Informe directo de la guerra popular de Nepal

Parte 12: Los mártires de Rolpa

Li Onesto

Obrero Revolucionario #1028, 31 de octubre, 1999

El 13 de febrero de 1996, una serie de ataques armados coordinados inició un nuevo capítulo en la historia de Nepal. Bajo la dirección del Partido Comunista de Nepal (Maoísta), miles de hombres y mujeres dieron inicio a una guerra popular con el fin de barrer el imperialismo, el feudalismo y el capitalismo burocrático de la faz del país. Durante tres años, la revolución se ha extendido, ha echado raíces y ha logrado mucho en Nepal. Es un acontecimiento significativo, pero altamente desconocido en Estados Unidos. Los que hemos tratado de mantenernos al tanto de esta guerra popular hemos obtenido información valiosa, pero es escasa.

Ahora el Obrero Revolucionario/Revolutionary Worker presenta un reportaje exclusivo. Hace poco nuestra corresponsal Li Onesto regresó de un viaje de varios meses a Nepal, donde recorrió el país con el ejército popular, se reunió y platicó con dirigentes del partido, guerrilleros, activistas de las organizaciones populares y habitantes de muchos pueblos... o sea, con los que están librando una auténtica guerra popular maoísta y empiezan a ejercer el nuevo poder popular. Damos un saludo rojo "lal salaam" a todos los de Nepal que hicieron posible este viaje.

A continuación publicamos la entrega número 12 de nuestra serie sobre Nepal. (Las partes 1-11 salieron en el OR No. 1014-1020, 1022, 1023, 1025 y 1027.)


Esta mañana me da por tomar el té con leche afuera. Camino un poco para encontrar un lugar donde disfrutar de la tranquilidad y belleza de los primeros rayos del sol. ¡Qué lindo es vivir en el campo! Con el nuevo día entro a un bellísimo cuadro, pues el paisaje nepalés es increíble y, aunque es difícil trepar estas cumbres, el aire puro y las cimas majestuosas me llenan de energía y esperanza. Es cierto que la belleza de la naturaleza choca con la pobreza que nos rodea, pero la geografía dramática y severa del país ampara al ejército popular en marcha.

Hoy partimos al mediodía, y durante horas subimos y bajamos pendientes casi verticales. Al atardecer, llegamos a una montaña escarpada. Como no hay sendero, tenemos que ascender a pulso esta altísima montaña.

Estamos a una altura de 4000 metros; lucho por respirar y tengo que descansar a cada rato. Los camaradas ven que me está costando mucho trabajo y uno ofrece cargarme en la espalda. ¡Qué cosa! Le doy las gracias y hago la lucha por seguirle. Cuando llegamos a la cima ya es noche; la luna ilumina el camino de bajada, pero es difícil bajar por las rocas sueltas que hacen resbalarse.

Hoy caminamos muchas horas porque no hay aldeas por aquí y tenemos que encontrar por lo menos una toma de agua. A las 11 de la noche, acampamos en un corral abandonado. Agotada, me siento en una tabla mientras los camaradas ponen manos a la obra: van por agua, recogen ramas y hojas para hacer unos "colchones" de dormir, limpian el corral y prenden la lumbre.

En las noches vienen los vientos y hace mucho frío. En cuanto prenden la lumbre todo el mundo se arrima. Cenamos galletas y sopa de fideos instantánea seca, sin calentar. Los compañeros están muy alegres y cotorreamos hasta la medianoche. Cuando nos acostamos, los colchones de hojas son cómodos; pero la madrugada llega muy pronto, me despiertan y en unos 40 minutos emprendemos nuevamente la caminata.

Falta poco para cruzar la frontera a Rukum; antes de dejar Rolpa nos dirigimos hacia una aldea donde han organizado una gran asamblea popular.

A eso de las 10 de la mañana, mi traductor, Pravat, señala la cumbre de en frente, donde se ven puntitos rojos entre el verde profundo del bosque. No sé ni qué onda, no parecen naturales... cuando de repente me cae el veinte: ¡son banderas rojas que nos dan la bienvenida!

