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Revolución #70, 26 de noviembre de 2006
Las elecciones de Nicaragua y la verdadera naturaleza de la democracia de Estados Unidos
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Las elecciones de Nicaragua se celebraron la primera semana de noviembre. Hubo varios candidatos para la presidencia de este país pobre de menos de seis millones de personas. Unos 17,000 observadores nicaragüenses y extranjeros monitorearon la votación, con la presencia de 8,000 soldados. El Washington Post dijo que “salieron muchos” a votar. Gustavo Fernández, director de un grupo de 200 representantes de la Organización de Estados Americanos, declaró que las elecciones estuvieron “calmadas y no hay motivo para pensar que eso vaya a cambiar”.
En su viaje del 2005 a varios países latinoamericanos, George Bush declaró: “Pienso que es importante reafirmar la importancia de la democracia en nuestro hemisferio”. Al ver lo que pasó antes y después de las elecciones de Nicaragua, se entiende claramente lo que quieren decir Bush y los suyos cuando hablan de llevar la democracia y la libertad al mundo.
Antes de las elecciones, comentó el Houston Chronicle, “un coro de funcionarios estadounidenses” hizo amenazas tanto sutiles como directas de lo que pasaría si no resultaban como querían. Se enfocaron en uno de los candidatos presidenciales, Daniel Ortega. El director del periódico en Sudamérica, John Otis, escribió que “lanzaron una lluvia de granadas verbales” para desanimar a los electores de votar por el líder sandinista Ortega”. (“Estados Unidos juega a favoritos en las elecciones de Nicaragua”, 20 de agosto de 2006) Mark Weisbrot, del Center for Economic and Policy Research anotó que los funcionarios del gobierno de Bush y otros tantos reaccionarios “hicieron todo menos amenazar con invadir”. (“Estados Unidos falla en su intento de descarrilar a Ortega para presidente”, Christian Science Monitor, 7 de noviembre de 2006)
Daniel Ortega dirigió el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), un movimiento guerrillero que derrocó a Anastasio Somoza, el brutal dictador apoyado por Estados Unidos, en 1979. Después de la caída de Somoza, Ortega y los sandinistas se hicieron cargo de Nicaragua hasta 1990. Durante ese período, el gobierno de Ronald Reagan mandó dinero y entrenó a escuadrones de la muerte, conocidos como la “contra” porque eran contrarrevolucionarios abiertos que dejaron en su camino una serie de asesinatos, violaciones y saqueos por todo el país. La contra mató alrededor de 30,000 personas, tanto sandinistas como campesinos, indígenas, trabajadores, estudiantes y otros.
Inmediatamente después de las elecciones de 1984, cuando Ortega tomó las riendas, Estados Unidos sembró minas en los puertos nicaragüenses. Un memorándum de la Casa Blanca de Reagan señala que el objetivo del bloqueo militar era “contribuir al objetivo general de aplicar una presión económica rigurosa… y debilitar más la capacidad ya crítica de combustible en Nicaragua”. Estados Unidos estableció unas bases abiertas y otras secretas en los países vecinos de Honduras y Costa Rica, y las usó como plataformas y campos de entrenamiento para la contra.
En 1986, se supo que les estaba proporcionando fondos y armas secretas (e ilegales) a la contra porque salió que el gobierno de Reagan vendió misiles a Irán a cambio de la libertad de un rehén en Líbano, un alto funcionario de la CIA. Oliver North, edecán de Reagan, usó las ganancias de esa transacción para comprar armas para la contra. En el escándalo que se armó, se descubrió que existía una gran operación global en que Estados Unidos había conseguido que sus aliados y títeres apoyaran económicamente a la contra. También se halló que North y otros funcionarios de Reagan dijeron mentiras cuando el Congreso los llamó a dar testimonio. Pero hay algo que nunca salió durante ese proceso: el dinero para la contra dependía del tráfico de drogas. La CIA les propuso a los traficantes “un trato que no podían despreciar”: las agencias de aduana no los molestarían si los traficantes, en cambio, les compraban y les mandaban armas a la contra. Robert Gates, que va a reemplazar a Rumsfeld como secretario de Defensa, fue el subdirector de la CIA en los años 80 cuando las operaciones secretas de apoyo a la contra estaban en su apogeo.
