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Revolución #99, 26 de agosto de 2007



El despido de Ward Churchill y la trayectoria peligrosa de represión en el mundo académico

El 24 de julio, el consejo rector de la Universidad de Colorado (CU) despidió a Ward Churchill, profesor de Estudios Étnicos con titularidad. La decisión culminó una campaña feroz encabezada por David Horowitz, autoproclamado “ariete” del asalto contra el pensamiento crítico en la enseñanza superior, y la organización derechista Consejo Estadounidense de Rectores Universitarios y Exalumnos (ACTA). Horowitz es un agente político con estrechos vínculos a Karl Rove y otros líderes nacionales del Partido Republicano. ACTA es un grupo político de peso que vigila el mundo académico; su cofundadora es Lynne Cheney, esposa del vicepresidente.

Este despido no es simplemente “otro ladrillo en el muro” (como dice la canción de Pink Floyd); es mucho más amenazador. Y no tiene nada de cierto ese cuentazo de que hayan descubierto “fraude académico” en una investigación minuciosa. Al contrario: todo el proceso de la investigación fue un fraude, y los cargos contra Churchill o son falsos o son burdas exageraciones (hay más detalles en Revolución #92, 17 de junio de 2007, “Presidente de la Universidad de Colorado pide despedir al profesor Ward Churchill”). Casi al mismo tiempo, la Universidad DePaul de Chicago le negó la titularidad a Norman Finkelstein (ver Revolución #95, 15 de julio de 2007); estos incidentes representan una importante campaña para convertir las universidades en una máquina de adoctrinamiento mucho más controlada.

Construir un fundamento para el adoctrinamiento

En realidad, el despido de Churchill no tiene nada que ver con ninguna supuesta mala conducta académica sino con un ensayo que escribió sobre el 11 de septiembre del 2001 que criticó tajantemente el papel hegemónico estadounidense. Señaló, en una formulación controvertida, que algunos funcionarios de las corporaciones transnacionales de las Torres Gemelas (no todos los trabajadores) eran como "pequeños Eichmanns", o sea, como los funcionarios del gobierno nazi.

Cuando una universidad pequeña en el estado de Nueva York lo invitó a dar una conferencia, la reaccionaria “máquina del escándalo” lo armó en grande contra su asistencia. Los gobernadores de Nueva York y Colorado pidieron despedirlo y el canciller de la Universidad de Colorado, Phil DiStefano, inició una investigación de "todos los escritos" de Churchill para ver si podían despedirlo (o meterlo a la cárcel) por su contenido. Horowitz recomendó públicamente investigar a Churchill por “fraude”: dicho y hecho, el pretexto para despedirlo no es el ensayo sino una investigación hipócrita y engañosa de supuestos “fraudes” en sus escritos. Mientras los reaccionarios armaron todo un escándalo sobre Churchill, los jefes del Partido Demócrata no dijeron ni pío en su defensa.

Los reaccionarios enemigos del pensamiento critico y el disentimiento en las universidades han dicho explícitamente que el despido de Churchill debe abrir el camino para lanzar ataques contra muchos más profesores. Dice una nota publicitaria para el libro de Horowitz, The Professors: The 101 Most Dangerous Academics in America (Los profesores: Los 101 académicos más peligrosos en Estados Unidos): “Las universidades estadounidenses son repletas de profesores radicales como Ward Churchill… hasta peores”. Un informe de ACTA titulado “¿Cuántos más Ward Churchill?" pidió ampliar y extender las cazas de brujas: “¿Realmente hay un solo Ward Churchill? ¿O hay muchos?… Ward Churchill no está solo… Ward Churchill está en todos lados”.

Tras el despido, estas mismas fuerzas (con otras nuevas) piden más ataques. Quieren atacar no solamente a otros académicos disidentes, sino el sistema de titularidad y programas de estudios enteros, como estudios étnicos, estudios de la mujer y del género, una corriente antiimperialista dentro de los estudios regionales, y varios cursos jurídicos y de otras materias que tratan la “justicia social”.

Establecer un precedente intolerable

Despidieron a Churchill a pesar de su titularidad en la Universidad de Colorado, que supuestamente protege a los profesores de que los despidan por sus posiciones políticas. Ahora han hecho muy claro que la titularidad no los protegerá. Es más, la mayoría de los profesores ni siquiera cuentan con la titularidad y siempre han tenido menos seguridad profesional.

En el show de radio de Michael Slate, “Beneath the Surface”, un profesor de DePaul, Matthew Abraham, relató que un colega había comparado los casos de Churchill y Finkelstein con una ejecución pública y comentó: “No hay que hacerlo diez o veinte veces; basta con cuatro o cinco para mantener a la gente callada y hacerle recordar lo que les pueda pasar si se expresa más allá de lo aceptable. Ward y Norman son académicos de primera categoría; si pueden acabar con ellos, créanme que no pensarán dos veces para acabar con académicos menos prestigiosos”.

Desde el principio, el ataque contra Ward Churchill ha servido a las fuerzas reaccionarias como un terreno de pruebas para tácticas y estrategia, y un fundamento para ampliar sus ataques en el mundo académico. Por ejemplo, el marzo pasado el consejo rector de CU votó por acelerar mucho más el proceso de despedir a los profesores con titularidad. Si antes el proceso podría durar años y oír apelaciones, ahora terminaría en poco más de tres meses. Estos nuevos reglamentos se apartan dramáticamente del trato acostumbrado en las universidades; los aprobaron los rectores teniendo muy presente el caso Churchill, para acelerar el castigo y la represión en casos futuros. También los recomendaron explícitamente a otras universidades como modelo.