Llegamos al otro lado y nos saludan desde la cima, donde están preparando la asamblea. Ahora veo claramente que los "puntitos rojos" son bellísimas banderas rojas que ondean lentamente en la brisa del mediodía y que muchos aldeanos ya han llegado. A esta hora el sol es fuerte y hace mucho calor; descansamos a la sombra de unos árboles secos, acomodándonos para que todos tengan una escapadita del calorcito. La escuadra se retira al bosque para ponerse el uniforme. El calor y el cansancio me dan mucho sueño, pero de repente bajan unos camaradas cargando grandes ollas de comida.

A la una es hora de iniciar el programa y subimos hasta donde están reunidos. Han decorado el lugar con ramas y flores, y construyeron una especie de arco por donde vamos a entrar a la reunión. Pasamos entre dos filas de guerrilleros, unos 20 en total; la música del equipo cultural acompaña nuestra marcha hacia el arco.

Yo encabezo el desfile y, cuando paso por el arco, 700 campesinos me reciben con aplausos y vítores. Me saludan, me pintan la frente con tikka roja tradicional y me ponen guirnaldas de flores. Luego me pasan un bambú; miro hacia arriba y me doy cuenta de que es un asta de 15 metros, desde la cual ondea una bandera roja con la hoz y el martillo. Me guían a un lugar frente a la asamblea y, como "invitada de honor", planto el asta en medio de los estruendosos aplausos y vítores de los reunidos.

Como todas las reuniones aquí en Nepal, esta se inicia con un minuto de silencio por los mártires. Durante las cinco horas siguientes, se oyen declaraciones y discursos de las organizaciones de masas y dirigentes del partido, así como informes desde el frente de batalla. La escuadra cultural presenta canciones y bailes muy variados. Todo es tan bello... y cuando es hora de que "la invitada de honor" diga unas palabras se me corta la voz, conmovida por esta gran muestra de internacionalismo y apoyo a la guerra popular.

Dar la vida por la revolución

El programa termina al atardecer y me dicen que las familias de los mártires han viajado desde lejos para reunirse conmigo. Primero, se presenta Jokhi Budha, de 57 años. La policía mató a su esposo Singh Budha, de 65 años, su hija Kumari Budha, de 22 años, y su hijo Danta Budha, de 29.

"En noviembre de 1996, los delataron los soplones; ellos y la policía arrestaron a mi esposo y mi hija. El era simpatizante y ella participaba en la organización de mujeres. Los llevaron al puesto policial, donde los torturaron por dos días. Después los llevaron a la barranca y los mataron junto con Bardan Roka, de 70 años, Bal Prasad Roka, de 45 años, y Dil Man Roka, de 49.

"A mi hija le arrancaron los ojos, le mojaron el pelo con querosén y le prendieron fuego. De 13 detenidos, mataron a cinco. Los demás me contaron que mi hija gritaba: ‹¡Mamá, mamá!›; los policías le contestaron: ‹¡Criminal, maoísta, terrorista!›, y la aventaron al fuego. Ahora mi hijo, guerrillero de un pelotón, murió en el ataque al puesto policial de Dang, donde murieron siete policías".

Jokhi llora y al oír de su terrible pérdida a mí también me dan fuertes ganas de llorar; con la cara bañada en lágrimas me dice: "Aunque mi esposo y mis hijos hayan muerto, tengo miles de hijos e hijas que los vengarán".

Como los demás parientes de mártires que he conocido, Jokhi siente que el pueblo es su "familia" y esa convicción nutre un gran optimismo. En la sociedad feudal tradicional, una viuda sufre penurias, y los padres que pierden a sus hijos no tienen quién los cuide en la vejez. Pero la guerra popular ha cambiado todo eso, pues el partido y el ejército popular cuidan a las familias de los mártires, recolectan dinero para ayudarlas y les da tierra. Asimismo, la comunidad revolucionaria cuida a los huérfanos.

La policía mató a Dil Man Roka junto con Singh Budha y su hija Kumari. Al conversar con su viuda, queda claro que ella también siente que la guerra popular cuidará de su familia y que brindará un futuro mejor para el pueblo:

"Ahora le llaman a nuestro VDC (Mirul) el VDC de los mártires. La policía mató a mi esposo por su labor por el pueblo y por eso contamos plenamente con la ayuda del partido: los vecinos me ayudan a cultivar la tierra y a mantener a la familia. Cuando lo mataron, estaba embarazada de cuatro meses con mi hijo. Las tres hijas conocieron a su padre y saben que la policía lo mató. Mi posición es clara: el padre de mis hijos empezó a construir el camino y los hijos lo acabarán. Derrotaremos al enemigo y alcanzaremos la victoria".