La resistencia del pueblo nicaragüense a los imperialistas estadounidenses y sus crueles títeres fue justa. Sin embargo, Ortega y los sandinistas nunca dirigieron una lucha encaminada hacia la liberación del imperialismo. Más bien, eran revisionistas, comunistas falsos al servicio de los intereses globales de la Unión Soviética cuando era el rival imperialista de Estados Unidos. Los sandinistas perdieron el poder en las elecciones de 1990 y en los últimos años Ortega ha hecho todo lo posible para convencer a Washington de que está dispuesto a cooperar con la explotación del pueblo nicaragüense. Cambió los colores sandinistas del rojo y negro al rosita y turquesa. Escogió a un ex contra como candidato para la vicepresidencia. Aparte de ser hoy un hombre muy rico, Ortega ha renunciado al seudomarxismo de antes y confesado abiertamente ser defensor del capitalismo.
La cobardía de Ortega ha llegado muy lejos, pues días antes de las elecciones usó toda la influencia de los sandinistas para apoyar una ley reaccionaria que prohíbe el aborto. Dicta sentencias de 4 a 8 años para los médicos y trabajadores de salud que hacen abortos, aunque sea para salvar la vida de la mujer, al igual que para las mujeres. Como dijo un miembro del grupo Movimiento Autónomo de Mujeres en Managua: “Regresamos a la Edad Media con respecto a los derechos de la mujer”. (“Se prohíben abortos terapéuticos en el frenesí de las elecciones”, Inter Press Service, 28 de noviembre de 2006)
Pero aun con todo eso, Estados Unidos no está dispuesto a perdonar ni olvidar cuando se trata de Ortega y los sandinistas. Aunque no estaban luchando por una auténtica revolución, siguen siendo el blanco del veneno estadounidense, especialmente en un lugar que los imperialistas consideran su “patio”. Por eso la campaña contra Ortega del gobierno estadounidense.
El embajador de Estados Unidos, Paul Trivelli, dijo que Ortega era un “tigre que no había cambiado sus rayas” y amenazó con parar la ayuda a Nicaragua (el segundo país más pobre del hemisferio occidental). Dana Rohrbacher, congresista republicano, amenazó con prohibir que los nicaragüenses que residen en Estados Unidos manden dinero al país; eso cerraría la mayor fuente de divisas del extranjero. Rohrbacher le pidió al secretario de Seguridad de la Patria, Michael Chertoff, que “preparara, de acuerdo con las leyes de Estados Unidos, medidas de prevención, para bloquear la transmisión de remesas a Nicaragua, en caso de que el FSLN entre al gobierno”. Rohrbacher exacerbó la posibilidad de cumplir las amenazas económicas, políticas y hasta militares al declarar que el gobierno de Ortega sería “pro terrorista”.
Otros que viajaron a Managua para denunciar a Ortega fueron el congresista derechista Dan Burton, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, y Oliver North, que declaró: “Está bien estar aquí de nuevo”. Las amenazas han continuado desde que declararon a Ortega el ganador. Carlos Gutiérrez, secretario de Comercio, escribió que el comercio entre Nicaragua y Estados Unidos y la ayuda para Nicaragua “están en peligro”.
¿Qué tal si se volteara la situación? ¿Qué tal si fueran los sandinistas los que mandaran miles de observadores a “monitorear” las elecciones en Estados Unidos, que apoyaran económicamente a ciertos candidatos, amenazaran con terribles consecuencias si las elecciones no resultaran como ellos quisieran… y que tuvieran el poder de cumplir esas amenazas? El hecho es que Estados Unidos lo hizo, y que la estructura de poder y los medios masivos lo consideran algo perfectamente razonable y aceptable muestra las relaciones de poder que existen.
Las elecciones se hicieron con una pistola, una pistola de alto calibre apuntada hacia el pueblo nicaragüense, con el fin de mantener la dominación imperialista. Eso es lo que significa la democracia cuando hablan de ella los gángsteres imperialistas.
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