Issue and Date
Revolución #48, 28 de Mayo 2006
Encuentros con Horowitz, segunda parte
Nota de la Redacción: La semana pasada, presentamos la primera parte del artículo “Encuentros con Horowitz”, en que Alan Goodman describe una conferencia de David Horowitz en la Universidad de Chicago, llena de mitos y estereotipos anticomunistas y racistas, para prevenir a los estudiantes de que no sigan sus impulsos progresistas. Horowitz se presentó como un defensor de la libertad de palabra y del disentimiento en las universidades. En la segunda parte de este artículo, Goodman relata un debate espontáneo que tuvo con Horowitz después de la plática.
Las mentiras anticomunistas de Horowitz y sus estereotipos, distorsiones y mentiras racistas sobre los negros no recibieron el rotundo rechazo que se merecen. Hubo un marcado contraste entre la reacción a sus peroratas racistas de los pocos estudiantes negros y latinos, y la reacción de la mayoría del público.
Muy pocos estaban de acuerdo con él sobre la guerra de Irak, sus ataques sexistas contra el feminismo, o sus quejas de que él está bajo ataque y le niegan el derecho de expresarse. Sin embargo, su racismo y anticomunismo tuvieron un efecto muy pernicioso. Además, su meta es marcar las pautas del debate, aun si no convence a todo mundo.
Del trinquete al trancazo
Fuera de sus peroratas anticomunistas y racistas, la mayoría de los estudiantes con los que platiqué después no captaban que Horowitz no es un simple fanfarrón, sino que busca callar el pensamiento crítico y el disentimiento. Tampoco conocían sus contactos con Bush, Karl Rove y los peces gordos del Partido Republicano. No tenían idea de que el folleto de Horowitz “The Art of Political War” (El arte de la guerra política) fue lectura obligatoria para 2000 organizadores importantes de la última campaña electoral de Bush y para los congresistas republicanos de peso. No sabían que él y sus simpatizantes exigen el despido y el juicio de profesores de oposición. Y claro está, su ponencia no mencionó nada de eso.
Como docenas de estudiantes seguían la discusión después de la sesión de preguntas, pude platicarles de lo que me enteré al reseñar su libro. (“David Horowitz y los nuevos camisas pardas”, Alan Goodman, Revolución #42, 9 de abril de 2006) Pregunté si alguien había leído su último libro, The Professors (Los profesores), y resulta que ni lo leyeron los republicanos. No sabían que quiere que despidan a los que no están de acuerdo con él ni que sus seguidores han instado a enjuiciar a profesores con una ley californiana contra el “adoctrinamiento comunista”.
A muchos estudiantes, inclusive a unos del club republicano, los inquietó lo que leyeron en Revolución sobre la esencia represiva de la campaña de Horowitz. No quiere, en lo principal, discutir con sus oponentes; quiere que los despidan y los encarcelen. Cuando señalé varios puntos de su libro que comprueban eso, uno de los republicanos me dijo que fuera a “discutir con David lo que estás diciendo”. Dicho y hecho. Horowitz estaba charlando con un grupo de estudiantes, acompañado de un par de guardaespaldas. Me presenté y expliqué que estoy bien familiarizado con su libro, y que sus mismos seguidores no saben que recomienda despedir a los profesores de ideas distintas a las suyas.
Le pregunté: “¿Por qué tú y tus seguidores no debaten con los que no están de acuerdo, en vez de pedir que los despidan? Si fuera cierto lo que dices de que los negros tienen una deuda con la sociedad por haberlos esclavizado, y eso no es cierto, ¿por qué no lo debaten? ¿Por qué pides que despidan y enjuicien a los que no están de acuerdo contigo?”.
Me interrumpió: “¡No has leído mi libro!”. Dije que sí, que leí la aclaración al principio del libro de que no importa qué posición política tenga un profesor, sino que no la lleve a sus clases, pero que son puras mentiras. Dije: “A la mayoría de los profesores del libro los atacaste por lo que dicen fuera del salón, y pediste abiertamente el despido de Ward Churchill y de un maestro de prepa de Colorado que grabó un soplón inspirado por tu grupo, los dizque Estudiantes por la Libertad Académica”.
Además, indiqué que Horowitz pidió el despido de ese maestro de prepa durante el programa 700 Club de Pat Robertson (y en otras ocasiones) y que le dijo a Robertson que hacía una labor importante por la misma causa.
“Si Robertson hace una labor importante por tu causa”, le dije, “¿qué nos dice eso sobre tu causa? La universidad fascista cristiana de Robertson no tolera estudiantes gays, visitantes gays, ni discusión racional alguna de la homosexualidad, y cuando un grupo de activistas de derechos de los gays puso pie, simbólicamente, en los terrenos universitarios, mandaron a arrestarlos. ¿Es ese tu modelo”, le pregunté, “de la libertad de expresión y libertad académica? Y para colmo pides que corran a un maestro de prepa de Colorado que fomenta discusión en la clase sobre el capitalismo, las causas de la guerra de Irak, y la comparación de Bush y Hitler”.
