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Revolución #74, 24 de diciembre de 2006
Lo que está en juego en Irak—para ellos… y para nosotros
Segunda parte: Atolladero
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(Haz clic aquí para la primera parte, “La encrucijada de Irak: Por qué Estados Unidos se lanzó a la guerra”).
La invasión transformó a Irak en una pesadilla para los iraquíes. Hace dos semanas Patrick Cockburn, del periódico Independent de Londres, informó:
“La policía de Bagdad suele recoger más de cien cadáveres torturados y mutilados al día. Los ministerios del gobierno se pelean entre sí… Los sunitas huyen de los barrios chiítas y viceversa; el país entero se está volviendo una tierra de refugiados. La Comisión de Refugiados de la ONU estima que hay 1.6 millones de desplazados internos y 1.8 millones en el extranjero”.
Por otro lado, Irak también se ha convertido en una pesadilla (de una naturaleza fundamentalmente diferente) para el gobierno de Bush: una debacle en ciernes que pone en peligro el control del Medio Oriente, su posición global y la doctrina de Bush de transformar el mundo en aras de la expansión imperial.
El Diccionario de uso del español de María Moliner define atolladero como una “situación incómoda, comprometida o peligrosa de que es difícil salir”. Para Estados Unidos la situación es comprometida y peligrosa porque, en muchos sentidos, sus dificultades se desprenden de sus objetivos extremos y rapaces… y las respuestas a esas dificultades las han agravado. Las apuestas en Irak y el Medio Oriente son globales y enormes, y por eso “salir” sería supremamente difícil. En pocas palabras, la necesidad de Estados Unidos está creciendo y su libertad se está restringiendo.
La ruptura imperial de Bush en el Medio Oriente
¿Cómo llegó la situación a tal punto? ¿Qué empujó a Estados Unidos a invadir y por qué el plan no ha resultado como esperaba?
El gobierno de Bush se vio compelido a conquistar Irak por varias razones: demostrar firmeza como superpotencia después de los ataques del 11 de septiembre del 2001, tumbar un gobierno problemático e iniciar la transformación radical del Medio Oriente. A los ojos de la camarilla de Bush, el statu quo ya no era ni estable ni viable, en parte debido al crecimiento del fundamentalismo islámico en la década pasada. Esta transformación radical del Medio Oriente se propuso tumbar gobiernos poco amistosos, aplastar a las masas con una campaña de “shock y pavor”, y reestructurar las frágiles tiranías de la región por medio de un proceso de “democratización” y mayor penetración económica. Esto les diría a los fundamentalistas islámicos que su oposición será muy cara y, estratégicamente, socavaría su posición y los derrotaría como una fuerza de oposición dinámica y viable.
Irak ofrecía oportunidades además de necesidades. Era débil; muchos iraquíes odiaban a Hussein; tenía una clase media grande, un sistema laico y grandes reservas petroleras. Por eso parecía un excelente candidato para la clase de reestructuración que contemplaba Estados Unidos. Varios neoconservadores y exilados iraquíes decían que los chiítas eran moderados y estaban dispuestos a apoyar “cambios democráticos”. Un nuevo Irak bajo el mando de Washington sería la clave para iniciar un maremoto irresistible de “modernización” y “democratización” por toda la región.
La invasión se realizó con una fuerza relativamente ligera y rápida de 140,000 efectivos (menos de un tercio que en la guerra del golfo Pérsico de 1991, cuya meta era expulsar a Hussein de Kuwait y no conquistar Irak) porque Irak estaba debilitado por una década de guerra y sanciones económicas, y porque la invasión era solo la primera fase de una guerra sin límites para establecer un imperio indiscutible e indisputable. Con ese fin se necesitaba una fuerza flexible y móvil que pudiera pelear en varios frentes uno tras otro, y dejar atrás la “Doctrina Powell” de atacar con una fuerza abrumadora en toda situación.
El plan era conquistar el país rápidamente, transferir el poder a un gobierno títere de exilados y pasar a la siguiente fase. El Washington Post escribió: “Pocas semanas después de la invasión, si todo sale bien, los iraquíes empezarán a tomar control de la situación y las tropas estadounidenses irán de salida”.
