Revolución #56, 13 de agosto 2006
Esta no es nuestra danza;
bailemos a nuestro propio compás
El 2 de agosto, Alberto Gonzales, secretario de Justicia, fue al Congreso a hablar de NUEVAS REGLAS PARA TORTURAR y dijo que “lo que estamos considerando ahora es un producto mejor”. Una vez más, el equipo de Bush manipula la palabra para anestesiar y crear versiones asépticas. Gonzales dijo que quiere llevar “claridad” a la prohibición de tortura de los Convenios de Ginebra, que en otras ocasiones ha llamado “anticuados”. Para continuar la práctica inmoral e ilegal de torturar en todo el mundo, Gonzales quiere que se legalice porque sabe que él y el gobierno de Bush han cometido crímenes de guerra de reconocimiento internacional.
¿Cómo hemos llegado al punto en que el gobierno debate en público la eficacia, no la inmoralidad, de la tortura? ¿Cómo hemos llegado al punto en que esto se considera un debate normal? ¿Y cómo podemos salirnos de esto?
La política y el discurso oficial están enredados en una danza mortal. Una danza que embota la mente con su repetición circular, pero que va resbalando peligrosamente hacia un precipicio. Las consecuencias para el futuro se miden en vidas humanas.
A principios de junio, el ejército les metió a la fuerza tubos por la nariz a ocho detenidos de Guantánamo que estaban en huelga de hambre. Ochenta más se sumaron a la huelga de hambre para protestar por tenerlos detenidos sin acusarlos por más de cuatro años. A mediados de junio, tres se suicidaron. El contralmirante Harry B. Harris, en un despliegue de lógica fascista orwelliana, dijo que los suicidios eran “guerra asimétrica” y propuso investigar a los abogados de los suicidas.
A principios de julio, la Suprema Corte declaró que el ejecutivo se sobrepasó con la tortura internacional, que debía pedirle permiso al Congreso para realizar tribunales militares, y que no debía pasar por alto el derecho internacional y los Convenios de Ginebra. Eso se llama el fallo Hamdan y por eso fue que Gonzales asomó la cara al Congreso el 2 de agosto.
Por un breve momento, en los círculos progresistas brilló la esperanza de que pararan la tortura y detención (símbolos de la dirección fascista del gobierno de Bush). Pero a los pocos días la rama ejecutiva exigió categóricamente que el Congreso codificara la tortura y detención, como sugirió la Suprema Corte. Ahora, el debate oficial se centra en legitimar la tortura y detención… sin que le vaya a salir el tiro por la culata a las fuerzas armadas. Si continúa la trayectoria actual, pronto veremos una ley atroz.
Este patrón se repite en todas las esferas. Un ejemplo: cuando se supo que la Agencia de Seguridad Nacional estaba espiando ilegalmente las conversaciones telefónicas de millones, la rama ejecutiva presionó al presidente del Comité Judicial del Senado, Alan Specter (un republicano “moderado”), a aceptar un “acuerdo mutuo”. El acuerdo, digno de Tony Soprano, propuso legislación que permita continuar el espionaje ilegal, con la condición de que el ejecutivo obtenga aprobación de un tribunal secreto que existe con el fin de aprobar todas las solicitudes de espionaje (FISA), aunque puede obviar ese paso si resuelve que perjudicaría la seguridad nacional. Además, se eliminan todas las revisiones judiciales. En resumen, a cambio de pedirle aprobación al Congreso, Bush puede seguir espiando en secreto las llamadas personales y, si le parece, puede pedirle autorización a un tribunal secreto, aprobado por el presidente de la Suprema Corte, aunque eso se puede obviar, en secreto.
Unos demócratas protestaron, unos hicieron contrapropuestas, pero ninguno insta a la sociedad civil a oponerse a esto. En Washington se cree que el Congreso aprobará una ley cercana al “acuerdo mutuo” de Specter. Dana Perino, vocera de la Casa Blanca, dijo: “Es el acoplamiento del presidente y el Congreso para codificar que los futuros presidentes puedan tomar medidas para proteger el país”.
Mediante este proceso están cimentando un orden social radicalmente nuevo, cimentando la arquitectura y las estructuras de normas sociales fascistas, con repercusiones para generaciones… si no lo paramos. Es una danza que ya es bien conocida. Veamos la Ley Patriota. La impusieron a grandes carreras después del 11 de septiembre y la mayoría de los congresistas ni la leyeron. En pocos meses, surgió oposición por todo el país a medidas como que el gobierno supiera qué libros saca uno de la biblioteca. Más de 400 ciudades, pueblos y estados votaron contra ella. Pero en marzo del 2005, el Senado aprobó la Ley Patriota II con un voto de 89 a 10.
