Revolución #016, 2 de octubre de 2005, posted at revcom.us
Una serie en cuatro partes enviada por A. Brooks, lector de Revolución
Junto con el mito bíblico de la creación, en el libro del Génesis se encuentra un tema que repiten constantemente los libros mosaicos: la opresión e inferioridad de la mujer. Inclusive los que no han leído la Biblia conocen la historia de Adán y Eva. Adán es creado del polvo de la tierra, pero Eva es creada de una costilla de Adán, lo que relega a la mujer en esencia a la posición de apéndice del hombre. Dios les prohíbe comer del fruto del árbol de la sabiduría en el paraíso terrenal, pero Eva convence a Adán de que lo prueben. Dios se enfurece. “A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti”. (Génesis, 3)
Este pasaje presenta dos nociones que refuerzan el sufrimiento y la subordinación de la mujer: primero, que tener hijos es un castigo de dios, no una fuente de alegría; segundo, que el hombre debe ser el señor de la mujer. Como mencioné, ese segundo tema se repite muchas veces a lo largo de los cinco primeros libros de la Biblia. Las mujeres de esos libros son concubinas (esclavas sexuales), propiedad canjeada y controlada, y víctimas de los más horribles castigos. Veamos el ejemplo de Abraham, uno de los personajes bíblicos más conocidos. Su esposa, Sarai, no ha tenido hijos. ¿Cómo se resuelve la situación? Según Génesis 16, “Sarai, esposa de Abrán, tomó a Agar, su sierva egipcia... y se la dio por esposa a Abrán su marido”, como concubina.
Más adelante, en Levítico 12, dice que una mujer que dé a luz un varón “por otros treinta y tres días ella se quedará en la sangre de purificación. No debe tocar ninguna cosa santa, y no debe entrar en el lugar santo hasta que se cumplan los días de su purificación”. Ahora bien, si da a luz una niña, entonces “por sesenta y seis días más se quedará con la sangre de purificación”. ¡Qué comentario sobre el valor de la mujer en la sociedad: que es “impura” después de dar a luz y que el tiempo de “impureza ” es el doble si da a luz una niña!
Levítico continúa dictando horrores para las mujeres. Por ejemplo, dice: “Y la hija del sacerdote, si comenzare a fornicar, a su padre deshonra; quemada será al fuego”. (Levítico, 21) Aquí, además de las horribles consecuencias para la mujer que se prostituya, vemos la clara noción de que las hijas no son más que propiedad del padre.
Deuteronomio define la forma “ideal” de capturar mujeres como botín de guerra: “En caso de que salgas a la batalla contra tus enemigos, y Jehová tu Dios los haya dado en tu mano y tú los hayas llevado cautivos; y hayas visto entre los cautivos una mujer de forma hermosa, y te hayas apegado a ella y la hayas tomado por esposa, entonces tienes que introducirla en medio de tu casa. Ella ahora tiene que afeitarse la cabeza y arreglarse las uñas, y quitar de sobre sí el manto de su cautiverio y morar en tu casa y llorar a su padre y a su madre un mes lunar entero; y después de eso debes tener relaciones con ella, y debes tomar posesión de ella como novia tuya, y ella tiene que llegar a ser tu esposa”. (Deuteronomio, 21)
¿Dónde empezar a enumerar los horrores de este pasaje? Para empezar, el lector seguro notó de inmediato que no importa en absoluto si la mujer quiere o no quiere tener relaciones sexuales con el hombre. No, es propiedad del hombre que la quiera capturar y no tiene más opción que someterse a él.
La sumisión absoluta de la mujer al hombre se dicta más claramente en pasajes posteriores de Deuteronomio, 22: “Cuando algún hombre hallare a una joven virgen que no fuere desposada, y la tomare y se acostare con ella, y fueren descubiertos; entonces el hombre que se acostó con ella dará al padre de la joven cincuenta piezas de plata, y ella será su mujer”. Nuevamente, el deseo de la mujer no cuenta para nada y ella no tiene ningún poder. Si un hombre “toma” a una mujer (es decir, si la viola), ella tiene que ser propiedad del hombre que la violó si él puede pagar una compensación monetaria. La mujer es propiedad del padre: tiene que recibir compensación porque su propiedad –no un ser humano— ha sido violada.
