Escándalo de Washington

Lucha intestina de la clase dominante:
El Informe Starr

Ala Roja

Obrero Revolucionario #975, 27 de septiembre, 1998

Cuando Lenin dijo que mientras uno no aprenda a analizar todos los problemas sociales y sucesos mundiales desde el punto de vista del proletariado consciente de clase, siempre será víctima del engaño, no sé si se refería a algo como la crisis que está viviendo hoy la clase dominante de este país. Hace un par de semanas, preguntamos: ¿por qué la estructura de poder del país más poderoso del mundo considera entablar un juicio de destitución contra su presidente si Bill le dijo a Monica que le devolviera los regalos a Betty? La publicación del Informe Starr y la respuesta de la Casa Blanca parecen haber dejado el futuro de la presidencia del imperialismo estadounidense colgando de la sutil distinción entre relaciones sexuales y... relaciones sexuales.

Me encuentro frente a la computadora, con la tarea de hacer un análisis de clases sobre la situación actual para los lectores del OR; recojo las hojas de prensa regadas en el piso, las amontono debajo de los pies y alcanzo un libro de poemas de Mao. Leo uno que dice: "En este minúsculo globo/ unas cuantas moscas se golpean contra el muro;/ zumban sin pausa,/ a veces con voz chillona,/ a veces, gemidora./ Tantas tareas por delante,/ todas tan urgentes./ El mundo gira, el tiempo apremia.../ hay que aprehender el día, aprehender el instante.../ Hay exterminar todas las plagas".

Qué refrescante; ahora sí, manos a la obra.

El imperio ha llegado a esto: reaccionarios como la Coalición Cristiana se rasga las vestiduras de indignación en los medios de comunicación y después se masturban mientras leen los detalles del Informe Starr. Por su parte, Clinton está recogiendo su amarga cosecha: está sintiendo el impacto de medidas que hizo aprobar, como dar mayores poderes a procuradores especiales para entrampar e intimidar a los acusados. El Congreso se alista a iniciar el proceso de destitución del presidente (impeachment). Es la mayor lucha intestina de la clase dominante desde que Richard Nixon tuvo que renunciar por lo de Watergate. Tenemos que entender qué flota en el aire y qué posición tomar.

Primero sobre la atmósfera. No recuerdo otro momento en que se le haya dado tanta publicidad a la moral reaccionaria. Nos encontramos a medio camino entre The Scarlet Letter (una novela del siglo 18 sobre la represión de una joven por tener relaciones amorosas con un líder de la comunidad en la Nueva Inglaterra puritana) y la Inquisición española (cuando, para permanecer en el poder, uno tenía que confesar los pecados ante el Gran Inquisidor Torquemada). Solo que estamos en la época informática, cuando el sexo es un arma y la Internet manda.

En una palabra, hermanas y hermanos, los fascistas cristianos y los derechistas que encabezan el ataque contra Clinton han obtenido muchas alas y prestigio en este proceso. Por todos lados se ven indicios de lo mucho que el "centro" de la política estadounidense se ha desplazado hacia la derecha. Para enjuiciar al presidente están cacareando una agenda social y moral que se consideraba propiedad de la extrema derecha.

Las denuncias del senador Lieberman, un aliado de Clinton, dejaron en claro que la clase dominante quiere imponer los valores familiares tradicionales y acabar de una vez por todas con la cultura de los años 60. Esto lo reforzó un editorial del Wall Street Journal en defensa del Gran Inquisidor Starr: "Estamos dispuestos a decir que ese `algo' de Ken Starr que irritó tanto a ciertos comentaristas es que no solo encausa a Bill Clinton, sino toda la cultura que engendró lo que Bill Clinton representa".

Los que vivieron los años 60 recuerdan lo que significó desafiar los valores tradicionales de los años 50: decir basta ya a la muerte de nuestras compañeras a causa de legrados clandestinos; luchar para que la mujer tuviera el derecho de decidir si tener o no tener hijos; dejar en claro que no es propiedad del esposo, padre, novio, cura o de los politiqueros. Para nosotros, la emancipación de la mujer fue la médula de la revolución sexual.