Luego se presentan los padres de Chop Bahadur Dang, el secretario de una zona de Rolpa, quien murió a los 31 años el 28 de marzo de 1996. Su papá me dice: "Nuestro hijo tenía una forma de ser de lo más bella. ¡Como quería a la familia!; era muy cariñoso con sus hermanos y parientes. Se dedicó de tiempo completo al trabajo del partido por cuatro años. Dos años antes del inicio, pasó a la clandestinidad porque lo acusaron injustamente de matar a un estafador [que se robaba tierra y dinero del pueblo]. La guerra popular es buena; beneficia al pueblo oprimido. Nuestro hijo dio la vida por esa causa. Seguimos luchando fieramente contra el gobierno reaccionario; jamás abandonaremos el camino de la guerra popular. Ojalá que triunfe cuanto antes. Aunque nuestro hijo haya caído, no estamos indefensos; el partido nos cuida".

Embestidas contrarrevolucionarias

El gobierno respondió al inicio de la guerra popular con mucha saña. Por orden directa de los más altos niveles del gobierno, fuerzas paramilitares y comandos especiales lanzaron una serie de embestidas contra el pueblo. El 26 de febrero, unas dos semanas después del inicio, 50 policías dispararon contra 1000 campesinos y estudiantes de primaria: querían arrestar a un popular director de escuela, sindicado de destruir el local de "Save the Children Fund, USA", y la multitud lo defendió. Dil Bahadur Ramtel, un niño de 11 años, cayó ese día y se convirtió en el primer mártir de la guerra popular.

Al día siguiente, mataron a seis campesinos y estudiantes dormidos en una finca en Melgairi, Pipal VDC en el distrito de Rukum. Después siguió una serie de matanzas y pseudoenfrentamientos, es decir, mataban a campesinos y decían que cayeron en "enfrentamientos armados". En los tres meses después del inicio, mataron a más de 30 personas en Rukum, Rolpa y Jarjarkot.

Asimismo, arrestaron a miles de personas y las sometieron a crueles torturas, violaron a las mujeres, saquearon y quemaron las casas, desataron sus pistoleros contra el pueblo, impusieron toque de queda, etc. Miles de personas se refugiaron en los bosques y cuevas durante meses, y mucha gente pasó a la clandestinidad.

En los primeros 11 meses de la guerra popular, mataron a más de 70 personas y los revolucionarios eliminaron a unos 40 reaccionarios: déspotas, soplones y policías. De los mártires, el 40% eran militantes del partido; más del 60% eran de las nacionalidades oprimidas (mayormente Magars de los Cerros del Occidente), el 10% eran mujeres y casi todos eran del campesinado pobre o medio-inferior.

En el tercer año de la guerra popular, hubo una escalada de represión. En un período de ocho meses, la policía mató a 500 personas, y arrestó, torturó y violó a muchas más.

De junio a agosto de 1998, lanzaron Kilo Sera 2, uno de los mayores operativos contrarrevolucionarios; un camarada explicó: "El gobierno atacó todos los sectores del movimiento, y arrestó a activistas, aldeanos y simpatizantes. Fue una represión muy deliberada; los soplones señalaban a quiénes arrestar. El partido gobernante, el Congreso Nepalés, y el reaccionario RPP (Partido Rashtriya Prajahantra) participaron abiertamente; el UML (Partido Comunista Nepalés Unido Marxista Leninista) participó solapadamente. Masacraron a muchos camaradas, líderes de las masas, dirigentes del partido, miembros de comités regionales y distritales, mandos del ejército popular y simpatizantes. Dejaron un saldo de 200 muertos en la Región Occidental: 15 en Rolpa, 20 en Rukum, más de 50 en Jarjarkot y los demás en zonas alrededor de esta".

Gran valor bajo fuego

Khala K.C., de 23 años, cayó en 1998 durante Kilo Sera 2. Su hermano Chitra Bahadur K.C., de 31 años, me dice: "Mi hermana trabajaba con la organización estudiantil revolucionaria desde 1991. En 1995, ingresó al partido, se dedicó de tiempo completo y asumió la responsabilidad de trabajar con la organización de mujeres. En 1997, entró a una escuadra. Estaba embarazada de cinco meses cuando la mataron. Vino a la casa a visitar a nuestro padre porque estaba enfermo y fue a dormir a otro lugar, donde se iba a quedar junto con su esposo (un guerrillero) y otro camarada.

