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Revolución #115, 13 de enero de 2008
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Tras el asesinato de Bhutto
Pakistán: Un caldero peligroso se calienta
El 27 de diciembre, la política paquistaní Benazir Bhutto fue asesinada. En los días siguientes, estallaron protestas por todas partes del país. El gobierno, encabezado por Pervez Musharraf, respondió con sangrienta represión e impuso un estado de emergencia. Aplazó las elecciones. Muchas personas en Pakistán están hartas de la situación y sumamente preocupados por “lo que viene”.
En la clase dominante de Estados Unidos ha habido una variedad de reacciones. Unos sin duda apoyan a Musharraf y otros buscan una alternativa. A todos les preocupa la posibilidad de que Pakistán se zafe más del control estadounidense. Pakistán es clave para el plan imperial estadounidense de controlar la región de sur y centro de Asia, así como para combatir la amenaza que representa el fundamentalismo islámico. Está en una encrucijada estratégica, y tiene una población de 165 millones de habitantes y armas nucleares. Según el New York Times del 6 de enero, en los más altos niveles del gobierno de Bush se están considerando una mayor intervención estadounidense en Pakistán, con la CIA y las fuerzas armadas.
Estados Unidos está presentando el asesinato de Bhutto como un revés para sus esfuerzos de llevar la democracia progresista a Pakistán. Pero un examen de las fuerzas políticas, económicas y militares que crearon el marco para el asesinato muestra una realidad muy diferente, y un cuadro muy diferente de los problemas del pueblo de Pakistán y la solución.
Pakistán: Una ensangrentada avanzada geopolítica del imperialismo yanqui
“Lo que Estados Unidos lleva al resto del mundo no es democracia, sino imperialismo y las estructuras políticas que lo imponen”.
Bob Avakian
En ningún lugar es eso más cierto. Pakistán es un país oprimido. En el nivel más fundamental, el capital que radica en los países imperialistas de Estados Unidos, Europa y Japón domina la vida económica y el desarrollo del país. En las ciudades las maquiladoras producen productos baratos para los mercados dominados por el imperialismo. Existe agricultura feudal y semifeudal, que también están integradas a los circuitos del capital mundial, donde los terratenientes todavía mandan a los campesinos de la misma manera que se ha hecho desde hace siglos y con medios tan modernos como una AK-47. En los algodonales, cientos de miles de mujeres y muchachas trabajan por menos de un dólar al día. Más de la mitad de los 165 millones de paquistaníes carecen de agua potable. El ejército —fortalecido por Estados Unidos— tiene bajo su control muchas industrias clave. (Una de las principales quejas de la clase media y sectores burgueses mayores ha sido precisamente la manera que el ejército se ha enriquecido y ha llegado a dominar una mayor parte de la economía en los últimos 10 años).
Hay enormes lagunas entre los centros urbanos, como Lahore (cerca de la frontera con India), que tiene una clase media grande y culta, y el campo, donde los campesinos sin tierra viven en la mayor miseria. Pakistán también está escindido por nacionalidades, con relaciones de oprimidos y opresores. Hay enormes diferencias entre las condiciones de los que hablan urdu, expulsados de India; los pashtu, que son de la misma nacionalidad que la nacionalidad dominante de Afganistán; los bolochi, cuya región es rica en gas y que están librando una insurgencia armada por la autonomía contra el gobierno central; y los punjabi, cuya provincia tiene una gran población. El clan de los Bhutto es de la región sind, donde el patriarca gobierna a campesinos y criados. También hay conflictos entre los musulmanes sunitas y chiítas, que de vez en cuando estallan.
En una palabra, las diferentes partes del país no están del todo integradas en una economía relativamente coherente, como en las potencias imperialistas como Estados Unidos, y hay conflictos muy agudos entre estos diferentes sectores. A la vez, estos conflictos se dan en el contexto de la dominación político-militar imperialista. Como consecuencia, los asesinatos, ahorcamientos y golpes de estado, así como la sangrienta guerra civil de la cual surgió el país de Bangladesh, han dejado su sello en la breve historia de Pakistán. Y ninguno de esos acontecimientos ha significado romper con la dominación imperialista en la vida económica, política o social del país.
