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Revolución #74, 24 de diciembre de 2006
Augusto Pinochet: General fascista al servicio de los padrinos yanquis
El general Augusto Pinochet, una de las figuras más odiadas del mundo, murió en Santiago de Chile el 10 de diciembre. Pinochet fue el jefe de la junta fascista que le dio un golpe militar al gobierno de coalición de Salvador Allende en septiembre de 1973. El golpe y el reino de terror de los años siguientes dejaron por lo menos 30,000 muertos y desaparecidos (aunque no se sabe la cifra exacta), 400,000 torturados y un millón de exilados.
Es una gran injusticia que Pinochet haya muerto sin ir a juicio por sus terribles crímenes. Pero para hablar de esos crímenes, hay que empezar con su padrino mafioso: el imperialismo estadounidense. El golpe de 1973 fue la culminación de varios años de sabotaje franco y operaciones secretas ordenadas por Washington. Este es uno de los crímenes más extensamente documentados de Estados Unidos por todo el mundo.
Golpe Made in USA
En 1970, la coalición de partidos parlamentarios de izquierda Unidad Popular, encabezada por Salvador Allende, ganó las elecciones. El gobierno de la Unidad Popular no representaba un cambio revolucionario de las estructuras económicas y políticas, y no se zafó de la correa imperialista. Pero Estados Unidos estaba resuelto a matar a Salvador Allende desde el comienzo por dos razones. Una: llegó al poder por medio de un levantamiento de los trabajadores, parte de la clase media y especialmente los campesinos que querían y esperaban cambios más radicales, y que le quitó fuerza y prestigio a los viejos aliados políticos de Washington; esto le pareció demasiado peligroso en el contexto de la ola mundial de lucha contra la dominación imperialista. Dos: Allende era amigo de Cuba y uno de los partidos de la Unidad Popular era el Partido Comunista de Chile, un partido revisionista (falso comunista) estrechamente aliado a la Unión Soviética, que en esa época se perfilaba más y más como un rival imperialista de Estados Unidos. Por todo eso, este vio la necesidad de tumbar a Allende, y lo hizo de modo ilegal e inmoral.
Un informe de un comité del Congreso dirigido por Frank Church documentó en 1975 que el presidente Richard Nixon se reunió con su asesor de seguridad nacional, Henry Kissinger, con el director de la CIA y con el secretario de Justicia poco después de la elección de Allende. En esa reunión, Nixon mandó darle un golpe militar. Poco antes de que se ratificara a Allende como presidente, la CIA secuestró al general René Schneider, comandante de las fuerzas armadas, quien era el principal obstáculo a una intervención militar. Schneider murió tres días después del secuestro, pero el golpe no tuvo éxito.
Un cable del subdirector de planes de la CIA, con las órdenes de Kissinger al jefe de la CIA en Santiago, enviado en octubre de 1970, decía: “La posición firme y permanente es que Allende sea derrocado con un golpe… Es imperativo que dichas acciones se implementen clandestinamente de modo que quede oculta la mano del gobierno de Estados Unidos”. (El archivo de Seguridad Nacional de la Universidad George Washington contiene varios documentos sobre el golpe de Pinochet: gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/NSAEBB8/nsaebb8.htm).
Para preparar el terreno, Estados Unidos “cerró la llave” (palabras de Kissinger) de la economía chilena. El director de la CIA, Richard Helms, anotó a mano durante una reunión de 1970 con Nixon que este ordenó hacer que la economía de Chile “grite”. Se cancelaron los créditos bancarios y la ayuda gubernamental. El Banco Mundial y otras instituciones financieras internacionales controladas por Estados Unidos suspendieron los préstamos. Un comité de corporaciones ideó una estrategia contra Allende en colaboración con el gobierno. La CIA mandó agentes a organizar el sabotaje de la economía, por ejemplo, una huelga de camiones que paralizó el transporte.
Al mismo tiempo, Estados Unidos mandó más fondos a las fuerzas armadas, llenas de golpistas. La CIA también financió y dirigió a los partidos de derecha y sus grupos paramilitares, y le abrió un chorro de dinero a la prensa opuesta a Allende.
A pesar de todo esto el apoyo a Allende creció, especialmente en los sectores más pobres y oprimidos de las masas, y en sectores de la clase media. Pero la oposición se estaba endureciendo, y la campaña de presión económica y política sembró miedo y parálisis.
En medio de los preparativos para el golpe, en Chile muchos pensaban que el gobierno de Allende representaba “el camino pacífico al socialismo” por medio de las elecciones y que era posible obtener el apoyo de las fuerzas armadas, o de sectores importantes, o por lo menos “neutralizarlas”. Poco antes del golpe, Allende nombró a Pinochet comandante en jefe de las fuerzas armadas, con la esperanza de que respetara la Constitución. Por todo eso, el pueblo no estaba preparado para la brutal realidad del golpe fascista Made-in-USA.