El mismo libro dice que si un hombre halla que su esposa no era virgen, el padre de la muchacha y su madre entonces tienen que llevar y presentar la prueba de la virginidad de la muchacha: una sabana manchada de sangre. “Sin embargo, si esta cosa ha resultado ser verdad, que no se halló prueba de virginidad en la muchacha, entonces ellos tienen que sacar a la muchacha a la entrada de la casa de su padre, y los hombres de su ciudad tienen que lapidarla, y ella tiene que morir”. (Deuteronomio, 22) Vale la pena detenerse un momento a reflexionar qué implica que una mujer acusada de no ser virgen (es decir, de no ser la propiedad sexual completa de su esposo) tenga que pasar por la humillación de mostrar una sábana manchada de sangre o recibir la muerte a pedradas.
Puedo seguir citando pasaje tras pasaje de la Biblia que demuestran que, en todo aspecto de la vida y la sociedad, se esperaba que la mujer se sometiera completamente a la voluntad de su esposo y, en general, se subordinara al hombre. Pero para ahorrar tiempo y espacio, me limito a hacer una pregunta. ¿Cuáles serían las implicaciones de aplicar literalmente a una sociedad los principios que he citado?
Ah, sí, de todos los excelsos valores de los libros mosaicos, tal vez el más admirable es la noción de que un ser humano sea dueño de otro. Todos los cinco libros mosaicos hablan de la esclavitud. Unos pasajes la mencionan como si fuera una institución inevitable y una parte natural del orden social de los tiempos; otros van más lejos y prescriben cómo se debe “poseer” a otro ser humano. En la primera categoría hay muchos ejemplos. Quizá el más destacado es la referencia a la esclavitud en los Diez Mandamientos. El último mandamiento ordena al pueblo de dios: “No debes desear la casa de tu semejante. No debes desear la esposa de tu semejante, ni su esclavo, ni su esclava,ni su toro, ni su asno, ni cosa alguna que pertenezca a tu semejante”. (Éxodo, 20) Si uno le muestra esto a una persona religiosa, seguramente dirá que este mandamiento no aprueba la esclavitud, que sencillamente menciona su existencia. La lógica de tal argumentación es débil. Es perfectamente claro que la Biblia indica que la esclavitud no tiene nada de malo, pero que cada quien debe limitarse a tener sus propios esclavos y no codiciar los esclavos ajenos.
Si “dios” en realidad quisiera decir que la esclavitud es mala, ¿por qué daría una orden con el propósito expreso de proteger la “propiedad humana” de los demás? Veamos una analogía: supongamos que una ley de la sociedad actual ordenara “no matar el día martes”. ¿Podría alguien decir que “en realidad esa ley no dice que está bien matar; que solo dice que no se debe matar el martes”? Claro que no. Al especificar que matar el martes es inmoral, la ley daría a entender claramente que matar cualquier otro día de la semana está bien, al igual que decir que no se debe “desear” los esclavos ajenos da a entender claramente que la esclavitud está bien y que lo único malo es desear la “propiedad” ajena.
Génesis, 12 también menciona la esclavitud con relación a Abraham: “Y él [el Faraón] trató bien a Abrán por causa de ella [porque su esposa era hermosa], y este llegó a tener ovejas y ganado vacuno y asnos y siervos y siervas y asnas y camellos”. A Abraham “le fue bien” pues adquirió esclavos.
En Génesis 17, dios le dice a Abraham: “Y todo varón de ustedes que tenga ocho días de edad tiene que ser circuncidado, según sus generaciones, cualquiera nacido en la casa y cualquiera comprado con dinero de cualquier extranjero que no sea de tu descendencia. Sin falta tiene que ser circuncidado todo el nacido en tu casa y todo el comprado con dinero tuyo”. En Génesis 37, Jacobo le manda un mensaje a su hermano Esau: “Con Labán he residido como forastero y me he quedado por largo tiempo hasta ahora. Y he llegado a tener toros y asnos, ovejas, y siervos y siervas ”.
¿Todavía no están convencidos de que la Biblia está llena de referencias que aprueban la esclavitud? Veamos entonces este pasaje de Éxodo, que ordena: “Y si alguno hiriere a su siervo o a su sierva con palo, y muriere bajo su mano, será castigado; mas si sobreviviere por un día o dos, no será castigado, porque es de su propiedad ”. (Éxodo, 21) Aquí la Biblia va más allá de los Diez Mandamientos, donde “apenas menciona” la esclavitud, y claramente identifica a los seres humanos como “propiedad humana”, lo que, hay que concluir, le parece muy bien a dios. Este pasaje también estipula que medio matar a golpes a los esclavos es aceptable.
