Un caldo electrizante de júbilo, poder y furia en las calles de Baltimore: ¡El asesinato por policías tiene que TERMINAR!
Sunsara Taylor | 10 de mayo de 2015 | Periódico Revolución | revcom.us
Celebrando en el barrio, y buscando el camino adelante, Baltimore, 2 de mayo. Foto: AP
La gente inundó el Parque City Hall en el centro de Baltimore un día después de la presentación de cargos contra seis policías por el asesinato a sangre fría de Freddie Gray. Los manifestantes eran jóvenes y ancianos, la mayoría negro con bastantes blancos y una diversidad pequeña pero rica de otras nacionalidades. La mitad de la multitud estaba radiante de orgullo por haberse lanzado a las calles muchas veces desde el asesinato de Freddie Gray. La otra mitad, que incluía un número mayor de estudiantes que asistieron en grupos de amigos (no hubo grupos organizados por lo que yo veía), había salido por primera vez, motivados por el deber de solidarizarse y de aprender más.
El ánimo era de celebración pero también de coraje, determinado de seguir luchando pero no tan completamente claro qué significaba eso. Muchos de los oradores expresaban esa confusión, por un lado elogiando a Marilyn Mosby, la fiscal del estado, por presentar cargos contra los policías, y por otro lado reconociendo que la única razón por qué lo hizo era la rebelión poderosa y justa del pueblo. Aunque no se le publica, la plataforma de Mosby en su campaña electoral para fiscal era de denunciar el hecho de que la gente no cumplía condenas suficientemente largas, y de proclamar su aferrado apoyo para la asignación de más policías a West Baltimore. Lo único que le cambió de opinión fue la demanda contundente y amplificada por la justicia. Otros oradores censuraron la “violencia” de la rebelión, sólo para añadir que sin ese levantamiento feroz, no hubiera cambiado nada.
Carl Dix, del Partido Comunista Revolucionario y la Red Parar la Encarcelación en Masa, brindó una tremenda claridad con su discurso, que desde el primer momento animó la multitud a corear, “¡Acusar! ¡Condenar! ¡Policías asesinos a la cárcel! ¡Todo el maldito sistema es culpable, carajo!”. Ayudó a los presentes a entender lo muy importante que fue su levantamiento para ganar una convicción, al mismo tiempo que los advirtió que no se engañaran porque presentaron cargos. Les recordó de la larga historia en que los policías asesinos, incluso cuando les lleguen a acusar debido a la fuerza de la lucha popular, casi siempre son absueltos, y les enfatizó que se necesita escalar la lucha para que eso no ocurra.
Dix también habló del mundo que tenemos que crear por medio de una revolución concreta que ponga fin al genocida triturador que azota la vida de millones de negros y latinos. Cuando empezó a plasmar esa visión, la manera en que abarca no sólo un fin a la supremacía blanca sino también un fin a la degradación y esclavitud de la mujer, la multitud estalló de entusiasmo jubiloso. Otros reconocimientos a la mujer negra iban del aprecio a las que se han lanzado a la calle y la demanda de incluir a las víctimas femeninas del asesinato policial —excelente— a aclamar a Marilyn Mosby como si fuera alguna campeona de los oprimidos — erróneo. Pero lo que Dix profundizó más era explicar que todas las mujeres son oprimidas y degradadas como mujer bajo este sistema de capitalismo-imperialismo; y los presentes también respondieron más profundamente — lo que es extremadamente importante para las posibilidades de una revolución. Al final llamó a la gente a organizarse para una revolución concreta y a conectarse con la Red Parar la Encarcelación en Masa.
Después de su discurso, muchos de los manifestantes estaban ansiosos de apuntarse para la revolución. Algo en qué pensar: es casi seguro que los revolucionarios presentes podrían haber hecho más para reclutar en el acto a base del discurso impactante de Dix.
Tras varias horas de discursos, la marcha por fin se arrancó. Miles se lanzaron a la calle. El Club Revolución coreó un canto que hacen muchos equipos del deporte: “Dondequiera que vayamos... La gente quiere saber... quiénes somos... así que les decimos: ¡Somos los revcoms! Los poderosos revcoms!”. Un número creciente nos acompañó a marchar y cantar. Muchos alzaron el puño, otros bailaron al compás. A los presentes les atraía esa proyección de una fuerza poderosa y organizada para la revolución.
