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Revolución #115, 13 de enero de 2008
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En el camino de Jena a Nueva Orleáns
Cambiar el mundo
Cambiar a nosotros mismos
Íbamos con prisa en un camino serpentino que atravesaba el bosque de pinos. Dos residentes de Jena me estaban dando una gira de los centros correccionales, y las cárceles de menores y de adultos, donde habían vivido. Muchos jóvenes básicamente crecieron aquí. Unos solo tienen 18 años y han pasado hasta tres años en los correccionales, y por eso no tienen más de ocho años de escuela. Muchas experiencias que los jóvenes esperan tener en esta sociedad son para ellos fantasmas de la memoria: lo que vivieron y detrás, como un sueño, lo que deberían haber vivido. Como el baile del último año y la graduación. Unos quedan en libertad condicional hasta los veintitantos años, constantemente vigilados, sin poder salir del estado, con gastos que no pueden pagar. No pueden conseguir trabajo y, a veces, ya ni siquiera quieren trabajar. Aunque no viven bajo custodia del estado, siguen presos de un sistema que no les da ni educación ni trabajo que valgan la pena. A veces dicen que les gustaría regresar a la cárcel, que en cierto sentido es preferible estar ahí. Así no estarían en la calle metiéndose en problemas, hostigados por la policía. En la cárcel, hay comida, juegos de naipes, broncas. No hay nada que hacer y eso llega a ser un pasatiempo. Cada mañana se despiertan a las 3 de la madrugada para desayunar y unos se la arman antes de terminar de comer. “Antes de siquiera cepillar los dientes”. Me dicen que centenares de jóvenes duermen en un solo cuarto con piso de cemento. Otros jóvenes me hablaron ya de la indiferencia oficial ante el antagonismo entre los grupos de jóvenes y dijeron que al parecer las autoridades alientan eso, por ejemplo cuando azuzan a los jóvenes negros contra los blancos racistas.
Un joven en particular ve ese camino como lo único que puede esperar de la vida; se siente sin esperanzas y por varios días descarta con vehemencia nuestras discusiones sobre la revolución y el sistema. “¿Por qué siempre vienes con eso de la revolución? Es mucho hablar de revolución”. Y le pregunto cada vez que relata una historia de los años de juventud en la mazmorra del sistema, de ser detenido y arrestado, hostigado una y otra vez, una niñez de maltrato, una vida en que no sabe cómo la va a sobrevivir. Le pregunto: “¿Y no quieres hablar de la revolución?”. Le pregunto: “¿Por qué piensas que el mundo es así?”. Cuando sus amigos le instan a venir a hablar con nosotros, responde con hostilidad amarga: “No voy a hablar con esos revolucionarios”.
El sueño de ellos es escaparse. Cada día, una historia diferente. Una chamba, cualquier chamba, simplemente para sentir que cada semana recibirán un pago y podrán comprar unos tenis. La universidad, con sueños de una vida de agrónomo, zoólogo o veterinario: poner a la práctica algo de la pasión y la destreza que desarrollaron al criarse en el campo. O quizás al menos conseguir un trabajo en las plataformas petroleras costa afuera, en agua brutalmente fría, sobándose el lomo, siete días de trabajo y siete días libre, para por lo menos poder prender la luz y tener algún día un pequeño departamento propio. Sueñan con una vida en que la policía no los hostiga ni nadie los ningunea, en que pueden respirar un poco después de haber desafiado la situación en que están. Tienen sueños de mudarse a un barrio blanco de clase media, una casa grande en los suburbios, con un carro, un caballo, la posibilidad de mantener a los hijos que ya tienen. O tal vez es simplemente sáquenme ya de este pinche pueblo, que me lleven a la ciudad, ahí tengo un tío, déjenme ir a un lugar donde puedo empezar de nuevo, que no sea aquí, donde los polis no me van a joder, donde los problemas no me van a encontrar, donde la gente no me va a hablar con desprecio y exasperación. Déjenme ir. Sueñan y desean escaparse.