Las referencias a la esclavitud no disminuyen a lo largo de los libros mosaicos. Por el contrario, son más explícitas. En Levítico, 25 dios ordena al “pueblo elegido”: “Así tu esclavo como tu esclava que tuvieres, serán de las gentes que están en vuestro alrededor; de ellos podréis comprar esclavos y esclavas... los cuales podréis tener por posesión”. Ahí está claro y directo: para dios está bien tener esclavos, según la Biblia. Un pasaje posterior de Deuteronomio pone en claro que dios no solo aprueba tener esclavos “de las gentes que están en vuestro alrededor”; también acepta la esclavitud de su “pueblo elegido”: “Si se vendiere a ti tu hermano hebreo o hebrea, y te hubiere servido seis años, al séptimo le despedirás libre”. (Deuteronomio, 15)
Igual que en el caso de la opresión de la mujer, hay muchísimos ejemplos de aprobación de la esclavitud en los cinco primeros libros de la Biblia. Me parece que los ejemplos citados son suficientes para entender las escalofriantes implicaciones de aplicar literalmente este “principio central” de la Biblia.
Muchas personas religiosas argumentan que la pena de muerte va contra la voluntad de dios y del mandamiento “No matarás”. La pena de muerte en esta sociedad es un horror, no cabe duda, pero no “va contra la voluntad de dios”. En la Biblia dios una y otra vez manda matar a los que cometen ciertas ofensas.
Éxodo 21 da una lista de ofensas que merecen la ejecución:
“El que hiriere a alguno, haciéndole así morir, él morirá”.
“El que hiriere a su padre o a su madre, morirá”.
“Asimismo el que robare una persona y la vendiere, o si fuere hallada en sus manos, morirá”.
“Igualmente el que maldijere a su padre o a su madre, morirá”.
Vale la pena examinar la última de estas “ofensas”: “el que maldijere a su padre o a su madre, morirá”. ¿Cuántos no hemos hecho algo que se podría considerar como “maldecir” a nuestros padres, inclusive cuando los queremos mucho? Según la Biblia, ¡a todos nos deben matar! Quizá sorprenda encontrar una ley tan espantosa en la Biblia; para ser franco, a mí mismo me sorprendió mucho. Pero no es sorprendente que esa clase de pasajes no se mencionen mucho: a los evangelistas no les gusta decir que sus amadas escrituras ordenan la pena de muerte simplemente por insultar a los padres, ¡porque sería evidente que seguir la Biblia al pie de la letra es una locura!
Esta ley no se menciona solamente en Éxodo 21. Se repite varias veces, por ejemplo en Levítico, 20: “Todo hombre que maldijere a su padre o a su madre, de cierto morirá”. Deuteronomio explaya este principio: “Si alguno tuviere un hijo contumaz y rebelde, que no obedeciere a la voz de su padre ni a la voz de su madre, y habiéndole castigado, no les obedeciere; entonces lo tomarán su padre y su madre, y lo sacarán ante los ancianos de su ciudad, y a la puerta del lugar donde viva; y dirán a los ancianos de la ciudad: Este nuestro hijo es contumaz y rebelde, no obedece a nuestra voz; es glotón y borracho. Entonces todos los hombres de su ciudad lo apedrearán, y morirá”. (Deuteronomio, 21)
Trabajar el día de reposo ordenado por dios también es una ofensa que se castiga con la muerte en la Biblia: “Así que guardaréis el día de reposo, porque santo es a vosotros; el que lo profanare, de cierto morirá... cualquiera que trabaje en el día de reposo, ciertamente morirá”. (Éxodo, 31) Esto se repite nuevamente en Éxodo 35 y en otros pasajes para que no quede la menor duda.
