La continua llovizna golpeaba el parabrisas del colectivo que ascendía hacia San Juan Chamula. El pequeño colectivo hacía fuerza con su pesada carga. Cada rinconcito estaba ocupado por gente, guajolotes, frutas, verduras y artículos de primera necesidad. Un modelo del quetzal, un hermoso pájaro de larga cola de colores que no puede vivir cautivo, colgaba del espejo del colectivo. La música ranchera sonaba a todo volumen. La mayoría de los pasajeros eran tzotziles que regresaban a su casa del mercado en la ciudad. De vez en cuando el colectivo se paraba al lado de un sendero para que bajara o subiera un pasajero.
A mitad de camino pasamos una cartelera de un grupo de "ciudadanos" que decía: "Los indígenas logran más con el diálogo. ¡No a las armas!". Aunque San Juan Chamula queda en las montañas de los alrededores de San Cristóbal, no fue uno de los puntos más candentes de la rebelión. La cartelera decía mucho sobre el impacto del levantamiento armado de año nuevo y lo preocupado que tenía al gobierno. Como pronto nos dimos cuenta, muchos de los campesinos de Chamula apoyaron el levantamiento. La municipalidad, que aparentemente no contaba con que la cartelera tuviera mucho éxito, también había pedido que el ejército federal se preparara para defenderla de los zapatistas.
Queríamos ver lo que estaba pasando en Chamula porque este municipio es el centro de muchos conflictos sociales, que se han agudizado desde el levantamiento del 1§ de enero. Chamula es un buen ejemplo de cómo viven los indígenas en los territorios comunales y de cómo los controlan los caciques: los corruptos patrones políticos y económicos vinculados al gobierno federal y al PRI.
San Juan Chamula es un municipio rural enorme que queda a unos 42 kilómetros al norte de San Cristóbal. En él viven unos 100.000 tzotziles y es famoso por sus rituales religiosos. La enorme iglesia colonial que domina un lado de la plaza central es una gran atracción turística que le trae mucho dinero a las autoridades. Los habitantes de Chamula dirigieron un gran levantamiento contra el gobierno en 1869.
El sistema comunal de tierras es algo distinto del de los ejidos, donde el gobierno es el terrateniente. Las tierras del municipio son terrenos comunales que técnicamente pertenecen a toda la comunidad tzotzil.
Casi todos los habitantes de Chamula son indígenas, pero ya al entrar al pueblo se
notan divisiones de clase. Las primeras construcciones que se ven son de ladrillo o de concreto, estucadas, con techos fuertes. Las calles están pavimentadas. Se ven muchos carros y grandes antenas de televisión, patios y cercas altas. Ahí viven los más acomodados: los caciques, los politiqueros, los comerciantes, los terratenientes y sus paniaguados.
Ahí es donde se reúne el gobierno. Al llegar a la plaza encontramos docenas de hombres con su chuj tradicional en pequeños grupos esperando una reunión del concejo municipal. Unos tenían bastones que simbolizan "el cargo": las responsabilidades religiosas y comunitarias del individuo.
A poca distancia de ahí encontramos una Chamula completamente diferente. Ya no hay calles pavimentadas y el camino de tierra, lleno de piedras y hoyos, sube montaña arriba. En esas colinas vive la mayoría, para ganarse la vida como pueda. El contraste de esas dos partes de Chamula da una idea de las complejas relaciones sociales y de clase que lo determinan todo en Chamula.
La llovizna y el frío nos persiguieron en nuestra caminata. Nos embarrábamos los pies, zapatos y botas. Las casas son de adobe, barro y palos. Los techos son de aluminio y de paja. A veces las casas tenían una capa de estuco. Muchas eran rectangulares pero otras eran redondas. Todas eran chiquitas; tenían un solo cuarto donde vive toda la familia. En unas colonias había muchas casitas, apiñadas entre pequeñas parcelas. Otras eran parajes: colonias de apenas unas pocas casas. Las parcelas son diminutas y los campesinos más pobres tienen que trabajar en los ranchos de tierra caliente en los alrededores de Tuxtla o en el estado de Tabasco. Unos trabajan por seis pesos al día en los campos de los grandes terratenientes de Chamula.
