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Revolución #101, 16 de septiembre de 2007



México: El volcán político retumba

Revolución publicó este artículo en el número 60, 10 de septiembre de 2006.

El viernes 1º de septiembre, el ejército y la policía rodearon el Congreso de la República en ciudad de México, cerraron las estaciones del metro y apostaron francotiradores en los techos. Soldados con cañones lanzaaguas hacían guardia tras el cerco de vallas de metal del Congreso, paraban a los que se acercaban y hostigaban a los legisladores de la oposición que querían entrar.

Era el momento para que el presidente Vicente Fox diera su último Informe de gobierno ante el Congreso.

No lo pudo hacer. Los legisladores de la oposición se apoderaron de la tribuna. Fox se fue y el discurso se transmitió acompañado de un video de gente feliz y sonriente. Pero ni las falsas imágenes del video ni las veladas amenazas del discurso de Fox pudieron ocultar el hecho de que en México ha estallado una enorme crisis política, que la nación está dividida en dos.

Desde hace varias semanas millones de personas se han lanzado a la calle y el ejército ha soltado amenazas peligrosas. Muchas fuerzas están involucradas y el desenlace es incierto.

Por un lado está Felipe Calderón, el candidato del Partido de Acción Nacional (PAN), quien dice haber ganado las elecciones y cuenta con el apoyo del aparato de gobierno, el ejército y Estados Unidos. Es casi seguro que el 6 de septiembre el Tribunal Electoral lo declarará presidente electo. Pero, como comentó el programa de negocios “Marketplace” de la emisora National Public Radio, la mayoría de los mexicanos piensa que Calderón ganó por fraude.

Del otro lado está Andrés Manuel López Obrador, AMLO, el candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD), quien ha movilizado a millones de personas para repudiar la decisión de no hacer un recuento de todos los votos. AMLO está organizando una Convención Nacional Democrática el 16 de septiembre en el Zócalo, donde se suele celebrar el Día de la Independencia con un desfile militar. Según la Coalición Por el Bien de Todos, la convención va a instituir un movimiento nacional de resistencia y a debatir y decidir si reconocer a AMLO como presidente y rechazar a Calderón como un presidente espurio.

Al igual que Calderón, AMLO cuenta con el respaldo de sectores gobernantes; sin embargo, mucha gente ve que hay mucho en juego en estas elecciones y se ha lanzado a la calle para impugnar el resultado. Las grietas en la cúpula de la sociedad han creado aperturas por entre las cuales se está desbordando el descontento popular de maneras sumamente significativas. El desenlace de esto, inclusive la posibilidad de que se salga de las manos de los de arriba y de que las masas reconozcan cada vez más sus propios intereses y peleen por ellos, podría tener un enorme impacto no solo en México, sino en Latinoamérica, Estados Unidos y de hecho el mundo entero.

La polarización y las escisiones son agudas y cada vez más enconadas. Todo esto está afectando las luchas de la sociedad mexicana. La ciudad de Oaxaca está prácticamente paralizada por los maestros y muchos otros que demandan la renuncia del gobernador Ulises Ruiz (del Partido Revolucionario Institucional, PRI). En el DF, la Policía Federal Preventiva cercó con tanques el Palacio Legislativo de San Lázaro.

En un editorial del 30 de agosto, el Los Angeles Times demandó que AMLO retractara su plan de “proclamarse presidente y establecer un ‘gobierno paralelo del pueblo’ el 16 de septiembre”. El editorial, titulado “¿Golpe de estado en México?”, dice: “En México se está fraguando un golpe de estado… Los seguidores de López Obrador han paralizado buena parte de ciudad de México con actos de desobediencia civil y parece que buscan una crisis de gobierno”. Invita a las “voces democráticas de la izquierda mexicana”, específicamente a Cuauhtémoc Cárdenas del PRD, a “distanciarse del destructivo conato de golpe de López Obrador”. Estas son palabras arrogantes de un periódico estadounidense que no tiene por qué decirle al pueblo mexicano qué debe hacer. Pero dejan ver lo explosiva que es la situación y que la clase dominante de Estados Unidos considera que sus propios intereses están en peligro.

