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Los ataques de Paris y la reacción del Estado: todos son asesinos

3 de febrero de 2016 | Periódico Revolución | revcom.us

 

French police are stationed outside the Great Mosque of Paris.
Antes de los ataques en París, el gobierno francés ya había comenzado a adoptar nuevos amplios poderes para el gobierno en nombre de la lucha contra el terrorismo islamista. Tras el bombardeo, asignaron a 300 policías para llevar a cabo allanamientos de hogares sin órdenes de registro durante dos noches. Encarcelaron sin cargos a los padres, hermanos y otros familiares de personas sospechadas de tener algo que ver con los ataques. Aquí, como parte de esas medidas represivas, la policía está estacionada fuera de la Gran Mezquita de París. Foto: AP

17 de noviembre de 2015. Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar. El 13 de noviembre de 2015, 129 personas inocentes fueron asesinadas en París en ataques con bombas y balas. Muchas de ellas, de entre 20 y 40 años de edad, asistían a un concierto de rock, cenaban en un vecindario muy concurrido, veían un partido de fútbol en un bar de deportes o simplemente paseaban. Los ataques cobraron vidas al azar, devastando irreparablemente a sus familias y dejando a la mayoría de los franceses del común en un profundo dolor y conmoción.

Los ataques fueron parte de una deliberada ola de masacres a civiles que reivindicó el Estado Islámico (EI) [también conocido como ISIS o Daesh], incluyendo las explosiones que un día antes mataron a docenas de personas en un vecindario chiíta de Beirut, y la voladura en octubre de 2015 del avión ruso con 224 turistas a bordo sobre el desierto egipcio del Sinaí. Todos estos fueron actos de matanzas, aunque en una escala mucho más pequeña en comparación con las que las potencias de Occidente, Francia entre ellas, han infligido a los habitantes del mundo durante más de un siglo, en el Medio Oriente y otras partes. ¿Es necesario mencionar el millón de víctimas, cuando menos, en la guerra de Francia para impedir la independencia de Argelia (1952-62)?

Casi inmediatamente, el presidente francés François Hollande declaró la guerra. Dijo que su país no enfrentó solamente ataques de unos individuos, como en el pasado, sino de “un ejército terrorista”. “Estamos en guerra”, le dijo al parlamento francés unos días después de los ataques de París, cuando se sesionó para darle a Hollande poderes de guerra. Afirmó que esto se hacía en defensa propia, aunque su gobierno ya había incrementado las operaciones militares en Siria —vigilancia aérea, bombardeos aéreos y, según Le Monde, fuerzas especiales— en las semanas y días anteriores a los ataques de París.

Si esto es una guerra, es una guerra injusta entre fuerzas reaccionarias que tienen el mismo desprecio por la vida humana. Ninguna de estas fuerzas es menos deliberada y conscientemente cruel en la búsqueda de sus objetivos políticos reaccionarios. Respaldar a cualquiera de estos bandos solo empeora la dinámica entre dos alternativas inaceptables. Las personas tienen que salir al frente y oponerse políticamente a ambos bandos y a todos sus horrores, y trabajar para liberarse de esta espantosa lógica.

El EI se hace pasar como la única fuerza que puede desafiar el poder, la ideología y la hipocresía de las clases dominantes imperialistas del puñado de países que controlan o aspiran a controlar muchas naciones y llevarle mucha miseria a tantas personas. Montaron este desafío inspirados en una ideología y visión reaccionarias de una sociedad que llevaría al poder a nuevos explotadores y a antiguos frustrados explotadores. El objetivo de su yihad es preservar, consagrar y sistematizar las formas existentes de la opresión de la población en el Medio Oriente y otras partes, incluyendo la supremacía del hombre sobre la mujer, una subyugación que persiste hoy en viejas y nuevas formas por toda la sociedad del mundo, junto con otras divisiones sociales opresivas que aplastan la vida y el potencial de poblaciones enteras. Miles de jóvenes de Francia y otras parte se han unido a las filas yihadistas en Siria y otros países porque creen que el islamismo les puede ofrecer el futuro que les niegan en sus sociedades. Se dice que algunos de ellos estuvieron involucrados en los ataques de Paris.

