Cuaderno de nuestro corresponsal
Rumbo a Corcoran
Un infierno en los penales de California
Obrero Revolucionario #986, 13 de diciembre, 1998
A continuación, el informe de un corresponsal del OR desde San Francisco.
El 17 de octubre, centenares de personas se manifestaron frente a la prisión Corcoran, ubicada en el valle central, una zona agrícola del estado de California. Vinieron en caravana desde distintos puntos del estado e hicieron varias escalas en el camino para protestar en otras prisiones. Participaron activistas pro derechos de presos, familiares, ex presos, parientes de víctimas de la policía y los guardias, abogados, profesionales de salud y revolucionarios. Fue la primera protesta en dicho penal, tristemente célebre por el salvajismo de los guardias; la convocaron varios grupos como California Prison Focus, la Coalición de California en pro de las Presas y Familias Contra la Ley de Tres Strikes de California. Bien conscientes de que la situación en otras prisiones es muy similar a la de Corcoran, están comprometidos con la lucha para parar los atropellos del sistema penal y la criminalización de la juventud.
Salimos de San Francisco hacia la enorme prisión de mujeres en la zona rural de Chowchilla; pasamos por grandes cultivos de algodón y me puse a pensar en los bárbaros "Códigos Negros" de los estados del Sur después de la guerra de Secesión (que abolió la esclavitud); especificaban que ciertas acciones de los "negros libres", como "travesuras" o "gestos groseros", eran delitos. La Ley de vagancia de Misisipí calificaba como delincuente a "todo negro libre y mulato mayor de 18 años" que no tuviera un documento de garantía de trabajo. Esas leyes servían de pretexto para meter a muchos antiguos esclavos a la cárcel. Al salir tenían que trabajar prácticamente como esclavos para los antiguos amos o para contratistas (que pagaban las multas), y los mandaban a trabajar a los ferrocarriles, minas de carbón, latifundios, etc. Las condiciones laborales eran tan pésimas que muy pocos sobrevivían más que unos cuantos años.
Hoy estamos en otro período de grandes cambios económicos y nuevamente las prisiones están devorando a una generación. De 1984 a 1992, han creado mil leyes en California que aumentan las sentencias por mil y un delitos. Es una situación parecida a la de los Códigos Negros del pasado: con dichas leyes y la "guerra contra la droga" han zampado una cantidad inaudita de jóvenes negros y latinos a la cárcel. De 1977 a 1998, la cantidad de presos en California aumentó ocho veces: de 19.000 a 159.000. El 70% son negros, latinos u otras nacionalidades oprimidas.
A lo largo de 600 kilómetros de carretera entre Sacramento, la capital del estado, y Los Angeles, están las prisiones: Folsom, Mule Creek, Vacaville, Stockton, Tracy, Chowchilla, Coalinga, Avenal, Corcoran, Delano, Wasco, Tehachapi, Lancaster; siempre hay una cerca a menos de 40 minutos. El Departamento de Correcciones de California tiene 33 prisiones; 21 de ellas son nuevas (construidas desde 1984). En cada una de esas mazmorras de concreto están miles de nuestros hermanos y hermanas.
Compañeras entre rejas
Según informan California Prison Focus y el Centro de Justicia para Menores, la cárcel de mujeres de Chowchilla es la institución penal de mujeres más grande del mundo. Consta de dos prisiones: la Cárcel de Mujeres de California Central (CCWF) y la Prisión Estatal del Valle para Mujeres (VSP). Entre las dos, tienen unas 7000 presas. En los últimos años la cantidad de presas en Estados Unidos se ha cuadruplicado; actualmente hay 116.000.
En California, el 78% de las presas han sido sentenciadas por droga, hurto menor u otros delitos no violentos. Un factor que ha llevado a muchas mujeres a la cárcel es la difícil situación económica, los recortes al welfare y otros servicios sociales. Una presa le dijo al Centro de Justicia para Menores: "Mis hijos me decían: `Mami, no hay que robar, podemos aguantar'. Pero jamás lo permití. Me robé lo que necesitábamos. Iba a la tienda, abría el paquete de pampers y sacaba unos". Por otra parte, muchas mujeres acaban en la cárcel por homicidio al defenderse de los golpes de sus compañeros. Se calcula que solo en el estado de California 600 mujeres están en esa situación.
