La entrevista del OR
Yuri Kochiyama: Justicia en el corazón
Obrero Revolucionario #986, 13 de diciembre, 1998
Desde hace 40 años, Yuri Kochiyama ha sido una resuelta luchadora contra las injusticias del sistema. Durante la II Guerra Mundial, a su familia la metieron a un campo de internamiento (concentración) junto con otros 120.000 japoneses-americanos. En el campo, ubicado en Arkansas, vio la profunda segregación racista del Sur. Los paralelos entre la opresión de los negros y el tratamiento de los japoneses-americanos la impresionaron mucho. En 1960, Yuri y su esposo, Bill Kochiyama, se mudaron a Harlem (Nueva York). Yuri se metió en el movimiento de derechos civiles y participó en las grandes luchas de los años 60 y 70, especialmente la lucha de liberación nacional del pueblo negro y de otras nacionalidades oprimidas. Ha sido firme partidaria de los presos políticos y de las luchas de los pueblos del mundo contra el imperialismo.
Yuri Kochiyama estuvo en el auditorio Audubon Ballroom el día que asesinaron a Malcolm X, y lo abrazó en el suelo en los últimos momentos de vida. Apoyó al Partido Pantera Negra y participó en la toma de la Estatua de la Libertad en 1977 para exigir libertad para los presos políticos puertorriqueños. Yuri y Bill Kochiyama participaron en la lucha de indemnización para los japoneses-americanos recluidos durante la II Guerra Mundial.
Hace poco el OR entrevistó a Yuri Kochiyama en su apartamento de Harlem. Hablamos varias horas y tomamos té en medio de montones de volantes sobre programas políticos y recuerdos de su vida, y hermosas fotos de Malcolm X y de su esposo Bill, quien falleció hace unos años. Yuri tiene 77 años y hace poco tuvo un derrame cerebral, pero sigue en la lucha. Habla en foros, asiste a reuniones y protestas, y está escribiendo su autobiografía. Yuri Kochiyama ha dedicado la vida a la lucha popular. Su compromiso a cambiar el mundo sigue fuerte y su afán de justicia es contagioso.
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La entrevista del OR: Una sección del Obrero Revolucionario para que nuestros lectores se familiaricen con las opiniones de importantes figuras del arte, la música y la literatura, la ciencia, el deporte y la política. Los entrevistados expresan sus propias opiniones, naturalmente, y no son responsables por las ideas publicadas en las páginas de nuestro periódico.
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OR: ¿Por qué no nos hablas de tu juventud y del intenso racismo contra los japoneses-americanos durante la II Guerra Mundial?
YK: Primero debo decirles cómo me llamo. Mi apellido de soltera era Mary Nakahara; nací y viví de joven en San Pedro, California. San Pedro es un pueblo de clase obrera en la costa del Pacífico, a unos 30 km de Los Angeles. Todo mundo trabajaba en la pesca y el transporte marítimo. De joven, no me interesaba la política. Era muy provinciana y muy religiosa; estudiaba en la escuela dominical de mi iglesia y después daba clases. Así que en esos días era una persona totalmente distinta. Me cambié, me transformé por medio de un proceso que duró años y años, y no de la noche a la mañana. Me eduqué y aprendí de las muchas personas que conocí.
Por supuesto, el acontecimiento más importante de mi juventud fue la II Guerra Mundial, el bombardeo de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, lo que me cambió la vida a mí, como también les cambió la vida a los japoneses-americanos y a todo mundo en Estados Unidos. Nunca antes se había sentido tan cerca una guerra en este país y, con el tiempo, se sintió en todo el mundo. Hasta ese entonces, gozaba de una vida cómoda de clase media. Ni siquiera sabía de la horrible situación de los judíos europeos en los años 30 y 40. En 1941 acababa de terminar mis estudios universitarios; no sabía nada de los problemas políticos o sociales. Así que para mí fue como si el mundo cayera patas arriba cuando el gobierno estadounidense, o el presidente Roosevelt, anunció la evacuación de todos los japoneses. Para nosotros, la vida cambió totalmente.