Más adelante vimos un gran campo con pozos de agua. En uno, tres mujeres lavaban ropa con el agua hasta las rodillas. Otra iba caminando hacia una colina con un enorme jarrón de agua en la cabeza. Más allá, había unos caballos atados. Hacia la izquierda del camino había una choza de palos y barro encima de una pequeña colina. Un anciano hizo a un lado la cobija que cubría la puerta. Adentro tenía costales de cereal y maíz arrimados contra pilas de leña. Lo saludamos y paramos a platicar.
"Aquí nacimos. Tenemos un poco cada quien. Cada pedazo...varios tengo, pero son pedazo a pedazo. Es comunal. Se muere uno y así queda un terreno para el hijo. Si tiene unos cuatro, cinco hijos, así queda para el terreno. Sembramos un poco papa, un poco maíz, un poco frijol.
"Tengo dos hijos. Cada quien tiene su terreno pues. Es propio de nosotros, y ya viene el hijo, entonces es propio de él. Por eso se achica. Cuando viene más hijos, y más crecidos también, va a haber reparto. En seguida si hay un hijo, y se muere también uno, si queda viviendo el hijo y gusta tener también un hijo, y vienen más hijos, hay reparto otra vez de terreno. ¡Se hace ya muy chiquito, muy chiquito! No alcanza todo el año. Sí, para el elote. Aquí no hay maíz para guardar. Sí se guarda, si compramos bastante. Pero hay que comprarlo pues. Tres, cuatro lonas tal vez, y así alcanza todo el año.
"Los otros sí llevan el producto al mercado pero nosotros aquí trabajamos a sacar dinero aquí no más, a cortar leña, así pues. Pero ganamos poco. Ganamos 10, 20 diarios. Pero hay los gastos, con una pequeña fiesta y ya se gastó todo.
"Ganamos 10 pesos cuando vamos a quebrar tierra, a cortar leña, limpiar milpa, a albañil. No todos aquí tenemos pedazos de terreno. Hay algunos que tienen mucho. Algunos que tienen más amplio el terreno. Así es, no más. Hay unos que compró bastante. Hay unos que venden también el terreno, compran también. Para sí tiene dinero, entonces sí, compra terreno. Nosotros no tenemos dinero, y no compramos nada".
Poco después de despedirnos del anciano conocimos a un campesino joven que jugaba con sus hijos frente a una casita de concreto. Su casa estaba un poco alejada del camino y parecía ser parte de una pequeña colonia. Había unas camionetas viejas detrás. "Esta tierra aquí es mi propio terreno. Mi papá es nacido de aquí de San Juan Chamula, y además es todo su herencia que pasó por mi abuelo. Y allí, como aquí yo nací, y su herencia de mi papá ya me dieron el mismo terreno.
"Bueno, yo trabajo de agricultor, mi propia tierra. Es un pequeño cuadrito o algo. Unos 15 metros o 10 metros de cada parte. Cada parte está diferente; unos aquí por otra distancia, otros por allá. Más o menos son 3 hectáreas de terreno.
"Además yo trabajo en otras ciudades en tierra caliente, así también, siembro frijoles y maíz, de temporada. Por hectárea pagamos a 500 kilos por la renta del terreno. En tierra caliente, la distancia de aquí lleva 6 horas de camino aquí pa' allá, en carro. Nosotros aquí somos indígenas de todas partes. Casi la mayoría que trabajan aquí en todas partes son indígenas. Ahorita hay también de que por acá nada más pa' nosotros que cuando vamos a trabajar, no hay quien pa' ayudar, está bien dura, y nos pagan 10 pesos diario, y la familia aquí queda cuidando la casa y a los hijos".
El joven apoyó la rebelión de todo corazón. Como muchos de los que viven en la zona, no tenía mucha información sobre los zapatistas ni sobre su programa, pero para él lo que importaba es si ayudaban a los campesinos.
"Yo estoy mucho confiado aquí, quiere decir con mucho gusto. Y es que como aquí lo que están diciendo con este mes de enero, que había problema, šno? Pero hay otros que querían luchar, modificar por el terreno que no son míos. Pero yo veo que yo estoy alegre, šno? aquí porque nosotros pequeños que no tiene nada de terreno y ya no tiene trabajo para conseguir para su familia. Y aquí como dice el señor, si la ayudan pues a los pobres indígenas, entonces sí yo estoy contento.
