Exclusivo para Revolución
Michael Slate
Revolución #3, 22 de mayo, 2005, posted at revcom.us
En el centro de la ciudad de Galle hay un viejo presidio que construyó Holanda para gobernar Sri Lanka en el siglo XVII. Portugal le quitó las islas a Holanda, y después Gran Bretaña se las quitó a Portugal. Pero el presidio todavía existe y hoy es el centro turístico de Galle y los alrededores.
Detrás del presidio se encuentra una gran terminal de camiones y un mercado al aire libre, donde venden gramo cocido (un grano), frutas, cocos, verduras, almuerzos preparados y empanadas fritas. De noche, los vendedores ambulantes trabajan a la luz de antorchas.
El... de diciembre todo esto desapareció en unos pocos segundos.
Al otro lado del presidio hay una pequeña playa donde trabajaban muchos pescadores. Antes del maremoto, unos 80 barcos salían cada noche y regresaban en la mañana. Toda la comunidad se ganaba la vida de la pesca. Los pescadores no vivían en la playa, pero era el centro de su vida. Ahí tenían su equipo; reparaban las redes, los motores y los barcos turísticos de fibra de vidrio; tallaban catamaranes de troncos de árbol; vendían el pescado; y se reunían en la asociación de pescadores.
El maremoto les dio duro.
Llegamos a la playa en la hora de regreso de los pescadores. En vez de los 80 barcos del año pasado, hoy solo hay un puñado en la arena. Grupos de seis a diez hombres usan todas sus fuerzas para empujar los barcos con la ayuda de troncos colocados a lo ancho para apalancarlos. Trabajan al ritmo de una canción.
Tan pronto como llegamos, un grupo de pescadores se nos acerca. Linus, de unos 30 años, habla primero: "Empezamos a pescar a las 4 ó 5 de la tarde y terminamos a las 9 ó 10 de la mañana al día siguiente. No se sabe cómo será la pesca: a veces regresamos con 1500 rupias de pescado y a veces con nada.
"Cuando llegó el maremoto, yo estaba en el faro y no sé cómo logré escapar. Se nos vino encima todo un montón de agua. Después regresé a la ciudad y a esta playa para rescatar lo que pudiéramos. No encontramos nada. Había redes, máquinas y barcos desparramados por todos lados, y tratamos de rescatar lo posible. Perdimos 14 barcos y otros quedaron dañados; tratamos de repararlos".
Amin interviene: "Tengo un barquito. Salgo en la tarde y regreso en la mañana. Así me gano la vida, pescando. Estábamos en casa cuando llegó el maremoto. Cuando nos enteramos nos vinimos para acá, pero lo perdimos todo. Las olas se llevaron las cabañas y aplastaron mi barco".
Hoy día Amanthi, de casi 50 años, es el viejo de la playa. Se reclina en un barco y nos habla riéndose nerviosamente: "Estaba aquí cuando llegó la ola. Ahí se ven los restos de mi barco. Cuando llegó la ola, me trepé a este árbol y luego nadé al otro. Se me salieron los intestinos así que terminé en el hospital".
Rahul, que repara redes, nos cuenta una historia que recordé varias semanas después cuando me senté en el presidio para platicar: "Estaba sentado aquí cuando vi el agua. Al comienzo se llevó todo, pero después vi que una enorme ola se me acercaba. Corrí pero la ola me alcanzó. Empecé a nadar con la ola a unos árboles. Afortunadamente la ola me llevó al presidio, donde logré ponerme de pie y escapar del agua. Les advertí a los demás a gritos. Ahora tengo trabajo una vez a la semana, pero no he encontrado nada estable. No gano nada".
El presidio de Galle es una estructura colosal construida para resistir cualquier ataque. Las murallas tienen 10 metros de alto y 5 de ancho. Es una imponente barrera entre la pobreza del resto de Galle y la buena vida de los europeos y demás turistas adentro.
El Hotel Amangla, antes el Nuevo Oriental, está ubicado en el centro del presidio. Construido en el siglo XVII como residencia del gobernador holandés, es el más antiguo del país. Abrió en noviembre de 2004 tras unas renovaciones. Olivia, una inglesa que está enamorada del hotel y dirigió la renovación, es la gerente. Sentado en la galería, es fácil dejarse llevar y olvidar cómo es el resto de Galle. Los trabajadores se deslizan por el vestíbulo y los jardines vestidos en ropa colonial elegante.