Francia ha estado profundamente involucrada en Siria desde la i Guerra Mundial que se libró para repartir el mundo entre las potencias imperialistas. Aun antes de que la guerra terminara, el acuerdo Sykes-Picot de 1916 dividió las posesiones del Imperio Otomano entre Gran Bretaña y Francia. Francia despedazó a Siria para crear el Estado del Líbano, basándose en sus aliados entre la minoría cristiana allí, y más en general trabajó para exacerbar las contradicciones religiosas y étnicas. El comunicado del EI publicado después de las masacres de París específicamente llamó a Francia “la guardiana del templo Sykes-Picot”, haciendo referencia no sólo al viejo orden colonial sino a la subyugación económica y política de la región que ha persistido y de algunas formas se ha intensificado.

Francia ha trabajado para impulsar de muchas formas sus intereses en Siria y en la región durante años, a veces conjuntamente con otras potencias como Estados Unidos y frecuentemente en rivalidad con estas. Probablemente más que cualquier otra potencia de Occidente, Francia tiene nexos e influencia históricos en sectores de las clases dominantes sirias, antes con la familia Assad y ahora con importantes disidentes del régimen gobernante a los que presentan como la oposición “moderada” (pro-Occidente). Irónicamente fue Francia, y no Estados Unidos, con mayores ganas de lanzar una campaña de bombardeos contra el régimen de Assad en 2013. Desde ese entonces, mientras Estados Unidos y luego Rusia realizaban sus operaciones en Siria bajo el lema de confrontar al EI, el presidente francés Hollande ha visto una creciente necesidad de hacer lo mismo, esta vez a nombre de oponerse no a Assad sino a EI. Las tácticas, maniobras y justificaciones varían, pero los intereses imperialistas son los mismos — el que no tenga fuerzas armadas involucradas no va a recibir nada cuando se repartan el botín.

Precisa entender que lo que Francia ha hecho y espera hacer en Siria no es distinto a lo que ha venido haciendo con sus 3.500 tropas en Chad, Malí y otras ex colonias francesas de África occidental y central: no busca reestablecer enclaves coloniales que ya no son posibles o necesariamente deseables desde el punto de vista del imperialismo francés, sino que está trabajando por integrar mucho más a las poblaciones en las redes de acumulación capitalista de París y mantener a raya a sus rivales imperialistas.

Al igual que Hollande ya había escalado las operaciones francesas en Siria antes de los ataques de París, su gobierno ya había empezado a adoptar nuevos poderes gubernamentales amplios a nombre de combatir el terrorismo islamista. Estos poderes también van dirigidos a la cuantiosa población de origen inmigrante en Francia, en gran parte proveniente de países predominantemente musulmanes otrora colonias francesas y que siguen estando dentro de su esfera de influencia. Estas medidas represivas van desde la ley que le permite a la policía política operar más libre del control judicial (de no anunciar nuevas prácticas de vigilancia sino darles una cobertura legal más sólida) a la prohibición de los vidrios polarizados de los autos (una medida justificada como necesaria para que la policía pueda ver si los conductores están texteando o usando cinturones de seguridad, y por supuesto para que puedan ver más fácilmente la etnia de la gente).

Luego de los ataques, Hollande declaró un estado de emergencia que permitió que durante dos noches unos 300 policías allanaran viviendas sin orden de cateo. Los padres y madres, hermanas y hermanos y otros familiares de gente sospechosa de estar implicada en los ataques fueron encarcelados sin cargos — un acto que se considera como venganza y toma de rehenes cuando lo hacen otros países.

De hecho, como lo han señalado periodistas franceses, esa hipócrita consigna de “Libertad, Igualdad y Fraternidad” ha sido acallada por el canto del himno nacional, La Marseillaise, con énfasis en el verso: “Ciudadanos, a las armas”. A diferencia de después de la masacre de Charlie Hebdo en enero de 2015, esta vez son pocas las advertencias dentro del Establecimiento a no confundir a los islamistas fundamentalistas con gente de origen islámico. La idea central del discurso de Hollande es que el Estado será “implacable” en el exterior y en el país.

No es coincidencia que Hollande haya acogido la propuesta del ultraderechista Frente Nacional de darle al gobierno el poder de quitarles la nacionalidad incluso a franceses de nacimiento (es decir, de familias inmigrantes). Limitó la amenaza a personas que tienen doble nacionalidad, ya que dejar a la gente sin nacionalidad es problemático bajo el derecho internacional, pero el valor simbólico de este poder es enorme al igual que lo es su potencial como arma para aterrorizar a las familias con la posibilidad de ser desmembradas. Varios millones de inmigrantes tienen doble nacionalidad.