Pero antes, el 7 de diciembre de 1941, en medio del ataque a Pearl Harbor, el FBI llegó a nuestra casa y arrestó a mi papá. Al comienzo no sabíamos adónde se lo llevaron. Cuando llegaron los agentes, yo era la única persona que estaba en la casa con él; no me dieron ninguna información. Luego nos enteramos de que se lo llevaron al penal federal de Terminal Island. Mi mamá estaba muy preocupada porque la víspera del arresto, el 6 de diciembre, él regresó a casa del hospital operado de úlceras del estómago. Así que estaba muy débil. Pero los agentes entraron y me preguntaron dónde estaba el Sr. Seiichi Nakahara, y yo les contesté: "Está durmiendo". Me preguntaron: "¿Y dónde está?". Les contesté: "En el dormitorio". Fueron al dormitorio lo sacudieron, le dijeron que se pusiera los zapatillas y la bata de baño y se lo llevaron. Ni siquiera tuve la oportunidad de preguntarles adónde iban.
Unos días más tarde, nos enteramos por medio de nuestro abogado de que fue a parar al penal federal. Mi mamá llamó a mucha gente prominente de San Pedro para que persuadieran a las autoridades de que lo trasladaran a un hospital hasta que se recuperara. No sé cuánto tiempo pasó--quizás un par de semanas--pero lo trasladaron al hospital de San Pedro. En ese hospital estaban los marineros de la marina mercante heridos en el Pacífico Sur. Mi mamá dijo que la primera vez que fue al hospital se asustó: en un cuarto enorme donde estaban todos los marineros encontró la cama de mi papá, rodeada de una sábana con las palabras "prisionero de guerra". Ella tenía miedo de que los marineros le pegaran o le hicieran daño, así que les pidió a los médicos que lo trasladaran a otro cuarto. Después de unos días o unas semanas--no recuerdo cuánto tiempo--lo hicieron.
Lo arrestaron el 7 de diciembre, el día del bombardeo de Honolulú. Mi mamá fue a verlo varias veces en el penal, pero no permitieron que toda la familia lo visitara sino hasta el 7 de enero. Mi hermano gemelo, que era estudiante de la Universidad de California en Berkeley, nos dijo: "No quieren que los estudiantes japoneses sigamos en la universidad. Quieren que todos nos vayamos". Y dijo: "Todos estamos tratando de irnos, pero no nos permiten comprar boletos de tren o de bus". Dijimos: "Bueno, puedes viajar a dedo si es necesario", pero nos preocupaba que corriera peligro. No supimos cómo, pero logró llegar a casa. Tan pronto como llegó, las dio de patriotero y se alistó en las fuerzas armadas. Fue al centro de reclutamiento. Me parecía muy extraño: por un lado arrestaron a mi papá, y por el otro a mi hermano le permitieron alistarse.
Mi hermano mayor también fue a alistarse, pero tenía problemas de salud, asma y otros problemas, así que no lo aceptaron. Pero Pete, mi hermano gemelo, se alistó. Recuerdo que el 13 de enero--acababa de alistarse y recibir su uniforme, y todavía estaba en el cuartel militar de nuestro pueblo--fuimos a ver a nuestro papá. Pete estaba muy orgulloso del uniforme, pero cuando mi papá lo vio, pensó que era un policía u otra persona que iba a interrogarlo y se puso a temblar. No entendíamos por qué. Al verlo nos dimos cuenta de que algo muy malo le estaba pasando. Nos preguntó quién nos pegó o algo por el estilo, porque los interrogatorios lo estaban afectando. Le dijimos que no nos pasó nada.
Una y otra vez mi mamá pidió a las autoridades militares que permitieran a mi papá regresar a casa hasta que se recuperara, y que después regresaría. El 20 de enero, nos informaron que iba a venir y la noticia nos alegró mucho. Pero lo llevaron porque sabían que estaba a punto de morir. Llegó a casa en la tarde y murió en la mañana del día siguiente, 12 horas después. Por supuesto el FBI nos dijo que iba a espiar a los que fueran al entierro y nos recordó que los japoneses tenían prohibido viajar más de cinco millas. Pero muchos amigos japoneses fueron al entierro, Y, por supuesto, el FBI los espió a todos.
