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Revolución #125, 6 de abril de 2008
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Tibet: De teocracia brutal a liberación socialista a pesadilla capitalista
La revolución comunista dirigida por Mao Tsetung liberó a China en 1949. Antes de eso, a Tibet (una zona remota del oeste de China) lo gobernaba una teocracia feudal budista (dirigida por el Dalai Lama) que explotaba y oprimía salvajemente a la población. La mayor parte de la tierra cultivable era propiedad de los lamas (monjes budistas) de alto rango y la aristocracia laica. Menos de 700 de estos altos monjes y señores feudales controlaban el 93% de la tierra y riqueza.
La mayoría de la población de las zonas rurales de Tibet eran siervos obligados a trabajar toda la vida por los altos monjes y la aristocracia. Los dueños feudales dictaban los cultivos y se apoderaban de la mayor parte de los granos, y agobiaban cada vez más de deudas a los siervos. Los sometían a trabajos forzados e impuestos onerosos, como por ejemplos impuestos a los recién nacidos. A las familias de siervos les quitaban muchas niñas para trabajar como criadas para los aristócratas y muchos niños para ser monjes en los monasterios. (Se puede encontrar informes sobre Tibet antes de 1949 en A. Tom Grunfeld, The Making of Modern Tibet, M.E. Sharpe, 1996; Anna Louise Strong, Tibetan Interviews, Peking New World Press, 1929; Michael Parenti, “Friendly Feudalims: The Tibet Myth”, 7 de julio de 2003, swans.com)
Un 5% de los tibetanos eran esclavos (principalmente esclavos domésticos) que no tenían el derecho de sembrar para sí mismos; muchas veces los hacían trabajar o los golpeaban hasta que morían. Los monjes de bajo nivel (un 10% de la población) también eran básicamente esclavos, obligados a quedarse en los monasterios y estar al servicio de los lamas de alto nivel.
Los señores feudales imponían el orden social con su pequeño ejército profesional y pandillas armadas. Respondían a la resistencia o hasta la falta de cooperación con castigos sádicos, como la tortura o mutilaciones como sacarle los ojos.
La ideología reaccionaria del lamaísmo, la forma de budismo en Tibet, era clave para todo este orden social. Una creencia central del lamaísmo es que los seres humanos tienen un alma que nace y vuelve a nacer muchas veces (la reencarnación) y que la posición de una persona en el mundo la predetermina lo que él o ella hizo en una vida previa (karma). Pensaban que ser mujer, por ejemplo, era un castigo por haber pecado en una vida previa. Con tales mitos y supersticiones religiosos justificaban la extrema opresión para mantener a las masas en una posición subordinada.
Antes de la liberación, Tibet era un lugar aislado y atrasado. No había caminos para vehículos con ruedas. La mayoría de los niños morían antes de cumplir un año. Más del 70% de la población sufría de enfermedades venéreas y 20% de viruela.
El feudalismo en Tibet no era un paraíso terrenal gobernado por monjes benévolos en armonía pacífica, sino una pesadilla y horror para la gran mayoría. Las relaciones e ideas feudales mantenían a toda la sociedad en un estado de atraso.
La revolución viene a Tibet
La victoria de la revolución dirigida por Mao en 1949 llevó un nuevo día a China. Estados Unidos y las demás potencias imperialistas trataron de aplastar la revolución. En 1950, por ejemplo, las fuerzas estadounidenses invadieron Corea y se acercaron a la frontera con China.
Los maoístas querían incorporar a Tibet (y otras regiones remotas de China) al proceso revolucionario, para transformar las relaciones opresivas y bloquear la intriga e intervención imperialistas en las fronteras. En 1951 el estado revolucionario chino firmó un tratado con el gobierno tibetano, y el Ejército Popular de Liberación (EPL) entró pacíficamente a Lhasa, la capital de Tibet. El acuerdo le dio autonomía a Tibet bajo el Dalai Lama, mientras el gobierno central controlaba las fuerzas armadas y la política exterior (igual que otras zonas autónomas de minorías nacionales) y podía fomentar reformas sociales. Las propiedades de los monasterios seguían intactas y los señores feudales seguían dominando a los campesinos. Pero abolieron la usura, construyeron caminos y hospitales y un sistema escolar laico empezó a echar raíces. (Felix Greene, A Curtain of Ignorance, Doubleday, 1961; Pradyumna P. Karan, The Changing Face of Tibet: The Impact of Chinese Communist Ideology on the Landscape, UP of Kentucky, 1976)
En 1956-1957, los terratenientes feudales (con el apoyo de la CIA) organizaron rebeliones armadas, como parte del cerco imperialista de la República Popular de China que cobraba fuerza. En 1959, monjes armados y soldados tibetanos iniciaron un levantamiento contrarrevolucionario, que tenía poco apoyo popular y se derrumbó rápidamente. El Dalai Lama huyó a India en un operativo clandestino de la CIA, y llevó consigo enormes riquezas exprimidas de los oprimidos. Grandes sectores de los clérigos altos y la aristocracia feudal lo siguieron al exilio. (Kenneth Conboy y James Morrison, The CIA’s Secret War in Tibet, U of Kansas Press, 2002; Richard M. Bennett, “Tibet, the ‘great game’ and the CIA”, Asia Times, 25 de marzo de 2008)
Se inició una nueva fase de cambios radicales. Organizaron reuniones de masas y movilizaciones de campesinos, en las cuales las mujeres desempeñaron un papel importante. Abolieron la esclavitud y el trabajo no remunerado de los siervos. Repartieron grandes territorios controlados por los terratenientes feudales a los siervos emancipados y campesinos sin tierra. Construyeron más caminos y escuelas, desarrollaron el sistema médico y otros aspectos de la infraestructura. La población gozaba de la libertad de no creer en el dogma religioso esclavizador. (Felix Greene, A Curtain of Ignorance, Doubleday, 1961; Grunfeld, The Makng of Modern Tibet)
A partir de mediados de los años 60, una gran agitación social sacudió a China: la Gran Revolución Cultural Proletaria. Las fuerzas revisionistas (“comunistas” falsos) en el seno del Partido Comunista se habían apoderado de puestos clave del poder y amenazaban con restaurar el capitalismo en China. La respuesta de Mao fue una revolución dentro de la revolución: exhortó a centenares de millones de masas a volver a conquistar el poder de los seguidores del camino capitalista y en el proceso seguir revolucionando la sociedad.
