Irlanda:
¿Habra paz sin justicia?Obrero Revolucionario #960, 7 de junio, 1998
El 22 de mayo un referendo aprobó el acuerdo Stormont, que establece una nueva forma de gobierno en los seis condados de Irlanda del Norte.
El acuerdo se firmó este año, después de 26 meses de negociaciones entre el gobierno de la República de Irlanda, muchas de las fuerzas derechistas de Irlanda del Norte leales a Gran Bretaña (los lealistas), y el partido irlandés nacionalista Sinn Fein, bajo la dirección de los imperialistas ingleses y estadounidenses (cuyo representante fue el ex senador George Mitchell).
Se dice que el acuerdo, y su aprobación en los primeros comicios llevados a cabo en toda la isla en 80 años, son un "Sí a la paz" y marcan el fin de la lucha armada en Irlanda del Norte.
El gobierno inglés ha aceptado, en teoría, acabar con su gobierno directo de los condados del norte. ¿Paz? Por más de 25 años, los ghettos, multifamiliares, granjas y cárceles de Irlanda del Norte han sido feroces campos de batalla. En una palabra, el no se deja dominar por los ingleses. Ante la ocupación, el estado policial, tortura y los soplones, el pueblo contraatacó. Con cocteles mólotov, armas de fuego, explosivos, manifestaciones y huelgas de hambre, le hizo ver a todo el mundo que vive en la pobreza, sufre discriminación y es azotado por una ocupación militar.
Así que una de las principales potencias del mundo, no ha podido someter por la fuerza de las armas a este rincón de su imperio. Por tanto, cuando la autoridades nos dicen que la paz está al alcance, tenemos que preguntar: ¿Qué
de paz, qué clase de acuerdo? ¿Quién detentará el poder ahora, se retirarán de Irlanda del Norte las manos sangrientas de los imperialistas y lealistas? El acuerdo creará una nueva forma de gobierno en el norte; con él los imperialistas ingleses aceptan públicamente que no han podido aplastar la lucha de las masas nacionalistas.
Pero el acuerdo no les da la oprimidos lo que más han luchado por conseguir: retirar las tropas inglesas y reunificar el país.
La dirección de Sinn Fein se ha declarado a favor del acuerdo. A pesar de las dudas de muchos, a ambos lados de la frontera mucha gente aceptó el nuevo arreglo con la esperanza de que lleve al fin de la brutal ocupación militar y a una mejor situación económica.
Pero la verdad es que no llevará--y no puede llevar--a la liberación de las masas irlandesas. No terminará la opresión nacional que sufre el pueblo irlandés, en el norte o el sur. Dejará intacta la dominación de la isla por las grandes potencias imperialistas. Su respuesta a la pobreza y sufrimiento en los barrios católicos de Irlanda del Norte es más explotación y más penetración imperialista.
El acuerdo de Stormont y las metas
del imperialismo británicoLa esencia del acuerdo es acabar con el gobierno directo del norte por Inglaterra y crear una asamblea elegida, que supuestamente no dominarán los lealistas (que desde hace muchos años disfrutan del monopolio del poder político en Belfast).
Con el acuerdo, Londres admite que su política de 50 años en Irlanda del Norte ha fracasado. El norte nunca será una cabeza de playa inglesa permanente y estable en Irlanda; la minoría nacionalista no lo ha permitido y no lo permitirá. Un cuarto de siglo de salvaje ocupación militar, de torturas, de juicios y condenas y un sinfín de propaganda periodística no han logrado quebrantar la resistencia organizada.
Con una serie de acciones simbólicas, el gobierno inglés de Tony Blair señaló que está resuelto a cambiar su relación con el conflicto en el norte y con la población nacionalista. Las tropas inglesas han reducido las patrullas en los ghettos nacionalistas. Blair pidió una investigación oficial del Domingo Sangriento de 1972 (una masacre de nacionalistas por soldados ingleses), se reunió con el dirigente de Sinn Fein, Gerry Adams, y trasladó a unos presos nacionalistas más cerca a sus familiares. Con eso persuadió al ERI (Ejército Republicano Irlandés) de parar la lucha armada y concentrarse en las negociaciones.