OR: ¿Cuántos años tenías cuando los mandaron a los campos de concentración? ¿Lo recuerdas?
YK: Sí, porque tenía 20 ó 21 años.
OR: ¿Qué te pasó?
YK: Al comienzo no lo podíamos creer. Leímos en el periódico de la posibilidad de evacuaciones, pero no lo creíamos. Dijimos no, en este país no. Se supone que este país es el símbolo de la democracia y de la preocupación humanitaria, y no creíamos que podía pasar eso. Pero vimos lo rápido que hicieron sus preparativos. El 29 de febrero, el presidente Roosevelt decretó la 9066, la orden que le dio a las fuerzas armadas la autoridad para evacuar a los japoneses o tomar cualquier otra medida necesaria para garantizar la seguridad de la costa oeste. Se puso en práctica muy rápidamente y el 1º de abril la evacuación ya estaba en marcha.
Nuestro grupo, de Los Angeles, Long Beach, San Pedro, Wilmington y Gardena, fue en carros. Otros grupos fueron en buses, trenes o de otras maneras. Y por supuesto nadie sabía adónde nos llevaban. Fuimos a "centros de concentración". Todavía no habían construido los campos de concentración.
Nos enviaron a Santa Anita, que era el mayor de los más o menos 30 centros de concentración en la costa oeste.
Solo nos permitieron llevar lo que podíamos cargar. De todos modos, no sabíamos si íbamos a quedarnos mucho tiempo. Pensábamos que solo duraría unas pocas semanas o unos pocos meses. No sabíamos hasta cuándo estaríamos en los campos, ni que Santa Anita iba a ser una parada temporal. Pensábamos que nos iban a meter en un campo de California en vez de llevarnos al interior.
Pero evacuaron a 120.000 personas. Más del 70% eran ciudadanos estadounidenses nacidos aquí, y el 30% eran nuestros padres, a los cuales no les permitieron hacerse ciudadanos así que los consideraban extranjeros. Nos evacuaron de California, Oregon y Washington, unos 120.000 japoneses. Creo que el ejército logró llevar a cabo la evacuación sin dificultades porque los japoneses cooperamos mucho. Era la única manera que nos quedaba de demostrar que éramos estadounidenses. Quizás algunos se oponían, pero no podían hacer nada. La histeria antijaponesa era muy fuerte.
OR: Sé que es una historia famosa que has contado muchas veces, pero ¿puedes decribirnos la vez que conociste a Malcolm X?
YK: Pasó cuando Malcolm entró en el pasillo del palacio de justicia de Brooklyn. Todos los jóvenes negros corrieron a verlo y a darle la mano. Pero como no era negra, no pensé que yo debiera acercarme. La revista Life sacó un artículo sobre una universitaria blanca que fue al restaurante Shabazz de Harlem, vio a Malcolm y le preguntó: "¿Qué puedo hacer para ayudarle?". Malcolm le contestó: "Nada", y ella salió llorando. En su libro, Benjamin Karim dice que a Malcolm le dio pena el incidente, que no quería tratarla así pero que unos tenientes de la Nación de Islam lo estaban viendo de cerca y que respondió de la manera que creía que era necesaria.
Me acerqué al grupo y me puse a pensar: lo hago ahora o nunca. Pero cómo podía captar su atención. Me miró y no lo podía creer: le dije: "¿Me da la mano?". Me miró como si se preguntara: ¿y qué quiere esta asiática? Me dijo: "¿Por qué?". Le dije: "Para felicitarlo". El dijo: "¿Por qué?". Le dije: "Por lo que está haciendo por su pueblo". Luego me preguntó: "¿Y qué hago por mi pueblo?". No sabía qué decir, pero contesté: "Le da dirección". Y de repente cambió de actitud, se sonrió, se separó del grupo y me dio la mano. Me acerqué y le agarré la mano. No podía creer que era la mano de Malcolm X.