Una situación volcánica

Esta lucha se está dando en el contexto de una volátil situación internacional. La globalización ha acelerado los rápidos cambios del modo de vivir y de trabajar de millones de personas. El imperio estadounidense intenta imponerse como la potencia indiscutible e indisputable del gallinero imperialista, especialmente con guerras de agresión en el Medio Oriente. En Latinoamérica, el presidente venezolano, Hugo Chávez, aliado con Fidel Castro y otros, intenta contrarrestar el “dominio unipolar de Estados Unidos” en el mundo y oponer un polo de resistencia a las medidas económicas neoliberales impuestas a los países latinoamericanos.

Tal es el trasfondo de las explosivas contradicciones de México. El Tratado de Libre Comercio (NAFTA/TLC) ha causado fuertes trastornos en México y desplazado a muchos campesinos. Las ganancias de la estratégica industria petrolera están mermando, y en la cúpula se disputa qué hacer con ese baluarte de la economía y del gobierno. Las corporaciones extranjeras que abrían maquiladoras en México ahora se están yendo a buscar mano de obra más barata, por ejemplo a China. También se debate qué hacer sobre la gran cantidad de mexicanos que viven en la pobreza y cuyos intereses no coinciden con los programas de “progreso”, que de hecho los hunden más en la pobreza y el sufrimiento. Esto conforma las bases económicas de la actual crisis política.

Además, México está en transición de una estructura estatal dominada por el PRI a una estructura multipartidaria de dominación de las mismas fuerzas de clase. Esta nueva forma de gobierno todavía no se ha consolidado. Como se vio con la victoria del candidato del PAN en el 2000, se han estado dando grandes cambios en los círculos dominantes, que hoy se expresan en la lucha sobre quién va a ser el próximo presidente. El PAN y el PRD tienen diferencias sobre el papel de la religión, la educación y la moral tradicional, el papel de los sindicatos y las medidas de beneficencia social, y otros asuntos concernientes al carácter de las instituciones y las relaciones de la sociedad.

Otro punto de debate es la posición del gobierno mexicano con respecto al panorama internacional, y en particular cómo afecta los planes de Estados Unidos. Todo esto está entrelazado de una manera compleja y multifacética en la crisis que ha surgido con las elecciones presidenciales.

Tanto Calderón como AMLO son representantes de la estructura de poder y los dos proponen programas que a su parecer son mejores para la nación, desde el punto de vista de su clase. Los dos coinciden en que el camino obligatorio de desarrollo del país es atraer más inversiones imperialistas. Ninguno de ellos puede escaparse, y ninguno dice que hay que escaparse, de la red de relaciones imperialistas que dominan a México. Sin embargo, tienen fuertes desacuerdos sobre qué leyes y qué estructuras políticas e instituciones sociales servirán para efectuar los cambios que les parecen necesarios y sobre el ritmo de implementarlos. Como hemos dicho, las masas están sumamente indignadas, y con toda la razón, por lo que ven como el robo de las elecciones y toda la dirección que Calderón quiere imponer.

La economía mexicana

Un aspecto fundamental de todo esto es la economía. México está bajo el dominio del imperialismo estadounidense, y ese es el factor que determina su vida económica. Para tener una idea de lo profundo que es el dominio de la economía mexicana, veamos esta cita del Council of Foreign Relations: “México entiende que su futuro está inevitablemente entrelazado con su vecino del norte, ya que de él obtiene dos terceras partes del capital y casi el total de los 20 a 25 millones de dólares en remesas que recibe de los migrantes. Además, Estados Unidos recibe el 90% de sus exportaciones y envía el 80% del turismo internacional. México no puede permitirse un distanciamiento profundo de Estados Unidos… De hecho, la relación se ha vuelto más institucionalizada y estable, sea quien sea el presidente en cualquiera de los dos países”.