A toda velocidad a Bagdad, choque con la realidad
La rapidez de la conquista fue contundente. A los 23 días de invadir el país, cayeron Bagdad y el gobierno de Hussein (junto con sus estatuas). Pero el choque con las profundas contradicciones que entrecruzan el país y la región fue todavía más contundente. Tras la conquista de Bagdad, la vida diaria se desintegró y reinaron el caos y el saqueo; el 17 de abril del 2003 el periodista inglés Robert Fisk informó: “Esto va por mal camino, y más rápidamente de lo que cualquiera se podía imaginar”.
Muchas de las expectativas de Estados Unidos se esfumaron junto con la destrucción de la infraestructura y el estado iraquíes: que los iraquíes iban a recibir al ejército invasor como libertadores; que todas las fuerzas de Hussein serían derrotadas o capitularían, en vez de iniciar una resistencia guerrillera; que los aliados de Washington serían capaces de establecer un gobierno rápidamente; y que la situación se podría estabilizar rápidamente mejorando la vida diaria de la población.
Fundamentalmente, el gobierno de Bush no captó que el shock de la invasión y el colapso del estado iban a destapar profundas contradicciones en Irak (como el odio por Estados Unidos y su aliado Israel), y a abrirle la puerta a una amplia gama de fuerzas de oposición, especialmente las corrientes islamistas, tanto sunitas como chiítas.
(El periodista Nir Rosen describió que las fuerzas religiosas corrieron a llenar el vacío tras la caída de Hussein: “Sin el Partido Baath u otra fuerza política, sin la policía o el ejército, todo lo que quedaba eran las mezquitas. Las viejas autoridades cayeron; jóvenes clérigos airados las reemplazaron y se arrogaron el poder de representar, movilizar y gobernar”).
En pocas palabras, los imperialistas encontraron más necesidad (en la forma de hostilidad, fundamentalismo islámico y oportunidades para otras potencias regionales) y menos libertad de lo que esperaban.
Reajustes y pérdida de la iniciativa
El gobierno de Bush se dio cuenta de que la situación no marchaba conforme al plan y realizó varios reajustes dentro del marco de sus metas estratégicas. Pero esos reajustes fueron muy pocos y muy tarde (aunque no es claro que hubiera podido aplicar medidas “efectivas” en vista de las profundas contradicciones que enfrenta y de los límites de su poder), o crearon nuevas contradicciones más insolubles. Se desencadenó una dinámica en que Estados Unidos perdía cada vez más la iniciativa militar y política, y cayó en una espiral descendente de menos libertad, opciones más onerosas y mayor necesidad.
Por ejemplo, al general Jay Garner, el primer virrey de la ocupación, lo despidieron y lo reemplazaron con J. Paul Bremer, un neoconservador del Departamento de Estado y protegido de Henry Kissinger. Garner siguió la estrategia del Pentágono de mantener al gobierno baathista, entregar el poder a los exilados pro Estados Unidos y retirarse pronto. Pero cuando Bremer tomó las riendas en mayo del 2003, inmediatamente apretó las clavijas y cambió el rumbo. Prohibió el Partido Baath, disolvió el ejército y la policía, clausuró las industrias paraestatales no rentables e inició la privatización de la economía. También abandonó el plan de formar un gobierno interino y creó la “Autoridad Provisional de la Coalición” para iniciar gradualmente el proceso político y formar un gobierno bajo el firme control de Washington.
Esas decisiones se tomaron por razones tácticas y estratégicas. Washington decidió que los partidarios del gobierno de Hussein y el Partido Baath eran el mayor peligro a la ocupación. A continuación, inició un programa a fin de hacer añicos el poder institucional que conservaban los baathistas, ganar la lealtad de los chiítas y establecer una amplia legitimidad. Los neoconservadores del Pentágono también vieron la oportunidad de fomentar su programa de transformaciones regionales construyendo un nuevo estado iraquí desde los cimientos.
