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Revolución #108, 11 de noviembre de 2007
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El asesinato de Ernesto Che Guevara por la CIA
El Obrero Revolucionario (ahora Revolución) publicó el siguiente artículo en 1997, con motivo del 30 aniversario del asesinato de Ernesto “Che” Guevara, orquestado por la CIA. Como concluye el artículo: “Hoy muchos jóvenes en Latinoamérica y Estados Unidos sienten la atracción del Che Guevara por ser un símbolo de autosacrificio, lucha armada e internacionalismo en la lucha contra el imperialismo yanqui”. Muchos lo consideran un símbolo de resistencia en un momento en que Estados Unidos amenaza a países latinoamericanos que no “acatan sus órdenes”, como Cuba o Venezuela. Se ven atraídos por la impaciencia y osadía asociadas con el Che y por la idea de que una revolución necesita poesía y que la tiene que guiar, en los cimientos, el amor por el pueblo.
Hay que decir que todos estos sentimientos son correctos y muy positivos, y hay muchas maneras en que, dado que ha llegado a simbolizar esas ideas, el respeto que muchos tienen por el Che es como un hueso atrapado en la garganta de los que detentan el poder. Por otro lado, Guevara no era simplemente un símbolo histórico o cultural, sino un ser humano con ideas, que participó en los grandes debates de su tiempo. Esos debates no fueron académicos sino luchas de vida o muerte; saltaron del papel y guiaron las acciones de miles y luego millones de personas en los años 60, una gran época de agitación y transformación revolucionarias. Hoy, además de seguir desenmascarando el salvajismo de Estados Unidos en el asesinato del Che Guevara, hay que examinar implacablemente y entender el pensamiento y las acciones de esta figura histórica, y criticarlos fuertemente, incluso el hecho de que en esos debates tomó partido con un lado que se opuso a la visión más radical y revolucionaria del futuro: el comunismo, como lo desarrollaba más Mao Tsetung, líder de la China revolucionaria. Es una ironía histórica que las ideas y valores asociados con el Che no podían y no pueden realizarse por medio de la línea y pensamiento estratégico del Che, sino por los del movimiento comunista a quienes se oponía. Por supuesto, Mao no fue la “última palabra”; el mundo ha pasado por trastornos más violentos desde los años 60 y 70, aunque no principalmente positivos, y hay nuevos retos ante los revolucionarios y nuevas maneras de refundir incluso lo mejor del pensamiento revolucionario y los logros del pasado en una nueva síntesis que puede guiar a la humanidad hoy. Este es un tema que plantea el siguiente artículo pero que está fuera de su alcance.
El 8 de octubre de 1967, en una quebrada de los Andes en el sur de Bolivia, se oyó un nutrido fuego: Ernesto “Che” Guevara y sus guerrilleros se encontraban rodeados por el ejército boliviano.
Poco menos de un año antes, Guevara y un grupo de cuadros viajaron clandestinamente de Cuba a Bolivia para iniciar una guerra de guerrillas y tumbar al gobierno militar. Guevara y unos 50 guerrilleros se internaron en las montañas. Pocos meses después el ejército boliviano los detectó y empezó una intensa persecución. Para eludirlo, Guevara dividió al grupo en dos, pero jamás pudo reagruparlo. Su diario indica que para fines de agosto los guerrilleros de su grupo estaban fatigados, desmoralizados y que solo quedaban 22; el 31 de agosto el segundo grupo fue aniquilado al cruzar un río.
El 26 de septiembre, el ejército emboscó al resto de los guerrilleros cerca del poblado de La Higuera. Varios guerrilleros cayeron en combate y el Che quedó herido en una pierna. Luego, el 8 de octubre lo capturaron con dos combatientes y los llevaron a la escuela del pueblo.
Al día siguiente, llegó en helicóptero un tal “Félix Ramos” en uniforme de oficial del ejército boliviano y se encargó de los prisioneros. Dos horas después, el Che y los dos combatientes fueron ejecutados.
La mano de Estados Unidos
Las armas y el equipo de los asesinos fueron Made in U.S.A. El oficial boliviano que lo tomó preso estudió en Fort Bragg, Estados Unidos, donde se preparan golpes de estado, asesinatos y campañas de contrainsurgencia. El tal “capitán Ramos” era Félix Rodríguez, un viejo agente de la CIA.
Desde hacía años, Estados Unidos venía armando al ejército boliviano y comprando oficiales. En cuanto se detectó la presencia de Guevara y sus guerrilleros, mandó más agentes de la CIA y Boínas Verdes, entre ellos Rodríguez. También envió aviones repletos de armas, sistemas de comunicación y bombas de napalm.
