Revolución #176, 13 de septiembre de 2009
PASAJE DE:
From Ike to Mao and Beyond
My Journey from Mainstream America to Revolutionary Communist
[Traducción de Revolución]
El baloncesto, el fútbol americano... y las fuerzas sociales
En esa época, el entrenador de baloncesto de la secundaria Berkeley High era un cristiano fundamentalista, Sid Scott, y siempre andaba sermoneando a los jugadores sobre religión. También era un gran racista. En todos mis años de secundaria, y antes, el equipo titular siempre tenía tres jugadores negros y dos blancos. Mis amigos y yo tratábamos de explicarnos por qué siempre era así, pues aunque a veces había chavos blancos que debían estar entre los titulares, muchas veces era obvio que debían ser cinco chavos negros o por lo menos cuatro. Yo pensaba que el entrenador opinaba que, si tenía cuatro jugadores negros y uno blanco, los cuatro aislarían al blanco y no jugarían juntos, lo cual era ridículo; y si ponía a cinco negros, pensaba que la disciplina del equipo se iría al diablo y que sería un barullo indisciplinado, lo cual también era ridículo. Tampoco podía poner menos de tres negros porque sería inaceptable considerando quiénes formaban el equipo y lo buenos que eran los distintos jugadores. Así lo analizaba yo.
Pero cuando hablaba con mis amigos negros, varios de ellos jugadores del equipo, me explicaban con mucha paciencia: “mira, no es solo Sid Scott, son los ex alumnos y cosas que vienen de arriba de la escuela, la gente de autoridad de la escuela, no quieren un equipo negro. El entrenador sí es un maldito racista y todo eso, pero no es solo él”. Yo les contestaba que “era el entrenador, que era un maldito racista”, pero ellos tenían más razón que yo.
Mis amigos y yo nos visitábamos, nos quedábamos a dormir y nos poníamos a hablar de todo eso; especialmente cuando el movimiento de derechos civiles cobró fuerza, se filtró a todo y la gente expresaba directa y firmemente lo que le dio vueltas en la cabeza por muchos años. Una vez, en mi último año de secundaria, fuimos a un partido nocturno de fútbol americano. Fue algo excepcional; nunca teníamos partidos nocturnos pues la dirección de la escuela temía que se armaran peleas debido a “la naturaleza del estudiantado”. Creo que ese fue el único partido nocturno que tuvimos. Fuimos en autobús a Vallejo, que queda como a 20 ó 25 millas de Berkeley, y el viaje duró como una hora.
De ida y de regreso yo me senté con unos amigos negros del equipo y nos metimos en una conversación muy profunda sobre por qué hay tanto racismo en este país, por qué hay tanto prejuicio, de dónde viene, si se podría cambiar y cómo cambiarlo. Ellos hablaban y yo escuchaba. Lo recuerdo muy profundamente; en esa hora aprendí más de lo que aprendí en muchas horas de clase, inclusive de los mejores maestros. Esas discusiones sucedían a todo momento, pero ese viaje fue una oportunidad concentrada de hacerlo. Muchas veces, cuando íbamos a partidos nos poníamos a hablar de tonterías, de cosas de muchachos; pero a veces, nos enfrascábamos en conversaciones muy serias como esa. La ocasión tenía algo especial porque era de noche y la oscuridad era propicia para una conversación más seria.
Novias... y las fuerzas sociales
Yo no era parte de la vida social de muchos de los compañeros con que estudié la secundaria. A unas chicas les caía bien, pero decían cosas como: “Me gustas, pero no puedo salir contigo porque andas con tus amigos negros”. Ahí mismo yo no quería salir con ellas. A veces lo decían de modo explícito y otras veces lo daban a entender con su comportamiento. En todo esto se sentía la influencia de lo que estaba pasando en la sociedad y en el mundo: quién le resultaba atractivo a uno, con quién quería salir, a quién querías tener como novia, con quién quería ser amigo.
Teníamos una serie de tabúes; por ejemplo, no estaba bien ennoviarse con gente de otra raza. Eso no se hacía. Unos cuantos lo hacían, pero lo pagaban caro. En mi último año, una compañera del grupo coral me gustaba mucho y salimos un tiempo. Era la presidenta del único club social negro de la escuela. Por tradición, cada club social tenía que invitar a sus funciones por lo menos al presidente o presidenta de todos los demás clubes y por eso la invitaron a un baile de año nuevo de un club social blanco. Ella me invitó a mí y yo acepté porque nos gustábamos. Así que fuimos con dos amigos negros de ella. Bueno, la tradición de los bailes de año nuevo es que a medianoche uno le da un gran beso a su pareja y en ese baile empezó a crecer la tensión porque los dos estábamos bailando y pasándolo bien, como cualquier otra pareja, salvo… cuando dieron las 11 de la noche, las 11:15 y se acercaba la medianoche, la tensión era palpable: “¿Qué va a pasar cuando den las 12?” Cuando dieron las 12 de la noche, nos dimos un besote inmenso porque nos gustábamos y porque queríamos que los demás se atragantaran. Lo gozamos, pero fue muy llamativo y la tensión era enorme.
Por supuesto que me decían cosas feas, como “amante de niggers”, y no me invitaban a ser miembro de esos clubes sociales, lo cual no me valía porque no quería hacerlo de todas formas. El “ostracismo” y el “rechazo” que yo viví de parte de los blancos no era nada comparado con lo que sufrían mis amigos negros. Desde el primer año de secundaria formamos un grupo de cuatro amigos: Matthew, Joel, Hemby y yo, dos blancos y dos negros, y siempre andábamos juntos. Una vez Matthew, que era negro, se enamoró de una muchacha blanca y finalmente un día se armó de valor y la invitó a salir. Ella le contestó: “Bueno, este, a mí me gustaría ir, pero mis padres y mis amigos, este...” y otros feos disparates. Eso fue mucho más doloroso de cualquier cosa que me pudo pasar a mí; para mí fue muy doloroso verlo, siendo su amigo, y a Matthew le dejó una profunda cicatriz. Fue horrible y la cicatriz que le dejó fue mucho más profunda que cualquier cosa que me pasó a mí.
Bob Avakian ha escrito una autobiografía que conjuga tres experiencias: la primera es la de un joven blanco de clase media que crece en los Estados Unidos de los años 50 y va a estudiar en una secundaria integrada que le sacude el mundo; la segunda es la de un joven que supera una enfermedad que casi lo mata y se zambulle en el torbellino político de Berkeley en los años 60; y la tercera es la de un militante radical que madura como dirigente comunista revolucionario templado. Todo el que piense en el pasado y se preocupe mucho por el futuro... que quiera oír una voz singular que combina realismo y una humanidad profunda... que esté dispuesto a que le sacudan sus ideas y estereotipos y los eche por tierra... no querrá perder este libro. From Ike to Mao and Beyond Insight Press $18.95 Escuche a Bob Avakian leer su autobiografía en voz alta. Hay archivos de audio en línea en: |
Si le gusta este artículo, suscríbase, done y contribuya regularmente al periódico Revolución.