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Revolución #95, 15 de julio de 2007
¿Quién está apretándole las clavijas a Barry Bonds y por qué?
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Barry Bonds, pelotero de los Gigantes de San Francisco, está por batir el récord de jonrones de por vida, ante un extraordinario ataque oficial y un ambiente casi de linchamiento. Con 748 cuadrilaterales, le faltan solo siete más para empatar el récord de 755 de Henry Aaron. Ha recibido amenazas de muerte, y los reporteros deportivos alborotan a los aficionados a abuchear y calumniarlo en cada ciudad en que juegue. Peor aún, el gobierno lo está atacando desde varios flancos: amenazan con acusarlo de perjurio ante un gran jurado sobre el uso de los esteroides; ya encarcelaron a su amigo y antes entrenador Greg Anderson por no dar testimonio contra él sobre el uso de los esteroides; e incluso lo investiga el IRS por evasión de impuestos.
Todo eso demuestra algo importante sobre el béisbol y, más allá, sobre Estados Unidos.
Muchos peloteros e incluso algunos reporteros deportivos dicen que Bonds es --como declaró el reportero deportivo progresista Dave Zirin-- “el mejor pelotero de su generación y posiblemente de todos los tiempos”. Sin embargo, los reporteros deportivos de la corriente dominante no pueden mencionar a Bonds sin decir que ha hecho “trampas” por usar esteroides u otras drogas para mejorar el desempeño atlético. El columnista conservador George Will lo tacha de “una mancha sobre el béisbol” e, implícitamente, sobre el país. (A los que lo desconocen o que no ponen atención al béisbol, Bonds es negro y, de su manera, un tipo renegado).
Zirin señala el salvajismo y racismo abierto del ataque contra Bonds: “A pesar de que Bonds nunca ha salido mal en un examen de uso de drogas, la prensa lo ha sometido a un odio rabioso sin precedentes. No hay comentario que esté en la zona prohibida. He visto todo: ¿compararlo con O.J. Simpson? Claro. ¿Compararlo con un abusador de niños? Nada raro. ¿Pedir su linchamiento? Estas son las palabras de John Seibel en la radio ESPN: ‘Si lo hizo, cuélguenlo. Ahora, no digo que lo cuelguen, no digo que lo cuelguen de un árbol. No digo que lo amarren a una camilla y le inyecten veneno en las venas…’”.
El ataque contra Big Mac
Para comprender de lo se trata todo esto de verdad, la hipocresía absurda de la histeria sobre los esteroides, y las desigualdades y relaciones de poder subyacentes, conviene repasar lo que le hicieron a Mark “Big Mac” McGwire, un gran héroe jonronero de los años 90. Se hizo famoso después de una huelga de peloteros de béisbol en 1994, que causó la cancelación de la Serie Mundial (a la cual la deben llamar Serie Estadounidense, visto que no permiten jugar al resto del mundo) y de parte de la temporada, por lo cual se desilusionaron muchos aficionados. Los dueños de los equipos, en un intento muy calculado para salvar el béisbol, buscaron la forma de fomentar jonrones, el momento más emocionante del béisbol. Construyeron nuevos estadios más pequeños; cambiaron las reglas y limitaron más la zona de strike para darle ventaja al bateador; y cambiaron la pelota y el bate para facilitar más jonrones. En ese tiempo, los peloteros empezaron a entrenarse más con pesas; se hicieron más fuertes y podían batear más duro. En combinación con todo eso, promovieron los esteroides y otras drogas para mejorar el desempeño atlético, con la clara aprobación de los dueños y la dirección de los equipos.
Un resultado de todo eso fue el duelo de jonrones en 1998, en el cual Mark McGwire y Sammy Sosa se compitieron para establecer un nuevo récord de jonrones en una temporada. Al final ganó McGwire con 70 jonrones; lo aclamaron como el héroe que salvó el béisbol y para fines de los 90 muchos reporteros deportivos lo apuntaron en su lista de los mejores beisbolistas de todos los tiempos. A propósito, McGwire guardaba abiertamente en su locker, a la vista de todos los reporteros, su dosis de androstenedione, un producto para aumentar el músculo que se vendía sin receta. Ni la ley ni las reglas de béisbol prohibían los esteroides.
Adelanten el reloj al año 2005. Lanzaron una inquisición en grande sobre los esteroides en el béisbol. Mandaron a los peloteros a comparecer ante el Congreso a dar testimonio sobre lo que sabían del escándalo de esteroides, qué es lo que hicieron cuáles peloteros y cuándo. Uno de los comparecidos era McGwire, ya retirado del béisbol; tomó una posición de principios y se negó a sumarse al circo. “Aprovecharé toda la influencia que pueda tener para disuadir a los jóvenes atletas de usar drogas que no les recomiende un médico,” dijo en su testimonio. “Lo que no haré es delatar o involucrar a mis amigos y compañeros de equipo”. McGwire condenó la hipócrita indignación moral de esa inquisición. Dijo: "No juzgaré a otros jugadores --sea por su preferencia sexual, sus problemas de pareja o sus hábitos personales-- y tampoco por usar o no usar sustancias químicas. Jamás lo he hecho y no pienso cambiar simplemente porque las cámaras están rodando".