Antes de ir a Bolivia, Rodríguez comandó un escuadrón de la muerte en Vietnam. Tiempo después, en la década de los 80, el presidente George Bush [padre] lo mandó a supervisar el tráfico de cocaína por armas para la contra nicaragüense en la base aérea Ilopango de El Salvador.
Rodríguez ordenó la ejecución del Che de modo que pareciera que cayó en combate, se robó el reloj como recuerdo y acompañó su cadáver a la base militar de Vallegrande. El 11 de octubre, después de cortarle las manos para comprobar con las huellas digitales que eran del Che, echaron su cadáver en una fosa cerca de la pista de aterrizaje de la base. El gobierno anunció que fue incinerado.
La operación fue Made in U.S.A. de pe a pa. Con la ejecución del Che y sus compañeros, Estados Unidos quería decirles a los pueblos de Sudamérica y del resto del mundo: “ni se les ocurra alzar la cabeza”.
El “patio”
La clase dominante de Estados Unidos siempre ha considerado que Latino-américa es su “patio” y no ha dudado en apuntar sus armas contra todo desafío.
Calificó a Pancho Villa de bandido y asesinó a Sandino. Tumba gobiernos elegidos, como el de Salvador Allende en Chile, ejecutado en 1973, lo que resultó en la muerte de 30,000 personas. En el último siglo ha lanzado numerosas invasiones para controlar a Panamá, Haití, Cuba, Puerto Rico, República Dominicana, México y otros países de Centroamérica; y en los últimos 10 años ha mandado agentes de la CIA, asesores y agentes de la DEA para combatir la guerra popular que dirige el Partido Comunista del Perú.
Además de oprimir a los latinoamericanos, Estados Unidos ha procurado conjurar la intervención de potencias rivales, empezando con la “Doctrina Monroe” de 1823. En 1898 declaró que tenía el derecho de quitarle Cuba y Puerto Rico a España. En los años 60, 70 y 80 desplegó ejércitos, armadas y escuadrones de la muerte para impedir que los socialimperialistas soviéticos “establecieran una cabeza de playa en las Américas”. Últimamente impuso el NAFTA/TLC para dominar más a México y cerrarle las puertas a los imperialistas japoneses y europeos.
Por los días de la última campaña del Che en Bolivia, los yanquis seguían ese camino con vehemencia. Por ese entonces Mao Tsetung dijo que el imperialismo yanqui era un “tigre de papel que cae en el pánico y el desconcierto al simple murmullo de las hojas movidas por el viento”. Una gran ola de rebeliones y revoluciones lo desafiaba en Asia, Africa y Latinoamérica; por su parte, la Unión Soviética, que se había vuelto imperialista, procuraba aprovechar las dificultades de su rival.
La respuesta que dio el presidente John F. Kennedy fue sanguinaria: mandó a la CIA a invadir Playa Girón en 1961 para tumbar al gobierno de Castro; mandó “asesores” a Vietnam para combatir a las fuerzas del Frente de Liberación Nacional; organizó nuevos ejércitos manejados por la CIA y a los Boínas Verdes; mandó preparar torturadores, golpistas y contrarrevolucionarios. En pocas palabras, agentes y asesinos a sueldo del imperialismo yanqui se infiltraron en muchas partes del mundo.
El 9 de octubre de 1967, esas fuerzas ejecutaron al Che y sus compañeros en La Higuera.
En busca de la liberación
Para muchos, el Che es un símbolo de la resistencia a todo eso. Hoy, 30 años después,* la lucha contra todo eso sigue siendo un problema candente.
¿Cuál es la mejor manera de combatir a los opresores y derrotarlos, tumbarlos del poder y construir una nueva sociedad liberada?
Ese es el problema que confronta la nueva generación. El proceso revolucionario necesita soñar con un mundo mejor y admirar héroes. Pero también necesita hacer un balance serio de la experiencia histórica. El pueblo necesita una teoría y una estrategia revolucionaria que le permita ganar.
El Che proponía un camino determinado para la lucha contra el imperialismo yanqui. Hoy es necesario hacer un balance crítico del guevarismo y de su experiencia histórica. Como dijo un comunista de experiencia: “es preciso que nuestro interés por la revolución sea tan profundo que nos obligue a ser científicos”.
El camino cubano
Cuando el Che y los guerrilleros del Movimiento 26 de Julio de Fidel Castro entraron en La Habana en 1959, por todo Latinoamérica hubo regocijo pues una revolución popular tumbó al odiado gobierno del títere Batista a tiro de piedra de Estados Unidos.