La atención médica en los penales de mujeres es pésima. En 1995, 24 mujeres, muchas de ellas con enfermedades graves, entablaron una demanda contra el gobernador, Pete Wilson, y el Departamento de Correcciones por negarles atención médica en forma sistemática. Clarisse Shumate, la demandante principal, sufre de anemia de células falciformes; debido a la falta de atención médica sufrió repetidas crisis. En 1997, se llegó a un acuerdo respecto a su caso y el gobierno prometió que iba a mejorar la atención médica. Sin embargo, en un artículo del boletín de la Coalición de California en pro de las Presas, Clarisse Shumate dice que los servicios de salud en el penal se han deteriorado.
El abuso sexual es común en las prisiones estatales, pues las autoridades lo consienten. En diciembre de 1996, Human Rights Watch publicó un informe de 347 páginas sobre el tema. En Chowchilla, desnudan a las mujeres y las registran en la presencia de guardias. No permiten que las presas tapen las ventanas mientras se visten. Los guardias las observan cuando se bañan y hacen sus necesidades.
La situación es peor para las presas de la Unidad de Seguridad (SHU) en la prisión VSP. Si una presa necesita ir al baño cuando está en el patio, tiene que usar un retrete directamente debajo de una torre en la que por lo general está un guardia. Los guardias pueden observar claramente las duchas y siempre están presentes durante exámenes médicos, incluso de ginecología.
En estos meses California Prison Focus y Amnistía Internacional han recibido cartas de presas de la SHU de VSP en que dicen que hay un aumento de hostigamiento y abuso sexual. Un vocero de California Prison Focus dijo: "Estamos muy preocupados por los informes que hemos recibido de maltrato y abuso cotidiano de las presas de la SHU. Están sujetas a violencia sexual, manoseos, observación en las duchas, intimidación y constantes ataques verbales; urge parar todo eso". El director del Programa Regional de las Américas de Amnistía Internacional le pidió una investigación al director del Departamento de Correcciones de California.
Cuando llegamos a Chowchilla, escuché por los altoparlantes que les ordenaron a las presas retirarse del patio. Al parecer, no querían que supieran de la multitud que vino a solidarizarse con ellas. Hicimos un piquete en plena calle. A cada ratito llegaban carros de familiares, casi siempre negros o latinos, que venían a visitar a sus seres queridos. Coreamos: "¡El problema de derechos humanos no es cosa de otras naciones, en Estados Unidos hay muchas violaciones!" y "¡La atención médica es un derecho humano!".
Habló Dana, una ex presa: "Salí de aquí hace tres años; estuve presa 14 meses. Afortunadamente, jamás me enfermé pues hay compañeras que están muy graves y no las atienden. Por aquí está un cartel con la foto de Alice Quihuis. Yo la conocí, murió aquí adentro, no porque tuviera una enfermedad incurable sino porque no le dieron tratamiento. Su sentencia de tres años acabó siendo una condena de muerte".
Cynthia Martin, otra ex presa, dijo: "Pasé tres años en esta prisión. En octubre de 1992 cuando llegué, tenía quemaduras en el 54% del cuerpo.... Pasé un mes en el hospital; el doctor venía una vez al día y yo siempre le daba una lista de las cosas que me hacían falta, por ejemplo, vendas de presión para prevenir cicatrices.... Felizmente, después de salir me hicieron tres cirugías plásticas. Pero cuando estaba presa no sabía cómo iba a quedar. Es muy frustrante que el médico venga y uno le diga lo que hace falta, pero sale así no más como si fueran puras babosadas. No me dieron muletas. A raíz de la demanda, me las dieron apenas dos meses antes de salir. Pasé cuatro años y medio en silla de ruedas; no sabía si iba a volver a caminar. Todavía tengo el pie enyesado porque no me pusieron el yeso cuando estuve presa. Urge cambiar la situación de la atención médica en el penal. Vi compañeras graves y murieron innecesariamente. Fueron a la enfermería con problemas del corazón y les dijeron que tomaran unas pastillas de Motrin y que se volvieran a dormir; luego murieron por males del corazón. Otras compañeras sufrieron ataques epilépticos y el ayudante médico no más las rodaba con el pie al pasto...".