Por negarse a participar en la inquisición, lo condenaron en la prensa, y el año pasado la mayoría de los votantes (reporteros deportivos de medios de comunicación masivos) lo rechazaron como candidato a la galería de personajes famosos. La razón es bien conocida: su negativa a participar en la campaña contra las drogas durante su testimonio de 2005. Hoy por hoy, ser un héroe de béisbol requiere más que poder batear o lanzar; requiere que uno delate a los compañeros del equipo, que se apunte para la cruzada para limpiar el deporte de la “mancha”. Ningún pelotero pudo haberse perdido la lección amenazante: no importa lo mucho que uno haya logrado, ni que uno se haya retirado del deporte, lo calumniarán y lo pondrán por los suelos si no coopera.
Ni siquiera basta con criticar los esteroides. Especialmente para los jugadores estelares, para cumplir con los requisitos de la cruzada tienen que estar al tanto de a quién debe delatar y a quién no debe en absoluto. Jason Giambi, un pelotero de los Yanquis de Nueva York, a quien lo han metido en el escándalo y lo obligaron a comparecer en 2005 ante el mismo comité del Congreso que McGwire, comentó hace poco a USA Today que “Hice mal al hacer todo eso”, y continuó: “Lo que hubiéramos debido hacer hace mucho tiempo todos --jugadores, dueños, todos-- es ponernos de pie y decir: ‘Cometimos un error’”. Causó un escándalo en las páginas deportivas y se epeculaba mucho sobre la posible cancelación de su contrato (de más de $100 millones de dólares) con los Yanquis. Inmediatamente el comisionado de béisbol, Bud Selig (escogido por los dueños de equipos, a quienes los representa), le ordenó que se callara la boca. ¿Por qué? El problema para el comisionado no fue que se podría interpretar su comentario como admisión de que había usado esteroides, aunque esta sería suficiente en estos tiempos para acabar su carrera multimillonaria. No, el problema real era que Giambi involucró tanto a los dueños como a los jugadores; dijo en público lo que bien sabe todo quien haya seguido este asunto: todos los dueños de equipos estaban bien metidos en la amplia distribución de esteroides y drogas para mejorar el desempeño durante la carrera vertiginosa de jonrones de los años 90 (y mucha de la prensa deportiva estaba muy involucrada en encubrirlo). El mensaje para Giambi y para todos los que tienen una conexión con el béisbol era directo y claro: no hay que admitir ni hablar del papel de los dueños de equipos si uno quiere ganarse la vida en el béisbol.
Es tan descarada esta hipocresía que muchos reporteros deportivos la comentaron. Los dueños, representados en el poder del comisionado, exigen que los jugadores, hasta los estrellas con contratos multimillonarios, se porten como buenos esclavos modernos y digan solo lo que le convenga al amo.
Pero aquí hay gato encerrado. Si solo se tratara de los dueños y sus conveniencias y ganancias, por sí solos probablemente no hubieran lanzado una gran campaña antidoping. Pero el béisbol, y el deporte en general, es mucho más que entretenimiento lucrativo. El deporte promueve un tipo de valores e ideología u otro, y el tipo de valores e ideología que promueve el béisbol interesa no solo al béisbol sino al sistema capitalista entero, especialmente en estos tiempos. Así que una fuerza superior intervino y dio las órdenes al mundo beisbolístico. Este punto lo hizo George Bush al pedir la purificación del béisbol (y el deporte en general) durante su discurso a la Nación en 2004:
"Para ayudar a los niños a hacer elecciones correctas, se necesitan buenos ejemplos. Los atletas tienen un papel tan importante en nuestra sociedad, pero desafortunadamente, algunos deportistas profesionales no ponen un buen ejemplo. El uso de las drogas para mejorar el desempeño atlético, como los esteroides en el béisbol, fútbol americano y otros deportes, es peligroso y manda un mensaje equivocado: hay fórmulas mágicas para lograr mucho y el desempeño es más importante que el carácter".
Al recalcar tanto la campaña antidoping en su discurso, Bush declaraba que el béisbol (y otros deportes, pero aquí nos limitamos al béisbol) representa una manera importante de proyectar los “valores” en la sociedad, que hay un gran problema con el béisbol y que el gobierno iba a intervenir en grande en el béisbol para hacer proyectar valores y un punto de vista que concuerdan con el programa en conjunto de Bush: guerra de rapiña en el exterior, y represión y fundamentalismo cristiano en el interior. Tiene un significado especial para el béisbol, que desde hace muchas décadas es el “pasatiempo estadounidense” y como tal el gobierno le ha otorgado un lugar especial, lo exime de las leyes antimonopolio y de muchos impuestos, para promoverlo como un deporte especial que representa Estados Unidos y sus valores. Simplemente no encaja con ese programa que Barry Bonds llegue a ser el rey jonronero de todos los tiempos. Los récords son muy importantes para el béisbol, y de todos el récord de jonrones es de mayor peso. La figura más sagrada de béisbol, Babe Ruth, “salvó el béisbol” con sus cuadrilaterales en una época cuando solo se permitía a los blancos jugarlo. Cuando Henry Aaron, un pelotero negro, batió el récord de jonrones de Babe Ruth en los años 70, recibió amenazas de muerte y todo tipo de ataques racistas; el comisionado de béisbol, en lo que se reconocía como un apoyo abierto a la supremacía blanca, se negó a asistir al partido en el cual Aaron batió el récord. Ahora que Bonds se aproxima al récord de Aaron, el mismo Aaron ha anunciado que no estará presente cuando Bonds lo bata, y Bud Selig, el comisionado de béisbol, no se compromete, pero se recomienda apostar en su asistencia.