Olivia nos invita a almorzar con ella y nos cuenta lo que le pasó: "El día del maremoto, llegué temprano al hotel. Estaba enojada porque tenía cruda. Servimos el desayuno a los clientes. Frente al hotel hay una muralla del castillo y una caída a plomo de 10 metros hasta la playa. Oímos ruidos extraordinarios desde la playa y corrimos a ver lo que pasaba. El mar había envuelto los edificios y les arrastraba el techo. Eso es lo que oímos. Las olas se llevaban los barcos, los carros y la gente hacia la base de la muralla. Era un panorama increíble, surrealista. Pensé que se había reventado un sumidero No entendía.
"Tengo una casa a unos 400 metros del hotel, al nivel del mar, y mi hija dormía en el primer piso. Corrí hacia la casa. Hay un viejo portal en la muralla al nivel del mar y el agua entraba con mucha fuerza por el portal, como si fuera una enorme boca de incendios, llevándose carros y barcos, dándose contra los edificios e inundando la parte de abajo del presidio. Logré llamar a mi hija por teléfono y decirle que se despertara y se fuera al techo. Pero resulta que las murallas la protegieron. Los holandeses las construyeron en el siglo XVII y el agua ni siquiera alcanzó mi casa, a pesar de que está a 10 metros de la playa. Tenía un barco frente a la casa y el agua se lo llevó un kilómetro. Unos marines estadounidenses lo encontraron dos semanas después. En ese entonces no sabíamos qué había pasado ni que afectó toda la ciudad. En el presidio parecía un desastre, pero en comparación con lo que pasó afuera, no nos afectó mucho. Las murallas nos salvaron".
Olivia no es una persona indiferente, y tampoco está totalmente ajena a lo que la rodea. Simplemente no ha tenido mucho contacto con el mundo de fuera del presidio. La relación entre la vida dentro y fuera del presidio es un reflejo inquietante de cómo es el mundo, en que tanta gente no ve el desequilibrio que el imperialismo impone a los que viven en los países oprimidos.
A Olivia el maremoto le abrió los ojos, y en respuesta hizo todo lo posible para ayudar. Dejó que los voluntarios durmieran en el hotel, dio de comer a los damnificados y recaudó dinero para ayudar a los pescadores a comprar nuevo equipo y a los choferes de los tuk-tuks a comprar nuevos vehículos.
"La primera indicación de que había pasado algo mayor fue una llamada telefónica que recibimos de unos amigos que viven en Tangalle, a dos horas al sur. Nos preguntaron: `¿Les pasó lo mismo?'. Ya tenían información sobre el sismo y las olas que le siguieron.
"La gente empezó a llegar al hotel. Es el punto más alto del presidio así que toda la comunidad vino. Había miles de personas y muchos carros. y luego empezaron a llegar los vecinos de la ciudad, remojados y en estado de shock. Nos dimos cuenta de que nos tocaba a nosotros darles de comer. Cocinamos para todos, preparamos té y los cuidamos. Un alemán empezó a tocar el piano como loco y logró calmar a todos.
"Al día siguiente en la mañana fui a la ciudad. Desde las murallas veíamos los barcos y camiones y el agua por todas partes, en el campo de criquet y por todas partes donde normalmente no está. Fui a la terminal de camiones. Creo que todo mundo ha visto el video de esto. Encontré caos y devastación; todo había desaparecido. El señor que reparaba los zapatos, desaparecido; el mercado de frutas, desaparecido; el mercado de pescado, desaparecido. Las calles estaban demolidas. Había carros en el segundo piso de los edificios. Me quedé horrorizada.
"Cuando vimos gente en el agua, la primera reacción fue tirarles ropa desde la muralla. Tratamos de encontrar cosas que flotan para rescatarlos. La reacción inicial es hacer algo para ayudar y durante un mes hicimos todo lo posible, cosas que nunca habíamos hecho antes y que nunca pensábamos hacer.
"No es cuestión de desesperación. Aquí en el presidio no sería difícil olvidar lo que pasó, pero en Galle no se puede, está por todas partes. Gracias a todas las cosas positivas que hemos hecho, les infundimos esperanza".