"La policía llegó a la casa, arrestó a mi hermano mayor y lo golpeó salvajemente. Como rodearon la casa, no les podíamos avisar, pero mi hermano gritó muy fuerte bajo los golpes para que se huyeran. Mi hermana se escondió entre los cultivos de maíz; pero la encontraron, la llevaron al bosque y la mataron. Encontramos su cadáver a los 23 días con señales de violación".

Sharpe B.K. murió en 1998 a los 43 años; dejó una viuda con cuatro hijos y una hija. La viuda Rupsari B.K. me dice:

"Somos campesinos pobres de la casta inferior; la religión hindú nos llama ‹intocables›. Mi marido trabajó en la organización de campesinos pobres. Un soplón lo delató y 12 policías vinieron por él. Luego llegaron 14 más y lo llevaron al bosque. Los seguí, llorando y rogándoles que lo soltaran, pero me golpearon sin piedad. Al regresar a la casa, oí los disparos y sabía que estaba muerto, pero no pude recoger el cuerpo porque estaba gravemente herida.

"A las dos horas, mis hijos fueron a la selva acompañados de los camaradas del partido; encontraron el cadáver, pero por la represión tuvieron que dejarlo ahí 11 días, cubierto de hojas y piedras. Después le hicieron una procesión fúnebre y lo incineraron en una ceremonia. La policía siguió amenazando a nuestra familia, pero ahora con el poder popular ha dejado de hostigarnos".

Esos relatos son ejemplos vivos de lo que Mao dice en el capítulo "Servir al Pueblo" del Libro Rojo: "Allí donde hay lucha, hay sacrificios, y la muerte es cosa frecuente. Pero, para nosotros, que tenemos la mente puesta en los intereses del pueblo y en los sufrimientos de la inmensa mayoría, morir por el pueblo es la muerte digna". Armados políticamente con ese concepto revolucionario de sacrificio, muchos mártires de la guerra popular han aguantado las torturas del enemigo con gran valor.

En 1998, mataron a Nil Bahadur Oli, de 21 años, y su hermano menor Purna Bajadur Oli, de 19. Su padre, Man Bahadur Oli, me cuenta que sus hijos se mantuvieron firmes ante la muerte.

"Nil trabajaba con la YCL (Liga Comunista Juvenil) y la organización campesina, y estaba por ingresar al partido. Su hermano militaba en la YCL. Estaban en Solyan, en nuestro corral, y después de la acción contra la Torre de Comunicaciones Jhimpe, el ejército popular se refugió ahí. La torre estaba resguardada por 18 policías. Ante el ataque se rindieron; quedó un muerto y dos heridos de gravedad. Los guerrilleros se apoderaron de ocho rifles, un revólver y 780 balas. Al día siguiente, la policía llegó en helicóptero y en autobús. Arrestaron a un aldeano, quien les dijo bajo tortura que la escuadra se refugió en el corral. Entonces fueron, arrestaron a mis hijos y se los llevaron en helicóptero a un puesto policial muy retirado.

"Ahí los interrogaron; ellos sabían todos los pormenores de la acción, pero no dijeron nada. Incluso tenían armas y documentos del partido escondidos en la aldea, pero no lo mencionaron. Los torturaron dos días. No les pudieron sacar nada de información; los llevaron al bosque en helicóptero y los mataron. Vigilaron los cadáveres durante cinco días para tender una emboscada. Al sexto día regresaron al puesto y el partido organizó una procesión fúnebre de 100 personas".

El pesar de Man Bahadur Oli es palpable, pero está muy orgulloso de que sus hijos dieran la vida por el pueblo. Al igual que con los demás, me impacta su fuerza y gran decisión revolucionaria. El gobierno busca aplastar la revolución con la tortura y asesinato de guerrilleros, simpatizantes y militantes del partido, pero la represión ha sembrado mayor odio contra el gobierno y ha convencido al pueblo de que hay que tumbarlo. Como dice Man Bahadur: "Guardo la esperanza del brillante futuro de la guerra popular".

Continuará.


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