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Revolución #99, 26 de agosto de 2007
Antecedentes de una confrontación:
Estados Unidos e Irán: Una historia de dominación imperialista, intriga y guerra
Parte 6: Los años 80: Doble juego, traición y matanza en el golfo Pérsico
Durante más de 100 años, el imperialismo ha dominado a Irán con intrigas clandestinas, intimidación económica e intervenciones e invasiones militares. Esta dominación ha estado profundamente entrelazada en la estructura del imperialismo global, y son los antecedentes de la hostilidad de Estados Unidos hacia Irán hoy y las actuales amenazas de guerra. La primera parte de esta serie exploró la rivalidad de las potencias europeas para explotar a Irán y sus recursos petroleros antes y después de la I Guerra Mundial. La segunda parte detalló cómo Estados Unidos tumbó al gobierno laico nacionalista de Mohammed Mossadegh en 1953 y volvió a poner en el poder a un administrador leal: el brutal sha Mohammed Reza Pahlavi. La tercera y cuarta partes examinaron las consecuencias de 25 años de dominación estadounidense para el país y la población, y cómo sembraron las semillas de la revolución de 1979. La quinta parte examinó cómo la revolución de 1979 y la respuesta de Estados Unidos contribuyeron al ascenso del fundamentalismo islámico. La sexta parte explora la lógica imperialista, el cinismo y las necesidades de la maniobra de 1985-1986 de Ronald Reagan de enviar armas a cambio de poner en libertad a los rehenes.
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En 1986, el presidente Ronald Reagan envió una Biblia inscrita personalmente y un pastel de chocolate en la forma de una clave --junto con ofertas de millones de dólares de equipo militar y una nueva relación estratégica— como gesto conciliador a la República Islámica de Irán, dirigida en ese entonces por el ayatola Jomeini. Unos 16 años más tarde, en el 2002, el presidente George Bush condenó a Irán por ser parte del “eje del mal”; ahora dice que no normalizará las relaciones y amenaza con atacarlo.
Ese cambio al parecer dramático es producto de cambios globales y, por eso, de las diferentes oportunidades y necesidades del imperialismo estadounidense, en los años entre la oferta de Reagan y las amenazas de Bush.
Pero también hay continuidad en esto. El cambio de lo que hizo Reagan a lo que hace Bush puede parecer dramático, pero ambos presidentes trataban, en circunstancias diferentes y con tácticas distintas, de defender los intereses del imperialismo estadounidense, especialmente de fortalecer la dominación de Irán y toda la región.
La oferta de ayuda militar a Irán ocurrió en medio de la sangrienta guerra de 1980 a 1988 de Irán e Irak. El gobierno de Saddam Hussein inició la guerra con la aprobación de la administración de Jimmy Carter. La República Islámica acababa de conquistar el poder en Irán tras la revolución de 1979, que tumbó al odiado títere yanqui, el sha de Irán. La Casa Blanca calculó que el ataque iraquí debilitara al nuevo gobierno, bloqueara sus amenazas a los gobiernos del establo estadounidense en el golfo Pérsico y obligara a Irán a poner en libertad a los empleados de la embajada estadounidense que tenía de rehenes.
No hizo la oferta porque de repente a los imperialistas les gustaba la República Islámica. Todo lo contrario. La caída del sha sacudió al imperialismo, que consideraba el gobierno de Jomeini como un obstáculo a su dominación política, militar y económica. Y le preocupaban mucho los esfuerzos de Irán de fomentar las corrientes islámicas anti Estados Unidos y jugar un papel mayor en el Medio Oriente. Por ejemplo, en 1982 envió 1,500 Guardias Revolucionarios a Líbano durante la guerra contra Israel para ayudar al nuevo grupo armado Hezbolá. En 1984, Estados Unidos puso a Irán en la lista de países que apoyaban el “terrorismo”.
Temores de un golpe soviético en un “eje central geopolítico”
Sin embargo, en 1985 los imperialistas yanquis tenían mayores preocupaciones: temían que la Unión Soviética ganara una gran victoria geopolítica en la lucha por el poder en Irán tras la muerte de Jomeini, que ya tenía más de 80 años.
Después de la II Guerra Mundial, y especialmente desde los años 60, la rivalidad global con la URSS (una potencia imperialista con un disfraz “comunista”) moldeaba las acciones estadounidenses en el Medio Oriente. Esa rivalidad puso grandes limitaciones a lo que podía y no podía hacer. Por ejemplo, una razón que no había intervenido directamente ni en gran escala en la región era que temía que los soviéticos ayudaran al país atacado y sacaran ventaja e influencia. También sabía que una confrontación podría llevar a una guerra nuclear.
Como resultado, durante los años 80, aunque aumentó su presencia militar en el golfo Pérsico, Estados Unidos todavía tenía que actuar por medio de los gobiernos regionales, como Irak, de que muchas veces desconfiaba. A veces tenía que hacer pelear el uno contra el otro para lograr sus propósitos, o librar guerras de sustitutos. La guerra de Irán e Irak era un ejemplo de esto: demostró tanto el cinismo y salvajismo de los imperialistas como sus opciones limitadas.