Principalmente por su larga historia de resistencia popular, Irlanda del Norte ha sido un sumidero económico de los recursos de Londres. El gobierno inglés gasta seis billones de dólares al año (encima de lo que recolecta en impuestos) para ocupar el norte y apuntalar su economía militarizada. Además, el norte ha perdido su importancia estratégica para el imperialismo inglés. Sus industrias se han ido a pique. Y a pesar de la ocupación militar, el control económico que ejerce Inglaterra en ambas partes de la isla ha disminuido.
Cuando la actual ola de lucha empezó en 1969, el capital inglés dominaba completamente la dizque independiente República de Irlanda, e Inglaterra era el principal mercado de sus productos de exportación. Pero desde ese entonces, los imperialistas estadounidenses, japoneses y alemanes han invertido grandes sumas en Irlanda. En los años 80, el capital estadounidense aportaba el 50% de las inversiones extranjeras en la República de Irlanda; en el norte, unas 44 compañías yanquis explotan la mano de obra.
En pocas palabras, seguir dominando el norte a la fuerza no es rentable para el imperialismo inglés. El acuerdo de Stormont es un plan conjunto de los imperialistas ingleses y estadounidenses para crear una nueva situación en Irlanda más estable y pacífica para sacar ganancias.
La "letra menuda" y la realidad
El acuerdo menciona la unificación de Irlanda de varias maneras simbólicas:
Primero, requiere que el ERI, Sinn Fein y el gobierno de la República de Irlanda acepten la principal demanda de los lealistas: que la unificación de Irlanda requerirá la aprobación de la mayoría de la población de Irlanda del Norte, una región que se estableció de tal modo que nunca pueda haber una mayoría a favor de la unificación. Para hacerlo, la República de Irlanda tuvo que cambiar los párrafos de su Constitución que dicen que tiene el derecho de gobernar toda la isla.
Segundo, el acuerdo crea dos consejos gubernamentales: el primero tiene representantes de las dos partes de Irlanda (Dublin y Belfast) pero solo rige en ciertas esferas menores, como el transporte, la contaminación y la agricultura. La meta de esos vínculos oficiales entre el norte y el sur es apaciguar a los que quieren la unificación. El segundo consejo tiene funcionarios de los gobiernos de Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte, y es una reafirmación simbólica de que todas esas regiones son parte del tal Reino Unido.
En la práctica, Irlanda seguirá dividida sin la posibilidad de una pronta unificación. El norte seguirá siendo una parte del Reino Unido, las tropas inglesas mantendrán su ocupación (aunque con una posible reducción) y los partidos lealistas seguirán dominando el gobierno.
Las concesiones a la población nacionalista del norte tienen mucha "letra menuda" cuidadosamente escrita. Por ejemplo, el acuerdo ofrece la libertad de los prisioneros de guerra irlandeses (una demanda mundial), pero solo a los que pertenecen a organizaciones que han "renunciado a la violencia". O sea, se espera que el ERI se desarme y que, como precio de su liberación, sus prisioneros renuncien públicamente a la violencia.
En abril, pusieron en libertad temporalmente a unos prisioneros de guerra nacionalistas para que pudieran proselitizar a favor del acuerdo de Stormont en la convención nacional de Sinn Fein.
Falsas ilusiones sobre el imperialismo yanqui
Un elemento poco mencionado de este acuerdo es la promesa a los habitantes de ambas partes del país de que la "paz" atraerá una ola de turismo y montones de inversiones del extranjero que mejorarán la situación económica.
Gordon Brown, el canciller inglés, ha prometido enviar $500 millones al norte para capacitación laboral, educación e infraestructura, si se respeta el acuerdo. Brown y el secretario inglés sobre Asuntos de Irlanda del Norte, Mo Mowlam, anunciaron un viaje a Estados Unidos en busca de nuevas inversiones. Hace poco Gerry Adams se reunió con poderosos capitalistas de Wall Street.
En Irlanda, imperialistas americanos-irlandeses como los Kennedy han adquirido una estatura mítica. Se dice que una vez que se creen las condiciones necesarias para la inversión pacífica, llevarán sus dólares y la prosperidad a la isla. Desde hace muchos años, se habla de seguir el ejemplo del "milagro económico" asiático (aunque no se menciona tanto esa fantasía hoy debido a la crisis en el sudeste asiático).
