Revolución #014, 18 de septiembre de 2005, posted at revcom.us
Nuestros corresponsales de Louisiana enviaron este despacho.
Una de las cosas que oímos apenas llegamos a Louisiana fue que en las calles de Nueva Orleáns había miles de cadáveres, especialmente cerca del lago Pontchartrain, donde muchos no pudieron escapar de la inundación provocada por el huracán Katrina. En el sur de Louisiana todo mundo decía que había que tratar de salvar a los que se pudiera. Era una carrera contra el tiempo, había que hacer algo de urgencia.
Pero el 9 de septiembre, una semana después de que las aguas reventaron los diques del lago Pontchartrain, el New York Times informó que
“la cantidad de muertos sigue siendo una incógnita inquietante. Los primeros indicios de la cantidad de muertos los dio el miércoles Robert Johanessen, vocero del Departamento de Salud y Hospitales, quien dijo que FEMA había solicitado 25,000 bolsas para cadáveres. La cifra oficial de muertos sigue siendo menos de 100”.
Nuestra primera escala en Baton Rouge fue en una iglesia bautista grande. Ahí conversamos con un señor de la Cruz Roja que supervisaba el trabajo para los damnificados de Nueva Orleáns. De repente se puso a llorar incontrolablemente. Buscamos un rinconcito y trató de calmarse. Nos dijo:
“En Florida he vivido más huracanes de los que recuerdo, fui a Indonesia después del tsunami, pero jamás me he sentido tan abrumado como esta vez”.
Nos contó de una joven que viajó desde Texas para buscar a su abuelita, a quien encontró en la iglesia. Él le dijo que estaba “encantado de que la hubiera encontrado, pero ella miró hacia el otro lado y me dijo que le tuvo que decir que sus hermanas e hija murieron en la inundación”.
La escala y profundidad del sufrimiento en Nueva Orleáns es incalculable. Un señor de Treme nos dijo: “Aquí hay miles de historias que contar, pero miles, y la mayoría jamás se conocerán”. Muchas no se conocerán porque hay tantos muertos. La mayoría de los muertos son gente que no tenía carro, que no tenía para el pasaje de los pocos camiones que había, los que tenían que quedarse con un ser querido, un amigo o encargarse de un vecino.
Casi inmediatamente después del huracán los informes noticiosos se enfocaron en el “saqueo” y el “crimen”, a pesar de que seguía la inundación y que miles de vidas pendían de un hilo. Tras unos supuestos disparos contra un helicóptero, las autoridades federales prohibieron la entrada o salida de Nueva Orleáns, con el pretexto de que era por el bien de la población. Mientras tanto, imponían un bloqueo militar en los alrededores de la ciudad.
Hablamos con un joven de Treme que ayudó a su familia y vecinos cuando las aguas inundaron esa comunidad histórica. Nos dijo que el mayor problema no fue ni el viento ni las aguas, porque todos estaban trabajando juntos, sino la Guardia Nacional, que se portó como un ejército enemigo de ocupación.
Nos dijo:
“Con mis amigos de la cuadra andábamos, casi nadábamos, en agua apestosa buscando parientes, amigos, gente del barrio, y agua y comida para todos. Los de la Guardia Nacional nos vieron, nos apuntaron a la cabeza y nos dijeron manos arriba. Yo les dije: ’Solo estamos buscando a nuestros amigos y comida’. Pero nos trataron como si nosotros hubiéramos hecho algo malo. ¿Cómo van a decir que hicimos algo malo cuando buscábamos a nuestros amigos y algo que comer? El alcalde, el presidente, ninguno de ellos hizo nada por la gente de Nueva Orleáns”.
Hubo mucho heroísmo y acción colectiva, como el joven que puso 18 niños en una lancha y los llevó al Superdome, donde se encargó de ellos, pues no había cupo para las mamás y no sabía dónde estaban.
Hablamos con un joven que se zambulló en las aguas de la calle Canal para rescatar a una señora que se cayó de una pileta para niños en que intentó salvarse.
Nos contaron que unos cocinaban en los techos para dar de comer a los que estaban atrapados en los edificios. Varias personas nos contaron que fueron de puerta en puerta buscando gente que sabía que no podía salvarse por su propia cuenta.
Unos trabajadores de hospital improvisaron una sala de urgencias en un puente semisumergido de la autopista interestatal 10. En el Superdome, una enfermera hizo un esfuerzo sobrehumano para atender a miles de personas. Unos chavos salieron a buscar insulina en las farmacias cercanas para los diabéticos.
Cuando las operaciones de rescate no estaban directamente bajo el control del gobierno, las fuerzas armadas frenaron la iniciativa de quienes se organizaron para ayudar a los abandonados. FEMA no dejó a sacar gente de la ciudad a conductores de camiones de Houston, Dallas y LaFayette que llegaron a ofrecerse. Tampoco dejó entrar a los que llegaron a ayudar con lanchas y barcazas para navegar en los pantanos. Unos dejaron lanchas cerca con las llaves en el encendedor, con la esperanza de que las encontraran los necesitados.
Hablamos con un señor, Shawn, a la entrada de un centro atestado de Baton Rouge que, para él, era más una cárcel que un hogar. Con mucha indignación nos dijo que los engañaron desde antes del huracán. Dijo:
“Bush la cagó, y lo sabe. Por eso es que viene, para hacernos olvidar. Pero a él no le importamos... Dicen que les preocupa el crimen, pero ellos cometieron más crímenes de lo que se pueda imaginar”.
Shawn dijo que
"todos, toda la gente de Chicago, de Houston y del resto del mundo tienen que unirse para sacarlo a patadas. Tenemos que hacer algo y ya... Si les hubiéramos importado, alguien hubiera hecho algo en vez de dejar que la gente se muriera. Hay muertos por todos lados, y yo lo culpo a él. Es culpa de él... Quería una guerra y fue a provocar una pinche guerra, y ahora quiere prender más guerras. Si los hubiera dejado en paz, como debieron haberlo hecho, no tendríamos esta maldita guerra.
“Necesitamos comida caliente. Necesitamos agua caliente para bañarnos. Necesitamos trabajo, porque ya no los tenemos. Cuando lo mostraron por la tele no dijo nada. ¿A quién diablos le gustó eso? Lo único que está haciendo es enojando; ya estoy harto de eso y la gente ya está harta. Ya no soportamos más”.