Obrero Revolucionario #1229, 15 de febrero, 2004, posted at rwor.org
La pena de muerte. En el sistema judicial de este país es vengativa, cruel, racista e injusta. Es una sentencia final e irreversible.
La injusticia de la pena de muerte se hizo patente en el estado de Illinois cuando entre 1987 y 2000 se comprobó que 13 condenados a muerte eran inocentes. A pesar de que el sistema quería matarlos, vieron la libertad debido a un análisis de ADN, a que otra persona se declaró culpable o al dedicado trabajo de abogados, investigadores, profesores y estudiantes opuestos a la pena de muerte.
La mala conducta de la policía y de la fiscalía que llevó a la condena de esos hombres quedó al descubierto. El 31 de enero de 2000, el gobernador de Illinois, George Ryan (partidario de la pena de muerte), dio un paso nunca visto: ordenó parar las ejecuciones. Cinco meses más tarde estableció una comisión para investigar la pena de muerte en el estado. La comisión presentó una dura crítica del proceso y recomendó muchas "reformas" (abril de 2002). Una pequeña minoría recomendó abolir del todo la pena de muerte.
El 11 de enero de 2003 el gobernador le otorgó clemencia a todos los condenados a muerte: más de 160. A cuatro hombres torturados por la policía los perdonó: Aaron Patterson, Stanley Howard, Madison Hobley y LeRoy Orange. A tres les redujo la sentencia a 40 años: Mario Flores, William Franklin y Montell Johnson. A los demás les conmutó la sentencia a cadena perpetua sin libertad condicional.
Ronald Jalil Kitchen es uno de los que estaba condenado a muerte y ahora está condenado a cadena perpetua. Lo arrestaron en 1988 y lo condenaron a muerte en 1991. La fiscalía todavía afirma que él y su amigo Marvin Reeves mataron a dos mujeres y tres niños por una deuda de drogas de $1,200. Ronnie siempre ha dicho categóricamente que no cometió esos homicidios y que ni siquiera conocía a las víctimas.
El caso de Ronnie tiene todos los "problemas" y "fallas" que detalla la comisión investigadora de la pena de muerte. Lo condenaron con "evidencia" floja. La "confesión" de que estuvo en el lugar de los hechos se la sacó a golpes con un directorio telefónico y un teléfono y patadas a los genitales el famoso teniente Jon Burge (famoso por torturar detenidos) y los detectives. Un "testigo" de la cárcel dijo que Ronnie dio detalles del homicidio en una conversación telefónica (detalles que estaban en la prensa); al testigo lo soltaron. La fiscalía estableció una "conexión con drogas" porque un policía dijo que los perros "olieron" narcóticos en la casa del homicidio, aunque no encontraron nada. Otro policía dijo que vio sobres de drogas, pero no los llevó a la comisaría. La fiscalía descartó otros motivos y sospechosos; por ejemplo, un investigador forense pensó que los homicidios eran una forma de tapar un ataque sexual por un hombre que conocía bien a las mujeres, pero la fiscalía ni lo consideró.
En enero Ronnie cumplió 16 años en la cárcel y un año de haber salido del pabellón de los condenados a muerte. Ahora está en la cárcel de Stateville, donde lo entrevistamos.
"Un día uno no quiere despertar y al día siguiente quiere despertar. Es una lucha constante con uno mismo, con muchas fuerzas oscuras contra uno. Uno tiene un rayito de esperanza y trata de mantenerlo encendido, pero está rodeado por oscuridad... He visto extinguirse esa luz en la cara de muchos compañeros. Caen en la desesperación y la desesperanza. Después viene la muerte".
Ronald Jalil Kitchen vivió 12 años con la amenaza constante de que lo ejecutaran. Su hogar era una celda del tamaño de un baño en el pabellón de los condenados a muerte del Centro Correccional de Pontiac. La suspensión de la pena de muerte fue un alivio, pero no fue la libertad. Para un hombre absolutamente convencido de que lo condenaron injustamente, la perspectiva de pasar el resto de la vida preso es muy amarga. Un año después de que le conmutaron la sentencia, Ronnie nos contó cómo ve la situación.
"Para decir la verdad, preferiría estar en el pabellón de la muerte que estar en esta cárcel. Es medio irónico, es como un cliché, pero vivir aquí, ver cómo manejan esta cárcel, vivir en esta mugre. Antes nos podíamos duchar seis días por semana y aquí es una vez por semana 15 minutos. Antes nos dejaban salir al patio todos los días y aquí si acaso nos dejan salir una vez por semana".