La principal importancia que Pakistán tiene para Estados Unidos no es económica sino como una avanzada militar y agente en una región crucial y volátil de la contienda mundial. Pakistán colinda con Afganistán, donde Estados Unidos todavía tiene muchas tropas de ocupación y se encuentra ante una creciente insurgencia; Irán, que Estados Unidos sigue amenazando con un ataque militar; e India, donde vive mil millones de personas y que tiene una de las economías más importantes y de veloz crecimiento del mundo. Estados Unidos aporta la cuarta parte del presupuesto militar de Pakistán. Hoy su ejército es el séptimo del mundo. Las fuerzas armadas han sido el aliado más fiel del imperialismo yanqui en Pakistán; a veces han gobernado abiertamente como dictadura militar y, en otras ocasiones, han permitido que uno u otro partido político tomara su turno, pero en todo caso estas siempre han sido el principal defensor de la influencia y el poderío de Estados Unidos, aunque a veces, como hoy, con ciertas contradicciones.
El ascenso del fundamentalismo islámico y la “guerra contra el terror”
La dominación estadounidense dio un salto con la toma del poder en Afganistán de un gobierno prosoviético en 1977 y la invasión soviética dos años después. Esa invasión dio inicio a acontecimientos fundamentales en la contienda global entre los dos bloques: el imperialismo estadounidense y el socialimperialismo soviético (socialista en nombre e imperialista de hecho). Cuando las fuerzas prosoviéticas tomaron el poder en Afganistán, el primer ministro de Pakistán, Zulfikar Ali Bhutto (el padre de Benazir), tomó medidas para llegar a un acuerdo con los soviéticos. En 1977 lo tumbó y ahorcó el general Zia ul-Haq.
Estados Unidos inmediatamente apoyó a Zia, con enormes cantidades de ayuda al gobierno y al ejército. Los servicios de espionaje paquistaníes financiaron y entrenaron a las fuerzas guerrilleras yijadistas, o fundamentalistas islámicos, en Afganistán. La larga frontera con Afganistán sirvió como base de sus operaciones militares. Las fuerzas fundamentalistas islámicas respaldadas por Estados Unidos y Pakistán no solo lucharon contra los soviéticos sino que también masacraron despiadadamente a las fuerzas progresistas y los maoístas revolucionarios que luchaban contra la invasión soviética.
Las fuerzas de Zia vieron en eso una oportunidad para fortalecer el ejército y fortalecer su posición contra India, su rival regional. (En ese entonces India se inclinaba hacia el campo soviético). En cuanto a los fundamentalistas islámicos armados y financiados por los servicios de inteligencia de Pakistán, lo vieron como una oportunidad para establecer gobiernos islámicos en varios países. Al final, las fuerzas que Estados Unidos fortaleció lograron expulsar a los soviéticos. Dos años después, la Unión Soviética se derrumbó y Estados Unidos pasó a ser potencia mundial sin rival.
Tras la derrota de la Unión Soviética en Afganistán, ya no le servían a Estados Unidos los ejércitos islámicos en Afganistán y su poderosa infraestructura, como las escuelas islámicas a lo largo de la frontera Pakistán-Afganistán. Pero para el gobierno de Pakistán —¡en ese entonces encabezado por la “progresista” Benazir Bhutto!—, esas fuerzas seguían siendo útiles en su rivalidad con India, entre otras razones. El gobierno de Bhutto apoyó la conquista del poder de los fanáticos religiosos del Talibán en Afganistán, que salieron de sus campos de refugiados en Pakistán para tomar control de Afganistán a principios de los años 90 e impusieron la estricta ley islámica.
Sin la Unión Soviética, Estados Unidos vio la oportunidad de proyectar su poderío militar directamente al Medio Oriente. En 1991, invadió a Irak por primera vez y estableció bases militares en Arabia Saudita. Las fuerzas yijadistas no afganas, fortalecidas por Pakistán —ahora agrupadas en torno a Osama bin Laden— reaccionaron con indignación. Los ex aliados —Estados Unidos y los fundamentalistas— chocaron. De repente, estas fuerzas se convirtieron en el monstruo de Frankenstein, y se lanzaron contra su creador con venganza el 11 de septiembre del 2001.
Una vez más Pakistán pasó a ser un centro de las metas militares estadounidenses. Por un tiempo el gobierno paquistaní trató de montar dos caballos: apoyar a los talibanes sin trastornar su relación de cliente del imperialismo estadounidense. A raíz de los ataques del 11 de septiembre del 2001, un diplomático estadounidense le presentó a Musharraf una propuesta que no pudo rechazar: cortar todos los lazos a los talibanes e incorporase a la “guerra contra el terror”, o “prepárense para ser bombardeos. Prepárense para volver a la Edad de la Piedra”.
Hoy, Estados Unidos ha ordenado que las mismas fuerzas armadas paquistaníes con que puso en el poder a los talibanes los aniquile. Las fuerzas talibanes se encuentran atrincheradas en Waziristán, una enorme y pobre región paquistaní en la frontera con Afganistán de tres millones de habitantes. Los operativos militares estadounidenses —ya sean ataques directos contra Pakistán o por medio del ejército paquistaní— generan apoyo para los fundamentalistas islámicos. Los misiles que la CIA lanza a través de sus aviones teledirigidos “predator” contra aldeas en Waziristán han matado a muchos civiles y provocado enormes protestas contra Estados Unidos y Musharraf dirigidas por los islamistas.