En pocas palabras, les dicen a los habitantes del norte que sus mayores problemas (la pobreza y el desempleo) se pueden resolver parando la lucha contra el imperialismo inglés y creando condiciones más favorables para la penetración imperialista. Esta es una ilusión falsa y peligrosa.
Los imperialistas estadounidenses, que son firmes partidarios del acuerdo de Stormont, no son aliados de ninguna lucha de liberación. Solo piensan en lo que beneficiará sus propios intereses en Irlanda y por todo el mundo.
Si los desempleados de Belfast quieren saber a dónde llevará la inversión estadounidense, pueden preguntarles a los pobres de Europa oriental o de los ghettos de Detroit, Newark o Los Angeles.
¿Qué significará para los oprimidos?
El acuerdo de Stormont no menciona ni resuelve ciertos aspectos de la situación en el norte.
Por ejemplo, no se sabe cómo (o si) se desmantelará la Royal Ulster Constabulary, la salvaje policía militar de los lealistas (que tiene fuertes vínculos con los escuadrones de la muerte). El acuerdo solo tiene unas promesas imprecisas de "reformarla" en el futuro.
Tampoco se sabe qué pasará con las armas y unidades armadas del ERI. El acuerdo dice que solo los partidos políticos que han "renunciado a la violencia" pueden participar en la nueva asamblea. Londres y los lealistas dicen que si el ERI no se desarma completamente no permitirán que Gerry Adams o Sinn Fein participen en el nuevo gobierno. Los imperialistas ingleses y estadounidenses han dado a entender claramente que el ERI debe desarmarse en los próximos dos años.
Por su parte, el ERI anunció que apoya la posición de Sinn Fein y el acuerdo de Stormont, pero que no va a desarmarse "por la presión". Unos elementos del ERI se han separado del grupo y han declarado que seguirán la lucha armada contra Inglaterra y por la unificación de Irlanda.
Además, se está acercando la temporada de marchas y los lealistas siguen resueltos a continuar su asquerosa tradición de llevar a cabo desfiles por los barrios nacionalistas para provocar violencia. Al cierre de esta edición, la prensa grande dice que ya han estallado grandes batallas campales.
Estos factores podrían descarrilar todo el proceso de negociaciones. Pero, incluso si el acuerdo entra en vigor, la "paz" que traiga no resolverá los problemas del pueblo irlandés, principalmente la dominación imperialista de las dos partes del país, que es la fuente de la opresión y pobreza. Una "paz" que no desmantele esa dominación no beneficiará a los oprimidos y, por eso, no durará.
La meta de la lucha armada del ERI ha sido elevar el costo económico y político de la ocupación y presionar a Londres para que dejara a Irlanda (y sus aliados lealistas) para la mayoría irlandesa. Pero si no es parte de una estrategia para conquistar el poder por medio de la revolución y desmantelar la dominación imperialista, la justa demanda de acabar la división y de reunificar el país solo llevará a la unificación de una Irlanda capitalista.
Al poderoso repunte de lucha nacionalista de los años 70 y comienzos de los 80 le siguió un estancamiento militar y político prolongado. Como no se veía la posibilidad de victoria, la comunidad nacionalista se cansó; Londres aprovechó eso para presionar a aceptar el acuerdo de Stormont.
Ahora se dice que participar en la asamblea y parar la lucha armada es "lo mejor que podemos lograr en este momento". Pero en realidad las décadas de lucha en las calles de Belfast y las cárceles inglesas demuestran todo lo contrario: que los oprimidos pueden forjar una fuerza poderosa para plantársele al imperialismo.
De una manera profunda, la lucha de liberación nacional de los irlandeses está vinculada a la lucha contra el capitalismo-imperialismo como sistema. La historia de ocho siglos de la lucha irlandesa, tanto como la actual opresión de los nacionalistas del norte, encarnan profundas lecciones sobre la necesidad--y la posibilidad--de una revolución consecuente, librada como parte del proceso revolucionario internacional.
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