Hoy, en la era del imperialismo acelerado de libre comercio, el capital entra y sale de países y regiones del mundo en búsqueda de mayores ganancias. Aunque en México los salarios son muy bajos comparados con los países imperialistas, son más bajos en China y otros países asiáticos. Los capitalistas han cerrado muchas maquiladoras en México y han reinvertido el capital en Asia. Por otra parte, en México la electricidad cuesta el doble que en Estados Unidos porque las centrales son ineficientes y el costo de operarlas es muy alto. La Ley Federal de Trabajo impide ciertas formas de inversiones extranjeras. El camino (que ambos candidatos proponen) de mayor integración al mercado estadounidense exprimirá más a la población y causará mayores desplazamientos y sufrimiento. Calderón y AMLO no están de acuerdo sobre la forma exacta de estructurar una mayor explotación, sobre la combinación precisa de engaño y represión necesarios para mantener a las masas bajo control e impedir un estallido social de grandes proporciones.

La atracción de inversiones extranjeras es la piedra angular del programa de los dos. Pero las inversiones extranjeras no promueven el desarrollo general de la economía de un país ni el bienestar de la mayoría de la población. El único propósito del capital extranjero es aumentar su propia rentabilidad, y el desarrollo capitalista que estimula se basa en la superexplotación. Puede haber mayor industrialización y más trabajos, pero causa mayor sufrimiento y privación para el pueblo. El capital de inversión no es una hormona de crecimiento mágica: cuando el capital puede trasladarse con mayor facilidad, los países compiten por ofrecer los salarios más bajos, la infraestructura más barata, el peor estándar de vida y las menores reglas ambientales para atraer más capital. Esa no es la clase de economía ni de desarrollo que favorece a las masas populares de México. [Ver “La globalización imperialista y la lucha por otro futuro —Parte 3: Inversiones y desarrollo: ¿Para quién?”, Raymond Lotta, Obrero Revolucionario #935, 7 de diciembre de 1997] El programa de AMLO, que propone mayores inversiones imperialistas, de ninguna manera se opone a esas relaciones. Les hace promesas a los pobres, ¿pero cómo va a cumplir cuando lo que se necesita para atraer esas inversiones es que los trabajadores acepten salarios más bajos?

Sin embargo, parece que sí hay un importante desacuerdo entre AMLO, y el PAN y el punto de vista predominante de la clase dominante de Estados Unidos: el tema de los energéticos (el petróleo y el gas). Petróleos Mexicanos (PEMEX) es la quinta compañía petrolera del mundo y el año pasado alcanzó un récord de ganancias (superando a Exxon). El 80% de sus exportaciones están destinadas al mercado de Estados Unidos. El sector energético de México ya está profundamente penetrado por el capital estadounidense. Por ejemplo, las ganancias de PEMEX en 1994 pasaron directamente al departamento de Hacienda de Estados Unidos como garantía por el préstamo para evitar el colapso de la economía durante la devaluación del peso. Pero el gobierno mexicano es el dueño y administrador de la industria petrolera e impone fuertes restricciones a las inversiones extranjeras. PEMEX le paga al gobierno en impuestos el 60% de sus ingresos ($30 mil millones al año), lo que viene a ser el 40% del ingreso anual del gobierno mexicano.

Sin embargo, según el Latin Business Chronicle, los expertos internacionales consideran que PEMEX es una de las empresas petroleras más ineficientes del mundo, con equipo inadecuado y con sindicatos corruptos. Calderón y los sectores que lo respaldan quieren explotar el petróleo de una manera más eficiente. En esencia, quieren eliminar las barreras a las inversiones privadas y extranjeras (estatuidas en la Constitución). Quieren acuerdos de producción conjuntos entre el capital estadounidense y PEMEX. Lo consideran necesario para atraer capital para desarrollar la industrialización y la infraestructura de México. (México tiene tarifas telefónicas sumamente altas y solo un tercio de las vías terrestres están pavimentadas. Además, tiene que exportar a Estados Unidos su propio gas natural y volverlo a comprar para suministrar electricidad). Da la casualidad que Estados Unidos está de acuerdo con esos cambios, pues concuerdan con su búsqueda de mayores ganancias a través de la superexplotación de los recursos y la población de las naciones oprimidas.