Yo sabía poco del movimiento de derechos civiles y nada del movimiento de liberación negra, pero le dije: "Admiro lo que está haciendo y diciendo, pero no estoy de acuerdo sobre un punto: su oposición a la integración". Qué increíble que yo tuviera la audacia de decir eso. El simplemente respondió: "No tengo tiempo ahora mismo para hablar de los puntos fuertes y débiles de la integración", y me invitó a ir a su oficina.
Bueno, eso nunca pasó porque el 22 de noviembre [de 1963] murió [el presidente John] Kennedy y Malcolm hizo su famosa declaración sobre "cosechan lo que han sembrado" y Elijah [Muhammed, de la Nación de Islam] le ordenó callarse. Pensé, nunca lo volveré a ver, porque lo echaron de la oficina de la calle 125. Y no lo volví a ver hasta que la misión Estudio de la Paz Mundial Hiroshima-Nagasaki hizo una gira por todo el país contra la proliferación de armas nucleares. Los tres escritores del grupo querían conocer a Malcolm más que a ningún otro individuo de este país. Dejé varios recados en la oficina, pero sin respuesta.
Pero el 6 de junio, durante una recepción, Malcolm se presentó. Cuando llegó, primero agradeció a los japoneses por haber venido a Harlem. En aquel año se celebraba en Harlem "La Peor Feria Mundial", al mismo tiempo que se celebraba la Feria Mundial en Flushing Meadows. Y los japoneses optaron por ir a "La Peor Feria Mundial". Era la primera vez que veían algo así en Estados Unidos. En otras ciudades los invitaron a fiestas elegantes en escuelas o iglesias. Pero en Harlem vieron la calle 114, una de las peores de la ciudad. Vieron "La Peor Feria Mundial", o sea, la situación en que vivían los habitantes de Harlem: escaleras destartaladas, inodoros que no funcionaban, tinas atascadas y basura en la calle porque no la recolectaban. Los japoneses vieron todo eso y, cuando llegaron a nuestro apartamento, Malcolm les dijo: "Los han bombardeado a ustedes y nos han bombardeado a nosotros también... con el racismo".
Celebramos un breve programa. Malcolm habló de su respeto por China y por Mao porque luchó contra la dominación extranjera, la corrupción de su propio gobierno y el feudalismo. Luego habló de Vietnam. Eso ocurrió en 1964, cuando Estados Unidos ya tenía asesores en Vietnam pero todavía no tenía tropas. Dijo que si Estados Unidos enviaba tropas, esperaba que todos protestaran. Qué lástima que no vivió para ver el crecimiento y la gran escala del movimiento contra la guerra. Pero incluso en esos días la condenaba.
Era muy cortés con todos y muy abierto a su punto de vista. Les dio la mano a todos. Se decía que probablemente no le daría la mano a los blancos, pero le dio la mano a todos, blancos tanto como negros.
OR: Viviste en Harlem durante los años 60. ¿Cómo fue eso?
YK: Como si el movimiento llegara al Norte del Sur. Una de las cosas más emocionantes fue la victoria de la revolución cubana, en 1959. Hacíamos un montón de reuniones; todo mundo se sentaba en el suelo para escuchar a los que regresaban de Cuba. Traían videos sobre Cuba. Nos alegraba mucho. Simultáneamente, en el 59, 60 y 61, mucha gente iba al Sur a ayudar en los Freedom Rides. Invitamos a hablar a activistas como Jim Peck, que acababa de salir del hospital con 58 puntos en la cara. Le dieron una paliza en Alabama. Y después el acontecimiento más importante fue la muerte de Patricio Lumumba [un dirigente revolucionario de Congo] en 1961; muchos negros protestaban frente a la ONU.
En los años 60 siempre pasaba algo. Nos mudamos aquí en los 60. A muchos niños los atropellaban al norte de la calle 110 porque no había semáforos en las esquinas. El Comité de Padres de Harlem movilizó a los padres a llevar a sus hijos a la calle para paralizar el tráfico en la calle 131 y la avenida Cinco, una esquina especialmente peligrosa donde los carros pasaban por un pequeño parque sin parar. Después de las protestas, pusieron semáforos.