A eso se suman el constante maltrato, amenazas físicas y humillaciones de los guardias.
"He llegado a un sitio que es peligroso no por los presos sino por los guardias... Bueno, es cierto que aquí hay reclusos muy locos, pero los que supuestamente nos cuidan son los que nos ponen en peligro. Si no les caigo bien, me levantan una infracción. Si no les caigo bien y me da un ataque epiléptico y me caigo al suelo, no me llevan al médico. Si no les caigo bien, pueden esconder un cuchillo o drogas en mi celda... Nos provocan para que les peguemos... Y supuestamente nos deben cuidar. Es como la policía en la calle, lo mismito".
"Un día me voy a morir preso a manos de la misma gente que me condenó a muerte. Es la misma gente. La misma gente sigue siendo la autoridad. Ahora no tengo la angustia de la ejecución, pero tengo la angustia de la cadena perpetua. No hay mucha diferencia; lo único es que ahora no me van a drogar y matar".
Nadie esperaba que el gobernador Ryan desocupara el pabellón de la muerte. La Junta de Libertad Condicional realizó unas cien audiencias públicas y recomendó otorgarle clemencia a apenas unos pocos condenados. La fiscalía hizo campaña en contra de otorgar clemencia y manipuló el dolor de los familiares de las víctimas. El mismo Ryan dijo que no pensaba dar clemencia general, casi hasta el último momento.
La decisión de Ryan alegró inmensamente a muchos presos y familiares. Sin embargo, para los presos que luchan por probar que son inocentes, la orden de clemencia les salvó la vida pero relegó los trámites judiciales al último lugar. Ronnie Jalil describe su reacción: "Yo tenía esperanzas de que si [Ryan] hacía algo, me soltara. Cuando no me soltó, fue un gran golpe... Me dejó consternado, angustiado, confuso, enfurecido".
La policía, los fiscales y funcionarios públicos alzaron gritos de protesta. Los fiscales corrieron a bloquear la orden de clemencia. Le urgieron a la Suprema Corte estatal que revocara la clemencia de por lo menos 32 condenados. Para Ronnie Jalil eso fue obsceno.
"Los fiscales sabían de la brutalidad de la policía, de la corrupción de los jueces, de los fiscales fanáticos, de los testigos mentirosos, de los soplones de la cárcel; lo sabían todo, pero no hicieron nada por arreglarlo.
"Y ponerse a neutralizar lo que hizo el gobernador es infame. Les gusta el sistema como es. Les gusta ver en la cárcel a hombres y mujeres inocentes. No les importa la inocencia; lo único que les importa es: `Te agarramos; el sistema dice que eres culpable y pues eres culpable'".
El 19 de noviembre de 2003 se instituyó en Illinois una ley de reforma del proceso de pena de muerte. Manda investigar el testimonio de soplones de la cárcel; da acceso a información de ADN; ordena filmar los interrogatorios de la policía, etc. Se ha dicho que la nueva ley es una gran reforma, pero Ronnie Jalil no lo ve así.
"¿Cómo se va a reformar el sistema? Es como si el sistema es un florero que uno tira al suelo y se rompe en mil pedazos y llega un tipo con pegamento y dice que lo podemos pegar, juntar los pedazos y reformarlo. No se puede. El sistema no se puede reformar por más reformas que saquen...
"Los fiscales necesitan sus soplones. Necesitan sus componendas a puertas cerradas. La policía no va a mostrar cómo trata a un detenido en un interrogatorio. No se va a dejar filmar dando golpes y poniendo bolsas en la cabeza o pistolas en la boca. No va a dejar ver eso. Se ve bien por escrito pero los resultados van a ser los mismos".
Ronnie Jalil cree que la pena de muerte es solo una parte del problema. "Es todo el sistema, punto. Hay tipos condenados a cadena perpetua de la misma forma. Así que no es solo la pena de muerte... Queremos echar abajo el sistema ladrillo a ladrillo: la pena de muerte y el sistema judicial. Tiene que ser, porque con las mismas tácticas que condenan a una persona a muerte meten a otra a la cárcel de por vida".
Ronnie Jalil sostiene que es inocente de los delitos que le imputan, pero nunca ha dicho que es "inocente". Por muchos años vivió bien vendiendo droga. Como explica, el Ronnie Jalil que entró a la cárcel hace 16 años no es el mismo que habla hoy.