Es una danza de cuatro pasos. Bush “crea una nueva realidad” con medidas unilaterales. Las medidas se denuncian o tropiezan con obstáculos. Unos demócratas se quejan de que no los consultaron y de que ellos pueden administrar mejor esas medidas, por horrorosas que sean. El Congreso aprueba las medidas con nuevas leyes y volvemos a la misma danza, pero cada vez con menos piso.
Hay que oírlos: los demócratas dicen claramente lo que están haciendo. Cuando la Suprema Corte le tiró un poco las riendas al ejecutivo con el fallo Hamdan, el senador demócrata de Nueva York Chuck Schumer (director de campaña para las elecciones al Congreso de este año) dijo en los noticieros: “Si [Bush] hubiera presentado este asunto ante el Congreso hace unos años, le habríamos dado lo que quería”. Ni una palabra de oposición a la tortura, a la detención sin acusaciones ni a los tribunales secretos sin abogado. Tenemos que salir de esta pista… o esta danza nos llevará a los campos de exterminación.
Lo que muestra claramente el ejemplo de la Ley Patriota es que había, y hay, una extensa oposición al programa de Bush. Es una oposición suficiente para pararlo, pero siempre y cuando siga uncida a la política usual, esperando que los demócratas ganen escaños en el Congreso este año a ver si entonces hacen algo (lo que nunca sucede), esta danza seguirá.
¿Recuerdan hace un año cuando Bush nominó a Roberts a la Suprema Corte? Los demócratas y la dirección del movimiento de la mujer le dijeron a su base social, que estaba horrorizada y furiosa: “Esta vez nos vamos a aguantar, pero en la próxima nominación sí vamos a pelear”. Como se podía prever, a los seis meses no pelearon contra la confirmación de Samuel Alito a la Suprema Corte. Sin embargo, si se aglutinara toda esa furia y se expresara por medio de una oposición independiente a todo el programa de Bush, se podría en marcha toda una nueva lucha por el futuro del mundo.
La lógica de la danza actual es, textualmente, mortal. Estamos a punto de que sea imposible para la vasta mayoría de las mujeres obtener servicios de aborto, y de que se prohíba de plano en uno o dos años. No hay problema: los demócratas postularán candidatos opuestos al aborto para aumentar sus chances de ganar y el movimiento de la mujer se quedará callado. ¿Y después? Los fascistas cristianos atacarán los métodos anticonceptivos, ¿y qué harán los senadores católicos “provida”? ¿Oponerse al santo papa?
Si pensamos seria y honestamente en todo lo que ha cambiado desde el 11 de septiembre: las leyes, las normas de gobierno, la separación de poderes, la separación de la iglesia y el estado; el hecho de que hoy es rutina que los dirigentes de ambos partidos se hinquen ante fascistas lunáticos teócratas como Jerry Falwell y Pat Robertson; si captamos que un tercio del Congreso tiene el sello de aprobación de las organizaciones fundamentalistas cristianas más conservadoras… si asimilamos todo esto, se perfila cuánto hemos avanzado por el camino al fascismo. Todo esto se va acumulando y un día nos podemos despertar y encontrar que estamos amordazados.
¿Qué tiene que cambiar para que bailemos a nuestro propio compás?
Para empezar, hay que aprender a rechazar la invitación a la fiesta de los demócratas. ¿Por qué? Escuchemos lo que dice sobre Irak Al Gore, actual pretendiente de los progresistas que se mueren de ganas de ir al baile:
“Todos estamos amarrados al mástil de la nave estatal. Porque ese grupito que está al timón debería renunciar. Rumsfeld y esa gente han cometido errores horribles, uno tras otro…”.
Rumsfeld y su jefe sí deberían renunciar, pero la esencia de las palabras de Gore (y en esencia el problema con Gore) es la primera oración: “Todos estamos amarrados al mástil de la nave estatal”. ¿Quiénes son todos? ¿Exactamente cuáles son los intereses de la nave estatal de este país en el Medio Oriente y en todo el mundo? ¿Y qué tienen que ver con los intereses del pueblo de terminar la guerra y no vivir en una nueva Roma? Como Ahab amarrado a la ballena, Gore y el resto de los demócratas nos condenarán a revolcarnos en el mar para salvar su nave.
