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Informe directo de la guerra popular de Nepal
Parte 3: La redada a Bethan

Obrero Revolucionario #1016, 1 de agosto, 1999

El 13 de febrero de 1996, una serie de ataques armados coordinados inició un nuevo capítulo en la historia de Nepal. Bajo la dirección del Partido Comunista de Nepal (Maoísta), miles de hombres y mujeres dieron inicio a una guerra popular con el fin de barrer el imperialismo, el feudalismo y el capitalismo burocrático de la faz del país. Durante tres años, la revolución se ha extendido, ha echado raíces y ha logrado mucho en Nepal. Es un acontecimiento significativo, pero altamente desconocido en Estados Unidos. Los que hemos tratado de mantenernos al tanto de esta guerra popular hemos obtenido información valiosa, pero es escasa.

Ahora el Obrero Revolucionario/Revolutionary Worker presenta un reportaje exclusivo. Hace poco nuestra corresponsal Li Onesto regresó de un viaje de varios meses a Nepal, donde recorrió el país con el Ejército Popular, se reunió y platicó con dirigentes del partido, guerrilleros, activistas de las organizaciones populares y habitantes de muchos pueblos... o sea, con los que están librando una auténtica guerra popular maoísta y empiezan a ejercer el nuevo poder popular. Damos un saludo rojo "lal salaam" a todos los de Nepal que hicieron posible este viaje.

A continuación publicamos la tercera parte de una serie de artículos sobre su viaje. (La primera parte salió en el OR No. 1014 y la segunda en el No. 1015.)

El aislamiento del campo

Nepal es un país de vastas regiones apartadas; las carreteras son pésimas, sobre todo en las zonas montañosas, y la única forma de llegar a muchos parajes es a pie. El país entero cuenta con apenas 13.000 kilómetros de carreteras, 5000 de ellas casi intransitables, y una vía férrea de 50 kilómetros entre Janakur en el oriente de Terai y Jayanagar, India. Tampoco tiene vías fluviales. Los campesinos miden las distancias en horas o días, en vez de kilómetros; la distancia a otra aldea es el tiempo que se demora en llegar caminando.

Hay dos vías principales: la carretera Mahendra atraviesa el país del oriente al occidente, y la carretera Prithvi conecta a la capital, Katmandú, con la ciudad de Pokhara al occidente. Autobuses atestados de pasajeros viajan constantemente por esas dos vías; el autobús es el principal medio de transporte en el campo.

La tremenda carencia de infraestructura es propia de un país sumido en la miseria; además de crear situaciones difíciles, pone en peligro la vida de las masas. Los autobuses (fabricados en la India) son viejos y van sobrecargados por pésimos caminos que ascienden pendientes casi verticales. A cada rato ocurren terribles accidentes con muchos muertos. Durante mis primeros días en Nepal, leí varias notas del Kathmandu Post sobre esas tragedias.

Por otro lado, la falta de infraestructura es muy favorable para la guerra de guerrillas, pues es difícil que el gobierno movilice grandes destacamentos contra la guerra popular en el campo.

Subimos al autobús media hora antes de la hora de salida del oriente y la mayoría de los asientos ya están ocupados. Hay muchísimos bultos en las rejillas, y costales de mijo y grandes botes de querosén en los pasillos. Afortunadamente, consigo un asiento y no me toca ir sentada en un costal o en uno de esos botes. Siguen subiendo pasajeros hasta el último momento. Hay más hombres que mujeres; algunos se visten al estilo citadino, con jeans y camisetas; quizás van de viaje al campo o regresan tras visitar a parientes que viven en la ciudad. Otros tienen las tradicionales túnicas y pantalones sueltos. Un niño muy pobre está en andrajos y, al parecer, viaja solito.

Vamos muy apretados. Una señora se balancea encima de un par de costales mientras amamanta a su bebé y apapacha a otro chiquito; por poco se me cae encima. Salimos a la hora; observo la carretera que transitaremos cuesta arriba con sus hoyos, polvo y curvas cerradas. El bus asciende la montaña con mucha dificultad y en cada cima a una docena de pasajeros le toca bajarse para quitarle peso. Tres jóvenes caminan al lado, golpeando el bus para advertir al chofer cuando se arrima a un precipicio. Luego, el bus se descompone y acabamos llegando tres horas tarde.