Toda revolución tiene su movimiento de amor libre: una lucha para romper las cadenas, moldear nuevas relaciones entre el hombre y la mujer, y definir en la práctica la igualdad. Como la revolución no tomó el poder en los años 60, la revolución sexual llevó inevitablemente a nuevas formas de machismo. Sin embargo, se popularizó un veredicto: que el comportamiento de los mujeriegos y el irrespeto a la mujer en las relaciones sexuales es una transgresión contra otros seres humanos a muchos niveles.

La gente consciente piensa que la conducta que Bill Clinton ha demostrado una y otra vez es un insulto a las mujeres, individual y colectivamente. Humilló a Hillary y usó a Monica Lewinsky de una manera insensible y egoísta. Para los revolucionarios, esto refleja las relaciones de propiedad de una sociedad en que el hombre domina a la mujer. Pero también, como consecuencia de los años 60, la mayoría de la población se opone a que las relaciones sexuales de común acuerdo entre adultos sean motivo de juicio penal. Por eso se dice que hay algo "sucio" en la investigación de Ken Starr. Llegó la policía del sexo.

Los conservadores moralistas y los fascistas cristianos piensan que el comportamiento de Clinton es un pecado contra dios y una violación de las reglas sociales y sexuales establecidas por la Biblia... que están afincadas en el machismo. Los fascistas cristianos exigen que la mujer y los hijos juren obediencia al esposo. Para poderosas fuerzas de la clase dominante, reforzar esa dominación del hombre es clave para imponer el orden social a través de la familia, la iglesia y el estado.

Tras la divulgación del Informe Starr, la prensa y los politiqueros no dejan de repetir que publicar detalles íntimos manchará para siempre la imagen pública del presidente. Esto está tan repleto de ideas puritanas que me dan ganas de escribir un ensayo sobre la moral feudal en Estados Unidos en el ocaso del siglo 20. Por otro lado, la defensa de Clinton revela una visión interesada y egoísta de la sexualidad, y se lava las manos de una manera grotesca y ofensiva.

Todo mundo sabe que todas estas lecciones burguesas de moral son el colmo de la hipocresía. Decir que han enfangado los sacrosantos aposentos de la Casa Blanca con toqueteos sexuales es ridículo; toda la historia de la estructura de poder lo desmiente. Es más, los que hoy más condenan a Clinton por mentir bajo juramento son los mismos que apoyaron a Oliver North y toda la administración Reagan, que le mintieron al Congreso y atropellaron las leyes durante el escándalo Irán/contra.

Cuando las relaciones sexuales de común acuerdo entre adultos son motivo de juicio penal, hay algo muy peligroso en ciernes para las masas.

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Veamos ahora las decisiones judiciales con las que atacan a Clinton, que serán muy perjudiciales para las masas. En el Informe Starr está muy enterradito lo de las grabaciones ilegales de Monica Lewinsky, su secuestro, la amenaza de meterla en la cárcel si no daba testimonio, el allanamiento de su apartamento y el robo de su computadora para recuperar documentos borrados, así como la amenaza de cárcel para sus familiares, amigos e incluso su consejero psicológico si no comparecerían ante el gran jurado.

Las ideas judiciales de Ken Starr se parecen mucho a las del alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, que manda arrestar por los más mínimos delitos. Pero el complot judicial que está arrollando a Clinton también refleja el programa represivo que Clinton mismo ha impuesto (la pena de muerte, ley "tres strikes", etc.), que ha metido en la cárcel a medio millón de chavos en lo que va de su presidencia. Una de las acusaciones contra Clinton es que no quiso contarle al gran jurado todos los detalles de su relación con Monica Lewinsky. Irónicamente, Clinton ha apelado a los mismos derechos del acusado que su administración ha estado eliminando.

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En el artículo anterior dije que parece que en esta crisis hay dos fuerzas y conflictos que se entrechocan: una agenda social reaccionaria de extrema derecha que lucha por ganar voz y espacio, y la consternación de sectores más amplios de la clase dominante por "el manejo de la presidencia". Una cosa ha quedado clara: la clase dominante en general ha legitimado y aceptado en buena medida a las fuerzas representadas por Ken Starr. Primero, la estructura de poder y la prensa se mofaron de Hillary por decir que el ataque contra Clinton era una "conspiración derechista". Luego, se encabronaron porque Clinton atacó a Starr durante su confesión ante la nación el 17 de agosto, a tal punto que le exigieron que pidiera disculpas.

