Revolución #86, 29 de abril de 2007
Reflexiones sobre la masacre de la universidad Virginia Tech
Un egresado de la universidad Virginia Tech nos mandó esta carta; es el texto de la presentación que dio en una ceremonia días después de la masacre.
Me gradué de Virginia Tech hace muchos años, pero el día de la masacre me di cuenta de que podía recordar muchas cosas y muy claramente. Mi novia vivía en West AJ y yo tomaba clases en Norris Hall. Al ir enterándome de los detalles, empecé a imaginarme el cuadro, las rutas que siguió el pistolero, los pasillos y escaleras que tomó. Pensé cómo logró cruzar la universidad. Pensé si mató a alguno de mis maestros. Pensé cómo estarán lidiando con esto los compañeros de clase.
Quisiera mencionar unos recuerdos que tengo de Virginia Tech: el Club Ton 80, a donde íbamos a tomar y lanzar dardos (no muy buena combinación). El concierto de Birdsongs of the Mesozoic en Daddy’s Money o Hüsker Dü en el salón de la Unión Estudiantil. Correr a Mish Mish para comprar comida y desvelarme con amigos en Cowgill Hall para terminar una tarea de arquitectura. Luchar contra la tentación de faltar a la clase de cálculo de las 8 de la mañana cuando la temperatura era 20 grados y estaba nevando, uno de esos días que nevaba mucho pero la nieve no se acumulaba porque los vientos eran tan fuertes. El sinnúmero de conversaciones con compañeros de clase y amigos, dentro y fuera de clase, sobre literatura, música y filosofía en las que demostrábamos los límites de nuestro conocimiento y comprensión. También había cosas ridículas, como cuando nos reuníamos en las residencias para ver el programa "Love Boat", o presionar a un aficionado del cine a ver una pésima película como American Gigolo y hacer bromas tontas (uno de mis maestros de ingeniería se llamaba el Dr. Pap y cuando nos tocaba un examen con él decíamos que íbamos a un “Papanicolau”).
Las menciono porque deben ser los recuerdos que uno se lleva de los años universitarios. Me parte el corazón pensar que muchos estudiantes llevarán para siempre en la memoria algo tan horroroso. Sus recuerdos de Norris Hall deberían ser algo como el “Papanicolau” y no de sus compañeros muertos.
Quienquiera que en los últimos días ha estado prestando atención habrá visto muchos ejemplos de abordar la masacre desde lo más alto, con sentimientos conmovedores, inspiradores y dignos. Pero también ha habido intentos de aprovechar esto con metas políticas estrechas. Unos intolerantes han dicho que hay que impedir la entrada de los migrantes. Otros han dicho que se necesitan más policías, más vigilancia, más intrusión, y se ha oído decir que hay que convertir las universidades en campos armados. Muchos han aprovechado esto para borrar más la separación de la iglesia y el estado. Los liberales enseguida empezaron a decir que se necesitan leyes que limiten la venta de armas, mientras que otros, también inmediatamente, se opusieron a tales medidas.
Eso me parece indecoroso (y unos aspectos hasta repugnantes). Me parece una especie de instrumentalismo, una manera de ver las cosas que tuerce o inventa la realidad para tratarla como un instrumento para obtener una meta. ¿Qué puede ser más instrumentalista que evitar la verdad de la masacre, ese profundo y para unos inconsolable dolor de que el lunes por la mañana a miles de personas les arrancaron el corazón cuando oyeron las noticias y luego esperaron, horrorizados, para enterarse de sus hijos, hermanas, parejas, compañeros de clase y padres de familia? El tratar a estudiantes masacrados simplemente como un medio para sostener una posición (aunque fuera una posición con la que estoy de acuerdo) me parece incorrecto y una falta de respeto.