"Los zapatistas están luchando por más terreno. Los zapatistas son puros indígenas. Y de ahí, bueno, casi la mayor parte que yo va a leer pues, me gustó. Hay otros que me hace engaños. He oído en otras partes que es bueno, y otros dicen en otras partes que son malo. Por eso no sabemos bien cuál es la forma, cuál es la que más. Más bien, los zapatistas o los gobiernos, que no sabemos. No tengo la información.
"Bueno, así es que me gustaría tener más terreno, para modificar y mantenerme la familia. Y así por pedazos por pedazos, ya no nos tenemos pa' los chamacos, para la familia. Y el precio para el maíz está muy bajo, y el precio de frijol también. El precio para maíz está en siete cincuenta (750 pesos) la tonelada. Y el frijol, dos pesos con dos centavos para un kilo. Vendo por mayoreo ahí a particulares donde compran allá donde estamos trabajando, tal vez 2, 3 toneladas. Bueno de aquí traigo para comer con la familia. Y así está bien para sembrar aquí un poco, pocas milpas, šno?
"Bueno, yo quiero conseguir una vida mejor. Pero son pocas tierras aquí. Queremos avanzar, más terreno, para beneficia de uno".
Dejó de llover y nos alistamos para volver al pueblo. El campesino nos acompañó hasta el camino y yo le pregunté qué le parecería un levantamiento campesino por todo el país. Sus ojos brillaron y se rió antes de hablar. Por lo visto, la rebelión le había gustado mucho y ya había pensado en eso. "Bueno, así yo me gustaría aquí empezar. No nos gusta también así como el gobierno roba terreno. šPor qué no da terreno el gobierno a los campesinos? Si es terreno de los campesinos para avanzar más el terreno. No solo los mestizos que tienen más terreno, sobre cuántas hectáreas, por 200 ó 300 hectáreas. Que sea igual que los campesinos. Que tienen algún terreno. Treinta, cuarenta hectáreas cada campesino, cada padre de familia, para beneficia de uno.
"Así como los ganaderos, ellos tienen más apoyo del gobierno, más ayuda. šPor qué los que reciben más apoyo son los ganaderos? Y el gobierno a los campesinos no hay ayuda. šPor qué? Por eso es que están luchando los pobres campesinos. Sufren con las familias. Y no beneficia uno. Y hay otros más pobres que yo. Hay otros que no tienen terreno, ni un pedazo. Solo buscan por trabajos. Y a veces los consigue, a veces no. Se mueren de hambre. ¡Y las pobres familias! Aquí en el estado de Chiapas, ya no hay más trabajo para trabajar. Y de ahí todos van saliendo por buscar el trabajo por Tuxtla, en Tabasco, y de peones y otros negocios más, otras compañías que le paguen. Otros venden chicles, venden nieve, paletas, nada más eso, los pobres indígenas. Esto es lo que sufren".
Cuando los españoles conquistaron a Chiapas reclutaron indígenas para ser sus representantes y capataces. Siglos después, de 1915 a 1920, un ejército llamado los "mapaches" (organizado por hacendados blancos) sembró terror en las comunidades indígenas de Chiapas para parar la reforma agraria que decretó el gobierno después de la revolución de 1911. La clase terrateniente agarró más tierras y se adjudicó grandes haciendas, algunas de las cuales perduran. Esas son las raíces del sistema de cacicazgos que gobierna las zonas indígenas de Chiapas hasta la fecha.
En Chamula los caciques son una camarilla de indígenas ricos que lo controlan todo. Controlan todo el transporte y construcción. Son agiotistas y controlan los préstamos. Controlan la venta de equipo agrícola y de fertilizantes. Controlan todos los dineros del gobierno y el socorro internacional. Tienen la última palabra sobre la utilización y distribución de las tierras comunales. Están a cargo de la producción y venta de posh, una fuerte bebida alcohólica que ha devastado generaciones enteras. Manejan la iglesia y sus operaciones comerciales: el turismo, los fuegos artificiales y las fiestas religiosas. Controlan el gobierno municipal y tienen estrechos lazos con el gobierno federal. A cambio de todos los beneficios que reciben, los caciques garantizan que el día de las elecciones siempre gane el PRI, y no es extraño que el cacique de una comunidad vote a nombre de todos sus miembros.
