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Revolución #93, 24 de junio de 2007
Del Servicio Noticioso Un Mundo que Ganar
La cumbre del G-8: “Nos comemos el mundo”
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11 de junio de 2007. Servicio Noticioso Un Mundo que Ganar. Estados Unidos aspira a seguir de mandamás, y las otras siete grandes potencias imperialistas maniobran al servicio de sus propios intereses antipopulares en ese marco. Tal era el mensaje básico de la cumbre del G-8 en Heiligendamm, Alemania.
El Grupo de los 8 se describe como una reunión anual en que los líderes de “las principales democracias industriales del mundo” pueden hablar en privado y de manera informal. En los hechos es una reunión de las principales potencias imperialistas del mundo que se ceban de la exportación de capitales y la división del mundo entre países dominantes y dominados, y de la explotación de los pueblos en sus territorios respectivos. Aunque se inició en 1975 para abordar cuestiones de economía y comercio, con mayor frecuencia sus declaraciones públicas han tratado asuntos políticos. En los últimos años, sobre todo en Génova, Italia, en 2001, los manifestantes contra la globalización han acudido a protestar en el marco de estas cumbres porque creen que el G-8 como institución es una fuente importante de mucho sufrimiento en el mundo y una concentración de qué está mal con la forma en que está organizado el mundo.
Quienes dicen que el G-8 debería “dejar de hablar y empezar a tomar medidas” deben considerar un paso crucial, si bien poco difundido, que dio la cumbre: los ocho países estuvieron de acuerdo en tomar “más medidas apropiadas” contra Irán si Teherán se negara a detener el enriquecimiento de uranio, lo que alienta exactamente lo que el jefe de la Agencia Internacional de Energía Atómica de la ONU, Mohamed El Baradei, advirtió al respecto en vísperas del G-8: a los “nuevos locos” (léase: el gobierno de Bush) quienes quieren bombardear a ese país. Aunque lo que se dijo acerca de este asunto a puertas cerradas sigue en secreto, ni uno de los jefes de estado lo consideró necesario hacerle eco públicamente a las preocupaciones de El Baradei. Eso en sí es una señal que hay que tomar en serio.
Las divergencias entre Estados Unidos y Rusia acerca de los planes del primero para emplazar un sistema antimisilístico cerca de la frontera rusa eran otra señal de los tiempos tumultuosos por venir. Rusia sostiene que ha hecho muchas concesiones a Estados Unidos, por ejemplo la de no estorbar las nuevas bases yanquis en Asia central. En lugar de responder con concesiones, Estados Unidos ha extendido la OTAN hasta a la frontera rusa. Los planes estadounidenses de construir bases antimisilísticos en Polonia y la República Checa constituyen un acto agresivo apuntado contra Rusia, pero también contra Europa, porque es una declaración de que Estados Unidos se propone tomar la delantera ahí en asuntos militares. Aunque estas dos bases en sí no representarían una gran amenaza a Rusia, si llegan a ser parte de un sistema antimisilístico mundial en los siguientes años, tal como espera Estados Unidos, el sistema podría llegar a tener la capacidad de derribar los proyectiles que Rusia aún tiene después de un primer golpe nuclear estadounidense.
Esta no es la guerra fría, cuando la amenaza de un conflicto nuclear era real y palpable, pero a quien no entienda por qué Rusia está molesta por el emplazamiento de proyectiles gringos cerca de su frontera más le vale recordar qué pasó cuando la Unión Soviética emplazó unos cuantos proyectiles en Cuba en 1963. El actual plan yanqui tiene por objeto asegurar que Rusia no busque su propio camino en un mundo dominado por Estados Unidos. Otro factor es Irán: no en el sentido de apuntar proyectiles contra proyectiles iraníes no existentes (Estados Unidos echó agua fría sobre la oferta del presidente ruso Vladimir Putin de construir una base compartida cerca de la frontera iraní), sino a Rusia, que ha sido la potencia imperialista que en la cruzada de guerra encabezada por Estados Unidos más ha arrastrado los pies.