Cuando Clinton confesó que había pecado y se comparó al rey David (que le pidió perdón a dios por tener relaciones con Betsabé), se estaba postrando en público ante el Gran Inquisidor y dirigiéndose a la derecha cristiana. Se arrastró al punto de decir que aunque sea entrometida e injusta, la investigación podría ser para bien. Cuando por fin mencionó públicamente a Monica Lewinsky (sin llamarla "esa mujer, la Srta. Lewinsky"), soltó un chorro de ideología feudal: pidió disculpas a la familia de Monica, como si ella fuera propiedad de la familia y como si el atropello fuera contra el "honor" de la familia.

Creo que está claro que el ataque contra Clinton lo lanzó una red de la extrema derecha del Partido Republicano, con la colaboración de los más altos niveles del sistema judicial, hasta la Suprema Corte. Cuando la estructura de poder prohibió criticar a Starr y denunciar "conspiraciones derechistas", aclaró mucho la situación: la conspiración de la extrema derecha es muy real y muy poderosa, y el resto de la clase dominante no quiere meterse con ella. Las fuerzas dominantes de la estructura de poder están a favor de instituir la posición política de esos extremistas conservadores y fascistas cristianos. Por su parte, los aliados demócratas de Clinton no han podido lanzar una contraofensiva vigorosa porque pensaron que quedarían en ridículo cuando todo mundo empezara a darse cuenta de que Clinton no dijo la verdad en enero.

En un editorial sobre esta lucha intestina de la clase dominante, el Wall Street Journal habló de "dos mundos que compiten por el predominio de la política americana. Uno pide reinstituir las reglas sociales tradicionales, y el otro dice que la diversidad social y moral hacen imposible un criterio común y, como les gusta decir, más vale que se acostumbren". El hecho de que se ha planteado la posibilidad de destituir al presidente es una muestra del peso que tienen los que quieren reinstituir los reaccionarios valores de antaño.

Hay otros temas. Desde los días de Watergate e Irán/contra, ha estado claro que a la clase dominante le interesa mucho controlar la responsabilidad del presidente hacia la clase dominante en su conjunto. Con la crisis actual, muchos han expresado que dudan de que Clinton comprenda lo que significa ser el estrella de su equipo. Los éxitos de Starr y de las fuerzas que lo respaldan han abierto una caja de Pandora.

Poderosas fuerzas están molestas con Clinton porque su imprudencia y obstruccionismo prepararon el terreno para que la crisis llegara tan lejos. También les preocupa que la investigación de Starr ha minado la capacidad de cualquier presidente para manejar asuntos de estado en secreto. El gabinete y los consejeros de Clinton están encabronados porque cuando en enero lo negó todo, pensaron que estaba en control de la situación, solo para enterarse ocho meses después de que había construido un castillo de naipes.

Los mecanismos de control de daños están en acción. Unos le piden al presidente que renuncie para evitar mayores daños, y a toda la clase dominante le preocupa tener un presidente debilitado cuando una crisis financiera azota a Rusia y Asia.

Están contemplando un voto de censura y la destitución, y unos sectores piden que se inicie el proceso de destitución.

"La destitución no es nada agradable--escribió Paul Gigot en el Wall Street Journal--pero los padres de la patria comprendieron que también podría ser un proceso purificador.... El proceso de destitución iniciará una discusión nacional sobre normas, tanto políticas como morales. El debate sobre la mala conducta de Bill Clinton no será elegante, pero establecerá parámetros para el comportamiento aceptable de todos los políticos en el futuro".

El proceso de destitución es un paso gigantesco para la estructura de poder; unos analistas burgueses lo comparan con una revolución no violenta. No sabemos en qué quedará todo esto; lo que sí se sabe es que ya está en marcha un importante debate nacional sobre política y moral, y que este circo reaccionario es un ejemplo perfecto de cómo funciona el sistema democrático.

Es un momento extraño para el pueblo. Como revolucionaria me alegra que la clase dominante se esté despedazando entre sí. Me parece que tomar partido con uno u otro lado de esta pelea no le dejará nada bueno al pueblo. Pero tampoco debe mantenerse al margen del debate. Dejar todo en manos de la clase dominante asegura que todo salga mal para el pueblo. Por eso pienso que es importante zambullirse en la lucha contra el ataque patriarcal, la policía del sexo y todo el ambiente represivo y, por medio de eso, fortalecer nuestro movimiento revolucionario.


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