Los caciques de Chamula--y de todos los municipios de Chiapas--se benefician de la opresión semifeudal de los campesinos, y sus gavillas la defienden con campañas de terror.
En Chamula, los caciques han producido una guerra religiosa que lleva varias décadas. Con el pretexto de proteger la cultura indígena, han expulsado a más de 30.000 personas de Chamula porque han abandonado la religión tradicional (una mezcla de catolicismo y creencias mayas) y han adoptado religiones protestantes evangélicas.
En esta situación operan complejas contradicciones.
Los caciques siempre han aprovechado la religión para controlar y robar a los campesinos. Si uno le cae mal a un cacique por alguna razón, el cacique puede arruinarlo imponiéndole responsabilidades religiosas y cívicas sumamente costosas. Muchos campesinos acaban endeudados de por vida a un cacique porque en las fiestas religiosas tienen que pagarles tributos y comprar grandes cantidades de bebida y comida.
En las últimas décadas los caciques han tenido conflictos con la iglesia católica, especialmente con los teólogos de la liberación y con el obispo, Samuel Ruiz, quien se ha ganado el apodo del Obispo Rojo por criticar la opresión de los indígenas. Ese fue uno de los factores que llevó a los caciques a cortar sus lazos con la iglesia y a abrazar una versión ortodoxa del catolicismo, combinada con prácticas mayas. La religión de los caciques es tan oficialista que tiene un "San PRI".
Una pequeña minoría de los 30.000 expulsados son católicos tradicionales, pero la gran mayoría son protestantes evangélicos. Una de las cosas que enfurece a los caciques es que los evangélicos no participan en todas las fiestas y deberes religiosos, y no toman. Eso les perjudica los intereses económicos y por eso los castigan. Además, cuando expulsan a una familia, los caciques se apropian de sus tierras y pertenencias.
Por otra parte, las iglesias evangélicas tienen sus propios planes políticos. Muchas tienen lazos con el imperialismo y con sectores de la clase dominante mexicana que quieren contrarrestar la influencia de la iglesia católica. En Chiapas operan muchas sectas evangélicas.
Una influencia evangélica de muchos años en la región es el Instituto Lingüístico de Verano (una rama de Wycliffe Bible Translator), que traduce la Biblia a los idiomas indígenas. El Instituto fue invitado a México en 1936 por el presidente Lázaro Cárdenas (padre de Cuauhtémoc Cárdenas) para contrarrestar la influencia de la iglesia católica, que se oponía a sus reformas. En 1983, las comunidades indígenas protestaron por la influencia de los misioneros extranjeros y el gobierno ordenó que el Instituto se fuera. La embajada estadounidense intervino a nombre del Instituto y ciertos grupos conservadores de la Secretaría de Gobernación lo apoyaron para que sirviera de contrapeso a los curas católicos izquierdistas.
Sabiendo que por todo Latinoamérica los grupos protestantes por lo general andan de la mano con movimientos políticos fascistas y pro-yanqui, me sorprendió oír que en Chiapas algunos campesinos evangélicos desempeñan un papel positivo en la lucha de clases.
Me enteré de que en la primavera de 1992 hubo un tiroteo entre un grupo de evangelistas y un grupo de caciques en las afueras de San Cristóbal. Fue la confrontación armada más intensa que se había visto en Chiapas en muchos años. Hace poco, en San Cristóbal hubo otra batalla entre los expulsados de Chamula y los caciques; secuestraron al alcalde y lo tuvieron de rehén como parte de su lucha contra las expulsiones.
Los campesinos expulsados han participado en tomas de tierras por todo el estado. Se dice que muchas de sus comunidades apoyan a los zapatistas. Creen que las armas son la mejor manera de pedirle al gobierno que pare las expulsiones y a los caciques.
Como maoísta, me sorprendió oír ese tema una y otra vez: por una parte, los campesinos quieren cambios radicales y están dispuestos a alzarse en armas; por otra parte, su movimiento no ha captado que es necesario tomar el Poder en todo el país. Esa "reforma armada" es una posición muy común por todo Chiapas. Por ejemplo, una delegación de evangelistas le llevó una petición a los zapatistas solicitando que incorporen la causa de los expulsados en las negociaciones con el gobierno.