Hablando ante ambas cámaras del parlamento, una circunstancia sumamente rara, Hollande pidió aprobar una ley que le permitiera extender 90 días más el estado de emergencia que declaró. También hizo un llamado a cambiar la constitución de 1958 para darle una base legal más fuerte a este estado de emergencia extendido, y modificar la cláusula constitucional que en la actualidad le permite al presidente asumir amplios poderes únicamente en caso de insurrección armada o de invasión extranjera. Hollande anunció la contratación de miles de nuevos policías, guardias fronterizos y carceleros.

La vaguedad de las intenciones de Hollande abre posibilidades de diversa índole. Hay un alboroto general en los círculos gobernantes de Francia sobre los riesgos y las oportunidades que presentan los diferentes enfoques que el país podría adoptar a nivel nacional e internacional.

Pero hay mucha unidad en la clase dominante francesa en cuanto a las medidas represivas. Por ejemplo, cuando un líder de los Republicanos (el nuevo nombre del partido de derecha establecido) pidió internar a todos los que tengan una “S” en su archivo policial (es decir, los que están bajo vigilancia especial, hoy día principalmente por presuntas conexiones con islamistas, que se calcula son entre 4 mil y 10 mil personas, según Le Monde y The New York Times respectivamente). El primer ministro de Hollande, Manuel Valls, se negó a descartar esa posibilidad diciendo que el gobierno consideraría “todas las armas necesarias”.

Cuando Hollande declara “Estamos en guerra”, lo que viene a la mente es no solo la ii Guerra Mundial sino la guerra de Argelia, cuando se establecieron los poderes que hoy evoca Hollande. Estos tenían en la mira especialmente a los argelinos en Francia y también tenía por objeto arreglar por la fuerza las disputas en las clases dominantes.

Puede que Francia esté “en guerra”, pero no está claro con qué objetivos de guerra realistas. Al mismo tiempo, Francia no puede apartarse de este conflicto porque necesita mantener y ampliar su estatus de gran potencia, y en últimas como parte del puñado de países capitalistas monopolistas que pueden extraer superganancias de su posición en el funcionamiento del sistema imperialista mundial. Esa es una situación muy peligrosa para la clase dominante francesa, la población de Francia y el mundo.

Los riesgos también son muy altos en el frente interno. Despojar a la gente de su nacionalidad francesa significaría reconocer oficialmente la inequidad entre ciudadanos franceses, un hecho que ya vive a diario la gente de las viviendas públicas en las afueras de las ciudades, en donde un sector de las clases más bajas ya se siente confinado. Es probable que uno de los objetivos políticos de EI tras estos espantosos ataques fuera acentuar la dinámica en la que amplios sectores de gente de la llamada “clase marginada” de Francia son empujados hacia el islamismo por su posición marginada en la sociedad y especialmente por la represión estatal en su contra.

Ambos bandos están acelerando la polarización entre el islamismo y la clase dominante francesa y su ideología. Ese es precisamente el problema, la forma en que el choque entre estos dos bandos reaccionarios define la situación hoy. Negarse a reconocer esta dinámica —esta realidad— solo puede llevar a dejarse arrastrar a la cola de uno u otro de los bandos a pesar de que se afirme lo contrario. Especialmente, aunque no solo, en los países imperialistas esto significa por lo general ayudar a los imperialistas. En todas partes, respaldar a uno de los bandos significa fortalecer la reaccionaria dinámica subyacente y fortalecerlos a ambos bandos.

Es difícil que la gente resista la atracción de estos dos polos sin comprender un poco de por qué estas no son las únicas alternativas. Tanto en los países oprimidos como en los países opresores se necesita una perspectiva a largo plazo de cómo podría surgir una alternativa revolucionaria. Luego de los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, a pesar de una fuerte tendencia de la gente a buscar protección en el gobierno, surgió, con la participación de los comunistas revolucionarios, el movimiento “No en nuestro nombre” que tuvo la capacidad de oponerse a los intentos del régimen de Bush de imponer la autoridad moral como representante de las víctimas, y buscar así legitimar aún más masivos crímenes.

Hoy, una oposición seria, valiente y cada vez mayor contra los crímenes pasados, presentes y futuros de los gobernantes imperialistas podría proporcionar ayuda política a los que odian tanto al imperialismo como al islamismo en Medio Oriente, y podría ser parte de empezar a cambiar el desfavorable panorama político del mundo de hoy.

 

El Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar es un servicio de Un Mundo Que Ganar, una publicación política y teórica inspirada por la formación del Movimiento Revolucionario Internacionalista, el centro embrionario de los partidos y organizaciones marxista-leninista-maoístas.

 

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