La Rebelión de Detroit de 1967

Obrero Revolucionario #915, 13 de julio, 1997

En julio de 1997 se cumplen 30 años de uno de los levantamientos más poderosos de la década de los 60: la rebelión de Detroit, que estremeció al gobierno como nunca antes.

En el verano de 1967, una revista había elegido a Detroit para dedicarle el artículo de la portada en agosto por tener "las mejores relaciones interraciales de Norteamérica".

Jerome Cavanagh, el alcalde de Detroit, era un "líder urbano progresista". Se sentía orgulloso de todo lo que había hecho por "su ciudad". Había nombrado varios negros a puestos de peso. Su gobierno tenía una serie de programas contra la pobreza, de empleo para el verano y centros de recreación. Acababa de instituir un Sistema de Advertencia para "tomar el pulso del ghetto". Era una red de miles de informantes (agentes de la policía, empleados de asistencia para pobres, empleados de parques y otros en contacto diario con el ghetto) que informaban si veían indicios de tensión racial. Finalmente, por si las moscas, la Comisión Especial del Verano comenzó una "simulación de motín" el 20 de julio. Los jefes de la policía y de los bomberos, la Comisión de Derechos Civiles y otros grupos discutieron cómo responderían a trastornos civiles y escogieron al azar la calle 12 y la avenida Clairmount para realizar sus prácticas.

Tres días más tarde, la madrugada del 23 de julio, en la 12 y Clairmount estalló el levantamiento. La portada de la revista Newsweek expresó el pánico del gobierno:

"El problema estalló en Detroit como una tormenta incendiaria y convirtió a la quinta ciudad de la nación en un teatro de guerra. Calles enteras completamente saqueadas, manzanas enteras inmoladas por las llamas. Tropas federales--las primeras enviadas a una batalla racial fuera del Sur en un cuarto de siglo--ocupaban calles estadounidenses con bayoneta calada. Tanques Patton--sus ametralladoras disparando--y helicópteros Huey patrullaban un panorama de chimeneas de ladrillo ennegrecidas entre escombros de casas. Y de repente Harlem 1964, Watts 1965 y Newark hacía tres semanas quedaron en las sombras de los recuerdos. Detroit era el nuevo hito, sus escombros eran un monumento al motín racial más devastador de la historia de Estados Unidos--y un símbolo de la crisis interna más seria desde la guerra de Secesión".

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"¡El club! ¡Esos hijos de puta blancos van a allanar el club otra vez!"

Un grupo de 200 personas airadas se está reuniendo a las 3:30 a.m. del domingo 23 cerca de un coche celular que acaba de pararse frente a la Liga de la Comunidad Unida para Acción Cívica (LCUAC), en la 12 cerca de Clairmount.

Al principio, la LCUAC era un club de activismo negro, y la maquinaria política blanca llevaba tiempo ensañándose contra él. Después, cuando al dueño lo despidieron de su empleo en una fábrica automotriz, para ganarse la vida abrió un bar y casa de juego que funciona pasada la hora oficial de cierre. Las rutinarias redadas de la policía generalmente cazaban alrededor de 20 personas, que podían embutir en un solo coche celular.

Pero esta noche, sin saberlo la policía, se está celebrando una fiesta para dos soldados negros que acaban de regresar de Vietnam; 85 amigos celebran su regreso.

Un agente rompe el vidrio de la puerta con un martillo macho. La multitud y la policía se gritan insultos. "Lárguense, blancos. ¿Por qué no se van a joder a otros blancos?"

Están sacando a los clientes, torciéndoles el brazo dolorosamente a la espalda. Con cada viaje del coche celular, sale más gente a la calle y se pone más furibunda. En cierto momento, algunos observadores, indignados por la brusquedad con que arrestan a las mujeres, se ponen a gritar a todo pulmón. Los policías forman fila en medio de la calle con sus cachiporras listas. "Si se quedan donde están, no le va a pasar nada a nadie".

Pero Bill Scott, el hijo de 19 años del dueño del club, se sube encima de un carro. "¿Vamos a permitir que estos hijos de puta blancos nos vengan a joder cuando les dé la gana?". "¡Ni modo!", resuena la respuesta.