Olivia nos recomienda manejar a Peraliya, un pueblo costero al norte de Galle. Nos habla de un equipo de médicos de Alemania y Dinamarca, y otros de Estados Unidos, que construyeron una clínica después del maremoto.
Conocimos a Alison poco después de llegar a Peraliya. Es una enfermera australiana que vivía con su novio en Nueva York cuando se enteró del maremoto en CNN. Decidió que no podía observar tanto sufrimiento pasivamente. Alison y su novio llevaban cinco años haciendo documentales acerca de la vida de los campesinos en África. Reunieron un pequeño equipo de amigos, fueron a Colombo, llenaron una camioneta con comida y medicinas que llevaron de Nueva York, y manejaron hasta que tropezaron con Peraliya.
Alison ha estado en Peraliya desde comienzos de enero y la situación empieza a afectarla. Llora varias veces al día y le preocupa que es una señal de que tiene que descansar. Pero piensa que todavía hay mucho que hacer. Nos lleva caminando a la laguna y el río. Tres meses después del maremoto, todavía se pueden ver indicaciones de las vidas destruidas por todas partes. un vestido de novia blanco está en el agua; maletas y maletines de los aldeanos y los pasajeros del tren Reina del Mar, torcidos y rotos, parcialmente sumergidos; ropa de niños y juguetes enmarañados en las raíces de árboles. En medio de todos estos desechos, a veces sale a flote un cadáver.
"Una ola de 7 metros inundó la aldea y no paró hasta llegar 5 km tierra adentro. Encontramos 67 cadáveres nada más esta semana y hay miles más. Es una tarea demasiado grande y la policía se ha dado por vencida. Una vez al día llega un aldeano con un cadáver en una bolsa. Piensan que soy la persona que recibe los cadáveres, así que me llevan dientes, piernas o algo por el estilo.
"Enterraron 2,500 cadáveres en la playa al otro lado de esta calle. Los enterraron rápido por el deterioro y el olor, y porque no se los podía reconocer. Escogieron este lugar frente a la playa y los enterraron a menos de un metro. Por ahí hay 60 cadáveres en una fosa común muy poco profunda. Hace varios meses vinieron agentes de Interpol, y unos alemanes e ingleses, y desenterraron los cadáveres con una aplanadora para buscar e identificar a los europeos. Esta es una zona budista y es sumamente irrespetuoso desenterrar cadáveres, y la gente se indignó.
"Nos preguntamos qué va a pasar con los cadáveres. Hay que trasladarlos a otro lugar, pero si lo van a hacer que lo hagan pronto. Si no, va a regresar el agua y esto llevará a otros problemas, como enfermedades y agua contaminada".
Alison empieza a cerrar la clínica. En los muros provisionales, los médicos y trabajadores han colgado dibujos de niños acerca del maremoto. Son muy conmovedores.
Alison da un suspiro y habla de una de sus tareas más difíciles ese día: "Una señora vino llorando y llorando porque perdió a su hija. Me dijo que sabe que he visto todos los cadáveres y que he encontrado muchos. Dijo que también ha visto miles de cadáveres y que todo mundo está buscando a su hija. Me preguntó si recuerdo uno con una falda vaquera y me describió todo lo que llevaba. ¿Qué se puede decir? La tranquilicé y le dije que quizá un hermoso delfín se la llevó y que ahora está en un lugar agradable. Pero está obsesionada con la idea de encontrar el cadáver. Lo entiendo porque estuve en las Torres Gemelas y recolecté 67 bolsas de cadáveres y partes de cadáveres. Trabajé ahí un año y muchos familiares iban a buscar sus seres queridos; a veces solo encontraron un dedo. Un día encontramos un corazón encima de un trozo de metal, nada más un corazón. Unos se alegraban de recibir una parte y saber algo. Pero no recuerdo. cuando encuentro cadáveres aquí, muchas veces los órganos están intactos pero el cráneo no se puede identificar. Así que no sé si es su hija o no. ¿Qué le puedo decir?"
La pregunta de Alison me persiguió mucho tiempo. La oímos muchas veces más cuando salimos de Galle y fuimos al este y al norte, a Ampara, Batticaloa y Trincomalee. los lugares más devastados por el maremoto.