Un grupo de presas políticas del penal federal de Dublin (Dylcia Pagan, Alicia Rodríguez, Lucy Rodríguez, Carmen Valentín, Marilyn Buck, Susan Crane, Linda Evans y Laura Whitehorn) enviaron un mensaje al mitin: "Mandamos un fuerte abrazo solidario a todos los presentes y a todos y cada uno de los compañeros y compañeras presos de California. Llevamos más de diez años recluidas en penales federales y estamos muy conscientes de que la situación en las prisiones estatales es todavía peor. Nos da muchísimo gusto y fuerza que las movilizaciones por justicia para los presos aumenten, y queremos que todos los presentes se comprometan a luchar por los derechos de los presos".
Al final de la protesta, vimos a unas presas en el patio de la prisión y saludamos con mucho cariño a nuestras compañeras entre rejas. Asimismo, pusimos cintas en la cerca de alambre de púa.
"Bienvenidos al infierno"
Me dio gusto estar en una protesta en Corcoran porque conozco la pésima fama que tiene. El penal queda a mitad del camino entre Los Angeles y San Francisco. Tiene una Unidad de Seguridad (SHU), es decir, una prisión de máxima seguridad dentro de la prisión. Los presos de la SHU permanecen dentro de su celda 23 horas al día.
De 1989 (cuando abrieron el penal) a 1995, los guardias organizaron centenares de combates de gladiadores en el patio de la SHU. Ponían juntos a enemigos en el patio. Un guardia era el "locutor" y anunciaba los nombres de los combatientes que iban entrando al patio. Los supervisores de otras unidades del penal iban para ver las peleas y los guardias hacían apuestas.
Los guardias que observaban el patio desde la torre estaban armados con pistolas de 9 mm cuyas balas explotan cuando penetran en el cuerpo y con pistolas de gas que disparan balas de madera. Esas peleas--que rara vez resultaron en lesiones graves--les daban pretexto para disparar. De 1989 a 1995, mataron a siete presos e hirieron a 43. Un preso perdió los dientes, otro perdió el ojo. Un guardia criticó los combates de gladiadores en el Los Angeles Times: "Les daba gusto balear a los alborotadores, lo hacían por venganza".
Esa práctica de poner enemigos juntos en el patio no se le ocurrió a unos guardias sádicos sino a las mismas autoridades penales. Según el Los Angeles Times: "Al orquestar situaciones explosivas y cultivar un ambiente de miedo, las autoridades pensaban que las pandillas se iban a aplastar unas a otras, según los memorandos y entrevistas con el personal de la SHU". El Times cita un memorando de 1989 del subalcaide del penal, Gary Lindsay: "La práctica de integración de los patios [integración se refiere a poner juntos a miembros de diferentes pandillas] está funcionando perfectamente y las pandillas se están desbaratando". Añadió que podría resultar en muertos y heridos, pero eso no le pareció un argumento de peso contra tal práctica.
Otra práctica que ha llamado la atención es la violación de presos por otros reclusos con la venia de las autoridades, como en el caso de Eddie Dillard. A los 23 años cayó preso por primera vez; dijeron que pateó a una guardia en el penal de Calpatria y lo trasladaron a la SHU de Corcoran para darle una lección. Un sargento lo puso en la celda de Wayne Robertson, un recluso apodado "el desflorador", quien medía dos metros y pesaba 105 kilos (Dillard pesaba 55). Un guardia que lo acompañó a la celda de Robertson le dijo al L.A. Times: "Todo el mundo sabía de Robertson. Dillard no fue ni el primero ni el último que violó. Nos decía a los guardias: `Si tienen buscapleitos, que no se callan la boca, si hace falta que alguien les dé una lección, pues mándenlos acá'. El desflorador era una de las armas que teníamos a nuestra disposición". Le regalaban comida y tenis a cambio de sus servicios.