Muchos de los campesinos expulsados de Chamula han establecido nuevas colonias y pueblos en el sur del estado y en la selva Lacandona. Por lo general le han dado nombres religiosos a sus pueblos: Nuevo Belén, Nuevo Jerusalén, Paraíso, etc. Miles viven en las afueras de San Cristóbal. Ahí conocí a Juan y María, una pareja joven que había tenido que abandonar Chamula hacía ocho años.
Nos sentamos a conversar en su casita de madera. Mientras hablábamos, la abuela de María cocinaba en una fogata en el patio caracoles de río que recogieron esa mañana. En otro cuarto el padre de María estaba acostado. Está ciego y muriéndose de diabetes; nunca ha recibido tratamiento y no tienen dinero para comprar las medicinas que podrían aliviar su sufrimiento.
Juan comenzó hablando del levantamiento de año nuevo: "No sabíamos que iba a suceder pues, el día primero de enero. Eso fue cuando sucedió, como las dos y media de la mañana, pasaron en el periférico. Entonces pasaron aquí carrillas, todas llenas de personas. Varias personas pasaron que ya andan con sus mochilas y con armas. Y entraron hasta el centro, y desbarataron todo el palacio. Los archivos, también los escritorios, todos los papeles--mira, todo lo que había ahí--las puertas, todos los cristales, las ventanas. Por eso teníamos miedo, pensamos que todos iban a marchar hasta aquí. Pero, entonces no. Porque los campesinos no tienen pues que pelear ya con campesinos, solo con los ricos pues, y los mestizos. Entonces sí, por eso no más están luchando contra el gobierno. Que los zapatistas están peleando porque desde hace años están pidiendo esta clase de ayuda del gobierno. Y entonces, por eso surgió el problema. Y por eso ya nunca se soluciona la cosa, entonces llevaron las armas. Porque con armas, todo pues así se soluciona".
De ahí Juan se puso a hablar de su expulsión de Chamula: "Hace años mi familia ha vivido en Chamula. Parece que desde mis abuelitos y sus abuelos, todos ahí. Nacimos todos ahí. Somos de ahí, nada más que ya hace tiempo que venimos a vivir aquí en San Cristóbal...por esa cosa de que aceptamos el evangelio. Entonces, y de allá en nuestra comunidad no les gusta de eso. No lo quieren. Entonces por eso, hay libertades aquí, y por eso venimos a buscar terrenos".
Juan se paró para atender al padre de María. Luego se puso a voltear los elotes que se secaban sobre el techo. Mientras lo hacía habló de su expulsión de Chamula y lo que pasó con su terreno. Estaba furioso porque los caciques se apoderan de las tierras de los expulsados para enriquecerse y premiar a sus secuaces.
María agregó, con tono enojado: "Es que cuando los expulsan, los golpean. Las agarran a las muchachas. A las mujeres golpean con palos y piedras. Hasta nos echan agua a las casas. Es así que nos hacen salir. Solo porque hemos entrado en la religión, nos corren. Y el presidente de aquí San Cristóbal no puede arreglarlo. No se puede hacer nada. Y la nueva gente que corren, pasaron muchos golpes. Les golpearon. Una señora que tenía su casa grande, le echaron fuego. Tiran a la gente a la cárcel, le echan agua fría, fuegos.
"Eso es el problema ahorita. No hace nada el presidente. Por eso vinieron los zapatistas, a arreglar, para ver si podían hacer algo con eso de echar gente fuera de la comunidad".
María se puso a preparar la leña mientras contaba las nuevas dificultades que encontraron en San Cristóbal. "Allá pues queda terreno para trabajar, para comer. Y aquí solo pa' nuestra casita chica. Y ahora si vamos al mercado pa' vender, nos echan de ahí. No nos dejan vender nada, y nada más estamos buscando para la comida. Y si vamos a vender en un poquito de terreno, nos mandan policías y nos echan fuera. Eso es el problema. El presidente tiene policías. O los sindicatos los mandan. Unos porque ya tienen buenos lugares pa'que venden, y vienen los que no tienen lugar; no les gusta, y ahí empieza el problema. No nos permiten vender. Ya solo los otros que tienen permiso pa' vender, ellos solo quieren ellos. Pero nosotros que venimos de estas comunidades pobres y tenemos que vender para tener comida, para tener ropa, no nos dejan vender. Y ahorita hay muchos ricos que venden y venden y venden, y a los pobres no nos dejan.