Cuando el coche celular y los radiopatrullas se van, les cae encima una granizada de ladrillos y botellas.

Contra un trasfondo de alarmas contra robos y carcajadas de alegría, un agente aturdido grita por su radio: "¡A todas las patrullas: no entren al barrio de la 12, repito, no entren!"

(Esta descripción es del libro Hurt, Baby, Hurt de William Walter Scott.)

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El Informe de la Comisión Kerner dijo: "El domingo por la nochecita a un observador le pareció que los jóvenes `bailaban entre las llamas'".

Bill Scott más tarde documentaría la exaltación que sintió cuando tomaron control de la calle 12:

"Por primera vez en la vida nos sentíamos libres. Y lo que es más importante, teníamos razón de hacerle lo que le hicimos a las autoridades.

"Me sentía poderoso y bien siendo uno de los que finalmente contraatacó a pesar del miedo.... En el grupo de gente de esa noche una especie de locura única se había apoderado del cuerpo y alma colectivo, que casi se podía llamar la unificación del espíritu rebelde del ser humano; un espíritu intrépido aferrado a la liberación cabal del ser, combinado con la comunidad general y apoyado por ella. Se podría decir que era como luchar y ganar la ciudadanía que les habíamos rendido obedientemente a las autoridades, la policía: una combinación de juez y asesino en uno, que gobernaba a los negros". (Hurt, Baby, Hurt)

El sargento de policía que dirigió la redada al club recuerda:

"La cosa no empezó en serio hasta que nos íbamos con los últimos arrestados y no nos pudimos abrir paso. Cuando finalmente lo logramos, nos llovían más botellas y ladrillos. Le rompieron muchas ventanas a uno de los radiopatrullas. Respondíamos a llamadas de saqueos, incendios, tiroteos, violaciones del toque de queda y todo lo demás.

"Los francotiradores eran de veras. Varias veces, cuando yo estaba en la estación, nos dispararon. Algunos patrulleros me dicen que en los carros blindados escuchaban un pum o pim y no sabían si era una piedra o un tiro.

"Sí, tenía miedo. Con mucha razón tenía miedo. Más de una vez tuve miedo". (pasajes de una historia oral de Sidney Fine)

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Mantener "a raya" a los negros de Detroit era la tarea de la fuerza policial, el 93% de la cual era blanca. A los equipos que patrullaban los vecindarios los llamaban los Cuatro Grandes, porque, de a cuatro en fondo, "le rompían el lomo a cualquiera para divertirse".

A fines de junio de 1967, una pandilla de jóvenes blancos mató a Danny Thomas, un ex soldado negro de 27 años que vivía a solo cuatro cuadras de la 12 y Clairmount, cuando trató de defender de sus insinuaciones sexuales a su esposa embarazada. La tensión la hizo abortar. La policía se negó a arrestar a los miembros de la pandilla. Ningún periódico informó sobre el incidente hasta que el periódico negro de la ciudad lo puso en la primera plana.

Detroit tipificaba la situación de los trabajadores urbanos negros: aunque vivían en el corazón de la sociedad estadounidense, se encontraban explotados y oprimidos en relación a los blancos. Detroit era la ciudad automotriz. En las fábricas automotrices los negros estaban concentrados en los peores trabajos y el sindicato, United Auto Workers, que durante décadas excluyó a los negros directamente, seguía siendo flagrantemente racista. Por el barrio de la calle 12, por lo menos el 30% de los negros menores de 25 años estaban desempleados. En sus pobres edificios vivían 21.000 personas por milla cuadrada, el doble del promedio de la ciudad.