Lo que está en juego

El despido de Churchill nos pinta muy claramente la trayectoria peligrosa de la sociedad estadounidense. Es importante que capten lo que está en juego no solamente el estudiantado y los académicos sino todo quien odie la dirección actual de la sociedad y que anhele algo diferente, y todo quien defienda la educación como un espacio donde debe haber libertad para buscar la verdad.

Es tan importante porque hay una relación entre la dirección general en que los de arriba están arrastrando el mundo --hacia un salto cualitativo en la consolidación y expansión de su imperio global-- y la necesidad de callar, reprimir, calumniar y eliminar el disentimiento y el pensamiento crítico en el mundo académico, y hacer pegar su consigna de “adoctrinamiento” en vez de “pensamiento crítico”. Su programa requiere mentiras, tortura, violaciones del derecho nacional e internacional y la imposición de mil horrores contra millones de personas. No aguanta el pensamiento critico y requiere cabezas cerradas, intimidadas y ciegas. Les urge limitar todo debate público a una discusión de tácticas en la cual nadie se aparta de las metas y suposiciones acordadas. Lograr eso les es esencial para mantenerse en el poder, visto que han volteado todo un caldero de contradicciones que se les han salido de las manos.

Los intelectuales radicales y críticos que cuestionan las verdades establecidas y crean el espacio intelectual para el debate y la discusión tienen un papel social desproporcionadamente importante. Cuando los callan, repercute gravemente por toda la sociedad.

Muchas personas, especialmente pero no solamente de la clase media, conocen por primera vez las “verdades inconvenientes” de la historia e imperialismo estadounidenses en la universidad. Aún hay mucho más espacio para el pensamiento crítico en el mundo académico que en la sociedad en general. En las últimas décadas, unas personas que se desarrollaron en los años 60 se han recibido de profesores universitarios, tienen titularidad, tienen influencia en ciertos sectores académicos y han hecho nuevas investigaciones que desenmascaran y refutan la narrativa oficial sobre la historia y el papel mundial estadounidense. Para Horowitz, ACTA y el sistema que representan, esto es una pesadilla.

Hay que oponer resistencia: ¡Restituir a Churchill y Finkelstein!

Muchos académicos han defendido a Churchill y criticado fuertemente la caza de brujas contra él. Rechazan las mentiras que envuelven el caso, captan que detrás de ellas hay una grave amenaza al pensamiento crítico y han tomado posición con Churchill como una expresión de principios.

Desgraciadamente, muchos más se han mantenido al margen. Otros se han sumado al ataque o han culpado a Churchill por lo que le han hecho y por poner a otros en peligro. Incluso no han faltado los que recomiendan aventar a Churchill a los tiburones para salvarse ellos mismos, lo que viene a ser lo mismo que tirar sangre al mar donde uno mismo está nadando.

Los académicos y los demás tienen que ampliar las miras y ver el contexto del caso. Una respuesta pragmática o poca preparada al despido de Churchill puede agravar el desastre y acelerar el desarrollo ya muy negativo en las universidades. John K. Wilson, autor de Patriotic Correctness: Academic Freedom and Its Enemies (Lo patrióticamente correcto: Libertad académica y sus enemigos), comentó en su blog:

“Durante la época del macartismo, las universidades pensaron que se podrían protegerse de la intervención ajena sacrificando a unos tantos profesores radicales a la caza de brujas. Al final, solo alborotaron la sed de sangre. No es difícil ver el paralelo en el caso Churchill, y el regodeo de los conservadores que esperan que eso sea el comienzo de despidos en masa y a la abolición de facultades enteras”.

Los académicos tienen una responsabilidad especial de “sonar la alarma” lo más ampliamente posible y movilizar a las masas populares en la defensa de los académicos disidentes y del pensamiento crítico en el mundo académico, y contribuir lo máximo a despertar la sociedad para oponer resistencia fundamental a la cúpula de poder y todo su programa.

Sería un error desastroso pensar que el despido de Churchill (y la negación de titularidad a Norman Finkelstein) sea injusto pero irrevocable. No podemos permitir que despidan a Churchill. Hay que popularizar masivamente la demanda para la revocación de esa decisión, en las universidades y en la sociedad en general. Lo que urge es redoblar la resistencia general a todos estos ataques y demandar que anulen las injusticias contra Churchill y Finkelstein.

Al mismo tiempo que hacemos eso, tenemos que tener en las miras forjar lo que para las autoridades es la peor pesadilla: que el mundo académico despierte y se alce, que rechace cada vez más la dinámica actual de la sociedad y la escalofriante visión del futuro que ofrece; que los intelectuales destacados cuestionen y se opongan públicamente a toda la trayectoria por la cual los de arriba arrastran al mundo a todo vapor. Es más, que entren en el debate y alienten la discusión sobre cómo sería un mundo en el cual queramos vivir, y que hagan grandes contribuciones a fortalecer los apuntalamientos teóricos y prácticos de dicho mundo y de lo que se requiere para lograrlo.

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