Unas semanas antes de las elecciones, la Secretaría de Energía, liderada por un panista, dio a conocer sus intenciones cuando anunció 817 oportunidades de inversión en proyectos de exploración y explotación de la plataforma continental del golfo de México. Técnicamente, para llevar a cabo esto habría que reformar la Constitución, pero han inventado mecanismos para evitarlo si el costo político es muy alto. Los empresarios del Consejo Coordinador Empresarial se reunieron hace poco con sus homólogos estadounidenses para llegar a un acuerdo en los próximos dos años que permita que las corporaciones mexicanas le compren energía directamente a corporaciones estadounidenses y dejar a un lado el sistema de electricidad mexicano.

Los sectores de la estructura de poder que apoyan a AMLO se oponen resueltamente a la privatización de PEMEX y el sector de electricidad. Para ellos esto también está ligado al futuro que quieren para el país. Como dijo Gilberto Ortiz, el presidente del Comité Directivo de Energéticos de la Cámara Nacional de la Industria de Transformación (CANACINTRA): “Eso es lo que está en juego porque si esa riqueza petrolera y la posibilidad de que México sea un factor de seguridad energética en toda América del Norte, termina por otorgarse a inversionistas privados, principalmente extranjeros, como país perderemos la posibilidad histórica de tener una posición sólida en la región y el continente”.

AMLO ha propuesto un plan para que el gobierno mantenga control del sector energético; dice que integrará el petróleo y la electricidad y elaborará un plan estratégico para su desarrollo racional. Señala que la Constitución debe seguir protegiendo al estratégico sector energético y que el estado mexicano (y no los inversionistas extranjeros) debe darle a PEMEX más dinero para invertir en la construcción y modernización de refinerías y plantas petroquímicas. AMLO dice que así se logrará sentar las bases para una mayor exploración y explotación de campos petroleros y de gas. El plan de AMLO básicamente es aprovechar la enorme cantidad de recursos no explorados para desarrollar la economía y, partiendo de esa base, negociar el mejor acuerdo posible sobre la subordinación de México al imperialismo, especialmente el imperialismo estadounidense. Su diferencia con Calderón es cómo maniobrar mejor dentro del marco del dominio estadounidense, no romper ese marco.

Otro elemento que ambos lados tienen que considerar es la necesidad de mantener la estabilidad. La privatización del sector energético causaría más desarticulación de la economía y mayores trastornos en la vida del pueblo. El gobierno mexicano depende enormemente de los impuestos de PEMEX; sin ellos no podría financiar los programas sociales, la educación, y las pensiones de maestros y empleados públicos jubilados. Por lo tanto, la cuestión de cómo mantener e imponer la “estabilidad social” entra en los planes y las discrepancias de los dos lados, como veremos más adelante.

El papel de México como subalterno de Estados Unidos

Además de las inversiones directas en los recursos petroleros de México, para Estados Unidos México también es un importante elemento “estabilizador” en la estrategia de dominación de Latinoamérica. Un aspecto de esa estrategia es integrar todo el hemisferio occidental en una sola zona de comercio, el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Cuando era secretario de Estado, Colin Powell dijo que el objetivo del ALCA “es garantizar para las empresas norteamericanas el control de un territorio que se extiende desde el Ártico hasta la Antártida y el libre acceso, sin ninguna clase de obstáculos, de nuestros productos, servicios, tecnologías y capitales por todo el hemisferio”.

Pero el ALCA ha prendido fieras protestas e incluso muchos gobiernos latinoamericanos se oponen. Hugo Chávez ha propuesto un acuerdo comercial opuesto: la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA). Venezuela, Argentina, Bolivia, Brasil y Chile han formado alianzas regionales y buscan otros socios comerciales fuera de Estados Unidos, especialmente China e Irán. Para los imperialistas estadounidenses, esto es un desafío que no se puede tolerar y el papel de México es ayudarlos a enfrentarlo. Para ellos, el presidente de México tiene la misión de consolidar el polo de desarrollo del imperialismo estadounidense en Latinoamérica; tiene que ser un firme abanderado del libre comercio, encarnado en el NAFTA/TLC.

En junio de 2005, México firmó un pacto con Canadá y Estados Unidos llamado la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad para América del Norte (ASPAN), que tendrá que respetar el próximo presidente de México. La “seguridad y la prosperidad para América del Norte” contemplan abastecerle energéticos mexicanos al mercado estadounidense y “una teoría común sobre la seguridad”, es decir, permitir que se apliquen en México medidas del Departamento de Seguridad de la Patria de Estados Unidos.