Este maestro, según la grabación que hizo el estudiante soplón y que se tocó en una estación de radio en Colorado, le pidió varias veces a un estudiante que comparte las ideas de Horowitz que las defendiera. También les dice a los alumnos: “De ninguna manera digo que deben adoptar mis ideas... lo que quiero es que piensen más a fondo sobre estos temas”. ¿Qué implica cuando Horowitz dice que Pat Robertson hace “una labor importante” por la libertad académica (¡!) y luego exige que despidan a este maestro? Los que nos escuchaban no sabían nada de eso. “¿Horowitz quiere que despidan maestros? ¿No y que está a favor de la libertad de palabra?”
Horowitz defendió haber pedido la renuncia del maestro de prepa de Colorado mintiendo sobre lo que este dijo (durante el programa 700 Club de Robertson, calificó de “abuso de menores” la discusión que fomentó el maestro en el salón). Uno de los estudiantes comentó que no parecía que ese maestro fuera un tirano, visto que 150 de sus alumnos hicieron un paro como protesta cuando lo suspendieron.
Horowitz captó que la asociación con Robertson no les caía bien a los estudiantes, y que incluso a los militantes de su grupo los sacó de onda que pidiera el despido del maestro de prepa de Colorado. Horowitz dijo que no apoya a Robertson respecto a los gays. Contesté:
“Puede ser, pero eso ¿qué tiene que ver? Saliste en su programa y pediste el despido de ese maestro de Colorado, ¿o no? ¿No aplaudiste su labor como una contribución a tu causa? Si eso no es aplaudir un modelo de censura represiva draconiana, si no es oponerse a la libertad de expresión que cuestiona la autoridad y alienta la discusión de los estudiantes, entonces, ¿qué es? ¿No ayudaste a Robertson a azuzar a su público diciendo que los profesores que atacaste en tu libro son homicidas, golpean a niños, son ‘pervertidos sexuales’ y terroristas?”.
Horowitz insistió en que un profesor del libro abogaba por las relaciones sexuales con menores. Dije: “Tú bien sabes, igual que yo, que lo que Robertson quiere decir es que estos maestros son gays abiertos, o que exploran el tema de la homosexualidad sin seguir las reglas del fundamentalismo cristiano, y por eso Robertson incitaba a su público contra ellos. Y ese es solo un ejemplo de lo que quieres que se prohíba en el salón de clases”. Esto resultó muy incómodo para Horowitz y, antes de que pudiéramos discutir otros ejemplos de su alineamiento con el programa fascista cristiano, sus “guardaespaldas” se me plantaron casi en las narices y Horowitz dio la vuelta y se fue furioso.
Tras esta discusión, la atmósfera se agitó más. Antes de mi encuentro con Horowitz, los republicanos tenían en su mesa el número de Revolución con mi reseña de Los profesores de Horowitz, y lo dejaron ahí hasta que se fueron. Un tipo, que se describió como “buen estudiante mensito”, cristiano evangélico y activista conservador en la universidad, no me soltaba. Insistía en que discrepaba con lo que había descubierto de Horowitz; él quiere que los estudiantes se expongan a distintas ideas y no lo intimida discutir de política en clases. Le mortificaba que lo fueran a asociar con Robertson por ser republicano y cristiano evangélico. Le dije que si eso le preocupaba, que trazara una clara línea de demarcación entre lo que cree y lo que creen Horowitz, Robertson y Bush. Cuando me despedí, se quedó angustiado y me dijo que pensaría sobre lo que habíamos platicado y leería Revolución.
Lecciones
Aún falta mucho por evaluar de este encuentro en vivo con Horowitz, pero resaltan ciertos aspectos. Primero, si piensan que Horowitz es un mentiroso marginado, solo tienen razón a medias. Trescientos estudiantes asistieron a su ponencia en la Universidad de Chicago, y en su mayoría no fueron a refutarlo o desenmascararlo.
Segundo, Horowitz no quiere que su programa represivo, que es en serio y representa un gran peligro, salga a la luz ante un público como el de la Universidad de Chicago. Cuando se le descubre, es su talón de Aquiles.
Tercero, tenemos que confrontarlo y desenmascararlo con argumentos tajantes y enjundiosos, perseguirlo con hechos y datos, usar sus propias palabras en su contra y destapar su siniestro programa ante sus seguidores. Menos que eso no lo vencerá e incluso podría permitirle sacar ventaja.
Me impactó la apertura de los estudiantes a bregar con cuestiones de gran envergadura: unos lo desafiaron, se interesaron en un periódico comunista y en una crítica que no solo refuta lo que dice sino que revela sus intenciones de fondo. Vi la importancia de que hagamos nuestro trabajo para impulsar una dinámica positiva: por un lado, luchar por el derecho al pensamiento crítico, desenmascarar y refutar a Horowitz y rechazar su campaña para suprimir el pensamiento crítico; y por otro lado y conjuntamente, entablar mucha más discusión en el mundo académico sobre lo que realmente son la revolución comunista y el socialismo.
Para concluir, los ataques racistas de Horowitz contra los negros juegan un papel fundamental en su misión. Dedicó una parte importante de su ponencia a defender la esclavitud y negar la realidad actual del racismo, la supremacía blanca y la opresión de los negros. Tocaré más este tema, y sus implicaciones peligrosas, en artículos futuros, y pido a los lectores que me escriban sobre este componente del programa de Horowitz.
Si le gusta este artículo, suscríbase, done y contribuya regularmente al periódico Revolución.