Números estipula que matar a los que trabajan el día de reposo es una ley, no una simple idea: “Estando los hijos de Israel en el desierto, hallaron a un hombre que recogía leña en día de reposo. Y los que le hallaron recogiendo leña, lo trajeron a Moisés y a Aarón, y a toda la congregación; y lo pusieron en la cárcel, porque no estaba declarado qué se le había de hacer. Y Jehová dijo a Moisés: Irremisiblemente muera aquel hombre; apedréelo toda la congregación fuera del campamento. Entonces lo sacó la congregación fuera del campamento, y lo apedrearon, y murió, como Jehová mandó a Moisés”. (Números, 5)
La blasfemia es otra ofensa que se castiga con la muerte. En la próxima parte de esta serie examinaré a fondo que dios no tolera la menor desviación de sus seguidores. Por ahora, voy a mencionar unos cuantos ejemplos. Levítico describe un caso en que “el hijo de la mujer israelita blasfemó el Nombre”. (Levítico, 24) El castigo fue brutal: “Y Jehová habló a Moisés, diciendo: Saca al blasfemo fuera del campamento, y todos los que le oyeron pongan sus manos sobre la cabeza de él, y apedréelo toda la congregación ”. (Levítico, 24)
A continuación se aclara que así se debe tratar a todos los que blasfemen: “Y a los hijos de Israel hablarás, diciendo: Cualquiera que maldijere a su Dios, llevará su iniquidad. Y el que blasfemare el nombre de Jehová, ha de ser muerto; toda la congregación lo apedreará”. (Levítico, 24) Reflexionemos por un instante sobre las implicaciones de este mandamiento de dios: ¿cuántos, religiosos o ateos, no hemos empleado interjecciones como “ni dios lo quiera” o “maldito sea”? Según la Biblia, eso es blasfemia, “tomar el nombre de dios en vano”, y es motivo de muerte.
Una clase de blasfemia que dios manda castigar con especial crueldad es la adoración de otros dioses o de espíritus, como en este caso: “Y el hombre o la mujer que evocare espíritus de muertos o se entregare a la adivinación, ha de morir; serán apedreados”. (Levítico, 20) Moisés continúa con este tema en Deuteronomio, cuando ordena a los israelitas: “A Jehová tu Dios temerás, y a él solo servirás, y por su nombre jurarás. No andaréis en pos de dioses ajenos... para que no se inflame el furor de Jehová tu Dios contra ti, y te destruya de sobre la tierra”. (Deuteronomio, 6)
La teoría de estos pasajes se aplica con suma brutalidad en muchos casos en los cinco primeros libros de la Biblia, como en un conocido pasaje de Éxodo: Moisés regresa del monte Sinaí y ve que los israelitas han construido un becerro de oro y que lo están adorando. Entonces, “ardió la ira de Moisés... y tomó el becerro que habían hecho, y lo quemó en el fuego, y lo molió hasta reducirlo a polvo, que esparció sobre las aguas, y lo dio a beber a los hijos de Israel”. (Éxodo, 32) Pero no paró ahí: “se puso Moisés a la puerta del campamento, y dijo: ¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo. Y se juntaron con él todos los hijos de Leví. Y él les dijo: Así ha dicho Jehová, el Dios de Israel: Poned cada uno su espada sobre su muslo; pasad y volved de puerta a puerta por el campamento, y matad cada uno a su hermano, y a su amigo, y a su pariente. Y los hijos de Leví lo hicieron conforme al dicho de Moisés; y cayeron del pueblo en aquel día como tres mil hombres”. (Éxodo, 32)
El adulterio es otro delito que merece la muerte en la Biblia. No hay duda de que inclusive en una sociedad mejor que la actual, el daño emocional que causa el hecho de que una persona tenga relaciones sexuales con otras personas fuera de su pareja justifica calificar el adulterio de “inmoral”. (Esto es cierto en general, pero hay diferentes circunstancias. Por ejemplo, cuando una mujer tiene una relación con otra persona porque su pareja la maltrata es muy diferente que cuando un hombre casado se dedica a la “conquista” sexual). El adulterio causa dolor emocional, ¡pero no es razonable decir que es un “delito” que merece el castigo de la ley y la ejecución! Sin embargo, la Biblia ordena la pena de muerte muchas veces en los libros mosaicos: “Ahora bien, un hombre que comete adulterio con la esposa de otro hombre es uno que comete adulterio con la esposa de su semejante. Él debe ser muerto sin falta, el adúltero y también la adúltera”. (Levítico, 20) En Deuteronomio, Moisés (quien supuestamente habla en nombre de dios) repite lo mismo: “Si fuere sorprendido alguno acostado con una mujer casada con marido, ambos morirán, el hombre que se acostó con la mujer, y la mujer también; así quitarás el mal de Israel”. (Deuteronomio, 22)
Además de la brutalidad del castigo para los adúlteros, hay que criticar la hipocresía de la Biblia: muchos de los personajes de la Biblia tienen más de una esposa. En Génesis, 4, Lamec “tomó para sí dos mujeres”. Al principio de este artículo mencioné que Abraham, esposo de Sarai, “tiene” que tomar como concubina a la sierva de Sarai porque ella no puede tener hijos. Siguiendo la tradición familiar, Jacobo, nieto de Abraham e hijo de Isaac, toma dos esposas: Raquel y Lía. Pero por alguna razón a ninguno de esos hombres les aplicaron el castigo asignado a los adúlteros.
