Después de que el mar se paró

Hambantota: Arrastrado por las olas

Michael Slate

Revolución #006, 19 de junio de 2005, posted at revcom.us

En marzo y abril, nuestro corresponsal Michael Slate recorrió Sri Lanka, uno de los países devastados por el maremoto de diciembre de 2004. Habló con una amplia gama de personas acerca del maremoto, y de la opresión y sufrimiento que le siguieron. Esta es la tercera parte de su informe, que continuará en las próximas semanas.

Manejar por la costa por el pueblo de Matara rumbo a Hambantota, en la punta sureste de la isla, es muy tranquilo. El camino pasa por playas muy hermosas y el mar está tranquilo e increíblemente azul, con olas pequeñas que golpean la playa de modo rítmicas.

Entre los pueblos de Tangalle y Hambantota, el clima cambia de húmedo a seco. Aquí, gran parte de la costa está protegida de las lluvias monzónicas, así que es una buena zona pesquera casi todo el año.

Se dice que Hambantota tiene poco que ofrecer a los turistas. Está cerca de unos parques nacionales, pero el principal atractivo es que Leonard Woolf, esposo de la escritora Virginia Woolf, era representante del gobierno inglés aquí en 1908 y escribió el libro A Village in the Jungle (Una aldea en la selva) acerca del pueblo. Aparte de la pesca, la otra industria principal es la producción de sal por el antiguo método de evaporar el agua de mar.

Una semana antes almorzamos con dos voluntarios de Los Ángeles, de familias que inmigraron de Sri Lanka, que fueron a dar auxilio tras el maremoto. Llegaron a comienzos de enero y trabajaron en varios pueblos a lo largo de la costa sur. Nos relataron muchas historias de lo que vieron, de la corrupción del gobierno y la deshonestidad en algunos aspectos del socorro. Dijeron que Hambantota es el pueblo que más sufrió, de lo que vieron, y que debíamos visitarlo.

Un pueblo arrastrado por las olas

En Hambantota son casi todos musulmanes. Sentados en medio de un gran terreno salpicado de piedras y cáscaras de coco, oímos las oraciones de mediodía coreadas por el altoparlante de una mezquita. El maremoto arrastró todo el pueblo al mar, salvo unos pocos edificios parcialmente destruidos, unas ruinas y varias docenas de chozas de madera y carpas de lona blanca.

El gobierno tumbó la mayor parte de las ruinas con aplanadoras unos pocos días después, así que todo lo que queda es este enorme terreno. Varias docenas de hombres buscan la sombra de los cocoteros en la playa.

Mientras tratamos de imaginar cómo era cuando llegó el maremoto, un hombre con una gran cortada en la pierna izquierda llega en bicicleta. Se llama Jabari y nació en Hambantota.

La historia de Jabari

"Tengo 40 años y soy pescador desde hace 22 años. Tengo un pequeño catamarán y así me gano la vida. Estaba pescando la víspera del maremoto y acababa de regresar cuando llegó. Estaba en la casa de mi mamá. Me lavé y a las 8:30 de la mañana estaba jugando con los hijos de mi hermana y de los vecinos. A las 9:15 oímos el agua. Salí y miré, y oímos un enorme ruido que ni puedo describir. Siguió la ola. El agua me arrastró a mí y al niño de 4 años que tenía en las manos. Una pared cayó y me enterró, y perdí el niño. Perdimos cinco niños de mi familia, entre ellos mi hijo de cuatro meses. Encontré su cadáver en Colombo en el depósito de cadáveres".

Jabari se calla un momento. Oímos las oraciones desde la mezquita. Cuando continúa, tiene lágrimas en los ojos y la voz insegura.

"Antes del maremoto había buenos edificios en ambos lados del camino, unas carpas y casas de dos pisos. La gente trabajó duro toda la vida para tener una buena casa. Era un lugar próspero. Había unas 10 carpas y hoteles, y unas 400 casas.

"El gobierno dice que unas 4,500 personas murieron. Pero fue un día de mercado, cuando normalmente hay unas 5,000 personas aquí. Con los visitantes y los habitantes, creo que murieron por lo menos 7,000 personas".

Señala lo que queda de un muro de piedra.

"El mercado era aquí a lo largo del mar, y la ola lo arrastró todo, con el 90% de la gente. Del 10% que sobrevivieron, la mayoría sufrieron heridas".

Hambantota dependía totalmente del mar. Desde hace un siglo la población se ganaba la vida de la pesca y la producción de la sal. El mar mató a miles de personas y destruyó las fuentes de ingreso. Señalando un barco de tamaño mediano que está en medio del terreno como si hubiera caído del cielo, Jabari continúa.

