que venía el agua.
"Llevé a mi hija a un lugar más alto. Todos los vecinos me dijeron: venga con la niña, venga para salvarse. Vi el agua y mucha gente pedía ayuda, pero no podíamos ayudarlos porque el agua vino con mucha fuerza.
"Llegaron dos o tres helicópteros, pero no podían aterrizar por los restos de los árboles y de las casas, y por la fuerza del agua. Pasamos dos días en la colina rodeados de agua. No se podía hacer nada.
"No había nada de comer, fuera de unas galletas. Las galletas flotaban en el agua y alguien que sabía nadar las agarró y encontró un poco de agua dulce también. Se lo dimos todo a los niños. Los padres no comimos ni tomamos nada porque no sabíamos por cuánto tiempo estaríamos ahí. No había radio y no recibimos ninguna noticia. No había electricidad ni nada. Había una sola vela que nos dio un poco de luz la primera noche. Pero las dos noches siguientes todo estaba oscuro. Teníamos miedo porque oíamos gritos de ’ayúdenme, ayúdenme’ durante toda la noche, y tanta gente lloraba. Los veíamos y oíamos, pero no podíamos hacer nada para ayudarlos.
"El agua no bajó muy rápido. No se podía caminar en el agua. Quise hacerlo pero no se podía. A los dos días el agua todavía estaba a un metro y medio, un agua muy oscura con muchas cosas malas adentro, muchos cadáveres. Había un olor muy desagradable. Por eso teníamos miedo y no queríamos irnos. Esperábamos ayuda.
"Perdí seis familiares pero solo encontramos dos cadáveres. A cuatro no los encontramos. No sabemos dónde están muchos cadáveres. Hay un río al lado de la aldea y creo que arrastró muchos cadáveres a otros lugares. El agua del mar y del río se mezclaron y el agua salada penetró en el pozo. Todavía encontramos cadáveres en el pozo. Muchos están en el río. Los encontramos a diario.
"Mucha gente de esta aldea murió porque hubo dos olas, la primera y una segunda más fuerte. Y el problema del tren también. Creo que murieron 250 padres y jóvenes y 175 niños".
La ciudad de Galle es el centro turístico mejor conocido de Sri Lanka. Como está ubicada en la punta sudoeste de la isla, parece que Galle y sus alrededores hubieran debido sufrir menos devastación. Pero los maremotos son fenómenos complejos y cuando la ola llegó a la punta de la isla, cambió de dirección y se dirigió hacia el sudoeste.
Galle es un centro administrativo y comercial regional, así que los medios internacionales informaron sobre lo que pasó ahí. En el distrito, donde hay muchas aldeas turísticas a lo largo de la costa, unos 4,000 personas murieron y docenas de miles quedaron sin techo. Se calcula que murieron 2,000 personas nada más en Galle, pero no se sabrá con seguridad porque mucha gente viajaba o visitaba el mercado cuando las olas llegaron.
El alcalde de Galle me dijo: "La mayoría de los 2,000 muertos son mujeres y niños porque no podían correr. Las madres no querían abandonar a los hijos. Lo único peor sería un maremoto nocturno, cuando todo mundo está durmiendo y no tiene ninguna posibilidad de escapar. Esta vez ocurrió en pleno día y todo mundo gritaba y corría para salvarse".
Cerca del centro hay un bloque rectangular de casas en hilera, más o menos como departamentos. En el frente hay un camino de concreto y detrás una playa rocosa. Cuando hay tormentas las olas casi alcanzan las puertas.
Llegué en un día calmado. Hacía mucho calor y la brisa marina fue un alivio. Pensé en lo tranquilos que son el mar y el sonido de las olas en las rocas. Pero me imaginé cómo sería ver un muro de agua de 8 metros de altura que se acerca rápidamente. Ahora parecen casas bombardeadas en una zona de guerra. Hay juguetes y ropa debajo de montones de ladrillos y madera.