Cuando por fin llegamos, unos camaradas nos están esperando y partimos en seguida por un sendero rocoso. Trepamos los cerros en una noche estrellada, pero muy oscura. A los 45 minutos llegamos a una aldea; pasamos varias casas, montones de forraje y bueyes. Al llegar a la casa donde nos vamos a quedar, preparan la cena. Es tarde pero los camaradas quieren platicar un poco antes de dormirnos; están muy emocionados y no aguantan hasta mañana.

Estamos en una zona de la Región Oriental donde hubo acciones muy avanzadas cuando se inició la guerra popular, y el trabajo del partido es muy sólido. Un camarada explica que la aldea se encuentra en el límite de una zona de 150.000 habitantes que el partido está desarrollando como base de apoyo. Puede convocar una asamblea de 5000 personas en un plazo de cinco o seis horas. En tales circunstancias, la policía necesita pedir refuerzos para entrar a la zona; así que a los compañeros les da tiempo de hacer la reunión y dispersarse.

Pasamos unos días en esa aldea, pero por cuestiones de seguridad, no podemos salir de día. Varias personas vienen a platicar conmigo; estoy consciente de que es muy difícil arreglarlo, pues tienen que viajar de noche y aun así es muy riesgoso. La comunicación tampoco es fácil y hay que cuidar varios aspectos: la seguridad de la zona, de la familia de esta casa, de los que vienen a platicar conmigo, además de ser prudentes en cuanto al tiempo que permanecemos aquí para no llamar la atención de las autoridades. Hasta hay que estar alerta cuando salimos a la letrina. La guerra popular tiene mucha fuerza aquí y por eso la represión también es muy fuerte; han allanado esta casa en muchísimas ocasiones.

El campo es totalmente distinto a Katmandú. En el campo, donde vive el 90% de los nepaleses, la vida es dura y monótona. Las mujeres se levantan a las 5:30 y preparan el té. Los hombres salen a trabajar en los campos y regresan a las 10 para el almuerzo. Entonces, los niños van a la escuela y los mayores trabajan hasta el atardecer. Cenan a las 8 de la noche y a las 9 se acuestan.

La casa es de tres pisos, con muros de barro, pisos de tierra, y contraventanas y escaleras de madera. Tiene cinco habitaciones donde viven los esposos, sus hijos y nietos, además de las dos hermanas del señor; una es viuda y la otra dejó a su esposo porque la golpeaba. Calculo que son 16 personas; se acuestan dos o tres en cada cama; sin embargo, me ofrecen una cama, y son lo más amables y buenos. Son pobres y alimentan a la familia a duras penas, pero nos preguntan qué deseamos comer y nos convidan a todo.

Cocinan en el primer piso; el fogón está en un rincón y ponen tapetes en el piso donde nos sentamos a comer. La señora sirve la comida primero a los hombres, y luego a las mujeres y niños. En otro rincón están las gallinas. Las recámaras están en el segundo y tercer pisos; son de tres metros cuadrados, cada una con dos camas, todo muy humilde y sencillo, pero limpio y ordenado.

La familia sigue su rutina, pero se asoma a ver si se ofrece algo y a escuchar la conversación. ¡Tienen tantas ganas de estar en la plática!, pues todo el mundo le entra muy de lleno al apoyo a la guerra popular. Hasta los niños se arriman; las mujeres son más tímidas, pero con el tiempo todas pasan a saludar.

Tirtha Gautam

Tras el inicio de la guerra popular, la policía hizo redadas, arrestos y torturas en el distrito de Kavre; mató a varias personas. Uno de los caídos, Tirtha Gautam, es conocido en todo el país.

Por la tarde, el hermano del famoso mártir viene a platicar conmigo. Me dice que Tirtha tenía 33 años cuando lo mataron; era dirigente del partido y mando del Ejército Popular. Participó en un buró subregional de la Región Oriental; fue secretario del Comité Organizador del distrito Kavre-Ramechhap y mando militar del distrito. Dirigió o participó en las acciones guerrilleras importantes de la subregión desde la época de los preparativos de la guerra popular. Sus padres eran campesinos medios y Tirtha fue maestro antes de dedicarse de tiempo completo a la revolución en 1988. Fue comunista revolucionario por más de una década, y durante la lucha contra el oportunismo y el revisionismo dentro del partido, defendió la línea revolucionaria. Cayó en un ataque contra el puesto policial de Bethan, una región montañosa muy pobre a 100 kilómetros de Katmandú. Fue la primera acción exitosa contra un puesto policial después del inicio de la guerra popular.