"El barco estaba anclado en el mar y el maremoto lo agarró y lo trajo hasta aquí. Había unos 400 barcos pesqueros aquí y todos están destruidos. Algunos desaparecieron totalmente, arrastrados por el maremoto, y otros están en trozos. No he podido pescar ni ganarme la vida de otra manera desde el maremoto. Han abierto varias oficinas supuestamente para ayudarnos. Fui a pedirles ayuda para conseguir un catamarán, volver a trabajar y cuidar a mi mamá. Pero hasta hoy no han hecho nada.

"Mi casa estaba donde el agua del interior llegaba al mar. Había una especie de canal y el agua venía muy rápido. Por eso la casa quedó destruida totalmente. Ni siquiera se encuentra un ladrillo ni se ven los cimientos. El agua nos cubrió completamente y nos llevó, así que no sabemos hasta dónde llegó. Pero sabemos que nos arrastró. Mi sobrina gritaba `Tío, tío', pero no la podía alcanzar por la violencia y fuerza del agua. Nunca he visto nada parecido.

"Cuando llegué y vi lo que había pasado, no sabía qué hacer. Me senté y lloré. Pensaba que todo mundo estaba muerto. Luego vino un vecino y me dijo que mi mamá y varios mayores sobrevivieron, pero no los niños. Me pidió que buscara a los niños, y eso es lo que hice".

Como la mayoría de los que sobrevivieron, Jabari no sabe exactamente qué pasó, qué es un maremoto, por qué ocurrió ni por qué causó tanta destrucción, muerte y dolor. Pero, también como muchos sobrevivientes, la tristeza desesperada que se oye en la voz cambia rápidamente a indignación cuando habla del gobierno y el tratamiento de la población.

"Mira, el maremoto llegó a Trincomalee [en el noreste de Sri Lanka] a las 7:30 de la mañana y ahí hay mucho equipo, de la marina, las fuerzas armadas. ahí tienen equipo de comunicaciones. Llegó aquí a las 9:30 y a Galle a las 10:00, así que hubieran podido advertirnos. Pero los funcionarios del gobierno no cumplieron su deber. El gobierno tiene un montón de leyes antipopulares y disfruta de todos los privilegios. No tiene sentido del deber.

"Aquí había muchas hectáreas de casas y un parque para niños. El maremoto lo destruyó todo, y luego vino el gobierno a aplanarlo. Quiere construir un puerto aquí. Dice que no es peligroso construir un puerto a 100 metros de aquí, pero que es peligroso volver a construir casas. El gobierno lleva dos o tres años buscando la manera de apoderarse de este terreno, pero no lo hemos permitido porque estas son nuestras casas y no nos vamos. Así que el gobierno aprovechó la oportunidad del maremoto para agarrarlo. Unos cuatro días después aplanó todo, hasta los muros que quedaban, y ni siquiera averiguó si había cadáveres adentro".

Reducidos a vivir en carpas

Se acerca otro señor y espera la oportunidad de platicar con nosotros. Se llama Saboor y hay un marcado contraste entre su sonrisa tímida y la intensidad y ansiedad de los ojos. Me agarra del brazo y me dirige hacia una carpa blanca al otro lado del terreno. Nos lo explica así:

"No se puede vivir aquí. ¡Es imposible respirar por el calor! Si nosotros no podemos, ¿cómo van a quedarse aquí los niños?

"Mi casa estaba aquí pero yo estaba en el pueblo cuando llegó el maremoto. De ahí solo vi una pequeña alteración, unas olas que subían. De repente una ola enorme entró al pueblo, lo inundó todo y se lo llevó. Arrastró todos nuestros barcos. Cuando el mar se retiró fuimos a salvar los barcos, pero vimos que la ola regresaba. Fui a la plaza del mercado porque ahí vivíamos. Pero todo estaba destruido, incluso mi casa. No había nada. Perdí 14 familiares, mi esposa, mis tres hijas, mi madre, mi hermana y sus hijos. Dos días buscamos los cadáveres, pero solo encontramos el de mi mamá".

Llegamos a la carpa de Saboor. Nos invita a entrar y a ver cuánto tiempo podemos soportar el calor. Tiene suelo de arena. Saboor solo tiene la ropa que lleva puesta; el maremoto se llevó todo lo demás. Casi se puede ver el calor en el aire y solo lo soportamos unos tres minutos. No se puede respirar y sentimos que se nos van a hundir los pulmones. La ropa se empapa y los ojos arden del sudor. Así es el "auxilio" que han recibido Saboor y los demás damnificados de Sri Lanka

Afuera la temperatura alcanza más de 40 grados, pero al salir de la carpa parece refrescante. Saboor señala que no con la cabeza y dice:

"Solo me quedo aquí durante la noche. A veces vienen unos amigos, pero lo único que hacemos es dormir aquí. ¿Qué más se puede hacer?"