Al enterarnos de la lucha para parar la demolición de la vivienda pública en Nueva Orleáns, invitamos a unos jóvenes de Jena a viajar allá para apoyar esta lucha y distribuir el periódico Revolución. En Nueva Orleáns se está luchando para impedir que el gobierno municipal arrase 4,000 unidades de los multifamiliares que alojan principalmente a gente negra pobre. Esto viene para colmar lo que se vivió con el huracán Katrina, y eso después de todo lo que el sistema ha hecho a los negros: abandonarlos a morir, llamarlos saqueadores, tratarlos como animales, evacuarlos desalmadamente y después a la mayoría imposibilitar el regreso. Y luego nos enteramos de la protesta en la reunión del consejo municipal, en que atacaron con táseres y mace a los manifestantes contra las demoliciones y los arrestaron.
Hablamos de todo eso, y añadimos después que, como el caso de los 6 de Jena, este ataque concentra el racismo y la opresión de los negros hoy, y que es importantísimo que se están alzando la voz, como también lo fue cuando los estudiantes de la prepa Jena alzaron la voz y decenas de miles de personas fueron a apoyarlos con la demanda “Libertad para los 6 de Jena”.
Un joven negro —le llamaré Fred— escuchó e inmediatamente planteó una pregunta. No estaba seguro de cómo la gente de Nueva Orleáns le iba a responder, siendo un negro de afuera que venía a apoyar. Tenía una impresión bastante negativa de los jóvenes del centro de la ciudad: de las pandillas, de gente sin esperanzas ni interés por los demás.
Para ver la situación con perspectiva, leímos el artículo de Revolución, “Abandonada y arrasada: El plan del sistema para la vivienda pública de Nueva Orleáns”. Le pedimos su opinión. Respondió: “Es triste”. Salió al porche y, por lo que pareció un tiempo largo, quedó mirando el puesto del sol. Quedó en silencio por un rato y luego regresó a la sala y empezó a relatar cómo fue en la prepa Jena cuando colgaron los dogales y cómo fue alzar la voz. Dijo que los profesores llegaron mucho antes de los estudiantes y que vieron los dogales, que pudieran haberlos quitado pero no lo hicieron. Al describir todo eso, desbordaba de entusiasmo, agitando los brazos en el aire y casi brincando de la silla en su estilo único.
No dijo mucho más sobre el viaje a Nueva Orleáns y le pedimos llamar antes de acabar la noche, para dejarnos saber si quería ir. A la una de la mañana, recibí el mensaje de texto: “¿A qué hora vienen por nosotros?”
Fred había ido a hablar con su amigo Tyrone, para convencerlo ir también a Nueva Orleáns. Fred dijo que al principio no quería ir, pero que cambió de idea después de hablar con nosotros y leer el artículo sobre lo que está pasando. Dijo que igual como llegó gente a Jena para estar con ellos, ¿por qué no podían ir a Nueva Orleáns para tomar partido en esa lucha? Así que al día siguiente, fuimos para Nueva Orleáns.
El viaje era una mezcla ruidosa de canto, risas, relatos y debate. Fred y Tyrone tienen la actitud despreocupada de muchos jóvenes: se empapan de música, cultura popular, relatos de aventuras y payasadas. Se burlaban entre sí, inventaron apodos para nosotros y pusieron nuestra paciencia a la prueba con toda una serie de chistes que nos explicaron solo de vez en cuando.
En una canción tras otra, escupían letras de mierda, sexistas y degradantes, y nos metimos en una gran lucha constante sobre la palabra “bitch” [perra] y la actitud de que la mujer es un objeto para el sexo solamente, y argüimos que eso no es nada diferente de la actitud de un esclavista hacia el esclavo. Y que adoptar esa actitud es dejarte embaucar para aceptar las ideas de la clase dominante que oprime a toda la gente. Al principio, nos decían que estábamos exagerando, o que las mujeres quieren ser objetos sexuales, y que las mujeres también usan la palabra “bitch”. Muchas veces respaldaron esas ideas con afirmaciones bíblicas de que la mujer se creó para la gratificación del hombre. Hablamos de que esas ideas vienen de una sociedad basada en relaciones de propiedad y que no siempre fue así, que tales ideas se desarrollaron solo cuando comenzó la sociedad de clases hace muchísimos años, cuando se empezó a importar cuáles eran sus hijos para poder heredarles sus pertenencias, y que así la estructura de la familia patriarcal llegó a ser parte de la sociedad. Los jóvenes repetían una y otra vez que eso no era lo que querían decir, que simplemente así son las cosas. No fue sino hasta mucho más tarde que Fred empezó a cambiar algunas de sus ideas. Lo que le hizo pensar en todo esto más profundamente fue enterarse de las jóvenes de Tailandia obligadas a ser esclavas sexuales. Dijo: “No quiero tratar como propiedad a la mujer. Cuando pienso en esas muchachas de Tailandia, no es correcto hacer eso, no quiero ser parte de nada así. Si fuera mi hija, qué coraje me daría”.
