Obrero Revolucionario #1231, 7 de marzo, 2004, posted at rwor.org
Nueva York: Tiene las manos resecas y escarapeladas, seguro de años de lavar platos mientras el marido mira la tele. Tiene los tobillos hinchados. Se ve que siente un gran alivio al encontrar asiento en el metro. Me pregunto si será mesera o si trabaja en manufactura como mi madre o si limpia un edificio de oficinas. Seguramente no sabe que el Día Internacional de la Mujer es el 8 de marzo. Parada frente a ella, me pregunto qué pensaría si supiera que ese día honramos las luchas y la resistencia de la mujer; si supiera que es un día dedicado a mostrar que los sacrificios diarios que drenan a las mujeres son una parte integral de este tinglado capitalista... y no apenas razones para "quererlas" y mandarles tarjetas rosadas (siempre rosadas) de Hallmark. Este sistema necesita que las mujeres trabajen todo el día para mantener a la familia y luego vayan a la casa a cuidarla y atender a todas las necesidades físicas y emocionales de todos. Es un sistema que usa el amor que sienten para perpetuar el patriarcado. Es un sistema que hay que despachar, y eso solo se puede hacer si desencadenamos a los hombres y las mujeres a eliminar la opresión de la mujer.
Al acercarse el Día Internacional de la Mujer, pienso en todas las mujeres que honraremos, que nos dan motivos para celebrar. Las mujeres que veo en las calles de esta ciudad y de otras partes que hace un año peleaban con la chota para poner en práctica el derecho de disentir contra una guerra injusta. En todas las luchas --contra la brutalidad policial, por la defensa de la tierra en Atenco, México, contra la globalización, por dar unos ejemplos-- vemos a la cabeza mujeres intrépidas y bravas. Pero las que ocupan un lugar especial en mi corazón son mis compañeras comunistas revolucionarias de Nepal, Perú, Irán, Turquía y Filipinas: proletarias conscientes que se han zafado de las cadenas de la sospecha y la tradición para transformarse a sí mismas y al mundo con la ideología liberadora del marxismo-leninismo- maoísmo.
El metro me da un sacudón y regreso a Nueva York, Estados Unidos, 2004. Nos dicen que debemos sentirnos agradecidas de vivir aquí por las "libertades" que tenemos, a diferencia de las mujeres de países que Estados Unidos ha "liberado", como Irak y Afganistán. "Te puedes vestir como quieras; puedes estudiar, trabajar y enamorarte de quien quieras; puedes expresar tus opiniones y aspirar a puestos políticos". Si mi meta fuera una existencia mediocre y estuviera dispuesta a aceptar todos los horrores del mundo y las mentiras que me dicen, me tragaría esos cuentos y quedaría satisfecha.
Pero seamos francos. ¿Qué es ser mujer en este país imperialista? ¿Qué les espera a las mujeres de Afganistán y de Irak si les impusieran la vida de las mujeres de Estados Unidos? Pienso en las mujeres de este tren. ¿Qué les espera en casa? Les da miedo caminar de noche de regreso a casa porque las pueden violar. ¿Les pegará el marido hoy? Unas quieren suicidarse porque odian el cuerpo que tienen. ¿Cuántas mujeres están separadas de la familia porque les tocó venirse a este país a trabajar para mantenerla? ¿Pueden convivir con la mujer que aman? Seguro que a muchas las han violado y se han tenido que quedar calladas por miedo de esas palabras reservadas para la mujer: puta, vagabunda, buscona. ¿Cuántos niños han tenido que dar a luz por las mentiras que les han inculcado contra el aborto?
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Pienso en la potente combinación que se daría si estas mujeres oyeran las palabras y la visión de Bob Avakian, presidente del PCR. Imagínenselas absorbiendo sus escritos... no solo sobre la opresión de la mujer, sino sobre la liberación de toda la humanidad. Imagínense a los hombres siguiendo el ejemplo de Avakian y asumiendo iniciativa en la liberación de la mujer, en vez de querer romper "todas las cadenas menos una". Eso es lo que pienso cuando oigo esta consigna del PCR: ¡Romper las cadenas! ¡Desencadenar la furia de la mujer como una fuerza poderosa para la revolución!
Porque como dice Bob Avakian:
"En este sistema, la mujer vive bajo una opresión a gran escala, hasta en los detalles más personales e íntimos. Diariamente, en las relaciones personales o familiares, y en la sociedad en general, la mujer recibe insultos, amenazas, maltrato, degradación y violencia de manos de los hombres. Ni las mujeres de las clases altas escapan a eso. Se considera y se trata a todas las mujeres, de todas las clases, como si fueran propiedad: como mercancías para comprar y vender, o para vender otras mercancías. La dominación y opresión que ejerce el hombre sobre la mujer es un elemento de la vida cotidiana: es una piedra angular del capitalismo y de todos los sistemas en que un sector de la sociedad domina y explota a otros. Es fibra fundamental del tejido de la sociedad y la cultura dominantes. Tanto la `moralidad tradicional' basada en la religión como el botín flagrante de la pornografía y la prostitución son su fruto".