Durante dos días Robertson violó a Dillard. Este les rogó a los guardias que lo dejaran salir, pero no le hicieron caso. Para colmo, uno le soltó una carcajada en la cara.
Ahora Eddie Dillard estudia en la universidad. Vive con su esposa, quien estudia la maestría, y su pequeño hijo. Le dijo al L.A. Times: "Me hicieron muchísimo daño. Tantas veces he tratado de olvidarme de eso, pero no puedo borrarlo de mi memoria. Cada vez que estoy con mi esposa, pienso en lo que me hizo. Quiero que se acabe, busco una salvación, pero no se acaba, sigue, sigue".
Un guardia que acompañó a Dillard a la celda de Robertson ha condenado los atropellos en el penal; dijo: "Me daba igual si violaban a los presos o si los guardias los mataban. Era otra jornada de trabajo, nada más".
Se han denunciado otros ejemplos de brutalidad en Corcoran:
• En noviembre de 1989, mandaron un "equipo de extracción" a la celda de Reginald Cooke porque supuestamente escupió a un guardia y se exhibió a una guardia. Le dieron una paliza y lo llevaron en cadenas a la rotonda de la unidad. En la presencia de 20 guardias, el teniente ordenó que le bajaran los pantalones y le dieran un choque eléctrico en los genitales. • Una prueba para los guardias novatos--una forma de demostrar su lealtad y brutalidad--era el rito de "recibir a los presos". Un equipo de guardias rodeaba al bus que llegaba de otra prisión, se ponían guantes, se tapaban la chapa y le daban una buena paliza a los que se bajaban del bus. Según un guardia: "Les aplicábamos una llave estranguladora y les decíamos que debían mirar al cielo; con cualquier movimiento los tirábamos al suelo. Usábamos toda la fuerza necesaria y todo el tiempo gritábamos: `¡Bienvenidos a la SHU de Corcoran! Aquí no nos molesta ensuciarnos las manos. Ahora están en nuestra casa. Su vida anterior de preso ya se acabó. ¡Bienvenidos al infierno!'". En una ocasión obligaron a los presos a permanecer descalzos hasta que el asfalto ardiente les produjo quemaduras muy graves y se desmayaron. A un preso se le quemó totalmente la planta de los pies. Los guardias les dijeron al personal médico que los presos se lastimaron jugando balonmano.
• La SHU tiene una sección de diez celdas para minusválidos; se supone que las instalaciones cumplen con las normas establecidas por la ley de minusvalidez (ADA, siglas en inglés). En abril de 1997, el doctor Corey Weinstein de California Prison Focus visitó la "ADA SHU"; escribió un artículo acerca de la situación de los minusválidos: "Un señor de mediana edad quedó cuadraplégico como resultado de varios derrames cerebrales. El brazo y el pulgar derechos tienen un poco de movimiento. Come con el pulgar; tiene que gatear; no se puede subir a la cama ni usar el excusado, vive en su suciedad. Tiene llagas infestadas de hormigas, pues no se las curan. Tampoco lo ayudan a comer o bañarse, etc. Los guardias lo maltratan. Se lesionó porque lo obligaron a cortarse el pelo con una maquinilla; cuando se enojó lo tiraron de la silla de ruedas, le dieron una paliza y lo echaron de nuevo a la celda". A pesar de las denuncias, la brutalidad sigue. Según el artículo del Dr. Weinstein: "A los guardias no les importa el hecho de que hayan castigado a unos cuantos colegas por sus fechorías y asesinatos; se mofan de los presos, diciendo que los nuevos atropellos son una represalia por descensos de rango y despidos". Además, Weinstein ha documentado nuevos incidentes de brutalidad: "recibir a los presos", organizar peleas en el patio de la SHU, extracciones violentas de presos de las celdas por cuestiones triviales, y golpizas a presos que están inmovilizados y no oponen resistencia.