Uno se da una idea de la furia que bullía en lugares como la calle 12 cuando Bill Scott relata cómo se sentía después de semanas de buscar trabajo ese verano de 1967:

"[Un] día me di cuenta con perfecta lucidez de que algo andaba mal porque en alguna parte de esa enorme ciudad debería haber un empleo para mí.... Acababa de entregar una solicitud de empleo en una de las agencias del centro e iba para la casa de mi hermana cuando de pronto lo capté con claridad y me tuve que preguntar: `Dime algo Bill, ¿por qué será que uno no ve a estos blancos del centro buscando trabajo, en su hora del almuerzo, bien vestidos y tan frescos?' Ese día decidí rechazar todo lo que fuera blanco. Ya no me podía convencer de que todo se arreglaría.... En el mundo blanco no había nada para mí...nada. De hecho, ni siquiera debía pisar ese territorio. Y estudiar en la universidad no iba a cambiar la manera en que los blancos maltrataban y mataban a los negros a toda oportunidad". (Hurt, Baby, Hurt)

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Julio 23, 1967.

"Ese domingo mi esposa fue a misa a una iglesia de la calle 12, cerca del punto del incidente. Al volver me dijo: sabes, noto una especie de calma que no comprendo. Dijo, está demasiado callado. Y yo le contesté: tienes razón, pasa algo extraño. Y al mirar por la ventana ¡vimos muchos incendios!"

Este relato de la tensa calma que sobrecogió a la zona inicial de seis cuadras del motín durante las primeras horas de la mañana, después de la retirada de la policía, es de un maestro negro. En ese entonces tenía 25 años, trabajaba de conductor nocturno y por ende pudo observar de lleno la furia de la rebelión en los días siguientes. Pero el domingo, los funcionarios municipales, cogidos por sorpresa en el estallido inicial y siendo muchos menos que los amotinados, esperaban que la situación amainara por sí sola, frenando a la policía y bloqueando las noticias. Continúa:

"El alcalde, Jerome P. Cavanagh, dijo no disparen contra los saqueadores. Creo que eso se debió en parte a que se decía que la comunidad negra lo eligió de alcalde. Bueno, eso prendió unos dos días una especie de parranda interracial de robo, en que negros y blancos juntos se metían a saquear tiendas, esperaban un tiempo determinado para que todos sacaran lo que querían y huían".

En una atmósfera festiva de vidrio roto, risas de alegría y música Motown retumbando de radios transistores, durante dos días cambió la dirección del traspaso de artículos en la ciudad. Gente pobre liberaba alimentos básicos de tiendas que la venía estafando hacía años; los menos pobres se llevaban sofás de tiendas exclusivas como Charles Furniture en la calle Olympia. El dueño de una casa de discos dijo que perdió todas sus guitarras eléctricas, amplificadores y discos de jazz--pero que le dejaron toditos los discos de música clásica.

Los incendios y saqueos eran una manera de contraatacar las relaciones de distribución, los disimulados "impuestos del ghetto" y el hecho de que todo estaba contra los negros. Un obrero automotriz que se ausentó de su trabajo en la planta Ford el lunes le dijo a un periodista:

"La gente está amargada. Los blancos siempre nos estafan. Fui a una gasolinera en la esquina de Wyandotte y Michigan para que me cambiaran una llanta. Estaba lloviendo y el tipo no me la quería cambiar. Después quería que le diera $12 por hacerlo porque soy negro. Eso es una porquería. Yo llevo años esperando este motín".

Escoltando al periodista por una gira de la zona saqueada, se paró frente a una tienda de muebles vacía y dijo:

"Cuando entras a comprar un mueble ahí, parece que los dueños te hicieran un favor. Venden muebles que el blanco no compraría y al doble. Es demasiado".

Esa noche el dueño de un mercado le pegó un tiro a un hombre blanco de 45 años que formaba parte de un equipo de saqueadores blancos y negros. Fue la primera muerte.

Los amotinados arremetieron contra cinco bancos, sin éxito. Pero un botín de mucho valor fueron 2498 rifles y 38 revólveres.