Ranpalee, una señora delgada de treinta y pico años, está en la entrada y se le ve el miedo en los ojos. Estaba en la casa cuando llegó el maremoto. Me dijo: "Hacía mis quehaceres pero el mar no se portaba como de costumbre, estaba fuerte. Entré en la casa y vi que el agua subía, y le dije a una amiga que se pusiera detrás de la puerta. El agua tumbó la puerta y entró en la casa. Cerré otra puerta pero el agua la tumbó también, así que mi hermana y yo fuimos al segundo piso. Vimos que el agua había destruido el primer piso, así que fuimos al techo y nos pusimos a gritar y a pedir ayuda".
Los vecinos fueron a un templo cercano y luego a una escuela cristiana. A las tres semanas, el director de la escuela amenazó con desalojarlos a la fuerza, así que se fueron. Recibieron tiendas y las montaron en un terreno, pero el dueño llamó a la policía para arrestarlos. A fin de cuentas, regresaron a las casas y montaron las tiendas al frente.
Ranpalee continuó: "No teníamos dónde irnos y por eso pedimos las tiendas. Con mucha dificultad las obtuvimos y todavía vivimos en ellas. Estamos aquí durante el día, pero no dormimos aquí porque tenemos miedo del mar.
"No tenemos nada. Necesitamos casa. Trabajé 13 años en el extranjero como criada y sastre, en Dubai, Jordania y otros lugares, y construimos esta casa con mucha dificultad. Mi hermana, su esposo, mi esposo y yo vivíamos aquí. Mi hija me dijo que me fuera a vivir en Colombo, pero le dije que no puedo abandonar a la familia.
"No hemos recibido mucha ayuda, ¿y sin casa cómo vamos a ganarnos la vida? Unos extranjeros me dieron una máquina de coser, pero ¿qué puedo coser si no tengo casa? Tener una casa es la máxima prioridad, y nadie nos ayuda con eso. Todos vivimos aquí. Tenemos cierta solidaridad. Cocinamos juntos, comemos juntos y tras el maremoto compartimos el dolor y la responsabilidad de cuidarnos. Cuando mi hija viene y me dice que vaya a Colombo, le digo que no puedo abandonarlos. Por eso vienen de vez en cuando de Colombo para ayudarnos, pero me quedo aquí.
"El gobierno no nos ha ayudado porque somos muy pobres. No tenemos propiedad, vivimos en la playa. Todo lo que necesitamos es una casa pero no han hecho nada para ayudarnos con esto. Les hacemos preguntas y les decimos nuestras necesidades, pero no nos escuchan. Mi hermana tiene un problema cardíaco y no puede usar una mano. También tengo discapacidades, pero trato de reparar ropa para subsistir. Somos muy pobres e indefensos. Pero no perdimos a nadie durante el maremoto porque nos ayudamos el uno al otro.
"Creo que el mayor cambio ha sido psicológico, porque todavía tengo miedo del mar. En la noche en la tienda, pienso que todo ruido es otro maremoto y me despierto gritando. No quiero quedarme en esta casa porque tengo miedo. Siempre me pregunto si el mar va a venir de nuevo. Dicen que habrá otro maremoto el... de este mes, así que vivo con miedo".
En el medio del camino de concreto del complejo, encuentro a un muchacho con la cara sucia, el estómago hinchado y una sonrisa pícara. Está en la entrada de un departamento pequeño y oscuro. Me acerco y él grita "Hola", se ríe y corre adentro. Poco después sale su madre y nos invita a entrar. Cuando los ojos se adaptan a la oscuridad, oigo una voz del otro lado del departamento. Rangani, una señora de cuarenta y pico años, está tirada en el suelo. La pierna se le dañó en el maremoto y no puede caminar, pero quiere contarnos lo que le pasó.
"Trabajo como criada de una familia musulmana y de esa manera crío a mis tres hijas y dos nietas. Un día vi las olas y le grité al señor que se fuera. Les advertí y corrieron. Fui la última en correr y vine a buscar a mi propia familia. Rumbo a la casa el agua llegó y me empujó contra las rocas. Perdí a mi esposo, el padre de mis hijos, hace 25 años. Por eso he tenido que trabajar muy dura como criada, lavando, cocinando y todo, para criarlos. Ahora el señor viene de vez en cuando para ayudarnos, y es como recibir oro.
