El camino de la muerte de Texas

Mueren 18 inmigrantes en la frontera

Obrero Revolucionario #1200, 25 de mayo, 2003, posted at rwor.org

José Antonio Villaseñor vivía con su hijo Marco de 5 años en un pequeño apartamento al norte de ciudad de México. A principios de mayo, cuando fue a visitar a su mamá en Naucalpan de Juárez, José Antonio le dijo que se iba a ir a vivir con Marco "al otro lado" para salir adelante.

José Antonio se quedó con Marco cuando se separó de su esposa, pero el trabajo de taxista no daba para mantenerlos a los dos. "Quiero que él reciba buena educación, y quizás yo tenga más suerte al otro lado", le dijo a su mamá. Vendió el taxi y todo lo que tenía para pagar a los coyotes.

Por esos mismos días, los hermanos Roberto y Serafín Rivera Gómez emprendieron el viaje "al norte" desde Pozos, Guanajuato. Los hermanos y un amigo, como muchos otros del pueblo, trabajaban en la excavación de pozos. Pero como no había trabajo también tuvieron que ir a buscar trabajo en el norte.

Serafín Rivera había trabajado dos años en la pizca de tomates en la Florida. El dinero que mandaba ayudó mucho a la familia, pero cuando regresó a México no encontró trabajo y decidió regresar a Estados Unidos. Serafín se despidió de su esposa y dos hijos, y Roberto de su esposa e hijo de 5 años.

José Antonio, su hijo Marco, y los hermanos Roberto y Serafín perecieron el 14 de mayo en el sur de Texas, asfixiados en el contenedor de un camión de remolque en el que iban unas 100 personas, a quienes los coyotes trasladaban a Houston, Texas.

Muchos eran de México, pero también había guatemaltecos, hondureños y salvadoreños.

El contenedor tenía equipo de refrigeración, pero no estaba prendido. La temperatura ambiental era de 35C (90F) y dentro del contenedor era mucho más alta. Los atrapados perforaron hoyos en la lámina del contenedor y rompieron los focos traseros para que entrara aire.

Un señor tenía un celular y llamó al 911, pero no tradujeron la llamada por cuatro horas , lo cual resultó fatal.

El chofer, contratado para llevarlos de Harlington a Houston, en un momento de pánico ante los gritos desesperados de su carga humana, desprendió la cabina del contenedor y se fugó, pero lo capturaron enseguida.

Dejó el contenedor en un estacionamiento de camiones de la ruta 59, cerca de Victoria. Cuando abrieron las puertas varias personas lograron escaparse. A otras las detuvieron o las llevaron a hospitales. Una murió después y elevó el total de muertos a 19.

Murieron asfixiados, de deshidratación y de calor extremo. Eduardo Ibarrola, el cónsul mexicano de Houston, habló con los sobrevivientes que le dijeron y estuvieron "golpeando el interior del contenedor y gritando". El cónsul le dijo a la prensa: "Nunca en la vida he visto algo más horroroso; fue algo terrible".

En Naucalpan de Juárez, los tristes parientes y amigos lloraban a José Antonio y al pequeño Marco. Cristina León Soto, madre de José Antonio, se enteró de la tragedia por medio de un informe de TV sobre un camión lleno de inmigrantes en Texas. El reportero relataba lo que le dijo un sobreviviente sobre un señor angustiado que levantaba a su hijo de 5 años para que respirara por un agujero.

"En el momento que dijeron eso de un señor con un niño de 5 años supe que era mi hijo, porque quería mucho a su niño", dijo Cristina. Apenas un par de días antes José Antonio le dijo a su hermana Ester por teléfono: "Acabamos de cruzar, no te preocupes, estamos esperando un remolque que nos va a llevar a Houston".

En Pozos, Patricio Rico Rivera, sobrino de Roberto y Serafín, dijo: "Nadie ha podido dormir. Es muy doloroso porque todos aquí nos conocemos".

Otro pariente dijo: "Le dije a Roberto que no se fuera, que es muy peligroso, pero no me hizo caso. Iban a trabajar para tener una vida mejor. Iban a la Florida porque ya tenían amigos ahí que estaban trabajando. Y como no tenían dinero, los amigos les enviaron dinero para el viaje".

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Cuando la noticia de la tragedia llenó los titulares, los funcionarios gubernamentales, de Victoria a Washington, se pusieron a atacar a los coyotes. Un subsecretario del Departamento de Seguridad de la Patria dijo que la investigación de este incidente sería alta prioridad. Los policías dijeron que se castigaría severamente el conductor del camión y a otros.

Apiñar a tanta gente en un contenedor con los calores de Texas es, sin duda alguna, un acto desalmado. Pero es pura hipocresía cuando el gobierno y la policía le echan la culpa a otros.

La culpa de estas muertes y de cientos de muertes más cada año en la frontera la tienen el gobierno, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

Las medidas impuestas en México con el NAFTA/TLC por el FMI y el Banco Mundial para amasar grandes cantidades de ganancias para las corporaciones capitalistas han arruinado a millones de personas. Las "reformas estructurales" y "libre comercio" han llevado a que el 70% de los campesinos mexicanos (15 millones de personas) no puedan subsistir de la tierra. En Centroamérica, la baja del precio del café y otros factores han causado hambre general en los últimos años.

La pobreza y ruina económica obliga a millones de mexicanos y centroamericanos a buscar trabajo en Estados Unidos. La mano de obra de esos trabajadores, a quienes les pagan poquito y tienen que vivir en las sombras porque el gobierno los considera "ilegales", es indispensable para muchas ramas de la economía, como la carne, la costura y la agricultura.

Cruzar la frontera con frecuencia es mortal. La Operación Guardian y la militarización general de la frontera, especialmente cerca de las ciudades, hace cruzar por los desiertos o las montañas, o en vagones de trenes o contenedores.

En esta reciente tragedia murió una de las mayores cantidades de personas. Pero cada año mueren por lo menos 300 personas en la frontera de deshidratación o ahogadas en el río Bravo/Grande o en canales de irrigación. A otras los matan los cazainmigrantes.

En mayo de 2001 perecieron 14 personas en el desierto de Arizona; en octubre encontraron 11 cadáveres en un vagón ferroviario en Denison, Iowa.

La víspera de la tragedia de Victoria murieron dos personas al cruzar el río Bravo/Grande, y dos días después, el 16, encontraron a 18 personas en un contenedor de un camión de remolque, que afortunadamente estaban vivas.

En Naucalpan de Juárez, un señor que vendía flores dijo que la muerte de José Antonio Villaseñor, su hijo y los demás fue una "tragedia". Pero agregó que estaba ahorrando dinero para hacer el viaje al norte porque "no hay trabajo".

La madre de José Antonio dijo: "Algo tiene que cambiar".


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