Esta “vuelta de hoja” tuvo implicaciones profundas. Tras declarar que iba a liberar a Irak, Estados Unidos optó por imponer una ocupación indefinida altamente controlada. Esto exacerbó lo que Larry Diamond, un funcionario de la ocupación, describió como “sospechas profundas de los motivos de Estados Unidos, junto con recuerdos del colonialismo occidental y rencor por la posición de Estados Unidos sobre la lucha de Israel y los palestinos” y creó “una enorme falta de legitimidad para las fuerzas de ocupación”.
Las decisiones que tomó Bremer empujaron a los sunitas hacia la incipiente resistencia armada, que es una mezcla compleja de partidarios de Hussein, nacionalistas e islamistas sunitas. Muchos eran profesionales que desempeñaban un papel central en la sociedad iraquí, pero con la ocupación quedaron sin opciones y sin lugar, tratados como “terroristas” y enemigos permanentes del nuevo estado.
En el campo de batalla, Estados Unidos respondió a la insurgencia con una combinación de salvajes misiones de cerco y aniquilamiento, redadas, arrestos, sitios de ciudades enteras y tortura. Pero nunca despachó más tropas y esas medidas no lograron aplastar la resistencia… al contrario, se redobló. Los ataques contra las fuerzas estadounidenses aumentaron de 75-150 a la semana en el verano del 2003 a 800 semanales este otoño.
Enemigos potenciales cobran fuerza
El crecimiento de la insurgencia, la debilidad de los exilados laicos y la creciente fuerza de los partidos religiosos chiítas (junto con la decisión de no despachar más tropas) llevaron a la Autoridad Provisional de la Coalición a acelerar el plan de formar un gobierno iraquí y a apoyarse más en fuerzas chiítas y curdas reaccionarias. Las dos cosas han generado nuevas contradicciones que se refuerzan mutuamente.
Washington repartió el poder y organizó las elecciones conforme a divisiones sectarias directamente o de una manera que las reforzaba. Los partidos chiítas en particular (y hay diferentes facciones), y también los curdos, tienen sus propios planes que no siempre coinciden con los objetivos estadounidenses. Las organizaciones chiítas más fuertes quieren imponer un gobierno teocrático, controlar las regiones de mayoría chiíta (donde se encuentra la mayor parte de la riqueza petrolera) y reemplazar a los sunitas como la fuerza dominante… no liberar a todos los iraquíes. La mayoría también tiene vínculos con Irán. Por su parte, los partidos curdos quieren preservar la autonomía en el norte (y con ese fin hacer una limpieza étnica en la ciudad de Kirkuk). Esto está en fuerte contradicción con el objetivo de crear un nuevo Irak unificado.
Las facciones chiítas han aprovechado su control del estado y de varios ministerios para desarrollar su propia fuerza sectaria (en preparación para una lucha a muerte con los sunitas, o quizá para expulsar a Estados Unidos), y no para crear un estado multinacional. Estados Unidos esperaba que el nuevo ejército iraquí asumiera las tareas de seguridad y lucha contra la insurgencia, pero el ejército iraquí es ineficaz u obedece a las milicias sectarias. “Las milicias chiítas pasaron a ser la policía y el ejército”, escribe Rosen. (Además, hay muchas pruebas de que Estados Unidos ha tolerado e incluso organizado los escuadrones de la muerte chiítas que operan en los ministerios contra la insurgencia).
Todo esto (y la ideología fundamentalista religiosa y reaccionaria de los partidos dominantes chiítas, así como los elementos de la insurgencia sunita que representan los intereses y la perspectiva de sectores tradicionales feudales y burgueses) ha desencadenado una ola de limpieza étnica y religiosa, que ahora amenaza la existencia misma de un país unificado.
La resistencia y la guerra sectaria han devastado y desestabilizado la sociedad iraquí e impedido que Estados Unidos reconstruya el país, estabilice la vida diaria y construya una base de apoyo político (por no decir nada de abrir las puertas de Irak a la especulación y la integración con el imperialismo global, que era un elemento importante del plan). Esto, a su vez, ha profundizado la resistencia y la guerra civil.