"Los muchachos de la mezquita rescataron a mucha gente que se estrelló contra las rocas. La señora de la familia donde trabajo me ha ayudado también. Soy muy fuerte. Una vez molí 25 kilos de arroz para una fiesta. Y tengo mucho valor. Pero después de tanto trabajo y de dar a luz a la tercera hija, me dañé la columna así que quedé un poco débil. Sufrimos mucho y a veces no lo puede soportar. Mis hijas me han dicho que debemos suicidarnos quemándonos con una lámpara, y quizá el olor atraiga a todo mundo a mirarnos".
En el lado este de Galle hay una pequeña parcela de tierra llena de árboles, pájaros y lagartos, separada del camino por una laguna agradable. A un lado está la playa. Hace seis meses era idílico; ahora hasta se siente la tensión y el miedo en el aire.
Nelith ha pasado casi toda la vida aquí. Me alcanzó cuando me acercaba a una casa construida cerca de la laguna. Me explicó que el maremoto la demolió, pero que la estaba reconstruyendo con la ayuda financiera de una señora inglesa que vive en una colina cercana. Perdió a su hija en el maremoto y ahora su esposa, Chandrani, vive con miedo.
Después de reconstruirla, la policía vino y le dijo que como está a 96 metros de la playa (y no 100, como dice la ley) tendrá que tumbarla. Es una ley aprobada hace más de 10 años, pero que no hicieron respetar hasta después del maremoto. Por supuesto se hace respetar selectivamente: solo se usa contra los pescadores y los demás pobres. Los hoteles turísticos han recibido permiso especial del gobierno de localizarse cerca de la playa. Nelith cree que no ha hecho nada malo y no ha obedecido.
Nelith no estaba en la casa cuando llegó el maremoto y tardó más de cinco horas en llegar del centro. Chandrani me contó lo que pasó. No podía hablar más que unos pocos minutos sin llorar. El dolor la ha dejado tan devastada que casi no come nada. Encima, el peso de la tradición religiosa y de la superstición la agobian. La tradición budista dicta que tres meses después de la muerte de un ser querido debe haber una ceremonia de dar limosna, pero Nelith y Chandrani no tienen nada que dar. De hecho, apenas lograron terminar la casa para la celebración.
La voz se le quebró y el cuerpo delicado tembló. Me dijo: "Después del maremoto, fuimos a una escuela donde pasamos unos pocos días. Una señora extranjera nos dijo que nos iba a ayudar a reconstruir la casa. Dijimos ’gracias’ y regresamos. No es que nos guste estar aquí, porque todavía tenemos miedo, pero no tenemos alternativa.
"Cuando llegó el agua estaba en el pozo. Cuando me enteré regresé y le grité a mi hija. Pero la segunda ola me llevó y me agarré a un árbol. Mi hijo me encontró y me preguntó dónde estaba su hermana. La encontramos en la tierra inconsciente y la llevamos al hospital, pero murió. Solo tenía un hijo y una hija, y perdí a la hija.
"Las olas casi alcanzaron el techo. Encontramos la ropa y las sábanas en el techo después de que se fue el agua. Ahora tenemos que celebrar la ceremonia de dar limosna para mi hija, y por eso volvimos a construir la casa. ¿Qué espera el gobierno? Gran parte de la vieja casa está destruida. Perdimos todo, hasta la ropa. La ropa que tengo hoy es la ropa que llevaba el día del maremoto. Los muebles que ve aquí son de la esposa de mi hijo. Perdimos todo. Dicen que mañana, el día de la luna llena, habrá otro maremoto. No lo sé pero tengo mucho miedo".
Al otro lado de la calle de donde viven Nelith y Chandrani, hay un campamento de refugiados de más de 60 tiendas azules. En el camino los niños están sentados jugando y tocando tambores. Docenas de perros buscan sombra.