Cuando por fin llegamos al barrio bronco de West Baltimore, el centro de la rebelión, centenares se pararon en las banquetas. Era palpable la devastación que ha plagado esta ciudad durante décadas: edificios abandonados, falta de tiendas de comida, viejitos tomando en la banqueta, pintas con “R.I.P.” (Descansa En Paz) en los muros... en todas partes evidenciaba lo destructivo del capitalismo. Pero también evidenciaba el potencial creativo y revolucionario nacido de esa destrucción, la rabia explosiva de cientos de años de la esclavitud y opresión del pueblo negro. El ánimo era un caldo electrizante de júbilo, poder y furia.
Las personas agarraban el cartel de Vidas Robadas; bajaron corriendo desde el último piso de las proyectas de vivienda pública para conseguirlos. Los padres aplaudían a sus hijos que los cargaban en alto. Muchachos y muchachas en autos ondeaban los carteles desde las ventanas del auto o el techo corredizo, mientras tocaban la bocina y pasaban despacito. En el final, alguien armó un enorme sistema de sonido, y cientos de personas se juntaron para bailar, vitorear y cotorrear sobre temas mayores y menores.
Las calles se llenaron de una mezcla de gente que a lo mejor nunca se había entremezclado tanto en la vida. Estudiantes y gente de clase media que nunca habían entrado hasta el corazón del gueto se intercalaban con los que conocen mejor el interior de la furgoneta policial que el de una aula universitaria. Era un fenómeno concreto ese entremezclado, pero al mismo tiempo algo cauteloso; las personas tendían a arrimarse a otras personas de origen más semejante, al mismo tiempo que cobraban ánimos y se alegraban de la mezcla.
Los que andamos en la onda del Partido Comunista Revolucionario, al lado de algunos que venían agrupándose a nuestro alrededor durante el día, nos formamos a una orilla del mitin-final y volvimos a corear. Marchamos lentamente por una calle residencial donde cientos de residentes negros estaban en las banquetas.
Gritamos que el levantamiento era bien bello, que había sido esencial para ganar una probadita inicial de justicia, para inspirar y compeler a personas por toda la sociedad a reconocer la humanidad de los que el sistema desecha y a tomar partido con ellos; gritamos que es necesario llevarlo mucho más allá, encarcelando a los policías asesinos y haciendo una revolución concreta. “¡Necesitamos una revolución!” coreamos una y otra vez. Al principio, las personas en las banquetas quedaron viendo nada más. Dentro de poco, un coro se sumó al reclamo por la revolución. Jóvenes empezaron a acercarse a sacarse fotos con la manta del Club Revolución, que decía en inglés, “¡No aceptaremos la esclavitud en NINGUNA forma! ¡Luchar contra el poder, y transformar al pueblo, para la revolución!”. Más jóvenes entraron en tropel, entre ellos muchachas con sus bebés, y muchachos, muchos usando los colores de pandillas rivales.
Estos son los jóvenes tachados de “matones” por la prensa y por Obama. El sistema los ha abandonado por completo, los ha satanizado y criminalizado desde antes que nacieran. Los tiene encajados en condiciones que solamente les ofrece una forma para ser respetados: matar y morir en combate contra otros chavos igual de jodidos. Han asistido funerales de amigos, algunos matados por la policía, otros perdidos en esos conflictos sanguinarios y degradantes. Aun así, superando los años de reyertas mortales, aquí se arrimaron para tomar posición con la liberación. Se vislumbraba un potencial aún mayor que brinda la revolución, y era precioso.
Esa escena se disolvió en grupos que entraban en discusión. Un muchacho que había cubierto la cara con pañuelos me señaló una hilera de edificios todos sellados. “Aquel,” me dijo, apuntando al último en una hilera, “fue quemado el lunes por la noche. Todos los demás ya estaban abandonados”. Que no nos vengan a reclamar que la destrucción de esta comunidad se debe a la rebelión justa del pueblo. En realidad, esa rebelión brindó las primeras probaditas de justicia, de amor y solidaridad más amplios, y de esperanza que estas calles hayan visto ¡en generaciones!