La Revolución Cultural efectuó cambios profundos en Tibet. Organizaron comunas agrícolas, iniciaron proyectos de irrigación y aumentaron la producción alimenticia. Los “médicos descalzos” —trabajadores médicos capacitados de entre las masas— llevaron servicios médicos regulares a muchas zonas rurales por primera vez. La mitad de los médicos descalzos eran mujeres; antes la doctrina budista prohibía que la mujer fuera médica. Propagaron la alfabetización y el conocimiento científico básico en la población y libraron luchas ideológicas contra las costumbres y valores feudales.
Varias fuerzas han difundido mentiras acerca del “genocidio cultural” en Tibet durante la Revolución Cultural. Una acusación es que Mao mandó que los Guardias Rojos profanaran y destruyeran a escala grande. Pero no es cierto. La destrucción de unos monasterios y santuarios la llevaron a cabo principalmente activistas y Guardias Rojos tibetanos, y no (según se acusa) Guardias Rojos no tibetanos que “invadieron” Tibet. (Mobo Gao, The Battle for China’s Past, Pluto, 2008) Ocurrieron excesos, pero es importante entender esto en el contexto de la lucha mayor contra la influencia pasada y actual de las reaccionarias supersticiones lamaístas y sus símbolos, tanto como la riqueza que quedaba de los amos feudales en la forma de propiedades monásticas. Y las fuerzas maoístas trataron de frenar algunos de esos excesos.
Las fuerzas revolucionarias tenían que hacerle frente a una contradicción compleja. Por un lado, las nacionalidades minoritarias, como los tibetanos, tenían el derecho de tener su propia cultura nacional. Pero en Tibet, esa cultura estaba ligada íntimamente a la religión lamaísta, que era una cadena pesada para el pueblo. Hay que investigar mucho más cómo los maoístas manejaron esa contradicción, y sintetizar más lo correcto y lo incorrecto, para manejar mejor contradicciones similares en las sociedades socialistas futuras. Lo que se puede decir es que las fuerzas maoístas libraron una lucha contra el chovinismo han (la nacionalidad mayoritaria de China) y a favor de la igualdad de las varias nacionalidades y culturas. Al mismo tiempo, dirigieron la lucha contra las “4 todas”: las viejas ideas, costumbres, cultura y hábitos de la sociedad feudal reaccionaria. La cultura tibetana floreció durante la Revolución Cultural: promovieron un solo dialecto tibetano; desarrollaron máquinas de escribir en tibetano; estudiaron la medicina tibetana tradicional; investigaron la historia de Tibet. Para 1975, la mitad de los máximos líderes en Tibet eran tibetanos.
Las organizaciones “Free Tibet” dicen sin prueba alguna que han matado a 1.2 millones desde 1950, especialmente durante la Revolución Cultural. En una columna del New York Times, Patrick French, ex director del grupo pro Dalai Lama Campaña de Libertad para Tibet, dijo que en sus investigaciones exhaustivas “descubrí que no existe ninguna prueba de esa cantidad de muertos”. Y al contrario de las afirmaciones acerca de la esterilización obligatoria en Tibet durante los años de Mao, en realidad libraron una campaña de educación acerca de la planificación familiar y pusieron el control de la natalidad voluntario a la disposición de la población. Reconocían que las zonas de minorías nacionales habían sufrido un mayor nivel de mortalidad infantil y de epidemias de enfermedades que las zonas han. La población de Tibet —que había disminuido antes de la liberación— creció durante los años de Mao. (Han Suyin, Lhasa, the Open City—A Journey to Tibet, Putnam, 1977; China Reconstructs, “Tibet—From Serfdom to Socialism”, marzo de 1976; Peking Review, “Tibet’s Big Leap—No Return to the Old System,” 4 de julio de 1975)
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La muerte de Mao en 1976 llevó a otro gran cambio en China: esta vez, un enorme salto reaccionario atrás. Los revisionistas conquistaron el poder por medio de un golpe de estado y restauraron el capitalismo en China, aunque seguían llamándose “comunistas” y afirmando que China era “socialista”. En Tibet, como por todo el país, el nuevo gobierno capitalista ha desmantelado la agricultura colectiva y las demás relaciones e instituciones socialistas. La polarización ha aumentado por toda la sociedad: entre ricos y pobres, entre zonas rurales y urbanas, entre hombres y mujeres, etc. La agricultura semifeudal ha vuelto a surgir, junto con formas capitalistas ligadas al capital internacional. El desarrollo no planeado de minería y la industria maderera ha tenido consecuencias ecológicas devastadoras. Se ha desencadenado el chovinismo han, y los capitalistas y su gobierno vuelven a dominar a Tibet y las demás zonas minoritarias.
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