Miremos no más el mundo regido por la biblia que Bush quiere crear, con sus últimos dictados sobre el matrimonio para reforzar que la mujer es propiedad del hombre. Esto subraya la hipocresía de su "preocupación y solidaridad" con las mujeres de los países fundamentalistas islámicos, cuya terrible situación perpetúa el sistema global que Estados Unidos impone y defiende. Además, este sistema conecta a toda la humanidad: la poca "libertad" de que disfrutan las mujeres en las democracias burguesas tiene un alto precio: la dominación y superexplotación de las naciones oprimidas, y el reforzamiento de las sociedades semifeudales donde la opresión de la mujer es tanto más severa y horrorosa.
Así pues, la idea de que las mujeres de los países imperialistas nos debemos sentir afortunadas con respecto a nuestras hermanas de la mayor parte del mundo, es una forma de truncar nuestros sueños. Necesitamos una solución radicalmente diferente.
La vida podría ser taaan distinta: el proletariado, cuando tenga el poder, podrá erradicar la violación, desmantelar la brutal explotación de los centros de trabajo y, por primera vez, capacitar a las masas para que moldeen la sociedad y su destino. No es este un sueño de una igualdad gris en un mundo burgués, sino de una transformación total del mundo. Como dice Bob Avakian: "La liberación de los pobres y explotados del mundo está completamente ligada a la liberación de la mujer de toda dominación y opresión machista, y viceversa; no puede haber el uno sin el otro". Lo único que se interpone para llegar a esa meta es este moribundo sistema capitalista, y por eso lo que se necesita con urgencia es una revolución proletaria. Es lo único que puede liberar, de veras, a la mujer y a toda la humanidad. Cualquier otra cosa nos llevará de vuelta a las cadenas.
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"Porque son constantemente sometidas a la dominación y opresión machista-- contra las que se rebelan una y otra vez--y porque son la mitad de la humanidad y la mitad de la población mundial de los explotados y oprimidos, las mujeres, sin duda alguna, serán una fuerza poderosa para la revolución, la revolución proletaria. Eso vale tanto en la lucha para tumbar el sistema imperante como para continuar la revolución después de que el proletariado haya conquistado el poder y haya establecido su gobierno en la sociedad. Por otro lado, ninguna otra fuerza, aparte del proletariado revolucionario, se atreve a emprender completamente la lucha para abolir la opresión de la mujer y desencadenar plenamente su furia como una fuerza revolucionaria. Eso se debe a que, a diferencia de otras clases, al proletariado no le conviene preservar nada de la vieja sociedad con sus opresivas relaciones producto de la sociedad dividida en clases".
Bob Avakian, "Por qué solo la revolución proletaria puede liberar a la mujer"
La historia de nuestra clase, el proletariado, en todo el mundo, da testimonio de las maravillosas posibilidades que tenemos por delante. Pienso en 1871, en los hombres y las mujeres que infundieron temor por primera vez en el alma de la desalmada burguesía, y en las mujeres de la Comuna de París.
Casi siento el olor de la pólvora que impregna la ropa de estas mujeres paradas, bayoneta en mano, en las barricadas y las fogatas. Me las imagino en este tren, sentadas cómodamente con los pies en las sillas: una conducta nada propia de damas, cómo no.
Esa fue la primera vez que las mujeres se lanzaron a la calle como parte de una clase a desmantelar las nociones de dulces doncellas a la espera de un caballero que las salvara. Al contrario: ¡echaron a correr a los caballeros capitalistas! Me río sola pensando en el burgués de esa época que dijo: "Si Francia fuera una nación de mujeres, ¡qué terrible nación sería!". Seguro pensaba en esas mujeres, pisoteadas por la bota patriarcal, el día que abrieron los ojos y decidieron hacer algo más útil con las escobas y los fósforos. Lucharon contra la superstición religiosa que les impedía entender el funcionamiento de la sociedad. Se alzaron en armas, manejaban cañones y montaron barricadas en las calles de París... no por sus hijos ni por su comunidad en un sentido cívico limitado... sino por el futuro de la sociedad.
La Comuna de París no duró mucho tiempo, pero sembró las semillas de la revolución rusa que en 1917 tomó el poder bajo la dirección de su partido de vanguardia y su líder V.I. Lenin, y lo conservó por casi 40 años. Irradiando de las ciudades industriales de la Rusia europea, la revolución estimuló esperanzas radicales en las colonias orientales del imperio zarista. El Día Internacional de la Mujer de 1927 lo celebraron 100,000 mujeres en Bukhara, en la nueva república soviética de Uzbequistán, quitándose los velos, empapándolos en cera y prendiéndoles fuego. La reacción de los patriarcas feudales fue violenta, siguieron intensas confrontaciones y lincharon a centenares de mujeres porque no aceptaron volver a cubrirse la cara. Pero en 1930, tras años de compleja lucha dirigida por el Partido Comunista, las mujeres no usaban velo en Bukhara.
