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Choferes de camiones se organizan para rescatar a damnificados de Nueva Orleáns: Bloqueados por el ejército

Revolución #016, 2 de octubre de 2005, posted at revcom.us

Cuando miles de personas se encontraban atrapadas en condiciones infernales en Nueva Orleáns, 94 choferes de camiones escolares de Houston decidieron ir a rescatar a los que podían. Se dieron cuenta de que el gobierno había abandonado a los enfermos, pobres y negros.

Los choferes llenaron los camiones de agua y alimentos. Como el gobierno no podía o no quería hacer nada, o como unos que debían hacer algo se paralizaron pensando que era la “voluntad de dios”, entonces ellos decidieron hacer algo.

Los choferes estaban dispuestos a ayudar a los damnificados y muchos lo hicieron sin esperar que les pagaran. Pero soldados con armas automáticas, bayonetas caladas y la cara pintada los detuvieron varias horas y los obligaron a transportar soldados, abastecimientos y municiones.

Después de 31 horas los choferes regresaron CON LOS CAMIONES VACÍOS.

Esto es algo que no se ha informado. Un canal de TV de Houston informó sobre la salida de los camiones rumbo a Nueva Orleáns, pero nadie ha dado a conocer que el ejército bloqueó el rescate. Ahora, por primera vez, este periódico da a conocer lo que pasó, según un relato de uno de los choferes.

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Cuando llegó el huracán Katrina, traté de entender la dinámica, pues es un desastre natural pero no tenía que ser tan devastador. La gente estaba atrapada en los techos, rodeada de agua sucia, y las autoridades no hacían nada. No entendíamos lo que estaba pasando. Yo vi la declaración del PCR y cuando fui al trabajo pasamos todo el día hablando de lo que estaba pasando. Hablé con muchos sobre la terrible situación. No era posible dejar a esa gente ahí sin agua o alimentos. Yo dije si de veras se preocupan por esa gente, nos hubieran movilizado a nosotros con los camiones escolares para ayudarlos.

Muchos expresaron acuerdo; unos me dijeron: “Claro, estamos dispuestos a hacerlo sin que nos paguen”. Otro dijo: “Yo tengo tiempo, estoy listo para manejar el camión, estoy listo si ellos [el distrito escolar de Houston (HISD)] lo permiten”. La noticia corrió. Varios fuimos a decirle a un supervisor: “Mira, tienen que decirle a alguien que muchos estamos listos para ir a traer gente a los albergues aquí”.

Eso fue el martes, y por un par de días conversé con mucha gente. Unos decían: “Dios sabe cómo hace sus cosas”. Eran personas que no querían hacer el viaje. Le echaban la culpa a la gente. Decían cosas como: “Satanás está acabando con la gente mala”. Discutimos mucho sobre eso; les decía: “Esto es un desastre natural, pero la situación se ha empeorado por la organización de la sociedad y el hecho de que a los de arriba no les importa la gente de Nueva Orleáns o los negros en general, mejor dicho la gente en general. Esto es un ejemplo de lo que piensan de nosotros. Esa gente está hasta el cuello en lodo, fango, con hambre, etc. No tiene nada que ver con que dios decide quién vive o muere”. Unos saben que no creo en dios, especialmente los religiosos, y yo recalqué que de hecho no hay dios. Yo les dije: “No me hablen de eso porque ese no es el problema”.

Bueno, muchos dijeron que estaban dispuestos a hacer el viaje y un supervisor dijo que iba a averiguar pero que sería un enorme esfuerzo logístico, pues necesitábamos mecánicos, llantas y saber dónde íbamos a abastecer de combustible a los camiones. Otra cosa que les decía es que si lo iban a hacer, tendrían que cerrar el distrito escolar un par de días y tendríamos que empezar ya. Yo les decía: “Cierren las escuelas un par de días, extiendan el año escolar dos días o recorten las vacaciones de navidad, o algo así. No esperen hasta el fin de semana para empezar a hacer esto porque la gente allá tendrá que sufrir más”.