Al acercarnos a Nueva Orleáns, empezamos a hablar de nuestras experiencias ahí. Tyrone trabajaba ahí después del huracán en la reconstrucción de casas, al lado de muchos migrantes mexicanos que habían ido ahí para trabajar. La experiencia lo dejó un sentido de unidad y de compañerismo con los migrantes. Si Fred o los otros amigos dicen cosas despectivas sobre los migrantes o los burlan sobre “la migra”, Tyrone los critica. Dice: “Están en la misma situación que nosotros, están a nuestro lado”, a veces con el puño en alto.
Cuando al final llegamos a Nueva Orleáns, Fred se despertó en el asiento de atrás y sacó la cámara para tomar fotos del Superdome cuando lo pasamos. Me escuchaba atentamente cuando hablé sobre venir a la ciudad seis meses después del huracán como voluntario de limpieza. Le describí las líneas que el agua marcó en los edificios y los puentes, los carros que las poderosas inundaciones torcieron y destruyeron, el olor a putrefacción. En medio de un embotellamiento del tráfico, pensamos en cómo habría sido el tráfico cuando al fin se les dijo a los residentes que evacuaran, pero se los dejó a arreglárselas. Que la gente quedó atrapada, con qué angustia, y que algunos murieron. Estando otra vez en Nueva Orleáns, yo tenía coraje, y también ansias de ser parte de la resistencia que está brotando ante los nuevos crímenes del sistema contra las masas.
Esa noche nos encontramos como sardinas en lata en una sala con el Club Revolución de Houston, que llegó a distribuir el periódico en los multifamiliares. Inmediatamente Tyrone y uno de los jóvenes empezaron a hablar de los deportes; los dos eran futbolistas en la prepa. En la televisión hay un documental y Fred lo mira con interés. En parte es una discusión política y en parte una fiesta; platicamos sobre una amplia gama de temas por gran parte de la noche: las ideas, el arte, el impacto de la palabra N y las ideas racistas en la comedia, incluso cuando no es la meta del cómico. Hablamos de los orígenes del racismo y si a los jóvenes blancos de Jena los han influenciado sus abuelos racistas o si se trata de todo un sistema de opresión. Fred luchó para participar y para explicarle a Tyrone de lo que platicábamos. “Promovían las ideas racistas como tendencia; decían que los negros son menos que los blancos”. Un joven del Club Revolución agregó: “Bueno, con esas ideas justificaban la esclavitud, justifican la explotación y opresión de los negros hoy en este sistema capitalista”.
Al día siguiente van a los multifamiliares, todavía nerviosos acerca de cómo los inquilinos los van a recibir. Siguen a los vendedores con vacilaciones, sorprendidos al ver que a muchos les agrada ver a los jóvenes de Jena y que están abiertos a checar el periódico. Después Fred me habla de la experiencia: “De una cosa no cabe duda”, dice, con una sonrisa dirigida a los jóvenes del Club revolución. “¡Estos chavos tienen corazón!”.
Dice que fueron a los multifamiliares con entusiasmo, que se dirigieron directamente a un grupo de hombres que jugaba dominó y los hablaron del periódico, la revolución y el comunismo. Que no tenían miedo de la gente y que los trataban bien, que querían oír sus opiniones y platicar con ellos.
Durante el viaje de Jena a Nueva Orleáns nos enteramos de las divisiones que se han creado y de cómo se puede empezar a superarlas, por medio de la lucha fuerte y elevada. Cuando los jóvenes de Jena caminan por los escombros de Nueva Orleáns y ven la vida de los inquilinos de los proyectos, y cuando deciden conscientemente ser parte de la lucha contra la opresión, no solo cuando los afecta personalmente pero por todas partes, y los vecinos de Nueva Orleáns los ven a la puerta… esto es parte de cambiar la situación.
Le hablo con Fred acerca de la nueva infamia en Nueva York, donde un jurado todo blanco condenó a un negro por defender a su hijo de una chusma de jóvenes blancos racistas. Su primera presunta es: “¿Vamos a Nueva York?”.
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