Como dice el Borrador de nuestro nuevo Programa: "La profundidad y el éxito de una revolución se puede medir por el grado en que moviliza y emancipa a la mujer".
Eso lo vimos con toda claridad en China, especialmente durante la Gran Revolución Cultural Proletaria, cuando, bajo la dirección del presidente Mao Tsetung, las mujeres rebasaron siglos de tradiciones feudales y relaciones sociales agobiantes que las consignaban a ser propiedad del esposo y la familia del esposo. En la China roja las mujeres se pusieron a la cabeza de la transformación de todos los aspectos de la vida: arte, cultura, educación y trabajo físico antes considerados "cosas de hombres". De pies vendados saltaron a cargar rifles, a líderes comunistas revolucionarias en las tormentas de la Revolución Cultural. El poema de Mao "Oda a la flor del ciruelo" expresa las aspiraciones de esas mujeres:
Llena de gracia, mas no pretende para sí la primavera,
se contenta con anunciar su presencia.
Cuando las flores de la montaña se abren plenamente,
se la encontrará en medio de todas ellas riendo.
Mao Tsetung, diciembre de 1961
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En la ventanilla del tren vislumbro los montes Himalaya. Pienso en Nepal, donde hoy vemos en plena flor el papel comunista de la mujer. Docenas de miles de jóvenes campesinas han ingresado al ejército popular, convencidas de que la lucha armada para tumbar al gobierno es el único camino a la liberación. Demuestran día tras día que la revolución proletaria y la ciencia del marxismo-leninismo-maoísmo no se aplican solamente al pasado. Están creando un nuevo futuro. Hombro a hombro con los hombres, están librando una lucha armada para tumbar un gobierno corrupto y opresor, y muchas están dando la vida por cambiar el mundo.
Me flotan en los ojos imágenes de mujeres nepalesas con la ropa tradicional de colores y el puño al aire. Me imagino cómo será estar allá, donde un proverbio dice: "Nacer hija es tener mala suerte". Después de una visita a Nepal, Li Onesto, autora de Despachos , dijo que en la práctica ese proverbio quiere decir que las mujeres nepalesas son de las más oprimidas del planeta. Antes de la revolución, las metían a la cárcel por abortar y no podían heredar tierras. La esperanza de vida de las mujeres es de 52 años y trabajan 18 horas al día. Pero las mujeres nepalesas están confrontando esa difícil situación y las injusticias de la decrépita monarquía.
Ahora en Nepal hay niñas de ocho años que han vivido toda la vida bajo los aires de la revolución: niñas de ocho años que serán valoradas en un país donde antes les recomendaban ayunar para conseguir esposo. Ahora, con la dirección del proletariado, esas niñas no tendrán que vivir con el temor de que las vendan como esclavas sexuales o a una maquila en India. Aprenderán a leer, a cantar canciones revolucionarias, verán a los hombres de su aldea cocinar y limpiar, jugarán juegos que les enseñarán sobre culturas antes oprimidas y aprenderán el espíritu comunista de responsabilizarse de todo el mundo. Soñarán con ser líderes y luchadoras, y todo lo que antes les estaba vedado.
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Aquí, en Nueva York, me imagino a esas mujeres y hombres en el tren conmigo, hablando unos con otros, estimulándose a profundizar el marxismo-leninismo-maoísmo, luchando hombro a hombro, rompiendo las cadenas que nos limitan a todos. Me emociona pensar que los hombres asuman igual responsabilidad por romper esta cadena en particular. En vez de enterrar la cara entre las solapas del abrigo, aislados unos de otros, estudian y siguen a nuestro presidente, y sus palabras pintan cuadros de socialismo. No le tienen miedo a nada y están llenos de esperanza.
Por más que la clase dominante quiera ahogar la verdad sobre el comunismo y sobre las alturas que pueden alcanzar hombres y mujeres; por que más que lo tapen y tergiversen, esta historia, esta ciencia y nuestra lucha son reales, ¡y tenemos que decirle eso a la gente! Citando a Bob Avakian, "Hoy las contradicciones relacionadas con el papel y la posición de la mujer son sumamente explosivas. En Estados Unidos, la clase dominante claramente está tratando de mitigarlas y contenerlas, o más bien, impedir que se encaminen hacia una explosión radical y revolucionaria ".
El tren para, corro por las escaleras y salgo a las calles congestionadas de Manhattan. Detrás de los rascacielos veo los montes Himalaya y banderas rojas en los techos. El edificio Empire State es rojo... bueno, esos son mis sueños, pero caminando entre grupos, veo que ese mundo está a nuestro alcance.