Los puertorriqueños hicieron algo parecido en sus barrios: tiraron basura en la calle para obligar al departamento de sanidad a recolectarla. Incluso los obligamos a reducir la velocidad de los trenes al acercarse a la estación de la calle 125 por el ruido.
Era muy emocionante vivir en Harlem en los años 60.
OR: En todo el país se vio una evolución del movimiento de derechos civiles al movimiento de liberación negra y a la revolución, con grupos como el Partido Pantera Negra y los Young Lords. ¿Cómo fue eso en Harlem?
YK: Mira, allá por los años 61, 62 y 63 participábamos en el Comité de Padres de Harlem, que solo se dedicaba a actividades de derechos civiles. Pero para 1964, 65, empezaron en Harlem las protestas contra la guerra, antes que en el centro. Un grupo religioso de africanos llamado Yoruba protestaba y Malcolm X también decía que Estados Unidos se iba a meter en la guerra en el sur de Asia. Así que la gente ya sabía algo de eso. La gente de aquí siempre estaba más adelante que el resto del movimiento contra la guerra.
En ese entonces los africanos estaban luchando contra el colonialismo europeo, y Malcolm hablaba de eso cada semana. Para mí Malcolm X era "más acertado" que Martin Luther King.
Así que lo que estaba pasando en Harlem era mucho más radical que lo que estaba ocurriendo en el resto del movimiento de derechos civiles; y pienso que hemos tenido una gran suerte de vivir aquí y escuchar a magníficos oradores. Muchos deciden a quién ir a escuchar según lo que diga la prensa, pero aquí en Harlem la gente habla de cosas que ni salen en los periódicos. Así que pienso que eso nos ha formado. Era más afrocéntrico.
Participé en el movimiento de derechos civiles y en el movimiento de liberación negra, y fueron muy diferentes, completamente diferentes. Pienso que lo que King quería era que todos nos metiéramos a la corriente mayoritaria, mientras que Malcolm decía que debemos alejarnos de eso y zafarnos de la jurisdicción de Estados Unidos. Cuando Malcolm hablaba de nacionalismo, hablaba de independencia y soberanía, de una nación negra. Eso era distinto. Pero era bueno que existieran ambos movimientos; así la gente podía ver las diferencias y decidir a cuál seguir.
Por esos mismos años, o sea entre 1960 y 1965, porque Malcolm no vivió más allá del 65, empezamos a conocer lo que estaban haciendo los puertorriqueños. Estaban luchando para liberarse del colonialismo estadounidense. Eso fue importante, porque si no hubiéramos conocido ese movimiento no hubiéramos sabido que había tanta gente por todo el mundo luchando por liberarse del imperialismo. Los años 60 subrayaron la importancia de saber lo peligroso que es el imperialismo.
Para ese entonces mis hijos tenían entre 2 y 16 años de edad, y todo eso los impactó. Dos hijas estaban en el sexto y el noveno grado, y estaban aprendiendo ballet. Pero en cuanto conocieron el movimiento ya no querían ir a las lecciones de ballet, sino acompañarme a las manifestaciones. Así que abandonaron el ballet y andaban conmigo en todas las manifestaciones.
Cuando mi hija Audee cumplió 15 años, se fue a Macomb, Misisipí, con miembros del Comité Coordinador de Estudiantes no Violentos (SNCC) de su prepa. Ese mismo año, mi hijo Billy, que todavía no había cumplido 18 años, faltó a la ceremonia de graduación de prepa por irse a Misisipí. Su grupo de Estudiantes contra la Injusticia Social recaudó fondos para que pudiera ir. Así que se fue todo el verano.
Audee y Billy vivieron con familias negras. Fue una experiencia inolvidable para ambos. Mi esposo y yo fuimos a Misisipí 15 años después y conocimos a la familia que recibió a mi hijo. Fue algo nostálgico.