La Biblia castiga con la muerte otros “delitos”, pero en vista de las circunstancias actuales uno merece especial consideración: la homosexualidad. En vista de los actuales ataques a los derechos fundamentales de los homosexuales en este país, es necesario entender las raíces históricas de tales ataques, lo que veremos a continuación.
En 1998, dos hombres que odian a los gays agarraron a Matthew Shephard en Wyoming, lo golpearon, lo amarraron a un poste y lo quemaron vivo. Esta incalificable atrocidad mostró a la nación la violenta persecución que sufren constantemente los homosexuales en esta sociedad. Pero una de las imágenes más escalofriantes de este crimen fueron los líderes religiosos y feligreses que fueron al entierro con letreros rebosantes de odio, como “Dios aborrece a los maricas”. Lo grave es que se ha vuelto común ver esas manifestaciones de odio en los entierros de homosexuales, junto con la torcida noción de que el SIDA es un castigo de dios a los homosexuales.
La persecución de los gays ha continuado y ha aumentado desde 1998, pues los evangelistas han acaparado más poder. Hoy, los derechos básicos de los homosexuales, como el derecho a casarse y a recibir las mismas prestaciones médicas que los heterosexuales, está bajo ataque. Para los evangelistas tales ataques son justos porque según la Biblia la homosexualidad es un pecado. Muchos individuos y organizaciones a favor de los derechos de los homosexuales (entre las cuales hay organizaciones religiosas) condenan tales ataques, pero a menudo dicen que la Biblia es un libro de tolerancia que nunca aboga por la violencia contra los homosexuales.
Aquí vemos nuevamente una contradicción: la justicia y la moral correspondiente están del lado de la gente progresista, pero la Biblia está del lado de los evangelistas. Por eso, una vez más, es una locura interpretar la Biblia al pie de la letra para organizar la sociedad o para definir la justicia y la moral. Sin el menor equívoco, la Biblia condena a los homosexuales.
Un pasaje de Levítico claramente dice: “No te echarás con varón como con mujer; es abominación”. (Levítico, 18)
Además de que es horrible clasificar las relaciones homosexuales de abominación, hay que señalar dos cosas sobre el lugar de este pasaje en la Biblia. Primero, viene después de un discurso que recalca que las leyes de dios se tienen que seguir directamente y al pie de la letra: no hay excepciones. Segundo, está en medio de una serie de condenas contra la bestialidad y el incesto; es decir, mezcla las relaciones entre dos personas del mismo sexo con las relaciones con animales y con familiares. Muchos fundamentalistas poderosos, como el senador Rick Santorum, repiten esta lógica: que legitimar las relaciones homosexuales llevará a aceptar prácticas como la bestialidad y el incesto. Esto es absurdo, pero es un absurdo que viene de la Biblia.
Fuera de declarar que la homosexualidad es una “abominación”, la Biblia dice claramente que merece la muerte. En Levítico encontramos lo siguiente: “Si alguno se ayuntare con varón como con mujer, abominación hicieron; ambos han de ser muertos; sobre ellos será su sangre”. (Levítico, 20)
Espero que esta sección de mi análisis de los cinco libros mosaicos haya demostrado sin lugar a dudas que la sociedad que plantean es una sociedad en la que no queremos vivir. En esta parte de la Biblia se hallan los Diez Mandamientos que hoy los fundamentalistas quieren desplegar en escuelas y tribunales, con el propósito de infundir “carácter moral” a la juventud y a toda la sociedad. Lo que he escrito deja en claro que en la sociedad que resultaría de implementar al pie de la letra lo que dicen los libros mosaicos y los Diez Mandamientos se caracterizaría por: el predominio de la fe sobre la ciencia; la subyugación total de la mujer al hombre, impuesta por una violenta represión; la existencia de la esclavitud humana; la intolerancia religiosa más cruel; la conquista y saqueo de pueblos de otras religiones y otras costumbres, o que simplemente se interponen en el camino de lo que quiere controlar y explotar la “nación elegida”; la violenta opresión y persecución de homosexuales; la pena de muerte por una variedad de conductas que muchos ni siquiera consideramos “delitos”.
La próxima entrega de esta serie analizará otro elemento característico de la Biblia y del fascismo: la consolidación del dominio por miedo y terror.