Revolución #205, 27 de junio de 2010


Despliegue de la Copa Mundial en Sudáfrica:

Ilusiones del cambio... y la realidad

¡Qué alucinante! Por primera vez, la Copa Mundial se está dando en la alocada África futbolística. Y no solo en África en general, sino en Sudáfrica. Más de 300 millones de personas tendrán sus ojos clavados en Sudáfrica del 11 de junio al 11 de julio.

Y qué espectáculo verán. Diez de los más modernos estadios nuevos, nuevas líneas de trenes de alta velocidad, nuevas autopistas, relucientes hoteles de cinco estrellas. Obviamente, lo que está pasando allí es mucho más que un juego de futbol. La edición especial de Deporte Ilustrado se enfocó en la Copa Mundial anunciándola a gritos en la primera página: “El gran estreno para el país anfitrión, esta Copa Mundial es más que un torneo mundial de futbol. Es la prueba viva de que una nación que una vez simbolizó la opresión racial ha sido transformada en una sociedad vibrante multicultural”. El director del Comité Organizador del torneo, Danny Jordaan, lo dijo así: “Se está hablando de la transformación de un país y una sociedad. Nuestro pasado ha sido un pasado de apartheid, un pasado de separación de la población basada en la discriminación. Este proyecto realmente puede unir la nación”.

Aunque los proponentes más entusiastas tienen que admitir que —en medio de la “transformación sorprendente”— Sudáfrica aún tiene sus “problemas”, no obstante sostienen que lo que una vez fue un brutal paraíso racista es hoy una “nación multicolor”. Y se cierne sobre todo esto, como suaves nubes blancas que se tienden sobre la Montaña Table en Ciudad del Cabo, el mensaje central: no se plasmó esta “tierra prometida” a través de la revolución contra el apartheid y el imperialismo sino a través de hallar puntos comunes y conciliar con el imperialismo como una vía para terminar el apartheid y la opresión imperialista. Esa es la verdadera historia del milagro sudafricano.

Es curioso, pues a un montón de personas que escriben hoy sobre Sudáfrica les gusta hablar de la tierra de contrastes. Algunas veces hablan de los contrastes entre “la nueva, libre y progresista” Sudáfrica y todas las redadas de la policía, los desalojos forzados y expulsiones, arrestos y prohibiciones de protestas que han sido parte de los preparativos para la Copa Mundial. Pero principalmente están hablando del asombroso contraste entre la pobreza y la riqueza, el esplendor tipo primer mundo de las grandes ciudades y la miseria tercermundista de los campamentos de paracaidistas y las reservas, a veces uno a la sombra del otro.

Al ver toda la cobertura de la Copa Mundial, me trae recuerdos y el contraste que estos provocan. Yo fui a Sudáfrica, o como las personas de ideas revolucionarias le llamaban en los años de la rebelión, Azania, dos veces durante los levantamientos a nivel nacional en las reservas urbanas que ayudaron a derrocar al régimen del apartheid. El fútbol siempre fue un asunto importantísimo. Recuerdo que me impactó la manera en que los negros estaban profundamente metidos en el fútbol. Tengo un amigo que siempre tenía una gran sonrisa cálida en su rostro y cuando hablaba del fútbol, la sonrisa le iluminaba completamente el rostro. Explicaba que pensaba que el fútbol era una forma de rebelión: mientras que los colonos blancos jugaban rugby, los negros preferían el fútbol. También me enseñó que la gente negra no sólo amaba a un partido de fútbol bueno por lo alegre del deporte sino también por la oportunidad de reunirse en secreto en las gradas, organizar y difundir la lucha.

A menudo cuando hablábamos estaba pateando un balón. Bueno, tienes que tener clara esa imagen, cuando digo pateando el balón, estaba literalmente bailando en el aire mientras movía el balón de un pie a otro, de la rodilla a la cabeza donde rebotó en el aire y lo dejó caer a la punta del zapato solamente para iniciar la hermosa danza de nuevo. Una vez le pregunté donde aprendió a hacer todo eso y él me sonreía y me dijo que lo aprendió por ahí.

Posteriormente, otro amigo me dijo que había sido un jugador estrella de fútbol en Soweto y que la gente vino de todas partes a ver lo que él podía hacer y compartir todos los sueños de hacer lo imposible parecer tan posible y hermoso. Pero mi amigo tenía su carrera futbolística truncada. Cuando las rebeliones en contra del apartheid estallaron, con entusiasmo se unió a la lucha. Perdió uno de los ojos cuando la policía sudafricana le disparó durante una manifestación en Soweto. Pero eso no es una historia para la Copa Mundial de hoy.