Me parece que hay una conexión entre esto y lo que hizo Cho (y tal vez con lo que lo volvió tan alienado y lleno de odio). Para ser claro, no quiero decir que son equivalentes morales. Pero los dos equivalen a reducir a los seres humanos a abstracciones, vaciados de su humanidad, a convertirlos en nulidades que se llenan con lo que dicte el interés inmediato. Aunque uno es el reflejo de oportunismo político y el otro es odio horripilante, el primero es tan común y corriente como el segundo es aislado y extremo. Me parece que vale la pena reflexionar sobre esto; al fin y al cabo Cho no vino de Marte, sino del mismo lugar que nosotros.
Los intentos instantáneos de “explicar” la masacre también tienen un aspecto de esto. Es importante abordar la masacre de una manera omnímoda para entenderla, y debemos rechazar categóricamente la idea fundamentalmente reaccionaria de que está más allá de nuestro entendimiento o de atribuirla a un mal abstracto. Todos deben contribuir a una comprensión global y compartir lo que ven desde su punto de vista. Si no se sacan lecciones, la tragedia sería peor. Pero esto no se podrá apartar de la profunda verdad humana de la masacre; de hecho, tiene que girar en torno a esa verdad humana; y de ninguna manera debe (ni involuntariamente) limitar el espacio para llorar o tratar el tremendo dolor humano como algo incidental.
A partir de eso quisiera hacer los siguientes comentarios. Desde la masacre en Virginia Tech, más de 200 personas han muerto en Irak. Como internacionalista y enemigo de toda clase de chovinismo, lloro por ellos igual que lloro por los que murieron en mi universidad, aunque jamás he caminado en su tierra, aunque nunca he estado en sus aulas, aunque nunca he ido de compras en sus mercados o he visto un concierto o una mala película con ellos. Ellos también eran personas que amaban y eran amadas. Su muerte también existirá como un efluvio de dolor para demasiada gente y por demasiado tiempo. Menciono esto no para disminuir la importancia de lo que sucedió en Virginia Tech sino, todo lo contrario, para resaltar su importancia y lo que podría significar.
En los últimos días, se ha oído decir que debemos extender, no restringir, nuestra humanidad y nuestra compasión. Aunque quizás en términos diferentes y desde un punto de vista diferente que el mío, yo coincido con esos sentimientos, pero agregaría dos cosas. Primero, si aceptamos eso, ¿por qué no aceptarlo plenamente? ¿Por qué no aprovechar esta oportunidad para reconocer y rechazar todas las formas de chovinismo que ven a unos como más humanos que otros y que en última instancia contribuyen a fomentar la opresión, la dominación y, sí, los horrores? Si como resultado de los sucesos del lunes reconocemos la necesidad de crear una sociedad mejor, ¿por qué no reconocer y, tomar en serio, pero bien en serio, la necesidad de construir un mundo mejor y entender nuestro papel en él?
Segundo, la historia desde el 11 de septiembre demuestra que hay quienes quieren precisamente lo contrario. En ese caso, aprovecharon esa tragedia para promover programas que están en contra de los intereses de la gran mayoría de la gente, aquí y en el resto del mundo. Si aceptamos que nuestra respuesta a la masacre debe ser la extensión de nuestra humanidad y compasión, también debemos reconocer, y aceptar, la responsabilidad de oponernos a todo intento de hacer lo contrario, especialmente lo que cause más dolor, más pena, más hoyos negros humanos que se tragan lo que nos hace a todos humanos.
Hace unos años sucedió una horripilante masacre de cientos de personas en Timor del Este, un país con el que tengo una profunda conexión emotiva. Duró varios días y la transmitieron por televisión a todo el mundo. Para mí eso fue inconsolable y devastador. Una parte de mí no quería vivir en un mundo en el que esas cosas pudieran suceder. No digo que haya aprendido algo profundo a partir de esa experiencia, pero lo que aprendí fue esto: podemos encontrar en nosotros y en los demás todo lo que es necesario para enfrentar la peor tragedia. Y al hacerlo, es posible que encontremos los medios para alzar la mirada, para superar los intereses mezquinos, estrechos y egoístas, y transformarnos en los medios para construir un mundo diferente, en el cual masacres como la de Virginia Tech y la atrocidad que sigue en Irak sean, de veras y finalmente, impensables.
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