El miércoles un supervisor me llamó a la oficina y me preguntó si estaba dispuesta a manejar a Nueva Orleáns, y yo le dije que claro. Él puso una lista para voluntarios y 94 choferes firmaron. Muchos le dijeron que lo harían gratis. Una conductora escribió una nota al lado de su nombre: “No tienen que pagarme, lo haré gratis”. Otros también escribieron cosas similares. Todos estábamos encantados y listos.

Listos para el viaje

Un supervisor convocó a todos los que querían hacer el viaje y nos dijo: “Se habla muchos de ladrones y cosas así. De que hay violaciones y cosas así. La verdad es que esa gente está en una situación desesperada. Todos deben saber que cuando vean a esos enormes camiones amarillos van a ver que somos su esperanza, porque nadie más está haciendo nada. No digo que nada malo nos va a pasar, pero probablemente no, porque somos su rayo de luz. Si no tienen el valor, tienen que acordarse que esa gente no se ha bañado, no ha comido, han pasado días en el sol, no van a oler como rosas. Lo que no pueden hacer allá es portarse como tontos, o expresar repudio o empezar a buscar botellas de perfume. Tenemos que respetarlos, después veremos qué pasa”.

Un par de horas después un supervisor anunció a través de los radios: “Está aprobado, nos vamos, salimos de aquí el sábado por la mañana”. Eso fue el jueves, así que decidieron no cerrar la escuela.

Todos estábamos listos. El ambiente era emocionante. Todos querían hacer algo por la gente de Nueva Orleáns; como me dijo un amigo: “No tengo dinero que dar, me van a desconectar la electricidad, pero sé manejar un camión y tengo tiempo que dar”. Los choferes también estaban enojados por el tiempo que la gente de Nueva Orleáns llevaba sin rescate, y unos veían comparaciones con lo que sucedió en los días de la lucha en pro de los derechos civiles. Muchos decían que abandonaron a los negros, que siempre nos han tratado así. Está claro que no les importa si vivimos o morimos. Muchos estaban contentos de que nos íbamos, pero enojados de que tardó tanto tiempo hacerlo ya que allá estaban sufriendo y muriendo.

Unos se pusieron a organizar la recolección de ropa y de comida. Pero no estoy seguro que si yo no lo hubiera hecho, si yo no hubiera abogado a favor de ir allá, que los otros hubieran decidido que había que ir a Nueva Orleáns con los camiones escolares para rescatar a los damnificados. Una persona me dijo: “Esto es mucho mejor que simplemente recoger ropa vieja. Claro, es importante llevar ropa a gente que no la tiene, pero esto es diferente”.

La gente de veras quería hacer algo y sentía que las autoridades no querían hacer nada. Así que cuando se les presentó la oportunidad estaban encantados. Pusieron manos a la obra. Unos llevaron comida. Muchos choferes son madres solteras, su situación es difícil pero así y todo llevaron comida y bolsas de galletas. Alguien sugirió que lleváramos huevos duros porque eran proteína y Gatorade en polvo. El esposo de una compañera trabaja en una fábrica de botellas de agua y convenció al supervisor de donar miles de botellas.

Los choferes tomaron mucha iniciativa, pero en cierto momento HISD se hizo cargo con el apoyo de los que estaban coordinado el trabajo [FEMA y Seguridad de la Patria].

La lucha para ir

El viernes todos estábamos listos para partir el sábado a las 4:15 de la madrugada. Esa tarde había mucha emoción y todos estábamos hablando por la radio del viaje a Nueva Orleáns. En eso un supervisor transmitió por la radio: “Se ha cancelado la operación”. Todos estaban enojados: “¿Cómo pueden cancelarlo, esa gente nos necesita?”. Otro supervisor transmitió por la radio que teníamos que dejar de hablar y que los radios eran solo para asuntos de HISD y que si había preguntas sobre el viaje a Nueva Orleáns tendríamos que esperar hasta que regresáramos al garaje.