Todo lo que hoy existe en Sudáfrica se dio en la estela de la caída del régimen del apartheid a principios de los años 90. Y es el resultado de cómo se dio esa caída. El régimen del apartheid empezó en 1948 y este fue uno de los regímenes colonos más salvajes y racistas en la historia moderna. El apartheid significa “separación” en afrikaans, el idioma de los colonos blancos. Esta es una palabra fea, es un gruñido rodante que se empuja para salir de la boca y se pronuncia “Apart-hate” (separación-odio). Este era un sistema que legalizó la segregación racial a través de la sociedad. Este estaba cercanamente atado y subordinado al imperialismo global. Este no podía sobrevivir sin el imperialismo y el imperialismo tenía sed de las máximas ganancias que podía sacar bajo el apartheid. Los Estados Unidos y otros imperialistas occidentales apoyaron política y militarmente el régimen del apartheid como un puesto de avanzada para su sistema en África.

Bajo el apartheid la gente negra, que constituía el 90% de la población, que vivía en el 13% de la tierra mientras que los colonos blancos que componían el 10% de la población eran propietarios y ocupaban el 87% de la tierra. La gente blanca era dueña y controlaba todo. Los negros oficialmente no eran considerados ciudadanos de Sudáfrica y no tenían derechos. Cuando vivían en el territorio “oficial” sudafricano, fueron condenados a vivir en chozas de latón segregadas, en las reservas tipo ghetto o campamentos de paracaidistas que carecen de servicios básicos y sanitarios. O fueron confinados en los bantustanes remotos y muy pobres que eran corralones para los trabajadores africanos que esperaban conseguir trabajo en las ciudades o en las minas. El apartheid usaba a los negros, a la gente de Azania, como bestias de carga y los trabajaba hasta no poder.

Hoy es el 16 de junio mientras escribo este artículo, el aniversario 34 del Levantamiento de Soweto. Esta era una manifestación de niños escolares, algunos muy jóvenes como de 11 años, que salieron de sus salones de clase y se tomaron las calles en contra de una orden del gobierno del apartheid que decía que tenían que aprender la lengua afrikaans de los colonos blancos. Ese día, la policía y el ejército del apartheid masacró a cientos y algunos dicen miles. Pero estos jóvenes, marchando detrás de una bandera que decía “¡Por la libertad daremos nuestra vida!”, cautivaron el corazón de las personas de todo el mundo y encendió un fuego en Sudáfrica que con el tiempo contribuyó a anunciar el fin del apartheid.

El pueblo azanio, los jóvenes en especial, soñaron con la revolución y la liberación. Lucharon heroicamente durante 15 años y muchos pagaron caro, metidos en las mazmorras del apartheid donde se garantizaba la tortura, incluyendo con picanas eléctricas enviadas a la policía sudafricana con la aprobación del gobierno estadounidense. Muchísimas personas perdieron la vida, baleadas en las calles, asesinadas en prisión o asesinadas por escuadrones de sicarios blancos. Desafiando los dos monstruos del apartheid y el imperialismo, a veces con poco más que piedras, botellas y mucho corazón, siguieron inspirando esperanza y alegría en las personas de todas partes.

El pueblo azanio sufría un mundo de opresión. La Sudáfrica del apartheid generaba superganancias para los inversionistas capitalistas imperialistas mediante la infernal explotación en las granjas de los colonos y en las minas de oro y diamantes de los capitalistas. A nivel geoestratégico, Sudáfrica era el gendarme regional para proteger los intereses de Estados Unidos. A mediados de los años 70, la Unión Soviética, que entonces para nada era socialista pero que se presentaba como una alternativa socialista, fue una superpotencia imperialista rival que desafiaba la dominación estadounidense en África. Ardieron conflictos armados a lo largo de la región, incluidas luchas anticoloniales, pero cada vez más llegaron a dominarlos las guerras entre las fuerzas aliadas con la Unión Soviética y los grupos patrocinados por Estados Unidos y Sudáfrica. Esas guerras dejaron profundas cicatrices en la región que siguen hoy.

Alrededor del mundo los imperialistas estadounidenses y soviéticos se enfrentaban unos contra otros, y cada quien por su parte maniobraba y planeaba para minar y aventajarse al otro. A veces esta confrontación tuvo aspectos más obvios y a veces no tanto. En muchas partes del mundo la Unión Soviética trabajaba mediante los partidos revisionistas como el Partido Comunista Sudafricano (SACP). Éste era un partido revisionista, o sea, desde hace mucho tiempo había abandonado la meta de la revolución y el comunismo.