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El papel de la juventud del ghetto en todas las etapas de la rebelión saltaba a la vista. Para los jóvenes, rutinariamente golpeados y maltratados por la policía, era novedoso y emocionante ver la fuerza que de repente habían adquirido. La alcaldía también se dio cuenta de ello. Más tarde concluyeron que el 60% de los participantes tenían entre 15 y 24 años de edad. El alcalde Cavanagh le mostró películas de la rebelión a miembros de la Comisión Kerner en Washington y comentó:

"Miren las caras. Verán que en su mayoría son muchachos. Esos jóvenes son el detonador. La mayoría no tiene experiencia de trabajo productivo. La mayoría no tiene ningún interés en defender la situación social actual. La mayoría no tiene más futuro previsible que ser chiriperos o buscavidas. La mayoría son cínicos, hostiles, frustrados y furiosos con un sistema que les parece que los ha excluido. A la vez, tienen el envalentonamiento de la juventud y un código de conducta hostil a la autoridad". (John Hersey, The Algiers Motel Incident)

Previendo que un toque de queda de 9 a 5 y la fuerza policial de la ciudad no bastaría para lidiar con las enormes y juveniles multitudes, Cavanagh decidió llamar a 350 policías estatales y 900 efectivos de la Guardia Nacional de Michigan el primer día de la rebelión. La Guardia Nacional estaba en su campamento de verano en una zona rural del estado. Muchos nunca habían visto una ciudad grande ni una persona negra sino en la televisión. Cuando su convoy llegó a Grand Blanc vieron el ominoso penacho de humo en el horizonte a unos 80 kilómetros al sudeste. Fue ahí donde recibieron su munición.

La Guardia Nacional acampó en varias secundarias. Indisciplinada, lista para disparar por cualquier pretexto, sin ningún entrenamiento de motín más que unas pocas palabras sobre "control de chusmas", la mandaron a las oscuras calles del ghetto. Para el lunes, más de 800 policías estatales y más de 9000 efectivos de la Guardia Nacional patrullaban la ciudad (estos últimos representaban el 85% de la Guardia Nacional del estado).

Según varias versiones, el lunes la rebelión dio un salto y cambió de carácter. Disparar contra las autoridades, que había empezado la noche anterior, pasó a ser la actividad preferida de los amotinados, negros tanto como blancos. Los primeros en recibir las balas hostiles fueron los bomberos. En total, los bomberos tuvieron que retirarse del lugar de un incendio 285 veces. Cuando intervinieron agentes armados, se armaron feroces tiroteos con la policía y la Guardia Nacional. Se informó que en una sola hora del lunes, por ejemplo, un despachador de la policía contó dos estaciones de policía, dos puestos de mando y cinco estaciones de bomberos bajo fuego de francotiradores.

El lunes por la tarde, el presidente Lyndon Johnson mandó una fuerza especial de 4750 paracaidistas de las divisiones aéreas 82 y 101 de los fuertes Bragg y Campbell a la base aérea Selfridge, al norte de Detroit. También mandó un equipo de enviados personales, dirigidos por Cyrus Vance (ex subsecretario de Defensa del gobierno de John Kennedy y más tarde el secretario de Estado de Jimmy Carter). Pero los círculos dominantes estaban muy divididos sobre la utilización de esas tropas federales, que el gobernador George Romney y el alcalde Cavanagh habían solicitado ya hacía 12 horas.

Finalmente, Johnson autorizó el envío de las tropas federales y federalizar a la Guardia Nacional. La Guardia Nacional ya estaba estacionada en la parte occidental de la ciudad, donde estalló la rebelión. A los soldados del ejército los mandaron al lado oriental, donde comenzaba a regarse. El martes algunos rebeldes se alejaron de las bien entrenadas tropas federales hacia el lado occidental. El tiroteo continuó otros dos o tres días.

El Detroit News describió los sucesos en su número del miércoles:

"Anoche, francotiradores negros convirtieron 140 manzanas al norte del bulevar West Grand en un cruento campo de batalla durante tres horas, obligando temporalmente a retroceder a la policía y la Guardia Nacional.... Los tanques tronaban por las calles; traqueteaban las pesadas ametralladoras.... Era una escena increíble. Era como si el Viet Cong hubiera infiltrado las calles ennegrecidas por el motín".