La dominación del Medio Oriente, con sus enormes recursos energéticos y posición estratégica, ha sido un elemento clave del poderío global estadounidense y de su sistema capitalista desde finales de la II Guerra Mundial. La posibilidad de un triunfo soviético preocupaba tanto a los imperialistas yanquis porque Irán es, en palabras del asesor de seguridad nacional de Carter, Zbigniew Brzezinski, un “eje central geopolítico”, o sea, un país cuyo destino tiene gran influencia en la política estratégica global. Irán es un país grande con un territorio cuatro veces mayor que Irak. Tiene una posición estratégica: domina el golfo Pérsico (tiene una costa de 1,600 km), limita con el mar Caspio (que tiene grandes recursos energéticos) y queda entre la Unión Soviéticas y los yacimientos petroleros del Medio Oriente y entre el Medio Oriente y Asia central. Es el segundo o tercer país del mundo en reservas petroleras.
Un borrador de junio de 1985 de un Directiva de Seguridad Nacional decía: “Si la Unión Soviética saca provecho de la contienda que surge y si se entromete en Irán, esto cambiará el equilibrio estratégico regional”. Surgió un debate en el gobierno de Reagan y se impusieron los que querían iniciar un diálogo estratégico con los dirigentes iraníes. El almirante John Poindexter, asesor de seguridad nacional, escribió: “Tenemos una oportunidad que no debemos pasar por alto… si no tiene éxito, solo perderemos un poco de inteligencia y mil misiles TOW. Si tiene éxito, podríamos llevar a cabo muchos cambios en el Medio Oriente”.
Funcionarios de alto nivel del gobierno fueron a Irán para un pacto. A partir del otoño de 1985, Estados Unidos empezó a enviar misiles TOW, misiles antitanques y aparatos de radar Hawk clandestinamente a Irán por medio de Israel; a partir de comienzos de 1986, los envió directamente. La meta inmediata era que pusiera en libertad a unos empleados estadounidenses capturados por las fuerzas islamistas en Líbano. Pero la meta estratégica era trazar vínculos y ganar palanca con el gobierno iraní e impedir un avance soviético.
Lo que los imperialistas yanquis y los teócratas iraníes tienen en común
La oferta de Reagan también demostró que los imperialistas yanquis reconocían que tenían mucho en común con los teócratas iraníes. A pesar de todas sus muestras de oposición a Estados Unidos, el programa de la República Islámica nunca contemplaba romper con el orden mundial imperialista. Los clérigos iraníes defienden el capitalismo y la propiedad privada explícitamente. Económicamente el país es productor de petróleo para el mercado mundial (80% de los ingresos del gobierno es de la venta del petróleo) y depende de los acuerdos tecnológicos y de mercadeo con las compañías trasnacionales. Da la bienvenida a las inversiones extranjeras. Los clérigos protegen (y en muchos sentidos fortalecen) las relaciones sociales y de clase tradicionales, que son la base interna de la dominación imperialista. Y masacraron a los comunistas, izquierdistas, intelectuales revolucionarios y fuerzas democráticas que luchaban contra la dominación estadounidense.
Por supuesto, para el gobierno de Reagan llegar a un acuerdo no quería decir tratar a Irán con respeto mutuo o igualdad. El punto era incorporar y subordinar al país en un orden dominado por Estados Unidos, por medio de una mezcla de incentivos, amenazas y juegos dobles. La meta era, en palabras del New York Times (1984), “que ambos países [Irán e Irak] pierdan” y que “se agoten mutuamente”. Al estilo de un padrino de la Mafia, al mismo momento que Reagan enviaba regalos y armas a Irán, su equipo cooperaba con los servicios de espionaje iraquíes y les daba inteligencia sobre las acciones de las fuerzas iraníes en el campo de batalla. En un mensaje secreto, Reagan exhortó a a Saddam Hussein a redoblar el bombardeo de Irán.
En el otoño de 1986, la iniciativa estadounidense con Irán se fue a pique (por varias razones, como una profunda desconfianza mutua y las divisiones en el seno de la clase dominante estadounidense) cuando el acuerdo secreto salió a flote en una revista libanesa. Junto con los temores de que Irán derrotara a Irak, esto llevó a Estados Unidos a darle la ventaja a Irak. Redobló la ayuda militar y de los servicios de espionaje al gobierno de Saddam Hussein, y despachó más buques de guerra al golfo. El 2 de julio de 1988, el buque Vincennes derribó un avión comercial iraní y mató a todos los 290 pasajeros. Estados Unidos dijo que era un accidente pero el gobierno iraní lo vio como una amenaza no muy disimulada de las consecuencias de no terminar la guerra. Poco después, el 18 de julio, Jomeini aceptó una resolución de la ONU para un cese del fuego.
Debido en gran parte a la ayuda y el ánimo de Estados Unidos a ambos lados, se calcula que murieron de 262,000 a 367,000 iraníes y 105,000 iraquíes en la guerra, y que otros 700,000 resultaron heridos.
Próxima parte: 1985-2007: De contención a confrontación… y posiblemente la guerra
Fuentes
Larry Everest, Oil, Power & Empire: Iraq and the U.S. Global Agenda (Petróleo, poder e imperio: Irak y el plan global de Estados Unidos), Capítulo 4: “Arming Iraq, Double-Dealing Death in the Gulf”
Zbigniew Brzezinski, The Grand Chessboard—American Primacy and Its Geostrategic Imperatives, p. 41
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