La noche del 3 de enero de 1997, Tirtha dirigió su escuadra de 29 guerrilleros en una batalla exitosa, que me hizo acordar las palabras de Mao Tsetung: en la guerra revolucionaria las masas, y no las armas, son decisivas. Dotados de armas y bombas rudimentarias, los guerrilleros rodearon el puesto policial y ordenaron a los policías rendirse. Estos abrieron fuego y hubo un enfrentamiento encarnizado de varias horas. El camarada Gautam recibió un impacto de bala en la cabeza y murió instantáneamente, pero la escuadra atacó con más fuerza y aplastó al enemigo. Murieron dos policías y dos quedaron heridos de gravedad; los guerrilleros se apoderaron de cuatro rifles y de gran cantidad de municiones.

Además de Tirtha Gautam, cayeron dos miembros de la escuadra: la joven camarada Dilmaya Yonjan y el camarada Fateh Bahadur Slam. Dando vivas al marxismo-leninismo-maoísmo y la guerra popular, alzaron los cuerpos de los caídos y se retiraron. La policía lanzó una cruel contraofensiva: sobrevolaron los bosques con helicópteros y la policía peinó la región en busca de guerrilleros, pero en vano.

En el balance del primer año de la guerra popular, el partido saludó el ataque al puesto de Bethan como una gran hazaña, el mejor ejemplo de osadía y sacrificio hasta la fecha. Fue el golpe más contundente al enemigo durante el Segundo Plan de la Guerra Popular. El pueblo sufrió una gran pérdida con la muerte de tres valientes guerrilleros, pero la acción electrizó a las masas y espantó al gobierno reaccionario. Marcó el desarrollo de la guerra popular a una etapa superior. Por eso, el partido ha señalado la importancia histórica de esa acción de la primera etapa de la guerra popular.

Al rato pasa la viuda de Tirtha Gautam, Beli Gautam, de 30 años, con sus dos hijos, Delip de 10 años y Tanka de 8. Me saluda y le doy el pésame de parte de los camaradas y masas oprimidas de Estados Unidos: valientes camaradas como su esposo son los mejores hijos del pueblo y la esperanza del futuro.

Beli Gautam habla con dificultad pues sufre de la garganta; además, es bastante tímida y callada. Cuando le pregunto sobre la revolución, responde: "La guerra popular y el trabajo del partido son buenos y avanzan", y luego Delip, el de 10 años, le entra. Con la gran convicción propia de una persona mucho mayor, se sienta bien derechito, nos mira directamente a los ojos y dice con plena confianza: "Mi madre dice que debemos seguir el camino de nuestro padre; cuando crezcamos, habrá que combatir". Beli menciona que tiene dos hijas, de 5 y 12 años; la más chiquita todavía no entiende mucho pero la mayor quiere ser guerrillera.

La policía ha allanado su casa muchas veces, incluso a la medianoche, con el pretexto de buscar armas y bombas. Después de la muerte de Tirtha llegó para amedrentar: "Ya que matamos a Tirtha, ¿qué van a hacer?". Esperaron que la familia se arrepintiera, pero Tanka respondió: "¡Les voy a pagar con la misma moneda!". "¿A poco?", le contestaron, "Y, ¿cómo lo piensas hacer?". Le pasaron un rifle: "¿A poco lo sabes usar?". Quedaron boquiabiertos cuando Tanka lo amartilló.

Delip comenta que en otra ocasión se pusieron a volcar todo; encontraron una guitarra, preguntaron de quién era y en seguida la destruyeron. Una vez llegaron para arrestar a su abuelo, pero la abuela se puso en medio y gritó: "Si son tan valientes, ¿por qué no lo matan de una vez?". Le metieron la macana en la boca para callarla.

Antes de despedirnos, Tanka nos canta dos canciones con su voz dulce y vigorosa. La primera, una melodía triste pero combativa, es una composición suya sobre la muerte de su padre en el ataque de Bethan; antes de partir al combate, juró entregar las cenizas del puesto policial al partido. La segunda es una melodía tradicional, pero le ha puesto una nueva letra que habla de la policía y la represión, y afirma que la respuesta del pueblo es "que nos pasen el fusil de Gautam".

Delip señala la valentía de su padre y dice que ahora los ruidos fuertes, como los truenos, traen el recuerdo del fragor del combate, y hasta las llamas del fuego hacen pensar en el heroico ataque de Bethan. A diario el pueblo encuentra señales como esas que hacen recordar la batalla donde su papá cayó mártir de la causa revolucionaria.

Los niños se despiden, alzando el puño con gran determinación.

Continuará


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