Por muchos años el SACP era un elemento crítico en la contienda de la Unión Soviética con Estados Unidos en Sudáfrica, una contienda basada en minar y contrarrestar a la dominación estadounidense ahí en tanto parte de los esfuerzos soviéticos de volver a repartir al mundo y dominarlo por su parte. Aunque las fuerzas pro-soviéticas en Sudáfrica se topaban con la represión, los imperialistas estadounidenses mantenían “los canales abiertos” con ellas. Estas fuerzas estaban concentradas en el Congreso Nacional Africano (CNA) cuyo líder era Nelson Mandela y en el SACP alineado con la Unión Soviética, que sólo era “comunista” de palabra.

También había otras fuerzas más radicales en el terreno, como Steve Biko. A pesar de su “adopción” ocasional por los actuales gobernantes de Sudáfrica, Biko denunció a aquellos que predicaban la conciliación con el sistema tal como él lo entendía y junto con otros luchó para forjar un movimiento y una agenda que liberaría a Sudáfrica. El régimen aplastó a estas fuerzas revolucionarias y radicales con sangre y fuego, y mató a golpes a Biko, de 30 años de edad, en 1977 en la cárcel.

Pero por heroica que fuera la lucha del pueblo, la lucha de los azanios no logró engendrar el tipo de liderato revolucionario, un auténtico liderato comunista, que pudiera librar el tipo de lucha revolucionaria que se requeriría para derrotar al apartheid y al imperialismo así como para construir una sociedad completamente nueva.

No obstante, el pueblo luchó férreamente, y eso y otros sucesos importantes en el mundo en ese entonces contribuyeron a generar una situación que llevó al régimen del apartheid al borde del colapso. Los imperialistas y sus socios sudafricanos blancos enfrentaron la necesidad y encontraron la manera de ajustar su forma de dominación en este país y al mismo tiempo mantener y en algunos sentidos fortalecer sus intereses imperialistas. Para hacerlo, tuvieron que detener las rebeliones y para ese fin aplicaron un enfoque de dos filos. Desataron una sanguinaria represión militar y se acercaron a aquellos al interior de la lucha que estaban dispuestos a asociarse con el régimen y el imperialismo. Encontraron a estos socios en el ANC, su líder Nelson Mandela y el SACP (falso comunista), muchos de cuyos líderes principales también ocupaban posiciones dirigentes en el ANC. Durante la lucha contra el apartheid, el SACP, en contubernio con la agenda general de la Unión Soviética, nunca aspiró a más que ejercer cierta influencia en la sociedad mediante presiones sobre los gobernantes a favor de reformas, y a la vez no tocar sistema en general.

Cuando el imperio soviético se derrumbó, los imperialistas estadounidenses actuaron sin demora para reevaluar y remoldear su manera de dominar a Sudáfrica, un plan que se basaba en la eliminación del apartheid formal y la integración del ANC y algunos elementos del SACP revisionista y reformista) en el aparato general de dominación imperialista en Sudáfrica. A inicios de los años 90, las negociaciones daban la pauta y se fraguó un trato que puso a rostros negros en altos puestos políticos, desarrolló y alentó una clase media negra e incorporó a muchos elementos del movimiento contra el apartheid al sistema de dominio colonial a la vez que hizo ajustes a la columna vertebral de la dominación y explotación del imperialismo sin cambiarla en lo fundamental.

Sin un poder estatal revolucionario, la nueva coalición gobernante sudafricana no tuvo manera de engendrar una sociedad liberada completamente nueva. En lo fundamental, el futuro que el pueblo azanio y los pueblos del mundo necesitan es un futuro comunista, un futuro descrito así en el Mensaje y el Llamamiento del Partido Comunista Revolucionario, Estados Unidos, “La revolución que necesitamos… La dirección que tenemos”: “Un mundo en que las personas trabajen y luchen juntas por el bien común... en que todos contribuyan a la sociedad lo que puedan y reciban lo que necesitan para tener una vida digna de un ser humano... en que ya no haya divisiones entre las personas en que algunas gobiernan y oprimen a otras, arrebatándoles no sólo los medios para obtener una vida digna sino también el conocimiento y un medio para entender bien el mundo y tomar acciones para cambiarlo”. Lo más importante que hay que ver acerca de la dictadura del proletariado no es simple, definitiva ni principalmente los cambios radicales que se podrían hacer y que se harán en las condiciones de la vida del pueblo. El poder estatal revolucionario podría llevar a cabo muchísimos cambios radicales y muy necesarios como la reforma agraria. Pero eso no basta y de hecho, si no se hace nada más, las masas populares pronto se encontrarán de vuelta en alguna forma de infierno imperialista. Lo más importante sobre el socialismo y la dictadura del proletariado es que es una etapa de transición, una manera de pasar de los horrores del imperialismo al comunismo. El estado revolucionario dirigirá al pueblo mismo para arrancar de raíz y deshacerse de todas las viejas cicatrices del imperialismo, todas las raíces de las viejas desigualdades políticas, económicas y sociales y las relaciones opresivas así como los antiguos modos de pensar e ideas engendradas por esas relaciones y que fortalecen y reproducen éstas. Sí, habrá muchos altibajos, giros, curvas y vaivenes y tiene que haber amplio debate y disentimiento, exploración y descubrimiento en todo aspecto de la vida humana. O sea, un proceso muy vigorizante y emocionante de descubrir la verdad, dar vida a nuevas ideas y cambiar el mundo. Al hacer todo eso, el pueblo mismo se cambiará. De eso se trata una auténtica revolución y una auténtica dirección comunista revolucionaria. Sin eso, queda la Sudáfrica de hoy.