Acusaciones| y encubrimiento
Los salvajes atropellos cometidos en el penal de Corcoran han salido a la luz gracias a las acciones de los mismos presos, que han tenido el gran valor de denunciarlos a pesar de las represalias de los guardias, y gracias a abogados, activistas de derechos de los presos, periodistas investigadores y algunos guardias. A cada paso las autoridades de la cárcel y del gobierno estatal han tratado de encubrir los actos de brutalidad.
Finalmente, después de siete muertes en siete años, el gobierno estatal decidió investigar. El encargado de la investigación, Jim Connor, reveló que gente del gobernador y del sindicato de guardias sabotearon la investigación; le dijo al Los Angeles Times: "El sindicato y el gobernador controlaron la investigación.... El sindicato nos bloqueó cuando quisimos hacer preguntas a los testigos. Hasta nos dijo cuántas entrevistas podíamos hacer y nuestros jefes en Sacramento aceptaron. No hubo una investigación independiente. Fue una farsa".
Más bien investigaron a los guardias que habían denunciado la brutalidad contra los presos. Según el Los Angeles Times, recopilaron más de 1000 hojas de información sobre el tema. Después, disciplinaron nada más a un individuo por disparar contra los presos: Richard Caruso, uno de los guardias que participó en las denuncias. Le quitaron 90 días de salario por disparar balas de madera contra un preso en 1993 sin causarle ninguna lesión. Caruso le dijo al Los Angeles Times: "¡Qué casualidad que de 2000 incidentes [de disparar con balas de madera o con balas] solo investigan uno, el mío! Por hacer denuncias mi carrera se acabó, y después el gobierno me cae encima y me investiga a mí".
Los guardias que denunciaron a sus colegas han recibido intimidaciones y amenazas de muerte, y las autoridades se hacen las de la vista gorda. El teniente Steve Riggs le dijo a una instancia estatal: "Hice una denuncia y no me arrepiento de haberlo hecho. Pero sí lamento que mi familia haya tenido que sufrir las consecuencias, es decir, el horror de las represalias y el hostigamiento. De golpe, se me acabó la carrera. Lamento que me hayan amenazado, inclusive de muerte. Lamento que mi esposa tenga miedo; a menudo duerme en el piso del baño por temor a una emboscada".
Gracias a las denuncias y la ira popular se han entablado acusaciones contra algunos guardias y autoridades de la prisión. Pero queda muy claro que poderosas fuerzas están decididas a garantizar la impunidad de los guardias.
En febrero, un gran jurado federal acusó a ocho guardias de organizar combates en el penal, de "entretenerse con un deporte cruento". (Solo tomó en cuenta dos incidentes de los muchísimos que han ocurrido.) C.A. "Cal" Terhune, el presidente del Departamento de Correcciones de California, anunció que gastará un millón de dólares en su defensa. Dijo que tenía que defenderlos porque de lo contrario hubiera "minado los cimientos de nuestro sistema correccional". Seis de los guardias han regresado a sus labores; los otros dos se jubilaron y reciben pensión.
En septiembre, un juez anuló las acusaciones contra unos guardias que golpearon a presos que llegaron a Corcoran desde la prisión de Calpatria en 1995; ordenó que regresaran a sus labores y que recibieran su salario retroactivamente. Por otra parte, hay acusaciones contra cinco guardias por la violación de Eddie Dillard.
La asamblea legislativa de California hizo una serie de audiencias sobre el maltrato a los presos de Corcoran, pero el ex alcaide de la prisión, George Smith, un sujeto que se refirió a los presos como basura y que tiene a su haber la mayoría de asesinatos de presos, se amparó en la quinta enmienda constitucional (el derecho a no autoinculparse) y se negó a responder a muchas preguntas.
El 25 de noviembre, una comisión formada en el verano publicó su informe sobre los incidentes violentos de los últimos años. Examinó 31 casos de disparar a los presos (de 1989 a 1995) y encontró que 24 fueron injustificados. Asimismo, concluyó que no existen investigaciones independientes de esos incidentes "ni se juzga si las acciones de los guardias se apegan a la ley".
La protesta en Corcoran
"Ahorita, detrás de nosotros, en esas celdas de concreto están torturando a nuestros hermanos. Quisiera decirle a ese cabrón, el alcaide, que no estamos jugando ni nada. Hablamos muy en serio. Piénselo dos veces. ¡No permitiremos que sus cerdos maten a otro compañero!".