Cuando llegué, entré furiosa a la oficina a preguntar por qué cancelaron el viaje. Dije que era una locura, que en Nueva Orleáns nos necesitaban. Estaba gritando. Me dijo que como solo teníamos 94 camiones para el viaje no valía la pena, que necesitábamos por lo menos 100 camiones. Yo le grité: ¡es una locura! Hagan la cuenta: 94 camiones con entre 60 y 65 personas en cada uno, total: entre cinco o seis mil personas. ¡Cómo pueden decir que no vale la pena! Él me contestó: “Estoy de acuerdo, es injusto. A mi parecer es la exterminación de los negros. Estoy muy enojado”.

Todos estábamos discutiendo y había mucha ira. Unos decían cosas como: “Bueno, ellos saben lo que es mejor”, “así es dios”, pero otros decían “es una infamia”.

Yo estaba que me salía de la camisa. Hice muchas llamadas telefónicas, hablé con mis vecinos. Les dije que es una injusticia. El sábado por la tarde una supervisora me llamó: “¿Todavía quieres ir a Nueva Orleáns?”, yo le dije, claro y ella me dijo que llegara en hora u hora y media.

Para entonces parecía que FEMA y Seguridad de la Patria estaban a cargo.

La pérdida de tiempo valioso

Justo antes de partir un supervisor dijo que era un día histórico, que íbamos a Nueva Orleáns para ayudar a gente que se encontraba en una situación desesperada.

Nos subimos a los camiones y la policía nos escoltó un par de horas. En LaFayette abastecimos los camiones y nos dirigimos hacia Nueva Orleáns vía Baton Rouge.

Cruzamos varios retenes de la Guardia Nacional y el ejército. Dejaban pasar a unos camiones y detenían a otros, como en etapas. Así que los que pasábamos teníamos que esperar a los demás, y así fue por muchas horas. Luego estacionamos los camiones en una carretera cerca de Nueva Orleáns a esperar.

Cuando los camiones empezaron de nuevo, todos estábamos emocionados, porque decíamos que ahora sí vamos a llegar a donde está la gente. Pero luego llegamos a otro retén donde otra vez nos hicieron esperar. De hecho, perdimos valioso tiempo… quizás no hubiera muerto tanta gente si no hubiera habido esa falta de movilización cuando llegamos, tanto desinterés y toda esa pérdida de tiempo. Todos se preguntaban: “¿Cuándo nos van a permitir llegar a ayudar?”.

Por fin nos dejaron entrar a Nueva Orleáns. Vimos mucha devastación: árboles arrancados de raíz, viviendas móviles tumbadas, techos desprendidos y cables caídos. Cuando vieron nuestra caravana salían a aplaudirnos. Estaban encantados y se confirmó lo que nos dijo el supervisor de que éramos su rayo de luz.

Secuestrados por el ejército

Manejamos 45 minutos por la zona… ya habíamos pasado cuatro o cinco horas así. Vimos muchos camiones militares; uno tenía un montón de bolsas para cadáveres.

Luego nos mandaron ir a un campamento militar provisional, donde había helicópteros, aviones de transporte, camas plegables, tanques y camiones militares. Había muchos soldados de la reserva y todos tenían rifles M16 y cajas de municiones. Además, muchos tenían la cara pintada negra como camuflaje. Unos jugaban a las cartas; nos decían que ya llevaban tres o cuatro días ahí y que no habían hecho nada más que dormir, jugar a las cartas y esperar que les dijeran qué hacer.

A un soldado le pregunté: “¿Me puede explicar su misión aquí?”. Tenía pistola y rifle, y la cara pintada. Me contestó: “¿No ve lo que dice la chapa? Dice: ‘Buscar, rescatar y salvar’”. Le dije: “Si esto es lo que están haciendo aquí, deben limpiarse la cara, dejar las armas en el suelo e ir a los barrios donde llevan varios días atrapados. Si ustedes van a esos barrios con todas esas armas y la cara pintada, no van a pensar que han ido para ayudarlos. Van a pensar que están ahí en plan de guerra, lo que en realidad es lo que están haciendo. No están haciendo lo que dicen las chapas. En la televisión el público se enterará de que, como tienen órdenes de disparar a matar, alguien les abrió fuego y ustedes le devolvieron fuego y lo mataron en la calle. Lo que la gente necesita es que la rescaten, que se la lleven a una zona segura, y no todas esas armas”.