¿Por qué odian a Barry Bonds?
¿Qué se traen con Bonds y por qué lo atacan tan feo? Desde hace tiempo la prensa lo tiene por un tipo egoísta, hostil a ella. Pero hay unos reporteros que reconocen que otros beisbolistas estelares blancos (por ejemplo, el lanzador Roger Clemens) se portan igual que Bonds, pero la prensa les da un trato muy, pero muy distinto. Muchos reporteros se niegan a gritos que el ataque contra Bonds tenga que ver con el racismo. Vale la pena considerar el comentario de Peter Magowan, jefe de Safeway Supermarkets y dueño de los Gigantes de San Francisco: “No creo que sea un caso de racismo. De hecho, para mí demuestra lo mucho que hemos logrado. Si los medios de comunicación hubieran hecho tanto caso a eso hace 20 años, los hubieran considerado racistas”. El hecho de que los medios de comunicación se sienten libres de hacer el tipo de comentarios que hacen sin que los consideren racistas --cuando ese tipo de comentario se hubiera considerado racista hace 20 años-- solamente comprueba lo profundamente arraigada que es la opresión nacional en Estados Unidos y lo mucho que se ha intensificado en la sociedad en general y en el béisbol también. (Algo que no se menciona mucho es que la cantidad de peloteros y estrellas afroamericanos ha disminuido a un ritmo constante durante años).
Además, Bonds no es el tipo de soplón y lacayo que ahora Bush y los peces gordos del béisbol exigen para los que representan los “valores” en el béisbol. A veces tiene una perspectiva aguda sobre la hipocresía del sistema. Cuando un entrevistador le preguntó si usar esteroides no era “hacer trampas”, contestó: "¿Saben qué es trampa en Estados Unidos? Confeccionar una camisa en Corea por $1.50 y venderla aquí por 500 bolas". En 2005, cuando el Congreso investigó los esteroides en béisbol y mandó comparecer a jugadores como McGwire y Giambi, no citó a Bonds. Cuando le preguntaron por qué --visto que Bonds era el blanco principal--, el vocero del comité, David Marin, respondió: "Bonds suele divagar y perder el hilo". Es decir, temían que no se adhiriera al guión.
El modelo conducta de Babe Ruth
En un artículo titulado, “Cómo aprendimos a preocuparnos y odiar la bomba: Mickey Mantle, Barry Bonds y los chavos traviesos del verano”, el escritor Robert Lipsyte dijo eso sobre Babe Ruth y el tipo de ejemplo y valores que concentró (y que venera el sistema):
“En ‘El Bambino’, Estados Unidos encontró su atleta varón prototípico: el camorrista arrogante y egocéntrico cuyos triunfos justificaron todos sus excesos, avaricias comerciales y estrechez de miras. El peloterazo-cabronazo se ha convertido en un modelo de conducta en los negocios, el entretenimiento y la política”.
Barry Bonds tiene gran parte de la actitud y personalidad que Lipsyte describe, hasta la crucecita de oro colgada de una oreja. No obstante, por ser negro y no querer repetir la línea ideológica ridícula y brutal que se requiere, ahora que está por batir el récord de jonrones de todos los tiempos es el blanco de una embestida extraordinaria. Eso es un señal de lo arraigada que es la opresión nacional en este país y todas sus instituciones.
La cruzada anti-doping de Bush
La cruzada contra los esteroides que Bush encabeza no tiene nada que ver con hacer más “justo” el deporte; al contrario, se trata de imponer una cultura de soplones y unos estrellas multimillonarios que tienen que “poner un buen ejemplo” dentro de una cultura estadounidense cada vez más paranoica y opresiva. El hecho de que no toleran a Barry Bonds como el rey jonronero de todos los tiempos demuestra lo decidida que es esa gente y lo peligrosos que son los cambios que buscan imponer sobre el béisbol y la cultural del país.
Al cierre de esta edición, le faltan a Bonds siete jonrones para empatar el récord de Hank Aaron. No está claro si antes de hacerlo lo acusarán de perjurio ante un gran jurado, o posiblemente de otro cargo criminal, como la evasión de impuestos. Pero lo que es mucho más importante que si Bonds bate el récord o no es la oposición que se levante contra todo el vil programa que tiene reflejo en la campaña oficial antidoping, en el béisbol y en la sociedad en general.
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