Kavith, el director del campamento, es un joven lleno de vida, energía y sentido del humor. Antes del maremoto tenía una casa a unos 100 metros del camino, pero quedó destruida. Dice que era "rico" porque era mecánico y gángster. Pero el maremoto le cambió la vida.
"Fue muy peligroso. Nunca hemos visto nada parecido y hasta ahora no nos gusta hablar de esto porque nos hace temblar de miedo. Estaba en casa viendo una película y oí los gritos. Miré por la ventana y vi la ola de ocho metros de altura que se estaba acercando. No se podía hacer nada, no se podía nadar, solo dejar que la ola se lo llevara. Me llevó y me dejó en un claro en la selva.
"Perdí a mi hija mayor. Perdimos todas nuestras pertenencias, quizá unos 10 ó 15 laks, o sea, un millón y medio de rupias, pero eso no nos preocupa tanto.
"El maremoto cobró muchas víctimas. Me dañó las manos y me dejó con moretones y cubierto de sangre, pero me dediqué a rescatar a los demás. Busqué los cadáveres de los vecinos y encontré a 15, entre ellos el de mi hija. En eso me di cuenta de que todos hemos perdido seres queridos y lloré. Pero después aprendí a no llorar porque todos hemos sufrido e hice lo posible por ayudar. Lavé el cadáver de mi hija y la enterré de la mejor manera que podía".
Hablé con Kavith acerca de su vida en el campamento. En un momento una joven, Kiyoma, se nos acercó con fotos de sus hijos. Kavith la invitó a sentarse y hablar con nosotros. Tenía una sonrisa tímida y la voz cobró fuerza cuando contó lo que le pasó.
"El... estaba embarazada de 19 días. Cuando la ola llegó tenía a mi hija menor de un lado y a mi hijo del otro, y mi madre estaba con nosotros. Oí un gran ruido, como la dinamita que se usa de vez en cuando para pescar, así que no me molestó. Luego vi el agua. Mi marido estaba durmiendo y lo desperté. Agarré a un niño y fui en busca de los demás. Llegamos al camino. Como gritaba tanto los vecinos pensaron que se trataba de un accidente. Vi a mi padre y al bebé, y los llevé a la casa de mi mamá.
"Corrí con los dos niños para escaparnos del agua. Nunca pensaba que una ola podría hacer algo así. La ola se desató sobre la aldea desde todos lados. Cuando se retiraba, un farol arrancado por el agua me golpeó, y perdí a los dos niños y se los llevó el agua. El tercer niño luchaba para salvarse y de alguna manera lo rescataron. A mi mamá la golpeó otro objeto y desapareció debajo del agua. El agua me llevó pero vi un árbol y agarré una rama, y con la otra mano a mi hijo. Llegó otra ola y no pude seguir agarrando el árbol. Tenía a mi hijo en la mano pero él se ahogaba. Terminamos agarrando otro árbol y subí a mi hijo al árbol. Le hice un lavado del estómago para sacarle el agua y le salvé la vida. Pedí a los dioses que nos rescataran. Le dije a mi hijo que el agua nos iba a llevar y que íbamos a morir.
"En eso vi al hijo de mi hermana envuelto en cordel y maleza y me pidió ayuda. De alguna manera se desenmarañó. Luego vi a mi padre caminando de modo inseguro hacia nosotros, y le dije al joven que lo ayudara. Más tarde me dijeron que el cadáver de mi hija estaba en otro árbol. No habrá dónde enterrarla ni celebrar un funeral. Caminaba con el único hijo vivo cuando encontramos el cadáver y se lo entregamos a un camión para llevar al hospital.
"Con mi mamá perdimos 11 familiares. No encontramos el cadáver del otro hijo. Le di una foto a la policía y si alguien lo encuentra me informará.
"Cuando hace calor, hace mucho calor. Cuando llueve el agua entra en las tiendas y no se puede descansar. Hemos perdido la casa y a los hijos, y no sé qué más se puede perder".
Continuará