De hecho, la revolución cubana tuvo un proceso relativamente fácil. Castro, Guevara y unos cuantos más establecieron campamentos guerrilleros en la Sierra Madre y combatieron intermitentemente durante 25 meses. El país entero, hasta las ciudades, se convulsionó y el gobierno de Batista se desmoronó.
Cuando el nuevo gobierno nacionalizó las propiedades yanquis, estallaron hostilidades entre los dos países. Cuando la invasión yanqui de Playa Girón fracasó rotundamente, el entusiasmo aumentó en Latinoamérica. ¿Por fin un país se zafó de Estados Unidos y vivió para contarlo!
La supervivencia del nuevo gobierno cubano le causó más dolores de cabeza a Estados Unidos, que decidió imponer un embargo económico y luego un bloqueo militar en 1963. Además, año tras año la CIA mandaba equipos de asesinos y saboteadores para “desestabilizar” el país y meterle mano de nuevo.
Ante esas presiones, el gobierno cubano tomó una serie de medidas decisivas: renunció a la reforma agraria y conservó el azúcar como base de la economía; paralelamente, fortaleció su alianza con la Unión Soviética, que prometió comprarle azúcar a cambio de alimentos, armas, productos manufacturados y otros artículos de primera necesidad que Cuba no producía. Históricamente, la subyugación de Cuba ha estado ligada a la producción de azúcar. Después de la revolución de 1959, muchas cosas cambiaron, pero no ese eslabón central de dependencia. La revolución antiestadounidense no fue parejamente antiimperialista.
La teoría foquista del Che
Durante sus primeros años, el nuevo gobierno cubano alentó a los pueblos latinoamericanos a lanzarse a la lucha armada contra las dictaduras títeres de los yanquis. Varios grupos recibieron instrucción militar en Cuba.
Guevara propugnaba la guerra de guerrillas por todo el continente. En una serie de ensayos afirmó que la experiencia cubana podía repetirse por toda Latinoamérica. Esa idea tuvo un poderoso impacto en la nueva generación de combatientes.
Guevara decía que grupos pequeños de combatientes resueltos (los “focos”) podían irse al monte, lanzar acciones armadas y captar fuerzas, y así hacer estallar una crisis y acelerar el colapso de gobiernos odiados.
Muchos vieron en la teoría foquista una buena alternativa a los podridos partidos comunistas pro-soviéticos, que obedecían las órdenes de la Unión Soviética y se oponían abiertamente a la lucha armada contra los gobiernos del establo yanqui. Eran revisionistas, o sea, falsos “comunistas”.
El foquismo ofrecía otro aliciente: la esperanza de una victoria relativamente fácil. Enseñaba que la revolución era fundamentalmente cuestión de voluntad y osadía, que los revolucionarios podían ser los representantes del descontento popular sin organizar nuevos partidos de vanguardia ni llevar a cabo una revolución agraria. Y en cuanto a la inevitable respuesta estadounidense, enseñaba que, como Cuba, los nuevos movimientos podían contar con la ayuda de la Unión Soviética.
A comienzos de los años 60, se iniciaron varios focos armados en Perú, Argentina, Venezuela y otros países. Todos fracasaron.
Por su parte, la Unión Soviética se estaba quitando la careta con Cuba. Sus asesores recomendaban métodos conservadores en la industria y en toda la sociedad. El Movimiento 26 de Julio de Fidel Castro se fusionó formalmente con los vetustos cuadros del viejo Partido Comunista (que incluso apoyó a Batista cuando tomó el poder). Con muchas presiones, el nuevo “aliado” empujaba a Cuba hacia un papel dependiente en el bloque soviético.
Guevara criticó varias veces a la Unión Soviética por no apoyar más resueltamente las luchas de liberación nacional y por su política comercial con países como Cuba. Se dice que estaba preparando una crítica de otras prácticas soviéticas.
Pero sus críticas nunca cuestionaron los puntos cardinales del camino cubano. Eran más bien “peleas entre familia”, porque creía que la Unión Soviética seguía siendo socialista y que podría desempeñar un papel positivo en el mundo por medio de críticas y presiones fraternales, y del triunfo de otras revoluciones.
También creía que su estrategia foquista tendría éxito en Latinoamérica con la imposición de una dirección de más experiencia y autoridad. Su respuesta a los problemas que surgieron en el “camino cubano” fue ir a Bolivia en noviembre de 1966 para desarrollar personalmente un foco en el centro de Sudamérica.