Algunos observadores percibieron cierto grado de organización entre los amotinados. La poca organización de las masas que se había forjado se expresó poderosamente de varias maneras. En particular, los ex soldados que habían luchado en Vietnam se ocuparon de la organización. El imperialismo estadounidense los mandó a la selva vietnamita para matar y morir y ahora volteaban sus fusiles. Un observador dijo que escuchó una orden por walkie-talkie de extender la rebelión al lado oriental. Por miedo, las autoridades veían toda clase de cosas, algunas verdaderas, otras no. El jefe de bomberos estaba seguro de que los incendiarios usaban tácticas de dividir para conquistar, y que otros reportaban incendios falsos para emboscar a los bomberos. Una encuesta en la zona metropolitana dos semanas después de la rebelión encontró que el 55,5% de la población estaba segura de que fue planeada y muchos la llamaron una insurrección o revolución.

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La envergadura y tamaño de la rebelión es impresionante. Consideremos la parte de la ciudad que la policía denominó la "zona central de desorden civil": se extendía a ambos lados de la ciudad y cubría 70 de sus 350 km. cuadrados. Cuando el humo finalmente se disipó, quedaron 1300 edificios incendiados, 2700 negocios saqueados y más de $50 millones en pérdidas. Además, 5000 personas perdieron su hogar en incendios regados por el viento, 7231 fueron arrestadas (6407 de ellas negras), 386 resultaron heridas y 43 murieron (33 de ellas negras).

Además, la rebelión prendió levantamientos simultáneos--todos lo suficientemente serios como para mandar la Guardia Nacional o la policía estatal--en cinco ciudades además de Detroit: Pontiac, Flint y Saginaw hacia el norte; Grand Rapids, a unos 240 km. al occidente; y Toledo, Ohio, al sur. También prendió trastornos menores de variable intensidad en más de dos docenas de ciudades de Michigan, Ohio y otros estados.

Después de contemplar los escombros, le pidieron su opinión a Henry Ford II, el presidente de la compañía Ford Motor:

"Creo que este país puede llegar a ser el hazmerreír de todo el mundo por situaciones como la que se presentó en Detroit. No creo que valga la pena ponernos a convencer al mundo de que emule nuestro sistema y nuestro estilo de vida si ni siquiera podemos mantener orden nosotros mismos". (Automotive News)

La clase dominante quedó sumamente preocupada. Este levantamiento en uno de los principales centros industriales de la nación, sofocado solo por la intervención del ejército, le difundió un mensaje a todo el mundo: el sistema estadounidense estaba en la bancarrota... y vulnerable.

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Una sola semana de rebelión permite a los oprimidos distinguir los amigos de los enemigos mejor que años enteros de tiempos normales.

El primer día de la rebelión Hubert Locke, un negro asistente del comandante de la policía de Detroit, llamó a una reunión a varios de los Líderes Responsables Negros de la ciudad. En parejas, se desplegaron por las calles del décimo distrito rogándoles a las multitudes que se dispersaran. Una de esas parejas era el auxiliar del superintendente de escuelas, Arthur Johnson, y el congresista John Conyers Jr., quien gozaba de bastante popularidad en su distrito electoral.

En una esquina, Conyers se paró sobre un carro y gritó por un megáfono: "¡Estamos de parte de ustedes! ¡Pero por favor! ¡Esta no es forma de hacer las cosas! ¡Por favor, regresen a su casa!" "No, no, no", coreaba la muchedumbre. "¡No vengas con esos cuentos!". "¡Tío Tom!". Un activista de derechos civiles, que Conyers había defendido en un juicio, se puso a incitar a la muchedumbre y a gritarle a Conyers: "¿Por qué defiendes a la policía y las autoridades? ¡Eres igualito que ellos!" La multitud comenzó a tirarle piedras y botellas; una hirió a un policía. La cosa se estaba poniendo "fea". Johnson le susurró a Conyers al oído: "John, larguémonos de aquí". Cuando Conyers se bajó del carro, le dijo enojado a un reportero: "Uno trata de hablarle a esta gente y lo mandan a la porra".

El OR le preguntó a D., un revolucionario negro que era un chiquillo en esa época, cuánto afectó esa rebelión de los "muchachos" a los trabajadores mayores negros, como su padre. El recordó:

"En mi casa no se hablaba de otra cosa. Incluso muchos negros de bastante edad andaban indecisos. Muchos de ellos finalmente percibieron que esto era el comienzo de algo: que finalmente los negros se alzaron. Mucha de la hostilidad y furia contra el sistema se está manifestando, se est materializando en la juventud negra. El simple acto de que un joven echara una piedra y agarrara algo o de que una persona mayor gritara... afectó a todo el mundo".