Cuando en 1994 Nelson Mandela fue elegido a la presidencia, ya se había acordado el plan, allanaron el camino todo tipo de compromiso y conciliación con los viejos amos del apartheid y con los imperialistas: se eliminaron el apartheid formal y sus rasgos más grotescos y le prometieron al pueblo azanio un país de bienestar económico e igualdad política. Dieciséis años después del fin del apartheid, se ha revelado que esta estratagema ha sido un barco de piratas que flota en un mar lleno de sangre y sueños rotos.

Que no lo dude: en la nueva Sudáfrica los pilares principales de la economía, aún dominada por la minería de exportación, permanecen firmemente bajo el control del imperialismo global. Las caras negras en altos puestos sirven a esos intereses imperialistas y no a los intereses del pueblo. Y aunque se presentan a muchas cifras que ilustran las actuales condiciones en Sudáfrica de modo que parezcan “neutrales en cuanto a la raza”, las condiciones en el país aún están en alto grado condicionadas por la raza.

Sudáfrica tiene la mayor desigualdad de ingresos en el mundo, la brecha más grande entre ricos y pobres. El ingreso anual promedio del adulto negro empleado de 15 a 65 años es cinco veces menos que el del blanco de la misma edad. La expectativa de vida es de 49.2 años y el 36.1% de la gente no espera vivir cumplir los 40 años. El 42.9% de la gente gana menos de $2 al día, un aumento desde el 34% en 2006; el 26.2% de la gente gana menos de $1.25 al día. La tasa oficial del desempleo es de 25.5% pero cuando se incluye a todos aquellos que llevan tanto tiempo sin trabajo que ya ni lo buscan, el porcentaje salta a 35.2%. En las reservas negras exclusivamente, la tasa del desempleo es más alta. La tasa de desempleo del adulto negro entre 15 y 65 años es siete veces más alta que lo es para el blanco de la misma edad.

La redistribución de la tierra sigue siendo un problema candente. En 2006, una cantidad relativamente pequeña de blancos protegidos por el gobierno del Congreso Nacional Africano (ANC) y su ardid de reparto de tierras “vendedor dispuesto/comprador dispuesto” aún controlaba de 70 a 80% de la tierra. Los desalojos y expulsiones forzadas de los negros son comunes. Desalojaron a más de un millón de negros de las tierras de cultivo desde el fin de apartheid. En 2009 la población urbana de Sudáfrica se había disparado al 61% de la población. El 33% vivía en “asentimientos informales” sin electricidad, servicios de salud, alcantarilla ni agua. Como resultado, el cólera es un fuerte peligro. Se calcula que la población de paracaidistas es de aproximadamente 10 millones o más y crece como hongos cada año. Soweto, aclamado ahora como una nueva “ciudad” centelleante, sigue siendo un distrito segregado con colinas cubiertas de chozas improvisadas y techos de hojalata. Cientos de miles de nuevas unidades de vivienda proporcionadas por el gobierno en los distritos segregados alrededor de Johannesburgo, que la gente llama “residencias caninas”, en realidad tienen la mitad del tamaño de las viejas casas de muñecas de 40 metros cuadrados proporcionadas bajo el apartheid.

Sí, Sudáfrica es una tierra de contrastes. Y quizás el contraste más grande y contundente sea el que el alboroto sobre la Copa Mundial pretende encubrir: el contraste entre lo que pudiera haber sido y lo que es, el contraste entre una sociedad dominada por el imperialismo y una liberada por la revolución. Y en ese contraste, sobresale claramente la necesidad del auténtico liderazgo comunista revolucionario. Aunque éste no garantiza la victoria y la liberación, su ausencia es una garantía segura de que el pueblo pagará muy caro.

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