La lucha mundial sobre el camino revolucionario
En esa misma época, intensas luchas y debates estremecieron el movimiento comunista internacional.
A comienzos de los años 60, Mao Tsetung hizo un sorprendente y penetrante balance de lo que estaba pasando en la Unión Soviética. Sacó la conclusión de que en 1965, cuando Nikita Jruschov tomó las riendas, se dio un cambio fundamental de poder y los seguidores del camino capitalista en el seno del Partido Comunista restauraron el capitalismo. La Unión Soviética, que durante décadas fuera un país socialista, era ahora una potencia socialimperialista (socialista de nombre, imperialista en esencia).
Mao advirtió el peligro de sacar corriendo al tigre por la puerta del frente e invitar al lobo a entrar por la puerta de atrás. Apoyarse en esa nueva potencia imperialista era un camino sumamente peligroso para el pueblo, dijo, pues los nuevos dirigentes soviéticos eran representantes de una nueva burguesía y se oponían fundamentalmente a la liberación.
Hoy, 30 años más tarde, después del colapso del bloque soviético y con la hegemonía de Estados Unidos como potencia imperialista, ese debate podría parecer “algo del pasado”. Pero no es posible evaluar la experiencia histórica del Che y del “camino cubano” sin entender el socialimperialismo soviético y el funesto impacto que las alianzas con la Unión Soviética tuvieron en las luchas de liberación nacional en Latinoamérica y por todo el mundo.
El camino maoísta al poder era radicalmente diferente del de Guevara. No era cuestión de si hacer la revolución lo antes posible o no; era cuestión de si tal revolución partiría de una estrategia que podría movilizar y apoyarse en el apoyo popular de muchas formas concretas, y si el apoyo revolucionario se apoyaría en la transformación revolucionaria de las relaciones sociales, y darle más impulso, en el proceso de la lucha, y desarrollar en la forma de oleadas de expresiones muy básicas a tal punto en que habría un pueblo revolucionario que podría luchar por el poder estatal. Esto estaba vinculado a la concepción maoísta de la revolución de nueva democracia en los países (como Cuba y China, o lo que se llama el “tercer mundo”) donde la revolución democrática burguesa no se ha completado y donde le toca al proletariado dirigir la lucha en torno a las transformaciones sociales asociadas con tal revolución, pero donde tiene que hacerlo como parte de llegar a un estado socialista: una dictadura del proletariado.
Los maoístas decían que llegar al poder tomando atajos no llevaría a una sociedad cabalmente revolucionaria capaz de superar las presiones del imperialismo. Para hacer eso, era necesario movilizar a las masas populares y capacitarlas en el curso de una prolongada lucha de clases dirigida por el proletariado. En el tercer mundo, decían, lo que se necesitaba era una guerra popular prolongada: apoyarse en las masas, rodear las ciudades desde el campo y construir el nuevo poder en bases de apoyo revolucionarias. Si bien tal orientación estratégica se derivaba de la rica experiencia de la Revolución China, Mao les advirtió a los revolucionarios del mundo que no debían imitar esa experiencia sino aplicarla creativamente a la situación de cada país.
Al comienzo, Mao esperaba convencer a la dirección cubana de seguir un mejor camino y se reunió con el Che cuando fue a China en 1960. Pero este se aferró a su estrategia foquista y a la idea de que la Unión Soviética debería ser un aliado de los movimientos populares.
Hoy, 30 años después del asesinato de Guevara, ha habido grandes transformaciones en el mundo, como la mayor “tugurización” del tercer mundo y la mayor internacionalización de la producción y el mercado mundial. Esos cambios plantean nuevos interrogantes acerca de cómo liberarse del imperialismo. Pero para miles de millones de personas pobres y desplazadas de todo el planeta, el desarrollo y la tecnología imperialistas son una pesadilla, y el futuro es o más angustia o la revolución. En el tercer mundo, el camino maoísta de la guerra popular prolongada sigue siendo la solución práctica y urgente a los problemas de hoy.
Hoy muchos jóvenes en Latinoamérica y Estados Unidos sienten la atracción del Che Guevara por ser un símbolo de autosacrificio, lucha armada e internacionalismo en la lucha contra el imperialismo yanqui. Para todos los que actúan motivados por amor al pueblo, es muy importante estudiar a fondo la experiencia histórica y luchar por entender las diferentes líneas y los diferentes caminos. Hoy esto es una cuestión de vida o muerte, que determinará si podemos plasmar en la realidad nuestros sueños revolucionarios.
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