Pienso que lo mejor que nos pudo haber pasado fue ir a vivir en Harlem en los años 60 porque había mucho que hacer y abarcó a nuestros hijos. Participaban en todo; incluso a los que apenas empezaban a andar los llevábamos de aquí a allá en carritos; a veces los amigos también los llevaban a marchas. Fue una buena experiencia para ellos. Después llevaba a mis nietos Zulu y Akemi.
También quiero decir que tuve mucha suerte de tener el esposo que tuve: abierto, comprensivo y sensible, amante de la gente; era un padre muy interesado, se encargaba de los quehaceres del hogar y era un esposo considerado. También tuve la suerte de tener hijos para quienes la familia era una prioridad, pero no les impedía tener otros intereses aparte de la lucha. Nuestra familia era muy unida y se unió más como resultado de varias tragedias familiares, como la pérdida de dos hijos. Estamos agradecidos por siempre jamás a todos aquellos que entraron en nuestra vida en ese entonces y nos apoyaron, nos abrieron puertas y ventanas para enriquecer nuestra vida.
OR: Ya llevas muchos años luchando por la libertad de presos políticos, como Mumia Abu-Jamal. Has conversado con diversos grupos sobre Mumia; dinos, ¿cómo responden?
YK: Mumia les encanta a todos los que llegan a conocer algo de él, y no solo porque es tan radical y tan valiente. El apoyo que le ha dado a la organización MOVE es contagioso. Apoya a todos, a los más débiles, a los marginados. Ningún otro preso político ha logrado unificar a tanta gente como lo ha hecho él... y no solo en este país sino en todo el mundo. Me asombra que 26 miembros de la Dieta [cuerpo legislativo del Japón] lo apoyan.
Nadie va a creer cómo empezó la correspondencia entre Mumia y yo. No fue por medio del movimiento, ni por el trabajo con presos políticos. Un día recibí una carta escrita en japonés, y era él. Me escribió en el estilo hiragana. En japonés hay tres estilos de escribir: el más simple se llama katakana, luego viene el hiragana y el tercero es la caligrafía china. El me escribió en hiragama y me sorprendió mucho. Le pregunté cómo aprendió y me dijo que estaba estudiando japonés por su propia cuenta.
Pero eso sucedió cuando yo acababa de leer algo sobre un sumurai negro del sexto u octavo siglo escrito por la famosa dramaturga negra-asiática-indígena Velina Houston. Así que cuando yo le escribí a Mumia le pregunté si él sabía algo sobre eso, y me contestó: "No lo vas a creer, pero yo también acabo de leer algo sobre él". Pero antes, me había escrito en japonés, y así fue como empezamos a escribirnos.
El otro día, gracias a Susana Burnett, conversamos por teléfono con Mumia y Assata Shakur. Ella le dijo que es extraordinario lo que ha logrado, la manera que ha unido a tanta gente. Pienso que esa es su vocación. Es que mira la valentía que se necesita para apoyar los movimientos que ha apoyado, especialmente su apoyo de la organización MOVE; eso es algo que la policía jamás le va a perdonar. Pero lo que ha contribuido a la lucha es imborrable, es para siempre. Ya está inscrito en la historia de la lucha.
Unos preguntan qué hace a Mumia diferente de otros presos políticos. Yo digo que además de sus cualidades de dirigente y de su valor, la modestia le da una dimensión adicional.
OR: Tú has tomado una posición firme de apoyo a los pueblos oprimidos que toman las armas para liberarse del imperialismo. Viajaste a Filipinas y Japón para informar sobre tu experiencia como miembro de una de las delegaciones que viajó a Lima para defender la vida de Abimael Guzmán, el jefe del Partido Comunista del Perú, que está preso. Dinos algo sobre esa experiencia.
YK: Sobre Perú. Sentí un gran privilegio de poder viajar bajo los auspicios del Comité Internacional de Emergencia. Las experiencias en Filipinas y Japón fueron muy diferentes. En Filipinas la gente sabía muy bien lo que significa ser colonializados, pues están colonializados. Sabían lo que Perú ha vivido en su historia, por su propia experiencia con el colonialismo español.