Saboor nos dirige a unos cocoteros donde unos amigos suyos descansan en la sombra. Kannan, un hombre alto y delgado de unos 30 años con una gorra de las Medias Blancas de Chicago, nos invita a sentarnos con ellos. Se ríe cuando Saboor les dice cuánto tiempo nos quedamos en la carpa. Dice:

"Es muy, muy triste que todos tenemos que vivir así. Vivíamos bien y con dignidad, y no a costa de nadie. Nos ganamos la vida por nuestra cuenta. Pero ahora estamos reducidos a vivir en carpas, donde no se puede estar más de cinco minutos. El sol nos aplasta, y luego la lluvia nos aplasta y el agua entra en las carpas.

"Nos parece que nos están jodiendo con esta zona parachoques de 100 metros [una zona que estableció el gobierno a lo largo de la costa después del maremoto donde está prohibido vivir]. No sabemos si se debe construir nuevas casas o no. No tenemos título de otras tierras. De repente viene la primera ministra y nos dice que está prohibido construir aquí. Bueno, si está prohibido, apodérense de otras tierras y construyan otras casas, pero no a 5 kilómetros de aquí. Necesitan un plan y una solución prácticas".

Fragmentos de la vida

Nos despedimos de Saboor y sus amigos y vamos al otro lado del terreno, a la playa y el océano. Ese día el agua está calmada y acogedora, y vemos unos pocos barcos que cabecean en el horizonte. Pero a pesar del calor, nadie se acerca al mar. Hay rumores de que con la luna llena de tres meses después del maremoto va a venir otro maremoto y la gente tiene miedo.

Un hombre mayor nos explica:

"Nunca antes oímos esta palabra. No sabíamos qué era ni qué podía hacer ni cuánto dolor podía causar. Ahora sí sabemos, ¿pero qué hacer? No nos explican nada. Se dice que el agua volverá a subir mañana por la noche y que quizá habrá otro maremoto. No vamos a quedarnos aquí".

Al caminar por el terreno uno pisa los fragmentos de la vida de los que vivían aquí: un juguete roto, fotos manchadas por el agua, un libro de escuela con la tinta casi borrada y las páginas secas por el sol, cassettes destruidos, pantalones y platos. En varios lugares hay escaleras de colores brillantes, pero no dan a ningún lugar. Lo único que queda de Hambantota son los cimientos de unos pocos edificios, casi invisibles.

Un señor se nos acerca y nos muestra fotos que tomó con su teléfono celular. Nos explica en mal inglés:

"Esta es mi familia, la de mi padre y de mi madre, casi 60 personas. Todos murieron, mi padre, mi madre, cuatro hermanos. Fui a una mezquita el... y luego a la salina. A las 9:20 recibí el mensaje de que el maremoto había llegado. Mi mamá estaba muerta y la casa destruida".

Con una voz insoportablemente triste, nos explica que las fotos son todo lo que tiene de los familiares. Tiene el teléfono atado a un collar y en un bolsillo de la camisa.

A la orilla del mar, una joven musulmana nos habla de perder la familia y la casa. Un pequeño grupo de hombres nos observa desde cerca. No cabe duda de que la están protegiendo. Tiene 15 años y está inconsolable. Después del maremoto fue a vivir con su primo Sadiq, un muchacho de 15 años que nos aconseja ir a la sombra para continuar la conversación.

"Soy pescador. El... en la mañana fui a pescar y regresé a las 8. Fui a la casa a las 8:45 y me quedé ahí. A las 9:15 salí de la casa y eché la red en el mar al lado de la casa. Pensé: ¿por qué el mar está inmóvil? Nunca antes lo había visto y no me parecía posible. Corrí a la casa y le dije a mi padre que el mar venía y que teníamos que huir. Nos fuimos y después el mar vino con mucha fuerza y lo destruyó todo, los muros y los árboles. Todo estaba destruido. Atrapó a mi padre y a mi madre. Yo logré escapar y corrí un kilómetro para salvarme. Cuando el agua bajó, regresé a buscar los cadáveres de mis padres. La casa estaba destruida y vi cadáveres por todas partes. Enterré a cinco familiares en la mezquita.

"Después no tenía dónde vivir así que me quedo con unos amigos y busco casa en otro lugar. Quieren que vayamos a la selva, pero como soy pescador no me gusta. Quiero construir una casa donde estaba la mía, porque de ahí puedo volver a pescar. Tenía un barco con todo el equipo y varias canoas, pero los perdí todos. Si logro reemplazarlo, volveré a pescar. Desde hace tres meses no pesco porque no tengo equipo.

"Así que vivo día a día. ¿Qué opción tengo? Hasta que el gobierno o alguien más me ofrezca una solución, tengo que subsistir. Solo es cuestión de subsistir".