Dictador asesino
El 11 de septiembre de 1973, Pinochet atacó al gobierno de Allende. La Moneda, la casa presidencial, fue bombardeada y rodeada por tropas y tanques. Se dice que Allende se dio un tiro en vez de entregarse. Los militares llenaron de gente el estadio de Santiago, improvisado como campo de detención, tortura y ejecuciones.
Siguió un reino de terror, con el respaldo directo de Estados Unidos. A una cantidad desconocida de personas las llevaron a centros de tortura secretos, como el barco Esmeralda. Ahí les aplicaban “descargas eléctricas de alto voltaje a los testículos, los colgaban boca abajo, y los sumergían en agua o excrementos”. ( Santiago Times, 7 de septiembre de1999) En muchos casos, los desaparecidos solo aparecieron porque eran extranjeros, como un sacerdote inglés, un empleado de la ONU o un cineasta estadounidense de nombre Charles Horman (cuya historia dramatiza la película Missing de Costa Gavras, con Jack Lemon y Sissy Spacek).
Al tomar Pinochet el poder, la “llave” financiera internacional se volvió a abrir y el país se llenó de capital de Estados Unidos y otros países imperialistas. Pinochet puso en práctica el programa de “privatización” y otras medidas dictadas desde Washington, a fin de garantizar la explotación del pueblo y los recursos de Chile. El “milagro chileno del mercado libre”, alabado por Estados Unidos, que enriqueció a unos sectores, se basaba en la tortura, el asesinato y la miseria de muchos, muchos chilenos. (Milton Friedman, el gran proponente del capitalismo, dirigió la “reestructuración” de la economía chilena. Friedman murió unas pocas semanas antes de Pinochet, pero curiosamente este vergonzoso capítulo de su historia no se mencionó mucho en sus obituarios).
En los años 70, el gobierno de Pinochet se alió con los servicios de seguridad de Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay en una conspiración fascista conocida como la Operación Cóndor. La revista CovertAction Quarterly informa que esa operación secuestró, torturó y mató a centenares (quizá miles) en América Latina. Escribe: “Estados Unidos proporcionó la inspiración, la financiación y ayuda técnica para la represión” de la operación Cóndor. La CIA organizó reuniones de las agencias de seguridad y dio cursos y equipo de tortura. Las unidades de Chile y Argentina ayudaron a los escuadrones de la muerte de Nicaragua, El Salvador y Honduras.
La policía secreta buscó, secuestró y mató a chilenos que se refugiaron en el exterior. Un caso famoso es el de Orlando Letelier (embajador a Estados Unidos y ministro de Defensa del gobierno de Allende) y su asistente estadounidense Ronni Moffitt, muertos por una bomba puesta en su auto en Washington, D.C., en 1976. El escritor John Dinges informa que en documentos dados a conocer en 1999 y el 2000 se demuestra que "la CIA conocía los planes de asesinato… por lo menos dos meses antes pero no los paró”.
Kissinger a Pinochet: “Prestó un gran servicio”
Cuando Kissinger fue a Santiago en 1976, le dijo a Pinochet: “En Estados Unidos, como usted sabe, simpatizamos con lo que está haciendo”. Al final de la conversación, dijo: “Usted le prestó un gran servicio al Occidente con el derrocamiento de Allende. De otra forma, Chile hubiera seguido los pasos de Cuba”.
Con el apoyo de Estados Unidos, Pinochet fue dictador hasta 1990 y conservó el cargo de comandante de las fuerzas armadas hasta 1997. Después recibió el título de “senador vitalicio”, lo que le dio inmunidad parlamentaria y protegió el papel central de las fuerzas armadas en el estado. En un viaje a Inglaterra en 1998, un juez español lo acusó de “crímenes de genocidio y terrorismo, incluido el asesinato”, y estuvo bajo arresto domiciliario. Por todo el mundo hubo manifestaciones pidiendo juicio y castigo para Pinochet. Pero las autoridades inglesas lo soltaron y regresó a Chile, donde los militares lo recibieron con grandes homenajes.
Cuando Pinochet murió, el comandante del ejército fue quien se lo comunicó a la presidenta Michelle Bachelet. La prensa de derecha exigió honores de estado y de ex presidente en el entierro de Pinochet. Bachelet, torturada por la junta, al igual que su madre y su padre (quien era general de la fuerza aérea), rehusó. Pero aceptó que recibiera un entierro con honores como ex comandante de las fuerzas armadas, al que asistió la ministra de Defensa. También aceptó un período de duelo oficial de las fuerzas armadas. Miles de oficiales jóvenes pasaron por el ataúd de Pinochet y le hicieron un saludo fascista.
Pero miles más, en Santiago y en el resto del país, desafiaron la posición conciliadora de Bachelet y se echaron a la calle a protestar contra los honores oficiales que recibió este monstruoso criminal.
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