Después de que el mar se paró
by Michael Slate
Revolución #018, 16 de octubre de 2005, posted at revcom.us
Estábamos a unos 30 km. al norte de Colombo, la capital, y cerca del aeropuerto internacional Bandaranaike. El chofer volteó a la derecha y en cinco minutos vimos grandes multitudes.
Llegamos a una zona con enormes edificios rodeados de cercas de alambre de púas. Muchos tenían dos cercas separadas por un camino de tierra y guardias armados. Parecían penales.
Lo extraño era que miles de personas entraban y salían por las puertas y caminaban por el camino. Me di cuenta de que la gran mayoría eran mujeres jóvenes. Unos pocos hombres estaban parados en las esquinas o eran vendedores ambulantes.
Nuestro compañero captó que la situación me parecía extraña. Anton Marcus, secretario general del sindicato de trabajadores de las Zonas de Libre Comercio y Servicios, se rió y me explicó que estábamos en la Zona de Libre Comercio Katunayake.
Antes de ir a Sri Lanka, fui a comprar ropa para el calor y la humedad de la isla. Vi que gran parte era de compañías como Columbia, o sea, ropa de "camping" muy cara, como una camisa de $90 que se seca rápidamente o impregnada de repelente de insectos… y tenía etiquetas de "Hecho en Sri Lanka".
Cuando se lo conté, Anton me explicó que hay 830 fábricas de ropa en Sri Lanka y tienen 450,000 trabajadores (y otros 100,000 trabajan indirectamente). La creación de las Zonas de Libre Comercio en 1978 permitió que los capitalistas sacaran las mayores ganancias posibles.
Esas zonas tienen las mejores garantías para explotar la mano de obra: leyes especiales, prioridad de electricidad y demás recursos, y atención directa de la policía y las autoridades (para impedir la organización revolucionaria o sindical).
Por la pobreza, muchas jóvenes de Sri Lanka van a trabajar en Europa o el Medio Oriente, donde las tratan como si fueran esclavas y las violan. Son la principal fuente de divisas del país. La segunda fuente son las fábricas de ropa… y estas también explotan la mano de obra de esas jóvenes.
Las grandes fábricas de Sri Lanka se parecen a las maquiladoras de la frontera de Estados Unidos y México. Ensamblan ropa de tela cortada en el extranjero.
Ganan $40 al mes.
Anton describió las condiciones de trabajo:
"Lo peor es el sistema de objetivos o cuotas. Las trabajadoras tienen que cumplir el objetivo en cierto tiempo, y si no las multan. A veces deducen la multa del salario y muchas tienen que seguir trabajando sin salario hasta cumplir el objetivo… Si lo alcanzan, los dueños lo aumentan. En una fábrica un supervisor se acercó a una trabajadora, le empujó la cabeza y le dijo que trabajara más duro para cumplir el objetivo. Pero cuando la empujó contra la máquina, se hirió un ojo y quedó ciega.
"Las trabajadoras no toman agua porque si van al baño no pueden cumplir el objetivo. Tampoco comen en el trabajo. Debido a este sistema, no aguantan más de dos o tres años. A lo máximo trabajan cinco años para recibir un bono, pero a los cinco años están agotadas y tienen muchos problemas de salud".
Anton habló de lo que vi cuando fui a comprar ropa:
"El salario mensual es $40. En Estados Unidos venden los pantalones por $59, y una línea de ensamblaje de una fábrica puede producir más de cien docenas de pantalones al día. Así que en un solo día de producción la compañía gana lo suficiente para pagar a todas las trabajadoras. Lo demás es pura ganancia".
Las trabajadoras reciben muy poco, pero a cada nivel los capitalistas sacan su tajada: en la fábrica, el barco, el banco y la tienda.
Tras recorrer las fábricas de la zona, Anton nos llevó al barrio vecino: una enorme aldea donde viven docenas de miles de jovencitas, la mayoría de 18 a 28 años de edad. Casi no se veía una mujer mayor ni un hombre. No las contratan si están casadas.
Deepa es una de las "mayores" del barrio y su situación es típica:
"Mi aldea está a 120 kilómetros de aquí, cerca de Negombo. La mayoría de los aldeanos son agricultores, y otros hacen ollas o trabajan en las fábricas de ropa. Además de mis padres, tengo dos hermanas y un hermano. Mi padre es agricultor y mi madre trabaja. Tengo 26 años y vine aquí hace ocho años por los problemas económicos. No quería ser una carga para la familia. Tenemos que venir a las Zonas de Libre Comercio a trabajar porque si no la única otra posibilidad es irse al extranjero. Muchas jóvenes de mi aldea hacen lo mismo".
Muchas jóvenes trabajan para ahorrar dinero para pagar la dote, la tradición feudal de pagarle a la familia del esposo. Pero muy pocas logran ahorrar lo suficiente. Además adquieren "mala reputación" en la aldea porque viven por su cuenta y sin nadie que les cuide la "virtud", así que no pueden regresar ni casarse.
Fuimos a una de las pensiones donde viven las trabajadoras. Diez jóvenes comparten un cuarto de 3 metros por 4 metros, separado de otros cuartos por una pared de cartón. Preparan la comida en una choza sin ventilación y hay dos pozos de agua. Muchas veces los hombres que "vigilan" el edificio las miran cuando se bañan después del trabajo.
Una joven, Lalitha, me dijo:
"Tenemos que pedirle permiso al dueño de la pensión para salir. Si tenemos prendida la luz nos preguntan por qué, así que no se puede leer. Siempre piensan que estamos haciendo algo mal. En mi pensión hay unas 50 jóvenes. Tenemos muchos problemas en el camino cuando vamos al trabajo o cuando regresamos. Hay hombres que nos tocan o nos chocan con la bicicleta".
Deepa me describió su pensión:
"Viven 70 jóvenes. En mi cuarto somos tres y cada una tiene que pagar 900 rupias al mes. Si queremos salir, tenemos que firmar un libro y explicar a dónde vamos. Hay que firmarlo de nuevo al regresar. No hay suficiente agua y hay un solo excusado para las nueve. Algunas pensiones son para mujeres y hombres, y a veces los hombres las violan y el día de pago les roban el salario".
Aunque pocas jóvenes están dispuestas a decirlo públicamente, el acosamiento sexual y la violación son comunes.
Deepa explicó que se enfermó tras trabajar ocho años en las fábricas y no cree que pueda seguir trabajando dos años más. Me enfureció enterarme de que a pesar de eso, tenía que hablarle a su hermana de las "oportunidades" que existen en la zona: "No queremos trabajar aquí ni decirle a otras que vengan, pero la situación económica lo impone".
Cuando terminamos el té, Deepa fue a cocinar. Anton dijo que regresáramos a la ciudad. Me recordó una historia que me contó cuando nos conocimos acerca de la vida de los trabajadores:
"Muchos sufrieron a consecuencia del maremoto. Una trabajadora no pudo ir a trabajar 12 días porque no tenía ropa. Cuando regresó, el dueño le descontó los días que perdió sin tomar en cuenta su situación. Aprovechó el maremoto para sacar mayores ganancias".