Por todo esto, Estados Unidos tenía un gran interés en el resultado de las elecciones. Eso se vio en las “audiciones” de noviembre de 2005 en ciudad de México ante la Cámara de Comercio de Estados Unidos, cuando a los tres candidatos les preguntaron si abrirían las puertas del sector energético a las inversiones estadounidenses, especialmente PEMEX.

Felipe Calderón recibió un estruendoso aplauso cuando contestó que estaba a favor de la inversión privada en PEMEX y de debilitar los sindicatos. También recibió un fuerte aplauso cuando dijo que estaba de acuerdo con el programa de trabajadores huéspedes propuesto por George Bush y con militarizar la frontera. AMLO dijo que él no permitiría la inversión en PEMEX de capital de riesgo, pero enseguida agregó que sí permitiría inversiones en otros sectores. Recalcó que entre Estados Unidos y México debe haber “cooperación para el desarrollo”, que es otra manera de decir que México debe subordinarse a los intereses de Estados Unidos, ya que esa es la única clase de “cooperación” en que este participará.

Calderón ganó la audición, pero a AMLO le otorgaron el título de suplente. Jeffrey Davidow, ex embajador de Estados Unidos en México quien fue el moderador, le dijo a AMLO: “Si gana las elecciones lo apoyaremos”. Pero cuando parecía que AMLO iba a la cabeza en las últimas semanas de la campaña electoral, el PAN y fuerzas de Estados Unidos lanzaron una afiebrada campaña contra él. Contrataron a los asesores de elecciones Rob Allyn y Dick Morris, que tienen fama por haberle ayudado a Bush a “ganar” las elecciones del 2000 y el 2004. Estos armaron una campaña en la prensa para crear temor entre las clases altas y medias sosteniendo que AMLO era “izquierdista”, que tenía lazos con Hugo Chávez y Castro, que iba a imponer el socialismo en México, y que sus reformas causarían inestabilidad y desatarían la furia del coloso del norte y/o el retiro de los inversionistas. Calderón dijo que las concesiones que AMLO prometía a los pobres le costarían más impuestos a la clase media. Difundieron el rumor de que los dueños de casa la perderían. Esta campaña, y el fraude que se haya cometido, tuvieron efecto.

Sería incorrecto decir que la posición de Estados Unidos a favor de Calderón tiene que ver exclusivamente con el petróleo. Como mencionamos, el trasfondo es el “contra-polo” iniciado por Hugo Chávez (así como Cuba y Evo Morales de Bolivia). AMLO de ninguna manera ha dicho que está en el campo de Chávez, pero el hecho de que exista ese polo constituye un riesgo en el caso de que en el futuro surjan desacuerdos entre Estados Unidos y México. En los círculos de poder de Estados Unidos ciertas voces expresan preocupación de que si la economía de México empeora podrían estallar trastornos sociales, pero las fuerzas dominantes se sienten más a gusto trabajando con el PAN pues les ofrece mayor control y cooperación en todo lo que les interesa. Por otro lado, al no endosar a Calderón antes de las elecciones, han querido dar la apariencia de que “no están interviniendo”.

El programa represivo de Calderón

Si Calderón logra llegar a la presidencia, se espera que cree un clima de represión, oscurantismo religioso y tortura para controlar a las masas rebeldes y reestructurar el país para atraer la inversión imperialista. Además, promoverá el papel de la iglesia en la sociedad. Calderón se opone al aborto y al matrimonio gay, y se espera que penalice el aborto incluso en casos de violación e incesto.