Fuimos invitados por Bayan, que tiene 1,5 millones de miembros y abarca 21 organizaciones. Gabriela, la organización de mujeres, es parte de Bayan. Hay como cinco organizaciones de universitarios. Los trabajadores de la prensa, los reporteros, también pertenecen a Bayan. Tienen denominaciones religiosas. Nos reunimos con monjas y otras religiosas. Nos reunimos con limpiacalles, pescadores, granjeros y desempleados. Todos ellos pertenecen a Bayan. Bayan también cuenta con un par de grupos muy revolucionarios.
Los reporteros que vinieron a nuestras conferencias tenían mucho interés porque unos pasaron por las cárceles de Marcos. Comprendían muy bien lo que están viviendo los indígenas y los pobres de Perú. No era necesario decirles que eso solo cambiaría a través de cambios revolucionarios; eso lo saben.
Pero cuando llegamos a Japón, fue muy diferente. Desafortunadamente, pienso que el hecho de que Fujimori es japonés tiene algo que ver con eso. Se sienten muy orgullosos de que un japonés sea mandatario de otro país. En Tokio nos reunimos con muchas organizaciones. Suponíamos que eran progresistas o liberales; unas eran religiosas. Pero no apoyaban a Sendero Luminoso [como se conoce en la prensa al Partido Comunista del Perú--OR]. No les parecía necesario librar la clase de lucha que estaban librando y, probablemente, no les gustaba porque es comunista.
Pero en Kyushu, una isla al sur de la isla mayor, fue diferente. Ahí nos reunimos con muchos obreros, quienes nos pidieron no usar la palabra izquierdista, aunque creo que los grupos con los que nos reunimos son izquierdistas. También nos reunimos con burakumin, los parias de Japón. Lo único que nos pidieron era no reunirnos con peruanos, aunque los hubiera, porque las autoridades los tienen muy vigilados y los podíamos poner en peligro.
Pero en Honshu, la isla principal, los únicos que comprendieron lo que están viviendo los parias de Perú, los indígenas y pobres, fueron los coreanos; porque ellos viven marginados en Japón. Así que nos reunimos con un grupo de coreanos, y fue algo muy especial.
OR: La película documental "Yuri Kochiyama: Passion for Justice" (Yuri Kochiyama: Pasión por la justicia) te muestra en conferencias con grupos de jóvenes de diferentes nacionalidades. Muchos de nuestros lectores son jóvenes, participan en diferentes luchas y siempre están buscando su lugar en la lucha y cómo impulsarla. ¿Qué les aconsejarías?
YK: He hablado con niños de segundo y tercer grado. Una escuela de Harlem, donde los maestros son negros y blancos pero los estudiantes negros, me invitó a hablar sobre Malcolm X. Me sorprendió ver cuánto sabían esos niños sobre Malcolm. Después me enteré de que sus padres les enseñaron. También hablé en una secundaria de Greenwich Village y en seis prepas y universidades por todo el país. Lo que siempre me ha maravillado de los jóvenes, sin importar la edad, es el entusiasmo que tienen. Eso ha sido muy emocionante. Están interesados de veras y comprometidos a cambiar la sociedad; quieren que sea una mejor sociedad.
Sobre lo que les diría a los estudiantes y a los jóvenes de hoy, pues solo quisiera darles estas palabras de Frantz Fanon, quien dijo: "No obstante la obscuridad relativa en la que se encuentre, cada generación tiene que encontrar su misión, cumplirla o traicionarla".
Pienso que hoy una parte de la misión debe ser luchar contra el racismo y la polarización, aprender de la lucha de cada cual, pero también comprender las luchas de liberación nacional, o sea, que los grupos étnicos necesitan su propio espacio y sus propios líderes. Necesitan su propia privacidad. Pero hay suficientes temas en los que todos podemos trabajar juntos. El apoyo de presos políticos es uno de ellos. Todos podemos luchar juntos y jamás debemos olvidar el grito de batalla: "¡Ellos lucharon por nosotros, nosotros debemos luchar por ellos!".
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