Muchos ven la matanza de Líbano y el peligro de que esto lleve a una guerra mayor, y albergan la esperanza de que (a pesar de lo que dice la dirección demócrata) si ganan, se comportarán mejor. Pero los demócratas y los republicanos tienen otra serie de imperativos. Seymour Hersh escribió en la revista New Yorker que los demócratas ni nadie más en el mundo oficial dice que hacer capitular a Irán no amerite una guerra.
El Partido Demócrata, como el Partido Republicano, vela por los intereses del sistema. Ante los imperativos de un capitalismo global ágil y sin trabas, todos reconocen la necesidad de forjar a la fuerza un imperio que nadie desafíe. Los dos coinciden en usar la guerra contra el terror con ese fin; los dos ven que es necesario aumentar el control interno del país; los dos concuerdan en que el pacto social del Nuevo Trato y de la Gran Sociedad, con sus programas sociales, es cosa del pasado (a fin de cuentas, fue Clinton quien eliminó gran parte de los programas de beneficencia social); y los dos reconocen que esto requiere atizar la moral tradicional para calmar y embotar.
Sin embargo, entre los dos hay fuertes diferencias. En el núcleo del Partido Republicano hay un movimiento fascista cristiano altamente organizado que está resuelto a que la Biblia sea la ley. Esos teócratas tienen un maridaje no del todo feliz con los neoconservadores (Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz, etc.,) que diseñaron la doctrina estratégica de forjar un imperio que nadie desafíe sin dejarse restringir por el derecho internacional, tratados o diplomacia. A esa doctrina estratégica le hace eco y la refuerza la “teología” de millones de fundamentalistas cristianos que leen los libros del “fin de los tiempos” de La Hayes. En el libro American Theocracy, Kevin Phillips escribe: “El caos del explosivo Medio Oriente, lejos de ser una amenaza, anuncia el esperado regreso de Jesucristo. El aumento del precio del petróleo, terribles huracanes, tsunamis mortales y el derretimiento de los casquetes polares lo confirman”.
Los demócratas no tienen un programa coherente para contestar. Eso se debe, primero, a que están atados a la misma nave imperialista: no van a perjudicar la hegemonía estadounidense. Desde el 11 de septiembre los demócratas sostienen que ellos podrían librar mejor la guerra contra el terror. SI uno quiere reforzar el control estratégico del Medio Oriente para espantar a rivales potenciales, asegurarse los recursos naturales, someter a los fundamentalistas islámicos e imponer gobiernos acomodaticios, pues querrá que triunfe la guerra de Irak y ofrecerá ideas para conducirla mejor.
El gobierno de Bush impone nuevas condiciones para impulsar su programa internacional y nacional fascista, y los demócratas cada vez tienen menos terreno… a menos que decidan tomar otra dirección, lo que no harán porque parten del mismo conjunto de necesidades del imperio. Por eso es que, si no hay una lucha de masas para PARAR desde abajo la dirección del gobierno de Bush, aunque los demócratas ganen en noviembre, nosotros no ganaremos.
En estos momentos circulan esperanzas de que Bush esté acabado, que tiene que recurrir a la diplomacia para lidiar con Irán y Corea del Norte. La portada de la revista Time es un dibujo del sombrero y las botas de cowboy de Bush con el título “El fin de la diplomacia cowboy”. Pero eso es una quimera peligrosa. Desde la perspectiva de Bush y Cía., los problemas que han creado en Irak y Afganistán en realidad requieren más agresión… o si no podrían perder la iniciativa estratégica. Los cambios fascistas radicales que quieren imponer en el mundo y en el país tienen una lógica de ofensiva continua hasta la victoria.
En un artículo del New York Times, un vocero de Bush le dijo a Ron Suskind que el gobierno de Bush crea su propia realidad. Esa realidad ya ha causado terrible daño. También ha creado un mar de gente que odia profundamente todo esto. Esa es la fuerza que, como dice la convocatoria de El Mundo No Puede Esperar para el 5 de octubre, puede “sacudir la parálisis que todavía domina gran parte de la vida política de este país… abrir[…] una brecha en los muros que están fortaleciendo a nuestro alrededor y [decir] ¡ya basta!”.
Eso requiere zafarse de la danza mortal de los imperialistas y bailar a nuestro propio compás.
Hay tiempo. No mucho tiempo, pero suficiente para salvar el mundo.
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