Una indicación de lo que está por venir se ve en los estados donde gobierna el PAN. Por ejemplo, en Guanajuato, los estudiantes de secundaria empezarán el año sin libros de ciencias. ¿Por qué? Porque la iglesia católica se opone al tratamiento que le dan a la sexualidad humana los libros de texto del gobierno. En Jalisco, la Secretaría de Educación ha distribuido materiales preparados por una organización religiosa de padres para contrarrestar el pensamiento independiente que podrían generar los libros de ciencias. Unas 50 organizaciones de Jalisco se oponen al libro de texto de ciencias y proponen revisar el libro de texto de historia para glorificar el papel de los cristeros (fanáticos religiosos que empuñaron las armas en los años 20 contra el gobierno laico y tenían mucha fuerza en Jalisco). El propio Calderón está aliado con El Yunque, una organización religiosa fascista, entre cuyos miembros se dice que figura Sergio Ramírez Acuña, presidente del PAN y ex gobernador de Jalisco (quien dirigió el arresto en masa y la tortura de jóvenes altermundistas en Guadalajara en el 2004 y ahora espera una cartera en el gabinete de Calderón).

En la esfera internacional, Calderón ha dicho que México debe dejar de participar en las resoluciones de la ONU que critican a Israel. En un documento titulado “100 Acciones Prioritarias de Gobierno”, Calderón propone que la policía federal, de inmigración y de aduanas se organicen bajo un mando central con nuevos poderes. También propuso formar un Sistema Único de Información Criminal para todas las corporaciones y procuradurías. Si bien AMLO ha reprimido y hasta invitó al fascista Rudolph Giuliani como “asesor” de policía, Calderón sería más represivo.

Mayores interrogantes

En las calles de México se están planteando muchos interrogantes de la lucha: los trastornos económicos que han sacado a millones del campo y mandado a millones más a buscar trabajo en Estados Unidos, y en general la situación cada vez más angustiosa de los de abajo y la polarización económica de la sociedad; toda la historia de elecciones manipuladas que se vuelve a repetir, cuando se están cambiando “las reglas del juego”; el intento de Calderón de imponer más valores tradicionales y de aumentar el poder de la iglesia católica.

Los millones que se han lanzado a la calle para impedir que Calderón tome el poder tienen toda la razón de pensar que la situación demanda una respuesta radical, ¡y lo están haciendo! También tienen razón de pensar que Calderón quiere someter a México más directamente al dominio de Estados Unidos, con todos los horrores que eso implica si no se para al gobierno de Bush. Como dijo un señor maya que hizo el viaje al Zócalo desde Yucatán para ir a la primera gran protesta: “Nos están haciendo lo que hicieron en la época de Porfirio Díaz. Se agarraron de México y no lo querían soltar. Si no hubiéramos empezado la guerra jamás lo hubieran soltado”.

Además de reconocer que se necesitan cambios radicales, los que se han echado a la calle albergan la esperanza y la falsa ilusión de que se puedan lograr por medios electorales y de que AMLO los va a generar. Hay una enorme expectativa de que cumplirá sus promesas. Asimismo, ha surgido el espectro de un cambio radical; por ejemplo, en la manifestación de millones en el Zócalo el 30 de julio se coreaba: “Si no hay solución, habrá revolución”. En todo el país se está manifestando mucha combatividad, lo cual presenta la posibilidad de retos reales a los programas de todos los partidos políticos y las instituciones del sistema. Una vez que la gente cuestiona esas instituciones, una vez que se lanza a la lucha política (aunque haya sido iniciada por fuerzas de arriba), se abren nuevas maneras de pensar y de actuar. Surgen nuevos interrogantes y con urgencia se buscan nuevas respuestas. Las masas también ven el potencial que tienen, en el curso de zafarse del marco restringido en que los partidos y las instituciones del gobierno las quieren mantener. Al agudizarse la lucha, puede extenderse a otros e incluso exacerbar los conflictos internos de la cúpula y fortalecer la posibilidad de empujar la dinámica hacia la revolución y el cambio fundamental.

En esta situación, no siempre es fácil obligar a las masas a aceptar de nuevo “las cosas como son”. Sin embargo, se requerirá una feroz lucha para impedir que las vuelvan a meter en cintura y para seguir adelante. Nadie sabe qué curso seguirán los acontecimientos en los próximos días y semanas. Pero lo que sí se sabe es que las contradicciones en México son profundas y hoy son muy agudas. Tanto para el pueblo de México como del mundo es bueno que siga y crezca el repudio al statu quo, no importa lo que AMLO y su grupo asesor decidan hacer. Esta es una lucha que merece apoyo y cuidadosa atención en todas partes.

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