El G-8 también abordó el calentamiento global, supuestamente el tema central de esta reunión. Cuando la canciller alemana Angela Merkel pidió un acuerdo sobre objetivos obligatorios para reducir las emisiones del bióxido del carbono, los ayudantes de Bush chillaron que ella cruzaba una “línea roja”, pues Estados Unidos no aceptará restricciones internacionales sobre su economía, al igual que no aceptará la interferencia de la ONU en su “derecho” de invadir al país que quiera. Aunque hace poco Bush opinó que el calentamiento global, así como la evolución, no se ha comprobado, ilustró los constantes ataques de su gobierno contra el método científico la declaración de Washington durante la cumbre de que quiere acabar con su programa de monitoreo satelital del medio ambiente, lo que bloquearía cruciales investigaciones sobre el cambio climático. Lo más que Bush aceptaría en el G-8 era “considerar seriamente” las propuestas de Merkel. Con su intransigencia hizo que los demás jefes de estado no tuvieran que tomar medidas contra el calentamiento global.
Algunos expertos ambientales tal como el climatológico y ambientalista de Greenpeace, Joerg Feddern, consideran que la meta que Merkel anunció, de reducir a la mitad las emisiones de gases de invernadero para mediados del siglo, no está a la altura del problema. Aun así, hay razones que hacen dudar si las potencias europeas de verdad tratarán de alcanzar esa meta. La Unión Europea en conjunto ni siquiera ha cumplido con los plazos menores del Protocolo de Kioto. Alemania ha logrado que los requisitos permanezcan dentro de los criterios que le convengan (por ejemplo, no figura en las cifras sobre la contaminación el uso de carbón), y se ha dudado si las cifras de los supuestos avances positivos de Inglaterra son reales o imaginarias. La única medida concreta del G-8 era llevar a cabo más negociaciones en Bali, Indonesia, este año, en espera de un acuerdo nuevo para 2009, lo que es una descarada admisión de que de nuevo, no se ha logrado nada salvo echar más humo.
El consenso del G-8 sobre África también fue una muestra de viles promesas falsas. Los jefes de estado alardearon que asignarían $60 mil millones para medidas contra el SIDA, malaria y tuberculosis en ese continente. Pero $50 mil millones de esa cantidad es del mismo dinero que prometieron hace dos años en la cumbre del G-8 en Gleneagles, cuyo declarado objetivo principal fue África. Hasta ahora no han dado ni dos tercios de esa cantidad, y ahora ningún país hizo ningún compromiso concreto. Una vocera de Médicos en pro de los Derechos Humanos con sede en Estados Unidos dijo que ha habido poco o ningún progreso desde entonces en los programas universales de prevención y tratamiento del SIDA en África, que fue la meta que fijó la cumbre de Gleneagles para 2010. La cumbre de Heiligendamm ni se molestó en repetir ese compromiso. Para colmo, los jefes del G-8 aceptaron endurecer sus leyes de propiedad intelectual, lo que bloqueará la producción de drogas genéricas baratas de las cuales los países pobres dependen.
“El comunicado del G-8 se está convirtiendo una lista de deseos, y no un documento que va a salvar vidas”, dijo la vocera. Bono, quien al igual que su socio roquero Bob Geldof parece creer que el G-8 no es el problema sino la solución, dijo que el comunicado sobre África era “deliberadamente engañoso”. Geldof dijo: “No es serio, es una farsa total”. La Campaña Mundial contra el SIDA con sede en Holanda describió la cumbre de Heiligendamm como “un gran paso hacia atrás”.
Las consignas y estandartes en Heiligendamm proclamaron que el G-8 era “ilegítimo”. Para mucha gente eso quería decir que es injusto e inmoral que un puñado de países ricos y sus gobiernos determine el futuro del planeta y sus pueblos. Un estandarte dijo que los jefes de estado eran “lobos vestidos de lobos” quienes, según otro estandarte, “se comen el mundo”. Los manifestantes acudieron al lugar indicado en el momento indicado y, si bien variaron muchísimo sus ideas acerca de una solución, tuvieron una posición principalmente unificada y acertada de odio hacia lo que consideran inaceptable.
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