El papel de la epistemología del gobierno de Bush
¿Por qué las esperanzas del gobierno de Bush estaban tan profundamente desincronizadas con la realidad en Irak y por qué siguió calculando mal e insistiendo en “aguantar hasta el final”?
Muchos comentaristas burgueses y muchos políticos han criticado a la camarilla de Bush por “no estar al corriente de la realidad”. Pero el problema no empieza ahí. Para la camarilla de Bush, las viejas estrategias no habían resuelto los crecientes problemas del imperialismo estadounidense en el Medio Oriente (la experiencia de Irak subraya el creciente desafío del fundamentalismo islámico) y se necesitaban medidas drásticas, fueran cuales fueran los riesgos.
La insistencia de Bush en “aguantar hasta el final” obedece a la necesidad de seguir adelante ante la adversidad y el gran peligro (que hasta cierto punto esperaban dado el alcance de su ambición), porque las apuestas son enormes y retirarse sería un desastre. Hay un elemento de desesperación en todo esto: un temor de que la retirada o una corrección sustancial podría descarrilar todo el proyecto. Parece que las decisiones de la camarilla de Bush han sido moldeadas (y enturbiadas) por esas necesidades y ambiciones, con una epistemología basada en la fe (o ilusiones), como si pudieran doblar la realidad a su antojo si se lo proponen en serio. Todo esto los ha hecho menos flexibles y menos capaces de adaptarse a nuevos giros o dificultades.
Un ejemplo es la decisión de Bush de no despachar más tropas, que probablemente es la que más críticas de la clase dominante ha recibido. Para empezar, despachar docenas o cientos de miles de soldados más hubiera podido crear mayores dificultades para el programa general de Bush. Hubiera cambiado la situación política en este país, estimulado la oposición a la guerra y quizá mostrado el verdadero costo y los horrores del programa de Bush. De ahí provino la estrategia de conservar cierta “normalidad” en Estados Unidos. Bush le dijo a la ciudadanía “salgan de compras” tras el 11 de septiembre del 2001, mientras el gobierno minaba y transformaba las “normas” sociales y políticas. Y sí, Bush y su camarilla tenían un optimismo desmesurado y se engañaron una y otra vez pensando que este o aquel ajuste militar táctico o cambio político iba a controlar la situación (y esperaban demasiado de la capacidad de la tecnología militar de aplastar la insurgencia).
Atolladero
El gobierno de Bush ha recortado sus objetivos en Irak de una “transformación democrática” a “garantizar que el país pueda gobernarse y defenderse, que sea estable, no sea una amenaza a sus vecinos y sea un aliado en la lucha contra el terrorismo”. (Washington Post, 2 de diciembre)
Puede ser muy tarde inclusive para eso. Estados Unidos no ha podido aplastar la insurgencia sunita, y sus aliados iraquíes tienen sus propios planes. La volátil mezcla ha desencadenado una guerra sectaria que amenaza los objetivos de evitar el colapso del nuevo estado iraquí, mantener intacto el país, impedir que se metan otros países y evitar que el conflicto se convierta en una guerra regional. El periodista Robert Fisk (1º de diciembre) escribe: “No habrá una salida digna de Irak, sino un colapso militar aterrador y sangriento… la fractura de Irak es prácticamente un hecho consumado y sus grietas se tragan cadáveres a razón de mil por día”. (Hay informes de que Arabia Saudita está dispuesta a despachar tropas a ayudar a sus hermanos sunitas en Irak si la campaña chiíta de limpieza étnica sigue).
Pero retirarse de Irak podría crear mayores dificultades para los imperialistas estadounidenses. Irak se podría desintegrar; las fuerzas islamistas opuestas a Estados Unidos se podrían envalentonar; y podría desestabilizar a aliados, ya frágiles, como Egipto, Jordania y Arabia Saudita. Como dijo Lenin con respecto a la I Guerra Mundial, pronto se podrán ver las coronas tiradas por decenas en las calles del Medio Oriente.
En la próxima parte: No habrá salida digna
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