"Por eso. Y nosotros porque somos gente indígena, pobres, tenemos nuestros niños, necesitamos vender para que demos de comer a nuestros hijos, así como mi padre que está enfermo y necesita dinero para comprar medicina. Pero no podemos. šPor qué? Porque no nos dejan vender.
"Por eso no podemos vivir. Y si mi marido va para trabajar, no le pagan bien. No es justo. No es suficiente para comprar medicina. Una frasquita de medicina cuesta 20 mil, o 25 mil, y ya no se puede. Nosotros tenemos que comprar maíz, frijol, o algo pa' comer. Ahorita no quieren pagar bien. Que ellos ganan buen dinero en San Cristóbal, pero no tratan bien a sus empleados. Hay veces, si vendemos leña, nos quitan los federales. Si vendemos carbón, nos quitan. Si ponemos tablas, nos quitan. ¡No queda nada que vender! šCómo vamos a comer? Si aquí es que nos dejan, nos va a morir de hambre".
Juan terminó el relato: "Queremos otro terreno por ahí. No podemos cosechar nada aquí porque somos muchos. No quieren dar trabajo. Para verdad, apenas para la comida hay. Por eso es la manera que de pobre es esto. Por eso es la pelea que tenemos.
"Ahorita hay muchos compañeros que están ocupando terreno donde hay bastante terreno. A los que tienen grandes terrenos, los campesinos sin tierras les están quitando el terreno. Esto es lo que está pasando ahorita. Entonces por eso es las maneras que está pasando ahorita. Los que más grandes terrenos tienen es los ricos, por eso se los empiezan a quitar. Hay muchas personas que ya viven en potreros, y otros los ricos con más. La verdad, ya no podemos comprar terreno, por eso ya están quitando el terreno".
En las últimas décadas, miles de personas expulsadas de Chamula y otros pueblos han terminado vendiendo su mano de obra en San Cristóbal. Hacen trabajos de construcción y otros trabajos difíciles y peligrosos. Los más desafortunados terminan vendiendo cigarrillos de a uno y chicles en el Zócalo y apenas ganan lo suficiente para tener un techo y no morirse de hambre. La rebelión de año nuevo atizó su lucha contra la opresión.
A las pocas semanas de llegar a Chiapas nos encontramos con un grupo de expulsados que había ocupado unos terrenos en las afueras de la ciudad. Eran unos 200 y se habían construido techos de bolsas de plástico y carpas de nylon. La alcaldía mandó sus policías y matones armados para echarlos. Tres días después de ese ataque, los expulsados estaban de regreso.
Era tarde cuando finalmente pude hablar con ellos. Nos sentamos alrededor de una fogata. Mientras hablábamos, unos hombres hacían guardia en la periferia del campo por si se asomaba algún carro o camión sospechoso; anticipaban otro ataque. Pueda ser que venga la policía otra vez, o matones a sueldo del gobierno o los ejércitos privados de los ricos reaccionarios de San Cristóbal. También corrían romores de que airados ganaderos que huyeron de sus ranchos en Ocosingo cuando estalló la rebelión amenazaban con regresar. El viento atizaba las llamas y los niños secaban cáscaras de elotes en el fuego.
Jorge, un hombre maduro, con la cara arrugada por la intemperie, comenzó la discusión: "Nos tratan como animales. Como nosotros pues que somos de expulsados, toda la gente estamos abandonados. Somos de expulsados de distintos municipios. Diferentes pueblos. Aquí estamos, aquí plantados, como plantón. Somos expulsados, no ganamos buen sueldo, tenemos hijos, pagamos renta, no nos alcanza para pagar la renta. Por eso queremos tomar la tierra, como somos pobres".
Ahí tomó la palabra José, un joven cerca de los 20 años que se impacienta por luchar: "Si ve que somos ricos y ganamos bien, si nos paga bien el gobierno, podemos así vivir. En cambio, no, pues aquí estamos. Tenemos que tratar de tomar un poco por el sueldo que no ganamos. Trabajamos de ayudante de albañil, todo, diferentes pagos. Y estamos acá".
Jorge estaba de acuerdo. Dijo: "Nos paga así como de peón, a 15 diarios. No se alcanza.