Por su parte, para unos militares paquistaníes, los talibanes siguen siendo aliados importantes; muchos comparten su ideología y otros posiblemente quieren que se queden para que Estados Unidos siga mandando ayuda.
En el 2004 y el 2005, bajo presión de Estados Unidos, Musharraf mandó decenas de miles de soldados paquistaníes a Waziristán. Ese operativo fue un desastre para Musharraf y Estados Unidos, pues cientos de soldados paquistaníes se rindieron o desertaron a los talibanes. El acuerdo pactado tras ese fiasco fortaleció a los talibanes en la región.
Musharraf ha llevado a cabo campañas contra los fundamentalistas musulmanes y los movimientos de oposición regionales con escuadrones de la muerte, tortura, detenciones secretas y masacres, que se han burlado completamente del proceso legal. En parte por eso los altos magistrados y abogados se opusieron a Musharraf, quien los reprimió ferozmente. Los golpes del gobierno contra los abogados enfurecieron más a las clases medias urbanas, los estudiantes y otros sectores de la sociedad que Estados Unidos ve como posibles aliados de la “guerra contra el terror”.
En tal situación, estalló un intenso debate en la clase dominante estadounidense, en el marco de un consenso de que Musharraf carece del deseo y la capacidad de movilizar al ejército contra los talibanes paquistaníes y a la vez mantener cierta legitimidad para seguir gobernando.
Regresa Bhutto: Otra criatura y lacaya del imperialismo
Estados Unidos negoció directamente e impuso un acuerdo entre Musharraf y Bhutto, y ella regresó a Pakistán en octubre de 2007. Las condiciones exactas de cómo Musharraf y Bhutto iban a compartir el poder fueron tema polémico. Pero todos, especialmente el padrino estadounidense, estaban de acuerdo de que la participación de Bhutto en las elecciones y un acuerdo para compartir el poder legitimarían el gobierno de Musharraf. Musharraf representaría al ejército y Bhutto forjaría la alianza entre las clases medias y sectores de la burguesía nacional que se sentían apartadas del poder, y así estabilizar la situación política. El premio sería que la nueva alianza fortalecería los planes de atacar a los talibanes.
Bhutto dista mucho de ser la “heroica, aunque imperfecta, santa” que pinta la prensa estadounidense. Como primera ministra, fue brutal defensora del imperialismo y descaradamente corrupta. Durante sus dos turnos en el gobierno, los agentes de inteligencia paquistaníes trabajaron estrechamente con Al Qaeda y en Afganistán y pusieron en el poder a los talibanes. Ella de cooperó con los fundamentalistas islámicos en Pakistán y jugó un papel clave en el exterminio de la influencia radical y laica en la lucha contra el dominio de India en Cachemira. Lo que caracterizó a su gobierno fueron los escuadrones de la muerte, los asesinatos a manos de la policía, la “desaparición” de disidentes y la tortura. Cuando su hermano Murtaza Bhutto, un rival del Partido Popular de Pakistán, la acusó de corrupción, cayó asesinado en circunstancias muy curiosas a la entrada de la casa familiar de los Bhutto.
Durante las protestas de los abogados contra el criminal “estado de emergencia” impuesto por el gobierno de Musharraf, Bhutto casi no dijo nada. Solo la presión de sus partidarios la instó a hacer una declaración tardía y pro forma en contra de la represión. Muchos manifestantes la condenaron por mantenerse al margen de la lucha y por colaborar con Musharraf.
Los partidarios de Bhutto le culpan a Musharraf por su asesinato. Es posible que él, y otros de la mezcla volátil de contradicciones en Pakistán, vieron algún beneficio en su asesinato. Pero otras fuerzas también se opusieron a que ella se metiera en el proceso. En el violento y complejo remolino de acontecimientos en Pakistán, es posible que nunca se sepa quien realmente mandó matarla.
Nuevos peligros y nuevas oportunidades
En la nueva situación hay tremenda incertidumbre. Todas las fuerzas buscan aprovechar la “nueva realidad”. Con respecto a la clase dominante de Estados Unidos, tiene que considerar cómo la actual volátil y explosiva situación en Pakistán afectaría las medidas que se vea obligada a tomar en Afganistán o Irán, como la posibilidad de un ataque militar contra Irán, que no han descartado; y cómo las medidas que tome contra esos países podría hacer más explosiva la situación en Pakistán. No es que Estados Unidos simplemente puede “alejarse” de la situación. Tanto su tamaño, su posición estratégica como el hecho de que Pakistán tiene armas nucleares (y la fuerza de los fundamentalistas islámicos en el ejército), lo hacen un país sumamente importante. Si el país, o parte de él, cae en manos de los fundamentalistas islámicos, sería un enorme revés estratégico para Estados Unidos.