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Uno de los aspectos más característicos de la rebelión de Detroit, incluso en comparación con otras rebeliones urbanas de la década, fue la participación en masa de la clase obrera y especialmente de obreros de la industria básica. En ese sentido, la rebelión fue como una "veleta" que señaló el potencial revolucionario del proletariado urbano, y fue el punto de referencia para el movimiento revolucionario que se desarrolló en las fábricas automotrices en los años siguientes.

La mayor participación en la rebelión fue de las capas más pobres de la clase obrera negra, pero también se extendió a otras capas negras y blancas. En Detroit, gente que se podría clasificar como "clase media baja" tomó parte en los motines hombro a hombro con los del fondo de la sociedad. Una encuesta de 1200 hombres detenidos en la cárcel de Jackson después de la rebelión indicó que el 40% eran empleados de las tres grandes compañías automotrices y otro 40% trabajaban en otras fábricas grandes, en su mayoría sindicalizadas. El 80% devengaba salarios de por lo menos $6000 (lo que en 1967 era un poco menos que el ingreso promedio de una familia en Detroit: $6400 para los negros y $6800 para los blancos. El índice oficial de pobreza era de $3335 para una familia urbana de cuatro miembros.)

En las fábricas de la industria automotriz el ausentismo fue tan alto que muchas operaciones de montaje se paralizaron los dos días. Los turnos de la tarde y de la noche fueron cancelados por el toque de queda, aunque este no se aplicaba a las personas que iban o venían del trabajo. Pero incluso en el primer turno, sin toque de queda, el ausentismo en muchas fábricas de Detroit y Pontiac fue del 80 al 85%.

A pesar de que muchos trabajadores de la industria automotriz se zambulleron de lleno en la rebelión, en las fábricas la atmósfera, aunque tensa, no llegó al punto de violencia o de huelgas que temían las compañías. La revista Automotive News comentó: "La industria automotriz casi milagrosamente se escapó de la furia".

Pero la rebelión aumentó la tensión en las fábricas ya polarizadas por cuestiones raciales. Un obrero negro del suburbio negro de Inkster que trabajaba en Detroit nos describió la atmósfera dentro de una de las tres grandes compañías. La semana de la rebelión unos capataces blancos se encerraron en su oficina a la hora de salida hasta que se marcharon todos los obreros negros, por temor. Inmediatamente después de la rebelión, los obreros que se unieron a ella "no hablaron mucho de su participación. Algunos robaron más que los muchachos". Pero de todos modos, debido al clima general de liberación, el balance político cambió en los talleres. Por ejemplo, antes los "negros Tío Tom no se querían sentar con los negros. Pero después de los motines, dejaron a los blancos y se vinieron a sentar con los negros. Les dije `vuélvanse a donde estaban'".

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Hay algunas lecciones, aprendidas de joven, que persisten tercamente. Un participante en la rebelión que tenía 10 años en 1967, dijo lo siguiente en 1987:

"Lo que demostró, en realidad, es que la revolución es posible en Estados Unidos. Mirando atrás, que es posible. Los motines tuvieron un impacto significativo en todo mundo, no solo en los negros: en los chicanos, los puertorriqueños, los indígenas e incluso los blancos progresistas; radicalizaron a todo mundo. Y no solo eso, tuvieron impacto en gente de todas partes del mundo. Que algo así pudiera ocurrir aquí en Estados Unidos. Antes del 67, los negros pensaban que era imposible alzarse así contra el sistema. Y también demostró el potencial de las masas de negros si su energía y hostilidad se dirige contra el opresor. Eso es lo que yo veo en el 67. Se ha escrito tanto sobre eso, hay mucho para aprender y reaprender conscientemente de los años 60. Pero en realidad simbolizó que la revolución está madura y puede pasar aquí, en la ciudadela del imperialismo".


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