"Pues trabajamos seis días, y a los siete días descansamos. Lo que dio orden el gobernador, trabajamos de a 7 de la mañana hasta 5 de la tarde. Ellos, como licenciados y gobernador, descansan más, muy temprano. O más bien claro, que nosotros nos ven como `indio', somos sufrimiento. Nos ve allá trabajando de la mañana hasta de la tarde. Ya somos como matados de trabajo. Y hay unos que trabajan aquí ¡hasta las 6 de la tarde! Por eso nuestros alimentos no alcanzan, es que ganamos poco. No tenemos de bien, no comemos bien, no como de los ricos. Comen bien, con sus alimentos, con sus carnes y todo. En cambio, de nosotros pura verdura, y se junta con su frijolito. Eso es pues, de todo ese, por eso nosotros somos como expulsados. No tenemos nada de terreno, no tenemos nada de casa, y estamos viviendo aquí en ciudad de San Cristóbal de las Casas. Puro rentando terreno y rentando casas".
José pateó unas cáscaras de elote al fuego con la punta del pie. "O sea que, así como ahorita que estamos sufriendo pues, no hay dónde vivir. Por eso necesitamos terreno y lo estamos ocupando, porque no hay dónde vivir. Bueno, estamos trabajando pero ya no nos alcanza para la renta. Porque no tenemos casas. Son los ricos donde dan renta. No tenemos dónde vivir, tenemos que rentarlo para dónde quedar y vivir. Y por eso, pero nosotros ganamos muy poco. No nos alcanza para nada, para comida, ni para otras ropas, para zapatos, otras cosas que necesitamos. Así también nos hace falta, no tenemos nada. Así que estamos sufriendo".
José comenzó a contar que los pobres apoyaron el levantamiento armado de enero, y los ricos y el gobierno lo condenaron. Jorge tomó la palabra otra vez, su voz temblaba de furia: "Vino Seguridad Pública por la esquina a espantarnos, quitarnos de los terrenos aquí. Vinieron para que nos espantaran pues, que no seguimos aquí con nuestras carpas. Pues lo que vinieron los de Seguridad Pública por aquí en el periférico, y el mercado, para que llegan y encontraron aquí. Cuando llegó de aquí, pues lo miraron que hay ropas de gentes, y tomaron el cerillo para que nos quemó nuestra ropa. La gente tiene parados sus casitas y quemó todo.
"Y algunos también los llevaron al bote, para quedar. Pa' que no vuelven a hacer acá, este, hable o que pida ayuda, šno? Treinta personas. Seis personas los llevaron hasta Tuxtla, a Cerro Hueco. Y los 30 personas aquí están en cárcel municipal, aquí en San Cristóbal de las Casas".
José se dio vuelta como para irse, pero volvió para decir la última palabra: "Por eso nos mandaron Seguridad Pública para llevarnos a cárcel. Pero para nosotros, šqué más la cárcel si no tenemos dónde vivir? Nosotros pedimos ayuda, pero el gobierno no nos hace caso. Porque este terreno está abandonado. Pues sí tiene dueño, pero el dueño es rico pues, y nosotros, los pobres campesinos y no hay dónde vivir. Entonces ocupamos este lugar. Bueno, no debemos de dejarlos. Si nos vienen a sacar, tenemos que enfrentarle con ellos también. No debemos de tenerles miedo. No tenemos por qué tenerles miedo. Si nos viene a sacar pues a nosotros, nos viene porque ellos los está pagado por el gobierno, šeh? Es por el gobierno, los está pagando. Otros sí vienen a veces, vienen por los ganaderos. Nosotros, somos muy pobres, ni arma no tenemos, algunos tenemos armas pero muy pocos. Algunos que tienen armas, algunos que no. Pero nosotros necesitamos mucha ayuda si nos vienen aquí a enfrentarnos, o sea si nos viene a sacar Seguridad Pública. Tenemos que levantarnos, šves? No solo la gente rica que se cree, también los pobres campesinos tienen derechos. Exactamente. De sus tierras. Esto es lo que estamos haciendo. Tenemos nuestras casas, tenemos que enfrentarnos con Seguridad Pública, sí. Aquí estamos de acuerdo con la gente indígena que estamos, la gente campesina, estamos de acuerdo. Estamos de acuerdo enfrentarse con ellos. No los debemos de tener miedo. Esta es mi declaración".
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