Otros dos soldados nos escuchaban, como también otro chofer de camión escolar. Este estaba de acuerdo: “Si yo hubiera pasado cinco días en el techo de mi casa, no me parecería que hubieran venido a ayudarme. Soy negro, y los negros estamos acostumbrados a que nos apunten los fusiles”.

Unos soldados eran hijueputas. Eran muy patrioteros y varios acababan de regresar de Irak de matar a iraquíes. Uno me dijo: “Como civil no entiende que hay gente que ha salido de la cárcel y que anda violando, que anda saqueando las tiendas”. Le dije: “¿Cómo me puede decir esto? Si viera familia estuviera en la misma situación y si ve una tienda que no estaba inundada, ¿no rompería la ventana y entraría a buscar comida y agua? ¿No haría lo mismo que ellos?”. Me contestó: “Sí, tiene razón”. Le dije: “Bueno, hay que pensar en eso cuando entre a esos barrios con órdenes de disparar matar a los saqueadores”.

Sabotaje

Todo esto ocurrió antes de darnos cuenta de que nos tocaba llevar a los soldados a la ciudad.

Un chofer que me acompañaba dijo que nuestras conversaciones le enseñaron mucho. Todavía pensábamos que íbamos a transportar a los damnificados a Little Rock. Como hacía mucho calor, me acosté debajo del camión, donde daba la brisa, a dormir un rato. Un grito de “señora, señora” me despertó. Vi a cinco soldados con rifles y la cara pintada, y se me ocurrió que me iban a expulsar de la zona por las cosas que decía.

Uno me preguntó: “¿Ha recibido las órdenes?”. Le contesté: “No soy militar, así que no me dan órdenes. Soy chofer de camión y estoy aquí para llevar a los damnificados a una zona segura”. Al oír esto, el otro chofer vino corriendo porque pensaba que me iban a hacer algo malo. Les dijo: “Sabemos por qué estamos aquí. Vamos a llevar gente a Arkansas”.

Unos soldados nos dijeron que íbamos a transportarlos a ellos a la ciudad y los suburbios.

Me puse a decirles a mis compañeros: “No vine a Nueva Orleáns a transportar soldados para ayudarlos a matar. Vine para llevar a los damnificados a una zona segura. Debemos desobedecer”.

El ejército tenía muchos aviones y helicópteros para transportar a los soldados, y su equipo, comida y agua. Hubiera podido llevar a los médicos en los helicópteros también. Pero no lo hacía. Les dije que como tenían suficiente transporte, yo no lo iba a hacer.

Traté de convencer a los demás choferes de desobedecer las órdenes, pero no estaban dispuestos. Unos me decían que ahí estábamos, que necesitaban nuestra ayuda, y por qué no hacerlo. Les contestaba que ellos tenían tanques y otros vehículos. Unos me decían que me calmara, que por qué me enojaba tanto. Les decía que tenía razón de estar enojada. Unos pocos estaban de acuerdo conmigo, y me decían que no estábamos ahí para hacer eso. Pero estábamos rodeados de soldados armados.

Una hora más tarde los soldados entraron al camión. Miré en el espejo retrovisor, como hago de costumbre para ver si los niños están sentados, y vi a los soldados y los rifles.

Manejamos por las calles de Nueva Orleáns. Unos fueron al condado Jefferson, otros a los barrios de la ciudad. Varios camiones transportaban comida y municiones. Cuando llegamos, vimos otros camiones. Ahí había un montón de agentes de la Migra también en carros con las sirenas prendidas.

Después regresamos a Houston. Llegamos a la 1 de la madrugada, 31 horas después de empezar la jornada, CON LOS CAMIONES VACÍOS.