"Yo no era parte de la solución sino del problema, como dice el dicho. Vivía esa vida [la venta de droga], que tiene muchos beneficios, si quieres llamarlos así, pero con grandes consecuencias. A mí se me empezaron a abrir los ojos cuando quise salirme de esa vida... y no pude. Le hacía daño a mi familia, a mi hijo y su madre. Iba a ser padre de nuevo. Uno pasa por una rápida transformación de estabilidad a paranoia. Para ser paranoico no se necesita droga. El juego trae la paranoia automáticamente. Cuanto más sube uno, más paranoico se pone. Cuando me di cuenta, le dije a mi mamá: `Me voy a salir de esto'".
Ronnie dice que no cambió mucho en los dos años que pasó en la cárcel del condado esperando el juicio ni en sus primeros tres años en el pabellón de la muerte. Seguía pensando igual que antes.
"Pensar cómo veía las cosas antes y ahora es alucinante. Tenía un libro de Platón, el mito de la caverna, que habla de unos prisioneros encadenados en una caverna que no pueden voltear ni a la derecha ni a la izquierda y solo ven lo que tienen en frente. Cuando se enciende un fuego, solo ven las sombras en la pared. Uno de los prisioneros sale de la caverna y ve lo que hay afuera, y es tan alucinante que vuelve a contarles a los demás pero no le creen porque no lo pueden concebir... porque no podían ver lo que él vio. La experiencia lo asustó tanto que quería volver a lo de antes, a lo conocido, que era nada: sombras y voces. Para mí esa es una comparación de mi manera de pensar cuando era joven y ahora. Yo era ese prisionero de la caverna. Todo lo que veía eran terribles sombras y voces en la pared... hasta que conocí a unos amigos".
Todo comenzó con un compañero que le presentó el islam. Empezó a trabajar con un grupo de activistas opuestos a la pena de muerte. Estudiaba literatura y periódicos de distintas tendencias políticas. Era un despertar pero no era fácil.
"Comencé a ver la situación a un nivel más alto, diferente. Trataba de entender mi situación, de superarla, de buscar ayuda para pelear. No fue fácil para mí dejar de ser lo que era y ser lo que soy hoy: un organizador, pensador, motivador. Me costó mucho tiempo llegar aquí".
"Por mucho tiempo, del 88 al 98, éramos solo mi madre y yo. Todo lo que podíamos hacer era sentarnos y rezar. Rezábamos porque alguien nos escuchara, porque dios nos mandara ayuda, porque la situación cambiara, porque los abogados cumplieran su trabajo. Rezábamos por todo. Escribíamos y hablábamos y nadie creía lo que yo decía".
Eso cambió cuando Ronnie empezó a hablar en "Vivo, desde el pabellón de la muerte", una serie de sesiones telefónicas de preguntas y respuestas que organizó la Campaña para Acabar la Pena de Muerte. (El organizador inicial fue Tyrone X Gilliam, quien estaba preso en Maryland y fue ejecutado en 1998). El impacto de esas conversaciones para Ronnie Jalil fue inmediato.
"Es increíble ver que hay centenares, miles de personas que creen en nuestra causa y luchando por nosotros. Ese apoyo, esa fuerza, esa motivación es indescriptible. No tiene precio. Pensar que gente que no me conocía luchaba por mi vida.
"La primera vez que participé en una sesión me puse nervioso. No sabía cómo me iban a recibir, qué preguntas me iban a hacer ni qué pensaban de mi situación. Daba miedo. Pero poco a poco sentí más confianza y empecé a creer en la gente...
"Unas preguntas eran fáciles de contestar, por ejemplo sobre la tortura: uno cuenta cómo la policía lo maltrató, lo obligó a decir una mentira. Eso enfurece. Pero hablar de que uno no pudo ir al grado de su hijo mayor ni de su hijo menor; que no pudo llevar a sus hijos a la escuela su primer día de clases ni ayudarlos con las tareas. Eso es muy doloroso; no es fácil hablar de eso, toma tiempo".
Para Ronnie Jalil la tortura, la cárcel, los años de pensar cuándo lo iban a matar son más dolorosos por la ausencia de sus seres queridos. Pero esa pérdida ha atizado su deseo de buscar justicia.
"Es algo que no les puedo perdonar y que me da más furia y más ganas de salir y luchar contra este sistema. Porque no quiero que otro hombre en la flor de la vida acabe en la misma situación que yo y lo pierda todo. No quiero que otro ser humano pase por lo mismo que yo. Así que mi labor es sacarles el mugre a la calle, hacer oír a los que no quieren oír. Esa es mi labor de aquí en adelante. Esa es mi resolución. Poner este sistema de rodillas".
Ronnie Jalil está esperando la decisión a una apelación post- condena de anular la condena de homicidio.