Alade Djehuti-Mes
(hijo de Charles Vaughn, Sr. asesinado por la policía de Seaside, California)
en la protesta del 17 de octubre frente
a la prisión CorcoranLas caravanas de coches de San Francisco y Los Angeles se juntaron en la prisión Corcoran. También llegó gente de todo el valle de San Joaquín. Una línea de guardias y el alcaide mantuvieron a los manifestantes a una buena distancia de la puerta. Muchos tenían un ser querido en Corcoran u otra prisión; tenían carteles con sus fotos y nombres. La Coalición 22 de Octubre para Parar la Brutalidad Policial instaló el Muro de Vidas Robadas, que tiene una lista de las víctimas de la policía, carceleros y la Patrulla Fronteriza.
En el camino a Corcoran, la caravana de Los Angeles hizo una escala en la prisión Wasco. Gerry, de la rama de Los Angeles de Familias contra la Ley de Tres Strikes de California, explicó por qué: "Recibimos una carta de los presos de Wasco donde nos contaron que han demandado al Departamento de Correcciones de California y nos pidieron ayuda debido a la historia de represalias contra los presos de Pelican Bay, Corcoran y otros penales que han tenido el gran valor de exigir sus derechos. Nos manifestamos frente a Wasco, nos vieron, hicimos mucho ruido; ojalá que las autoridades captaran nuestro mensaje.... Hay que hacer todo lo que esté a nuestro alcance para hacerles entender que no vamos a vivir así".
Hablé con una señora cuyo hermano está preso en Corcoran. La policía de San Francisco lo baleó tres veces y después lo metió al bote. Me platicó que había hecho todo lo que manda el sistema, es decir, se graduó de la universidad, tenía un buen trabajo, jamás tuvo un arresto, ni siquiera una infracción de tránsito. Sin embargo, lo condenaron falsamente. Durante los primeros meses tuvo que dormir en el piso de concreto. Dijo: "Están condenando falsamente a la gente común y corriente. Hay que pararlo; es hora de luchar por un cambio y estoy dispuesta a hacerlo, cueste lo que cueste".
Preston Tate murió a balazos en el penal de Corcoran; los guardias lo mataron en un combate de gladiadores. Finalmente, cuatro años después acusaron a ocho de ellos. Su padre, Bill Tate, habló en el mitin frente al penal: "Estoy aquí en el valle de la muerte gracias al alcaide y sus secuaces.... Viles asesinos que mataron a mi hijo hace cuatro años y medio, pero ahora con estas acusaciones, van a pagar. Urge cambiar la situación.... Pinche alcaide, te vamos a chingar".
Después del mitin, Bill Tate me platicó de lo que se ha logrado en la lucha por justicia: "Tengo cinco años en la lucha por mi hijo; jamás he cejado porque sé que vamos a lograr algo. Se han unido a la lucha organizaciones como California Prison Focus, Movimiento de Resistencia Crítica y la Coalición 22 de Octubre. Hemos invertido sangre, sudor y lágrimas. Felizmente unos guardias se ofrecieron para ayudarme; sin ellos quizás no hubiéramos logrado nada. Todavía no triunfamos, pero tengo un gran optimismo que vamos a lograr algo. Ya entablaron ocho acusaciones [en el caso de mi hijo] y cinco más en el caso de violación [de Eddie Dillard]".
Me dijo que su vida ha cambiado para siempre: "Una vez que se resuelva el caso de Preston, pienso dedicarme a la lucha contra la injusticia en las prisiones y cárceles. Les diré a las demás familias que no pierdan la esperanza".
De regreso a San Francisco seguía pensando en los 1,75 millones de compañeras y compañeros que están entre rejas en este país, los jóvenes inteligentes que tienen su vida por delante encerrados en una jaula, sufriendo torturas. Me puse a pensar también en sus familiares y amigos. Allí mismo me comprometí de nuevo a luchar a como dé lugar para acabar con las prisiones y con el sistema que zampa una generación a esas terribles mazmorras.
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