Por su parte, a los ojos de los fundamentalistas islámicos, controlar a Pakistán —o unas partes del país— les daría una importante base de operaciones para imponer su propia forma de opresión. Sería un gran avance para ellos, y algo que Estados Unidos no puede tolerar. El conflicto entre los que Bob Avakian ha señalado como las dos principales fuerzas en contienda en el mundo que representan relaciones sociales anticuadas y reaccionarias plantea retos explosivos y urgentes, tanto para los reaccionarios... como para el pueblo.
En Estados Unidos, en los debates entre los candidatos presidenciales se habla de “defender nuestros intereses”. Esto oculta el hecho de que la defensa de “nuestros intereses” a través de sucesivos gobiernos paquistaníes ha sentenciado a 165 millones de personas a vidas recortadas y atrofiadas. Al mismo tiempo, como ya se señaló, el gobierno de Bush está maniobrando maneras para aprovechar la situación e intervenir más en Pakistán, especialmente en Waziristán.
La actual situación en Pakistán tiene el peligro de mayor represión. Muchos temen y se oponen, justamente, al ascenso de las reaccionarias fuerzas fundamentalistas islámicas, que tratarán de ocupar el espacio “abandonado” si la situación se desintegra más. Y muchos sienten que para el futuro no existen “buenas opciones”.
Pero en años recientes ha habido luchas populares valientes, como el movimiento audaz de los abogados que condenan las detenciones ilegales, desapariciones, tortura y muerte. También se ha visto movilizaciones e ira —en buena medida dirigida contra Estados Unidos— tras el asesinato de Bhutto. Lo que verdaderamente le conviene a la gran mayoría de la población de Pakistán —a las clases medias urbanas que se oponen a la represión, al gobierno corrupto, al campesinado pobre, a los trabajadores agrícolas y a los trabajadores de las maquiladoras— es zafarse de la supuesta “alternativa” entre el fundamentalismo islámico o la “democracia” de los imperialistas occidentales. En cuanto a la gente de Estados Unidos, sus intereses radican en oponerse al horripilante sistema imperialista y sus asquerosas fechorías y salvajes propósitos en todas partes del mundo, y en hacer causa común con quienes oprime.
En los países como Pakistán (y la mayor parte del mundo), la liberación nacional del imperialismo es la tarea urgente. La revolución de nueva democracia —forjada por Mao Tsetung— es el camino a esa liberación. La revolución de nueva democracia unifica y representa los intereses de todos los que se puedan unir para tumbar del poder al feudalismo y el semifeudalismo, a la clase de capitalistas burocráticos y al sistema de estado sometido al imperialismo y al servicio de él. Pero la meta no es el dominio imperialista con sello democrático, sino más bien una revolución de nueva democracia que tumba del poder al imperialismo, como la primera etapa de la revolución socialista que, en última instancia, tiene como meta derrotar el capitalismo imperialismo por todo el mundo.
Hoy, al igual que en la mayor parte del mundo, el pueblo de Pakistán se encuentra ante la urgente necesidad de resolver el problema de hacer esta revolución de nueva democracia, tanto en la teoría como en la práctica, y ante las condiciones difíciles actuales. Si surgen fuerzas que tengan esa meta, algo bueno para la gente de Pakistán y para la humanidad podría resultar de todo esto.
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La versión original de este artículo, en el número 115, tiene una formulación incorrecta que se ha corregido en la edición electrónica. Ese error se explica en "Corrección de la Redacción: Sobre la revolución de nueva democracia" (#116).
“Lo que vemos en contienda, con la jihad por un lado y McMundo/McCruzada por el otro, son sectores históricamente anticuados de la humanidad colonizada y oprimida contra sectores dominantes históricamente anticuados del sistema imperialista. Estos dos polos reaccionarios se oponen, pero al mismo tiempo se refuerzan mutuamente. Apoyar a uno u otro de esos polos anticuados, acabará fortaleciendo a los dos”.
Bob Avakian, presidente del Partido Comunista Revolucionario, EU
De: Why We’re in the Situation We’re in Today… And What to Do About It: A Thoroughly Rotten System and the Need for Revolution (Por qué estamos en esta situación… y qué hacer al respecto: Un sistema totalmente podrido y la necesidad de la revolución)
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