A poca distancia, Travis Morales de la Red Parar la Encarcelación en Masa atrajo una multitud al hablar en altoparlante en frente de la enorme manta de Vidas Robadas. Un grupo de adolescentes que quedaron en la orilla me explicaron que, a pesar de los cargos contra la policía, no tienen muchas esperanzas para el cambio. “Acusaron al tipo que mató a Trayvon,” uno me dice. Él tenía 12 años nada más cuando Trayvon fue asesinado. Es posible que él se acuerde, pero es más probable que el debate vibrante que ha inundado estas calles en los días recientes le ha brindado ese relato aleccionador. Ya a su edad él y sus amigos cuentan que la policía los corretea y/o los maltrata. Les digo que sí, acusar los policías no es suficiente, pero insisto que mucho se ha logrado. Los de arriba de este sistema temen el tipo de poder y rabia que ha estallado en este barrio, así como la más amplia solidaridad que eso ha ganado en la sociedad. Sonrisas de orgullo les iluminan las caras, y sus posturas cambian un poco, apenas para transmitir que están dejando el recelo y poniéndose más serios.
En la onda con el Club Rev, 14 de abril. Área de la Bahía, California. Foto: Lonny Meyer
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“¿Qué significa entrarle a la revolución?”, pregunta uno. Explico la estrategia de “luchar contra el poder, y transformar el pueblo, para la revolución” y que hoy estamos organizando a los miles que dirigirán a millones cuando se maduren las condiciones para una lucha campal para conquistar el poder. Se entusiasma, pero pregunta a los amigos, “¿Me apunto?” “Nel”, dice el chavito que mencionó Trayvon, y da la vuelta hacia otro lado. Todos dan la vuelta. “¿Enton’ qué?” les digo osadamente, usando una parte del discurso épico de Bob Avakian, ¡REVOLUCIÓN — NADA MENOS! “¿Les gusta como la chota los jode? ¿Les gusta que les faltan el respeto y los tratan peor que a un perro? ¿Les gusta como este mismo sistema trata igual a otra gente como ustedes por todo el mundo? Pues, si todo eso les gusta, órale, sigan su camino, esta revolución no es para ustedes”. Vacilan. “Pero si odian esta mierda, si odian lo que hicieron a Freddie Gray, si odian el hecho de que cualquier de ustedes podía haber sido él, si odian que ocurre lo mismo día tras día tras día tras día no sólo en Baltimore sino por todo este país, y por todo este mundo, pues tienen una responsabilidad. No estoy vendiendo nada, yo les estoy hablando de la revolución de verdad, vida y muerte, y ustedes tienen un papel grande — no sólo para luchar por su propia liberación sino por la emancipación de toda la humanidad”. El chavo que se había entusiasmado es el único que sigue mirando hacia mí, pero titubeo. Luego, el que dio vuelta hacia otro lado primero regresa corriendo y dice, “’Tá bien, me apunto”. Los otros también. Tomamos el tiempo en el acto de adentrarnos más en la revolución.
Parecía que todos en el barrio tienen una historia acerca de la policía, muchas de ésas detallando los horrores del infame “aventón rudo” de la policía de Baltimore (en que meten a uno, esposado de las manos o de las manos con los pies, en una furgoneta policial sin abrocharlo, y de ahí manejan al adrede de modo que arrojan a uno contra las paredes de la furgoneta sin poder protegerse). Aun peor, me dijeron, es el verano cuando hacen todo eso además de dejar a uno encerrado en la furgoneta sofocante sin aire acondicionado o agua durante horas. “Hasta da ganas de estar encarcelado”, dijo un señor negro de edad mediana. “De ahí, cuando por fin llegues y andas todo cochino y adolorido y te dan de comer con algo verde entre dos rebanadas de pan, yo lo doblo como una almohada y me pongo a dormir en el hormigón”. Es rutinaria.
Un muchacho que era muy amigo de Freddie Gray me platica mientras lo interrumpen otras personas frecuentemente para darle un abrazo o el pésame, o de acompañarlo en la expresión de rabia. “Lo próximo vez que nos joden, tenemos que hacer más que grabarlos nada más”, insiste él, y estallan de entusiasmo todos. “No estoy diciendo que los golpeemos o que los matemos a golpes como ellos lo hacen a nosotros”, clarificó, “pero no podemos seguir con los brazos cruzados y lo único que hacemos es grabarlos mientras nos matan. Hay que pararlos.”
¡En efecto, hay que pararlos!
Para más información:
La opresión del pueblo negro, los crímenes de este sistema y la revolución que necesitamos (5 de octubre, 2008)
“Sí, hay una conspiración para que siempre salgan impunes los policías”, corto de “Revolución: por qué es necesaria, por qué es posible, qué es”, una charla filmada de Bob Avakian en 2003 en EEUU.
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